Gene­ral Dud­ley Clar­ke: «Algu­nas de las con­di­cio­nes para una into­xi­ca­ción exitosa»

El Gene­ral Sir Archi­bald Wawell, Coman­dan­te en Jefe de las fuer­zas bri­tá­ni­cas en Orien­te Medio en 1940, había ser­vi­do duran­te la Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial en el Esta­do Mayor del Gene­ral Allenby, que esta­ba a car­go de las ope­ra­cio­nes en Pales­ti­na des­de junio de 1917. En su posi­ción, Wawell pudo apre­ciar el papel que desem­pe­ñó la into­xi­ca­ción duran­te las ofen­si­vas de 1917 – 1918 que ase­gu­ra­ron la vic­to­ria bri­tá­ni­ca sobre el ejér­ci­to germano-turco.

En 1940, Wawell solo dis­po­nía de una peque­ña fuer­za en Egip­to para opo­ner­se a los ejér­ci­tos ita­lia­nos en Libia-Cire­nai­ca y Abi­si­nia: juz­gó que la into­xi­ca­ción podría com­pen­sar su infe­rio­ri­dad numé­ri­ca y rápi­da­men­te tomó medi­das en este sen­ti­do. Se dio cuen­ta de que este cam­po de acti­vi­dad reque­ría la crea­ción de una orga­ni­za­ción espe­cia­li­za­da. El 13 de noviem­bre de 1940, Wawell infor­mó a Lon­dres de su inten­ción de crear una sec­ción espe­cial de into­xi­ca­ción den­tro de su per­so­nal y soli­ci­tó que el tenien­te coro­nel Dud­ley Clar­ke, que enton­ces esta­ba en el Rei­no Uni­do, fue­ra des­ti­na­do a El Cai­ro para diri­gir­la. La soli­ci­tud fue con­ce­di­da y Clar­ke lle­gó a El Cai­ro el 18 de diciem­bre de 1940 y se puso a tra­ba­jar. El 28 de mar­zo de 1941 nació ofi­cial­men­te la sec­ción de into­xi­ca­ción, con el nom­bre de Advan­ced Head­quar­ters A For­ce, pron­to abre­via­do como A For­ce. Has­ta el final de la gue­rra, la A For­ce, toda­vía diri­gi­da por Clar­ke, iba a asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad –con gran éxi­to– de las manio­bras de into­xi­ca­ción para todo el tea­tro de ope­ra­cio­nes del Medi­te­rrá­neo. La A For­ce sir­vió de mode­lo para la crea­ción, el 9 de octu­bre de 1941, de la Sec­ción de Con­trol de Lon­dres, res­pon­sa­ble, jun­to con la A For­ce, de todas las acti­vi­da­des de into­xi­ca­ción en todos los frentes.

Dud­ley Clar­ke ter­mi­nó la gue­rra con el ran­go de gene­ral de bri­ga­da y una expe­rien­cia inigua­la­ble en el cam­po de la into­xi­ca­ción. Gra­cias a esta expe­rien­cia, tuvo la opor­tu­ni­dad de expo­ner por escri­to en varias oca­sio­nes sus ideas sobre las con­di­cio­nes para una into­xi­ca­ción exitosa.

En julio de 1987, la revis­ta ingle­sa Inte­lli­gen­ce and Natio­nal Secu­rity publi­có un núme­ro espe­cial (volu­men 2, nº 3) sobre la into­xi­ca­ción estra­té­gi­ca y tác­ti­ca duran­te la Segun­da Gue­rra Mun­dial. Este núme­ro se abre con una nota­ble intro­duc­ción de 91 pági­nas del pro­fe­sor esta­dou­ni­den­se Michael Han­del: «Stra­te­gic and Ope­ra­tio­nal Decep­tion in His­to­ri­cal Pers­pec­ti­ve». En el «Apén­di­ce 1» de esta intro­duc­ción se repro­du­ce el tex­to de una car­ta de Clar­ke al gene­ral de divi­sión Lowell Books, del ejér­ci­to esta­dou­ni­den­se. A con­ti­nua­ción se pre­sen­ta la tra­duc­ción de esta carta.

[Gil­bert Bloch, Revis­ta Ren­seig­ne­ment et opé­ra­tions spé­cia­les, CF2R/L’Harmattan, n°7, mar­zo 2001 (repu­bli­ca­ción)]

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«La pri­me­ra con­di­ción es defi­nir el ámbi­to de actua­ción del ser­vi­cio res­pon­sa­ble de la into­xi­ca­ción y, en par­ti­cu­lar, el obje­ti­vo en el que deben con­cen­trar­se estas actua­cio­nes. Sin esta defi­ni­ción, se corre el ries­go de mez­clar la into­xi­ca­ción y la acción psi­co­ló­gi­ca, o inclu­so de suge­rir que un solo orga­nis­mo podría ser res­pon­sa­ble de ambas áreas. Un bre­ve examen de los obje­ti­vos per­se­gui­dos bas­ta para demos­trar que tal con­fu­sión no solo sería un gra­ve error, sino que cons­ti­tui­ría un ver­da­de­ro peli­gro. Sin embar­go, este peli­gro exis­te y a veces es difí­cil de evitar.

La dife­ren­cia esen­cial entre la into­xi­ca­ción y la acción psi­co­ló­gi­ca es que se diri­gen a públi­cos com­ple­ta­men­te dis­tin­tos. La acción psi­co­ló­gi­ca difun­de men­sa­jes de una sola fuen­te a los sec­to­res más amplios de la pobla­ción: no impor­ta que una par­te de la audien­cia pue­da cono­cer el ori­gen de los men­sa­jes, o inclu­so que unos pocos pri­vi­le­gia­dos pue­dan reco­no­cer la mani­pu­la­ción de las reali­da­des. La acción psi­co­ló­gi­ca se diri­ge a las masas y es poco pro­ba­ble que influ­ya en el pen­sa­mien­to y las accio­nes de los más altos nive­les del per­so­nal opositor.

La into­xi­ca­ción fun­cio­na de for­ma opues­ta: sus men­sa­jes pare­cen pro­ce­der de múl­ti­ples fuen­tes, pero se diri­gen a un úni­co obje­ti­vo. La tarea esen­cial del ser­vi­cio de into­xi­ca­ción es ocul­tar el ori­gen de sus men­sa­jes, al tiem­po que los con­cen­tra en un pun­to del más alto nivel del per­so­nal enemi­go. A la into­xi­ca­ción le impor­ta poco el pen­sa­mien­to y la acción de las masas, pero debe pene­trar en el círcu­lo más secre­to que cons­ti­tu­ye su públi­co: este se limi­ta a unos pocos indi­vi­duos de las más altas esfe­ras del ser­vi­cio de inte­li­gen­cia del adver­sa­rio, o inclu­so a una sola per­so­na: el jefe de ese ser­vi­cio. Si la into­xi­ca­ción con­si­gue influir en este últi­mo de tal mane­ra que le haga tomar como ver­da­de­ra la infor­ma­ción inven­ta­da para él, habrá teni­do pleno éxi­to en su misión. Solo a tra­vés del jefe de su ser­vi­cio de inte­li­gen­cia el alto man­do del enemi­go se ente­ra­rá de las inten­cio­nes de su adver­sa­rio, y en ese cono­ci­mien­to basa­rá su pro­pio plan ope­ra­ti­vo. Por lo tan­to, es esen­cial que, des­de el prin­ci­pio, se reco­noz­ca la espe­ci­fi­ci­dad del obje­ti­vo al que apun­ta el ser­vi­cio encar­ga­do de la into­xi­ca­ción y que las moda­li­da­des de into­xi­ca­ción estén deter­mi­na­das por la nece­sa­ria con­cen­tra­ción de todas las accio­nes en este úni­co obje­ti­vo. En con­se­cuen­cia, los res­pon­sa­bles de la into­xi­ca­ción deben cono­cer las par­ti­cu­la­ri­da­des del peque­ño gru­po de hom­bres –los diri­gen­tes del ser­vi­cio de inte­li­gen­cia con­tra­rio– en el que se con­cen­tran sus accio­nes. Deben cono­cer sus carac­te­rís­ti­cas, su voca­bu­la­rio, sus for­mas de pen­sar, sus méto­dos pro­fe­sio­na­les, sus pun­tos fuer­tes y débiles.

Las con­si­de­ra­cio­nes ante­rio­res sobre el carác­ter humano con­du­cen a la segun­da con­di­ción, que es una de las bases del éxi­to en el uso de la into­xi­ca­ción, que debe ser reco­no­ci­da como un arte, no como una cien­cia; sus prac­ti­can­tes deben ser con­si­de­ra­dos como artis­tas, no como téc­ni­cos. Los círcu­los mili­ta­res pro­fe­sio­na­les, que creen que el arte de la gue­rra pue­de ser ense­ña­do a cual­quier per­so­na con una edu­ca­ción ade­cua­da (inclu­so si esa per­so­na tie­ne pocas habi­li­da­des), tie­nen difi­cul­ta­des para acep­tar este pun­to de vis­ta. No obs­tan­te, es cier­to que los ofi­cia­les de Esta­do Mayor alta­men­te cua­li­fi­ca­dos e inte­li­gen­tes son fre­cuen­te­men­te inca­pa­ces de prac­ti­car la into­xi­ca­ción, aun­que sean capa­ces de triun­far bri­llan­te­men­te en el cam­po ope­ra­ti­vo o en otras tareas de alto nivel. Lo que les fal­ta es sim­ple­men­te crea­ti­vi­dad, la capa­ci­dad de hacer algo de la nada, y lue­go «ves­tir­lo» con ele­men­tos reales de for­ma que parez­ca evi­den­te. Esto es exac­ta­men­te lo que los res­pon­sa­bles de la into­xi­ca­ción deben hacer cons­tan­te­men­te. El arte de la crea­ti­vi­dad debe ser su cua­li­dad esen­cial. Espe­rar que las per­so­nas sin este arte logren los resul­ta­dos reque­ri­dos es correr ries­gos más allá de los del mero fracaso.

Una vez que se acep­tan las tesis expues­tas en el párra­fo ante­rior, es fácil ver por qué un cere­bro –y un solo cere­bro– debe tener la ple­na res­pon­sa­bi­li­dad, sin inter­fe­ren­cias exter­nas, de diri­gir una ope­ra­ción de into­xi­ca­ción. Al fin y al cabo, la into­xi­ca­ción es poco más que una obra de tea­tro en un esce­na­rio mayor; el dra­ma­tur­go y el pro­duc­tor deben tener la mis­ma liber­tad en el tea­tro de la gue­rra que en cual­quier otro esce­na­rio (siem­pre que, por supues­to, ten­gan la cua­li­dad de jus­ti­fi­car la con­fian­za depo­si­ta­da en ellos). No es erró­neo equi­pa­rar a un coman­dan­te en jefe con un empre­sa­rio que quie­re mon­tar una obra de éxi­to en su tea­tro. Deci­de qué tipo de obra quie­re –tra­ge­dia, come­dia, ope­re­ta, etc.– y pide a un autor que le escri­ba un guion. Una vez acep­ta­do el guion, el empre­sa­rio eli­ge un pro­duc­tor para poner en esce­na la obra. A par­tir de este pun­to, el empre­sa­rio hará bien en dar total liber­tad al autor y al pro­duc­tor, preo­cu­pán­do­se úni­ca­men­te de los resul­ta­dos que se obten­gan. Si estas son satis­fac­to­rias, el empre­sa­rio deja­rá que el autor deci­da los pape­les, la pues­ta en esce­na, el ves­tua­rio y todos los demás aspec­tos de la repre­sen­ta­ción. Un buen coman­dan­te en jefe hará lo mis­mo: su pro­ble­ma se sim­pli­fi­ca por el hecho de que el jefe del depar­ta­men­to encar­ga­do de la into­xi­ca­ción com­bi­na las fun­cio­nes de autor y pro­duc­tor. El coman­dan­te en jefe debe decir­le qué tipo de into­xi­ca­ción nece­si­ta, exa­mi­nar los pla­nes ela­bo­ra­dos para él para lograr el obje­ti­vo y, una vez apro­ba­da la ver­sión final, con­si­de­rar solo los resul­ta­dos y dejar todo lo demás al espe­cia­lis­ta. Tan­to en la paz como en la gue­rra, el coman­dan­te en jefe es el mejor juez de los resul­ta­dos: los eva­lúa en fun­ción de las reac­cio­nes del públi­co (en tiem­pos de paz) o del enemi­go (en tiem­pos de gue­rra) y debe inter­ve­nir solo en la medi­da en que la ope­ra­ción logre –o no– el obje­ti­vo que se ha fijado.

La men­ción del obje­ti­vo lle­va a la últi­ma de las con­di­cio­nes que he tra­ta­do de defi­nir. Para el empre­sa­rio tea­tral, el obje­ti­vo es cla­ro: lo úni­co que quie­re es que el públi­co se des­bor­de de lágri­mas, de risa o de rit­mo, según el tipo de obra. Sin embar­go, para el coman­dan­te en jefe, la defi­ni­ción del obje­ti­vo debe ser exa­mi­na­da con mucho cui­da­do. Su públi­co es el enemi­go y el coman­dan­te en jefe es el úni­co que deci­de lo que quie­re que haga el enemi­go: avan­zar, reti­rar­se, des­pe­jar el fren­te o refor­zar­lo. Sea cual sea su elec­ción, su obje­ti­vo esen­cial es con­se­guir que el enemi­go haga algo. No impor­ta lo que el enemi­go pien­se; solo lo que haga influi­rá en la bata­lla. El coman­dan­te en jefe siem­pre come­te­rá un error si pide al ofi­cial de into­xi­ca­ción que ela­bo­re un plan «para per­sua­dir al enemi­go de que vamos a hacer esto o aque­llo». El plan pue­de tener éxi­to, pero el enemi­go pue­de reac­cio­nar de for­ma total­men­te ines­pe­ra­da… Si esto ocu­rre, el coman­dan­te en jefe pro­ba­ble­men­te cul­pa­rá a los into­xi­ca­do­res, cuan­do en reali­dad habrán con­se­gui­do el resul­ta­do que se les pedía… Es este «efec­to bume­rán» el que hace que mucha gen­te sea rea­cia a uti­li­zar el arma de la into­xi­ca­ción, y hay que reco­no­cer que, si se uti­li­za mal, la into­xi­ca­ción con­lle­va ries­gos reales.

La for­ma segu­ra de evi­tar estos ries­gos es fijar el obje­ti­vo correc­ta­men­te. Si el obje­ti­vo está bien plan­tea­do, el plan de into­xi­ca­ción pue­de fra­ca­sar, pero no ten­drá malas con­se­cuen­cias. Si el obje­ti­vo está mal plan­tea­do, la into­xi­ca­ción con­du­ci­rá inva­ria­ble­men­te a malos resul­ta­dos. El empre­sa­rio tea­tral se cui­da de no dic­tar al dra­ma­tur­go el esque­ma de su obra, y es pre­ci­sa­men­te este error el que come­te el coman­dan­te en jefe si dice a los into­xi­ca­do­res lo que quie­re que pien­se el enemi­go: al hacer­lo, el coman­dan­te en jefe ima­gi­na que cono­ce las reac­cio­nes pro­ba­bles del enemi­go, mien­tras que los into­xi­ca­do­res están en una posi­ción mucho mejor para apre­ciar­las por expe­rien­cia. El coman­dan­te en jefe debe decir lo que quie­re que haga el enemi­go y dejar que los into­xi­ca­do­res deci­dan por sí mis­mos qué hacer creer al enemi­go para que actúe en la direc­ción requerida.

Un ejem­plo ilus­tra este pun­to: a prin­ci­pios de 1941, el gene­ral Wawell que­ría que los ita­lia­nos tras­la­da­ran sus reser­vas al sur de Abi­si­nia, para faci­li­tar su ata­que en el nor­te. Ima­gi­nó que esto podría lograr­se indu­cien­do a los ita­lia­nos a refor­zar su pre­sen­cia en el sec­tor bri­tá­ni­co de Soma­lia (que los ita­lia­nos aca­ba­ban de ocu­par) e ins­tru­yó un plan de into­xi­ca­ción para per­sua­dir a los ita­lia­nos de que está­ba­mos a pun­to de inva­dir Soma­lia. La into­xi­ca­ción esta­ba toda­vía en sus ini­cios en aque­lla épo­ca, y esta idea pare­cía, a pri­me­ra vis­ta, per­fec­ta­men­te adap­ta­da a la situa­ción. El plan de into­xi­ca­ción, ela­bo­ra­do igno­ran­do el ver­da­de­ro obje­ti­vo (que era influir en la dis­po­si­ción de las reser­vas ita­lia­nas) fue un éxi­to total; los ita­lia­nos esta­ban efec­ti­va­men­te per­sua­di­dos del inmi­nen­te ata­que a Soma­lia, pero reac­cio­na­ron de for­ma total­men­te impre­vis­ta: eva­cua­ron Soma­lia… El gene­ral Wawell no solo se vio obli­ga­do a recu­rrir a sus esca­sas fuer­zas para reocu­par la Soma­lia eva­cua­da por los ita­lia­nos, sino que las tro­pas ita­lia­nas eva­cua­das de Soma­lia refor­za­ron el Fren­te Nor­te y blo­quea­ron nues­tro avan­ce sobre Keren. Si el obje­ti­vo se hubie­ra expli­ci­ta­do cla­ra­men­te, el plan de into­xi­ca­ción habría sido sin duda dife­ren­te y habría pro­du­ci­do efec­tos dis­tin­tos en las dis­po­si­cio­nes del adversario.

Para con­cluir esta bre­ve pre­sen­ta­ción, ter­mi­na­ré repa­san­do las con­di­cio­nes para que un ser­vi­cio de into­xi­ca­ción ten­ga éxito:

  1. El ser­vi­cio res­pon­sa­ble de la into­xi­ca­ción debe estar orga­ni­za­do de tal mane­ra que todas sus accio­nes estén diri­gi­das a influir en el ser­vi­cio de inte­li­gen­cia con­tra­rio, y solo en él.
  2. El ser­vi­cio debe estar com­pues­to por ofi­cia­les expe­ri­men­ta­dos con un buen cono­ci­mien­to del per­so­nal del ser­vi­cio de inte­li­gen­cia enemi­go que cons­ti­tu­ye su audiencia.
  3. El coman­dan­te en jefe debe indi­car al ser­vi­cio encar­ga­do de la into­xi­ca­ción los resul­ta­dos que desea obte­ner y dejar a los res­pon­sa­bles de la into­xi­ca­ción –sus artis­tas– la liber­tad de ele­gir los medios que se uti­li­za­rán para obte­ner los resul­ta­dos deseados.
  4. El ser­vi­cio res­pon­sa­ble de la into­xi­ca­ción debe reci­bir el obje­ti­vo de las accio­nes que desea­mos que reali­ce el enemi­go para ase­gu­rar el éxi­to de nues­tras pro­pias operaciones.

Si se cum­plen efec­ti­va­men­te estas cua­tro con­di­cio­nes, los pro­ble­mas rela­ti­vos a la orga­ni­za­ción inter­na del ser­vi­cio encar­ga­do de la into­xi­ca­ción ten­drán poca impor­tan­cia y su solu­ción podrá adop­tar la for­ma que se con­si­de­re más ade­cua­da al con­tex­to nacio­nal y al tea­tro de operaciones.»

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