Filo­so­fía y marxismo

Este tex­to de Hugo Azcuy que pre­sen­ta­mos a con­ti­nua­ción fue publi­ca­do en la revis­ta Pen­sa­mien­to Crí­ti­co, núme­ro 43, agos­to de 1970, pp. 205 – 213. (Ins­ti­tu­to de Filosofía)

Todo el que habla en nom­bre del mar­xis­mo se supo­ne a sí mis­mo situa­do den­tro de la teo­ría mar­xis­ta. Y este es, real­men­te, el pri­mer pro­ble­ma que tie­ne que afron­tar quien asu­ma el mar­xis­mo como teo­ría y como ideo­lo­gía. Y usa­mos estos dos tér­mi­nos con­se­cu­ti­va­men­te con toda inten­ción; más ade­lan­te ten­dre­mos opor­tu­ni­dad de escla­re­cer el sen­ti­do de esta distinción.

Hace tiem­po que la con­cep­ción posi­ti­vis­ta de la his­to­ria se ha des­acre­di­ta­do. La idea de que la obje­ti­vi­dad his­tó­ri­ca pue­da con­sis­tir en la pura des­crip­ción de los hechos fue una de las ilu­sio­nes del siglo XIX y ha sido tan cri­ti­ca­da que poco se pue­de decir sobre el tema que no sea un lugar común. Sabe­mos que el carác­ter de hecho his­tó­ri­co depen­de, en bue­na medi­da, de la selec­ción del his­to­ria­dor, quien a su vez orga­ni­za y coor­di­na los datos de que dis­po­ne —que siem­pre cons­ti­tu­yen un peque­ño frag­men­to de la reali­dad— de acuer­do a hipó­te­sis pre­vias que dan lugar a una deter­mi­na­da inter­pre­ta­ción. Esto modi­fi­ca el sen­ti­do de la obje­ti­vi­dad, que ya no pue­de depen­der de un supues­to recuen­to desin­te­re­sa­do e inocente.

Para el rigor cien­tí­fi­co de la recons­truc­ción his­tó­ri­ca son aho­ra deci­si­vos los mar­cos teó­ri­cos y meto­do­ló­gi­cos. En bue­na medi­da estos mar­cos han sido impues­tos por Marx, quien ade­más, para­dó­ji­ca­men­te, puso al des­cu­bier­to el carác­ter ideo­ló­gi­co, cla­sis­ta y par­ti­da­rio de toda filo­so­fía y de toda teo­ría sobre la sociedad.

Asu­mir a Marx en esta com­ple­ji­dad, en su valor cien­tí­fi­co pero tam­bién en su valor ideo­ló­gi­co, no es tarea fácil. El peso de la tra­di­ción cul­tu­ral, la inme­dia­tez de los intere­ses y la inca­pa­ci­dad para rela­cio­nar­los con el pro­yec­to de futu­ro han pro­mo­vi­do muchas reduc­cio­nes cien­ti­fi­cis­tas o ideo­lo­gi­zan­tes o una mez­cla sin­cré­ti­ca de ambas.

Así, el mar­xis­mo tam­bién es obje­to de inter­pre­ta­ción his­tó­ri­ca. Bas­ta una rápi­da mira­da retros­pec­ti­va a algu­nos de los que han escri­to o actua­do como mar­xis­tas para encon­trar­se con una pro­fu­sión de incohe­ren­cias, y su ori­gen no ha sido la igno­ran­cia o la con­fu­sión, el con­sa­bi­do error atri­bui­do al con­tra­rio. De aquí lo ridí­cu­la que resul­ta la crí­ti­ca del rela­ti­vis­mo a par­tir de la auto-atri­bu­ción de un carác­ter cien­tí­fi­co a nues­tras afir­ma­cio­nes. Las afir­ma­cio­nes son eso y nada más y no nos dan más dere­cho a noso­tros que a los recla­mos opues­tos, excep­to, por supues­to, si con­ta­mos con un ele­men­to no pre­vis­to: la fuerza.

Esta­mos muy lejos de un rela­ti­vis­mo gno­seo­ló­gi­co, pero con­si­de­ra­mos que su crí­ti­ca no pue­de ser con­tem­pla­ti­va o cien­ti­fi­cis­ta. No se pue­de refu­tar el escep­ti­cis­mo con demos­tra­cio­nes lógi­cas, por­que solo pro­ba­re­mos nues­tra razón rea­li­zán­do­la. Este es el sen­ti­do de la tesis de Marx de que toda ver­dad fue­ra de la prác­ti­ca es esco­lás­ti­ca. Aquí la prác­ti­ca no desig­na una reali­dad inmu­ta­ble pre­xis­ten­te, sino la tras­for­ma­ción de la reali­dad a par­tir de nues­tras expec­ta­ti­vas, cuya vali­da­ción solo pode­mos lograr a tra­vés de la acción consecuente.

Sabe­mos que Marx no estu­dió filo­so­fía por una espe­cial voca­ción hacia la espe­cu­la­ción. Sus obje­ti­vos fun­da­men­ta­les eran polí­ti­cos y en la filo­so­fía iba a bus­car pre­ci­sa­men­te estas cla­ves. Sin embar­go, ya en el perio­do de la Gace­ta Rena­na tuvo sus pri­me­ras per­ple­ji­da­des ante la dis­tan­cia de lo apren­di­do y lo que acon­te­cía. No era este un caso excep­cio­nal. Inclu­so en esa épo­ca ya el posi­ti­vis­mo ponía de moda el recha­zo de la meta­fí­si­ca para hacer una nue­va metafísica.

Marx no se limi­tó al recha­zo puro y sim­ple de la filo­so­fía, pre­ci­sa­men­te por­que su crí­ti­ca no estu­vo diri­gi­da con­tra nin­gu­na mani­fes­ta­ción par­ti­cu­lar de la filo­so­fía; ni con­tra la meta­fí­si­ca orde­na­do­ra de los siglos XVII y XVIII, o el idea­lis­mo, o la esco­lás­ti­ca. Se tra­ta­ba de una tras­for­ma­ción radi­cal de sus bases crí­ti­cas. El des­en­ten­di­mien­to de este pun­to de par­ti­da ha lle­va­do más de una vez a hablar en nom­bre de Marx de mane­ra pre­mar­xis­ta. Aquí se hace indis­pen­sa­ble refe­rir­nos a la géne­sis his­tó­ri­ca de algu­nos pseu­do­pro­ble­mas que se con­vir­tie­ron en el cen­tro mis­mo de la filosofía.

Cuan­do los sofis­tas demo­lie­ron los fun­da­men­tos inge­nuos de las cos­mo­go­nías grie­gas crea­ron un vacío teó­ri­co que cues­tio­na­ba la legi­ti­mi­dad de toda ideo­lo­gía. Al poner de relie­ve las dife­ren­cias psi­co­fí­si­cas de los hom­bres y la depen­den­cia de las per­cep­cio­nes de esta­dos sub­je­ti­vos la sofís­ti­ca hacía, inevi­ta­ble­men­te, de la ver­dad un asun­to indi­vi­dual. Todo deve­nía rela­ti­vo, se tor­na­ba impo­si­ble la argu­men­ta­ción moral y la fun­da­men­ta­ción con­sis­ten­te de las creen­cias comu­nes; se ponía entre parén­te­sis toda esta­bi­li­dad. Sabe­mos que la pér­di­da de influen­cia y acep­ta­ción de esta filo­so­fía coin­ci­dió con un momen­to trá­gi­co para el pue­blo grie­go, un momen­to de diso­lu­ción y caí­da. Des­pués del perio­do de la erís­ti­ca y la retó­ri­ca, de la máxi­ma de «el hom­bre es la medi­da de todas las cosas», el cali­fi­ca­ti­vo de sofis­ta se con­vir­tió en un estig­ma. En los gran­des sis­te­mas de la filo­so­fía grie­ga solo se hace refe­ren­cia a ese modo de pen­sar como a una des­gra­cia o a una humi­lla­ción del espí­ri­tu humano. Así apa­re­ció el pro­ble­ma socrá­ti­co, el pro­ble­ma de la gnosis.

Para Pla­tón enton­ces no había otro camino más que el esco­gi­do: la inves­ti­ga­ción de los con­cep­tos. Si la per­cep­ción sen­si­ble era fuen­te de muta­ción y des­or­den, de con­fu­sión e incer­ti­dum­bre, los con­cep­tos eran, por el con­tra­rio, expre­sión de lo esta­ble y uni­ver­sal, de las ver­da­de­ras esen­cias. Pero esta pola­ri­za­ción exi­gía una nue­va fun­da­men­ta­ción: la del valor de los con­cep­tos. Has­ta ese momen­to se supo­nía que el cono­ci­mien­to valía en tan­to que repro­du­cía la reali­dad y este era y siguió sien­do un dog­ma indis­cu­ti­do. Cuan­do que­dó esta­ble­ci­do el carác­ter cam­bian­te de la reali­dad se lle­gó, pre­ci­sa­men­te, a la úni­ca con­clu­sión posi­ble: la impo­si­bi­li­dad del cono­ci­mien­to. Por eso Pla­tón des­do­bla una inves­ti­ga­ción que en el fon­do es úni­ca y crea así el pro­ble­ma meta­fí­si­co: los con­cep­tos valen por­que repro­du­cen, refle­jan la autén­ti­ca reali­dad, el mun­do de las ideas. La intro­duc­ción de la cues­tión meta­fí­si­ca (el ser o la exis­ten­cia) en la inves­ti­ga­ción del cono­ci­mien­to da lugar al idea­lis­mo, pero deja crea­do tam­bién el meca­nis­mo para el materialismo.

Según Aris­tó­te­les, Pla­tón caía en una dupli­ca­ción que lo podía lle­var al infi­ni­to. ¿Por qué ima­gi­nar un mun­do de ideas para vali­dar los con­cep­tos? Pla­tón deter­mi­na la posi­bi­li­dad del cono­ci­mien­to en los con­cep­tos y enton­ces le atri­bu­ye al ser las carac­te­rís­ti­cas de esta posi­bi­li­dad. Aris­tó­te­les asu­me una posi­ción mate­ria­lis­ta, pero hace lo mis­mo que Pla­tón: crea su famo­sa silo­gís­ti­ca, de hecho la úni­ca lógi­ca que hubo duran­te 23 siglos, y des­pués dice que el ser es así. Por eso sus prin­ci­pios tie­nen una doble for­mu­la­ción, gno­seo­ló­gi­ca y onto­ló­gi­ca: no pode­mos afir­mar algo y su con­tra­rio de una mis­ma cosa en un mis­mo tiem­po y rela­ción; una cosa no pue­de ser simul­tá­nea­men­te ella y su contrario.

Sur­gen así las dos gran­des esfe­ras que han cons­ti­tui­do los temas cen­tra­les de la filo­so­fía duran­te siglos: el ser y el pen­sar, la mate­ria y el espí­ri­tu, ambas irre­du­ci­bles entre sí y enla­za­das por una rela­ción sim­ple en la que una de las par­tes pue­de refle­jar o con­tem­plar a la otra: el espí­ri­tu a la materia.

La filo­so­fía ha pre­ten­di­do siem­pre ser una últi­ma ins­tan­cia del cono­ci­mien­to. Sus temas han teni­do una gran uni­ver­sa­li­dad y no ha habi­do cam­po del saber que, para bien o para mal, no haya toca­do de una u otra mane­ra. Se nos pre­sen­ta como una espe­cie de resu­men cul­tu­ral de cada épo­ca o como la uni­fi­ca­ción de las estruc­tu­ras apa­ren­te­men­te dis­per­sas de las dife­ren­tes dis­ci­pli­nas de cono­ci­mien­to. Por ello gene­ral­men­te ha asu­mi­do las for­mas de las cien­cias más ade­lan­ta­das. Un ejem­plo cla­ro lo tene­mos en la filo­so­fía de los ini­cios de la épo­ca moder­na. El car­te­sia­nis­mo pre­ten­día uni­ver­sa­li­zar el méto­do mate­má­ti­co a la vez que ofre­cía una pers­pec­ti­va antro­po­ló­gi­ca ade­cua­da tan­to o los supues­tos gno­seo­ló­gi­cos de la físi­ca moder­na como a la teo­ría polí­ti­ca y a la moral. Se supo­nía que la socie­dad era una suma de indi­vi­duos y que todos ellos eran esen­cial­men­te igua­les entre sí, solo era nece­sa­rio hacer la des­crip­ción de esta esen­cia y ya no había más nada que decir. Por eso Des­car­tes comen­za­ba el Dis­cur­so del méto­do afir­man­do que el buen sen­ti­do o la razón esta­ban dis­tri­bui­dos por igual en todos los hom­bres y que las des­ave­nen­cias se ori­gi­na­ban en el método.

La lógi­ca filo­só­fi­ca de Pla­tón y Aris­tó­te­les es la mis­ma del libe­ra­lis­mo polí­ti­co, no impor­ta que esta se pre­sen­te sien­do mate­ria­lis­ta o idea­lis­ta; este es un pro­ble­ma total­men­te secun­da­rio, como vere­mos más adelante.

Los filó­so­fos nos decían cómo era el mun­do y no cómo habían hecho los hom­bres el mun­do. Recor­de­mos que el espí­ri­tu, según la vie­ja fór­mu­la, refle­ja o con­tem­pla al ser, se con­si­de­re a este mate­ria o idea, no es un pro­ble­ma más que de pala­bras con dife­ren­te soni­do. En esta fór­mu­la el ser era real­men­te, como había­mos vis­to, la con­se­cuen­cia de una inves­ti­ga­ción pre­via; sin embar­go, suje­to y obje­to apa­re­cían como dos luga­res dife­ren­tes y opues­tos por prin­ci­pio. En esta con­cep­ción no cabía la his­to­ria; la espe­cu­la­ción sobre cada momen­to pre­ten­día cap­tar la iden­ti­dad abso­lu­ta, lo eterno. Cuan­do por fin la his­to­ria hace su entra­da con Hegel, es al pre­cio de disol­ver la con­tra­dic­ción y entre­gar­nos un abso­lu­to deter­mi­na­do de prin­ci­pio a fin, que es la apo­lo­gía más des­car­na­da de lo acon­te­ci­do. No por casua­li­dad para Hegel la his­to­ria ter­mi­na con él.

El idea­lis­mo de Hegel, como todo idea­lis­mo, nos pro­du­ce a pri­me­ra vis­ta una fuer­te sen­sa­ción de irrea­li­dad. Feuer­bach inten­tó enmen­dar esta espe­cu­la­ción regre­sán­do­la a la tie­rra. Vol­vió al vie­jo mate­ria­lis­mo, y dio un paso atrás con rela­ción a Hegel. En él apa­re­ce de nue­vo la con­cep­ción mate­ria­lis­ta, las con­si­de­ra­cio­nes en torno a un hom­bre gené­ri­co, la bús­que­da de un indi­vi­duo humano en sí en cuya orga­ni­za­ción sico­fi­sio­ló­gi­ca o en su sen­si­bi­li­dad está la cla­ve de todo des­en­vol­vi­mien­to ulte­rior. Leyen­do a Feuer­bach tene­mos a veces la impre­sión de leer a algu­nos «mar­xis­tas» del siglo XX que sien­ten la nece­si­dad, para decir­nos cómo es el hom­bre, de remon­tar­se a la épo­ca de los homí­ni­dos y, aún más, de hablar­nos de los perio­dos geológicos (…).

Poco le podía decir a Marx la alter­na­ti­va mate­ria­lis­mo-idea­lis­mo. Y eso no era pro­duc­to del des­cu­bri­mien­to de una «nue­va cien­cia». La cien­cia vino des­pués, y nun­ca sepa­ra­da de la ideo­lo­gía por­que con Marx se esfu­ma lo ilu­sión de la cien­cia social pura y neu­tral. La «cabe­za muer­ta» que era el hege­lia­nis­mo solo revi­vía espas­mó­di­ca­men­te en una crí­ti­ca espe­cu­la­ti­va que ape­nas alu­día des­de­ño­sa­men­te a la reali­dad; por otra par­te, Feuer­bach habla­ba y habla­ba de natu­ra­le­za y amor. Y, sin embar­go, detrás del idea­lis­mo y el mate­ria­lis­mo había un «deno­mi­na­dor común».

La ver­da­de­ra cues­tión fun­da­men­tal esta­ba en cómo expre­sa­ban Hegel y Feuer­bach los intere­ses de su épo­ca, en des­cu­brir detrás de sus enre­dos gno­seo­ló­gi­cos una cier­ta per­te­nen­cia social y una deter­mi­na­da iden­ti­fi­ca­ción de cla­se inde­pen­dien­te de sus inten­cio­nes y bue­nos deseos. Solo enton­ces podría venir la valo­ra­ción ade­cua­da y la deli­mi­ta­ción de los méri­tos científicos.

La pseu­do­al­ter­na­ti­va mate­ria­lis­mo-idea­lis­mo se con­vier­te, así, en Marx, en la uni­dad ser social-cien­cia social. Ya no se tra­ta del ser, de la natu­ra­le­za o de la mate­ria en sí, se tra­ta de la pro­duc­ción y las rela­cio­nes socia­les, de la indus­tria y el comer­cio, de los medios pro­duc­ti­vos y la pro­pie­dad. Por lo tan­to, el cen­tro de aten­ción ya no pue­de ser el hom­bre indi­vi­dual con­si­de­ra­do como prin­ci­pio y fin. De nada nos sir­ve ya la sen­so­per­cep­ción como filo­so­fía que nos ense­ña que cada indi­vi­duo lo apren­de todo des­de el comien­zo a tra­vés de la vis­ta, el oído, etc. Tam­po­co el racio­na­lis­mo que par­te de unas cuan­tas abs­trac­cio­nes y pre­ten­de reve­lar­nos todos los secretos.

Estas con­cep­cio­nes die­ron hace tiem­po lo que podían: los «valo­res eter­nos» del libe­ra­lis­mo bur­gués, la con­tra­dic­ción des­ga­rra­do­ra entre lo que se dice y lo que es.

Para que la filo­so­fía no siga sien­do una ilu­sión, y has­ta una esta­fa, pode­mos decir en algún caso, tie­ne que asu­mir estas ver­da­des. Así lo hizo Marx al iden­ti­fi­car­se con la cau­sa revo­lu­cio­na­ria del pro­le­ta­ria­do. Cuan­do la filo­so­fía nos ocul­ta en su ter­mi­no­lo­gía lo que ella es, no por eso deja de ser efi­caz, pero enton­ces sus armas son la astu­cia y el enga­ño y nos pro­vo­ca sin que sepa­mos cómo ni a dónde.

El ilu­mi­nis­mo pre­ten­día escla­re­cer las cabe­zas como pana­cea uni­ver­sal. El cien­ti­fi­cis­mo mar­xis­ta (que adop­ta muy diver­sas for­mas: pedes­tres y cul­tas, inge­nuas y malé­vo­las) nos ilu­mi­na a veces con tan­ta inten­si­dad que nos deja cie­gos. Los mate­ria­lis­tas fran­ce­ses que­rían extir­par de las men­tes los pre­jui­cios reli­gio­sos con la «ilus­tra­ción mate­ria­lis­ta». Vein­te siglos antes, Epi­cu­ro que­ría lo mis­mo: aca­bar con la igno­ran­cia y el mie­do a la muer­te. Nin­gu­na expre­sión más bella de este pun­to de vis­ta que el poe­ma De rerum natu­ra de Lucre­cio Caro, escri­to «un poco antes» del ilu­mi­nis­mo fran­cés. De todo esto dio Marx bue­na cuen­ta cuan­do dice que no se pue­de olvi­dar que los edu­ca­do­res deben ser edu­ca­dos. Para él la reli­gión era el opio del pue­blo y sus raí­ces no esta­ban en la igno­ran­cia de la geo­gra­fía o la paleon­to­lo­gía o el evo­lu­cio­nis­mo bio­ló­gi­co, sino en la reali­dad social, en los des­ga­rra­mien­tos de una socie­dad de cla­ses, no de indi­vi­duos, la cual daba a los explo­ta­dos sus pro­pios medios de con­so­la­ción espi­ri­tual que, por supues­to, tenían que asu­mir tam­bién, con algún gra­do de serie­dad y espon­ta­nei­dad, los explo­ta­do­res. En defi­ni­ti­va el mate­ria­lis­mo fran­cés pasó de moda y cum­plió su tarea, que no fue por cier­to la de aca­bar con la reli­gión. Pero se nos quie­re hacer pasar un «ateís­mo cien­tí­fi­co» como algo mar­xis­ta. Aquí se quie­re hacer de la cien­cia no un posi­ble auxi­liar en la lucha ideo­ló­gi­ca con­tra la reli­gión —la que tie­ne, por otra par­te, que tener como base la tras­for­ma­ción revo­lu­cio­na­ria de las con­di­cio­nes socia­les— sino que se le con­vier­te en el lugar mis­mo del com­ba­te, de tal mane­ra que una vez más se tra­ta de aca­bar con la «igno­ran­cia». Todo vie­ne des­de la mate­ria, se nos dice; la cien­cia ha demos­tra­do que ella es el prin­ci­pio de todas las cosas. Y los gran­des cien­tí­fi­cos, los paleon­tó­lo­gos y los bió­lo­gos que han con­tri­bui­do deci­si­va­men­te a des­ci­frar­los mis­te­rios de los orí­ge­nes de la vida y del hom­bre y, sin embar­go, no han renun­cia­do a sus dio­ses, ¿son ton­tos? ¿Están atra­pa­dos por el error y la ofus­ca­ción? A veces se habla de raí­ces gno­seo­ló­gi­cas y raí­ces socia­les, como si las «raí­ces gno­seo­ló­gi­cas» pudie­ran ser aso­cia­les; eso solo suce­de en la vie­ja filo­so­fía, con la que Marx liqui­dó. Cuan­do Engels —tenien­do en men­te una fuer­te corrien­te mate­ria­lis­ta que se desa­rro­lla­ba por enton­ces en Ale­ma­nia— insis­tía en que la mate­ria era un con­cep­to y por lo tan­to una abs­trac­ción, una ope­ra­ción cog­nos­ci­ti­va y no una exis­ten­cia en sí (nadie ha podi­do jamás tocar o ver «la mate­ria») hacía ver lo que pre­ci­sa­men­te plan­teá­ba­mos des­de el prin­ci­pio. ¿Cómo pue­de una cate­go­ría qno­seo­ló­gi­ca ser ante­rior o pos­te­rior al cono­ci­mien­to? Cla­ro que este pro­ble­ma es com­ple­ta­men­te dife­ren­te del de la exis­ten­cia del sis­te­ma solar antes que el hom­bre, irre­cu­sa­ble­men­te demos­tra­da por las cien­cias par­ti­cu­la­res. La filo­so­fía que se cons­tru­ye des­co­no­cien­do ver­da­des tan ele­men­ta­les no lo hace así por razo­nes de igno­ran­cia cien­tí­fi­ca, sino de otro tipo, y aquí la cien­cia ya no tie­ne mucho que hacer. Es como cuan­do cua­tro naran­jas tie­nen que divi­dir­se entre dos y uno de ellos toma tres afir­man­do que son dos y el otro inten­ta con­ven­cer­lo de que está equi­vo­ca­do con razo­na­mien­tos matemáticos.

Solo par­cial­men­te se refie­re el cono­ci­mien­to a lo que es, en bue­na par­te se refie­re a lo que pue­de lle­gar a ser, pero que toda­vía no es. Este es el sen­ti­do de toda la obra de Marx. Y tam­bién su liqui­da­ción crí­ti­ca con el vie­jo pseu­do­pro­ble­ma del deter­mi­nis­mo y el libre albe­drío. Los hom­bres están social­men­te deter­mi­na­dos, pero esas deter­mi­na­cio­nes no les son aje­nas. Cuan­do Zenón el estoi­co le pega­ba a un escla­vo suyo, este le decía: «Mi amo, ¿por qué me pegas si yo estoy pre­des­ti­na­do a ser malo?»; y Zenón le res­pon­día: «Por­que yo tam­bién estoy pre­des­ti­na­do a pegar­te»; que­da­ba la posi­bi­li­dad de que con ese mis­mo argu­men­to el escla­vo mata­ra a Zenón. Lo super­fluo de esta jus­ti­fi­ca­ción sal­ta a la vis­ta, aún más cuan­do se tra­ta de pro­mo­ver la más gran­de revo­lu­ción de la his­to­ria y cam­biar los fun­da­men­tos mis­mos de la socie­dad cono­ci­da has­ta aho­ra. A esta posi­bi­li­dad dedi­có Marx su vida de cien­tí­fi­co y revo­lu­cio­na­rio, y demos­tró que la opción en uno u otro sen­ti­do, por acción u omi­sión, era inevi­ta­ble para todos. La filo­so­fía no es, por lo tan­to, la lla­ve maes­tra de un uni­ver­so pre­exis­ten­te. Con­fun­dir el mar­xis­mo con un depó­si­to de «la sabi­du­ría», que una vez adqui­ri­do nos da res­pues­tas para todo, es casi una bur­la y sería risi­ble si no nos ofre­cie­ra tan­tos ejem­plos de una agre­si­va y peli­gro­sa pedantería.

La filo­so­fía de Marx nos entre­ga un con­jun­to irre­nun­cia­ble de hipó­te­sis para el tra­ba­jo cien­tí­fi­co; pero su valor no con­sis­te en que cons­ti­tu­ya un méto­do uni­ver­sal pre­vio a la cien­cia mis­ma. Cada cien­cia tie­ne sus pro­pios méto­dos, y a su vez estos son inse­pa­ra­bles de su obje­to. Las pre­ten­sio­nes esco­lás­ti­cas en este terreno ter­mi­nan siem­pre por con­ver­tir­se en un obs­tácu­lo para el desa­rro­llo cien­tí­fi­co. Esta es una ver­dad que ya debie­ra estar más que apren­di­do, y no son pocas las lec­cio­nes de la historia.

La filo­so­fía de Marx deve­la la magia de los con­cep­tos de la que Hegel fue su expo­nen­te más des­ta­ca­do. La teo­ría que pre­ten­de cap­tar níti­da­men­te la reali­dad como ella es con­clu­ye nece­sa­ria­men­te en la jus­ti­fi­ca­ción del pre­sen­te y en la con­ver­sión del pasa­do y del futu­ro en fun­cio­nes o sim­ples pro­lon­ga­cio­nes en un sen­ti­do u otro, de ese pre­sen­te. Así suce­de, por ejem­plo, con las cate­go­rías de la eco­no­mía bur­gue­sa o con la teo­ría hege­lia­na del esta­do. Lo que pare­ce muy real no son más que abs­trac­cio­nes, supre­sio­nes del tiem­po, con­cep­tos que pre­ten­den decir­nos de una vez y para siem­pre lo que la eco­no­mía o el esta­do son, por­que en el afán de «saber» se eli­mi­na toda media­ción his­tó­ri­ca. Por eso la crí­ti­ca de Marx a toda «teo­ría gene­ral» va acom­pa­ña­da de cons­tan­tes bur­las. ¿Qué es la pro­pie­dad en gene­ral? ¿Qué sig­ni­fi­ca el esta­do en general?

El cono­ci­mien­to teó­ri­co vale en tan­to se une a una prác­ti­ca his­tó­ri­ca que es, en todo caso, deter­mi­nan­te. El capi­tal no es un mero ejer­ci­cio inte­lec­tual cuyas fór­mu­las nos des­cu­bren para siem­pre los secre­tos del capi­ta­lis­mo; es un inten­to escla­re­ce­dor para un camino ya toma­do: el de la revo­lu­ción pro­le­ta­ria. Por eso lo con­cre­to no pue­de con­sis­tir en la des­crip­ción, que siem­pre es abs­trac­ta. Los con­cep­tos tie­nen que abar­car las estruc­tu­ras, las rela­cio­nes y, sobre todo, el sen­ti­do de la vio­len­cia que nos pro­po­ne­mos ejer­cer sobre lo actual. La teo­ría leni­nis­ta del impe­ria­lis­mo no es un sim­ple refle­jo de la reali­dad, por­que su fun­ción prin­ci­pal es la de dar­le un sen­ti­do a una volun­tad y a una prác­ti­ca revo­lu­cio­na­ria que se ins­cri­be en la tras­for­ma­ción de lo que es.

Cuan­do la teo­ría se defi­ne en estos tér­mi­nos todo abso­lu­to se hace impo­si­ble. Los luga­res comu­nes que­dan pro­ble­ma­ti­za­dos y nues­tra pro­pia ver­dad resul­ta siem­pre incom­ple­ta, como incom­ple­ta es la reali­dad mis­ma. Por­que se tra­ta siem­pre de lo que esta­mos haciendo.

Fuen­te: https://​elsud​ame​ri​cano​.word​press​.com/​2​0​2​3​/​0​2​/​2​8​/​f​i​l​o​s​o​f​i​a​-​y​-​m​a​r​x​i​s​m​o​-​p​o​r​-​h​u​g​o​-​a​z​c​uy/

28 de febre­ro de 2023

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