Liber­tad, segun­da par­te- Xabier Silveira

Pocas veces vuel­vo sobre mis pasos. Ya sea por que me da pere­za, que se me haya olvi­da­do por dón­de vine o sim­ple­men­te por no que­rer repe­tir erro­res a la inver­sa, yo miro hacia ade­lan­te. Como el que va pisan­do mier­da sin saber a cien­cia cier­ta si es él quien va pisan­do o es la mier­da quien lo pisa, yo p’alante, siem­pre p’alante. Pero vis­to que el camino reco­rri­do has­ta aho­ra podría mejo­rar­se en mucho, pro­be­mos a reto­mar lo deja­do a medias y a ver qué pasa. Igual coloca.

¿Qué será? ¿Quién será? Qui­zás sea la vida, que me está espe­ran­do fue­ra. Y salí y era ella, bien ves­ti­da, con olor a colo­nia de la cara. Qué menos que ir a cenar jun­tos. Y me fui de cena, a ver qué decía ella, la vida. Y qué va a decir la pobre, pues que está todo muy mal, que el horno no está para bollos y que a fal­ta de pan bue­nas son tor­tas. Y para tor­ta­zo, la cuen­ta. Por ir a Donos­tia me pasa. Como tam­bién a veces pasa esa de que ya que estoy aquí… y con unos cuan­tos potes me deja­ron la car­te­ra tem­blan­do y con lo jus­to para el par­king. No diré que al vol­ver se me encen­dió el chi­va­to de la gaso­li­na y paré a repos­tar, no lo diré por­que lo que se hace sin dine­ro es mejor no con­tar­lo en públi­co. Con el pea­je ocu­rre lo mis­mo, no se cuen­ta en público.

Des­per­té a la maña­na siguien­te sin resa­ca. ¿Quién tie­ne resa­ca des­pués de media bote­lla de vino y seis cañas? Sin resa­ca y sin dine­ro, ni remor­di­mien­to por haber lle­ga­do tar­de. ¿Cómo? ¡Si cie­rran a las dos!

y tras pasar por el caje­ro –putos caje­ros – , fui al súper a com­prar algo. Con la mitad de lo que me cos­tó la cena de la vís­pe­ra me hice con comi­da como para tres días, latas de cer­ve­za de las que con seis de ellas no pago una caña a pre­cio de barra, diez dosis de café al pre­cio de dos en una terra­za y aun mi bille­te de vein­te devol­vió algu­na mone­di­lla de las pequeñas.

Vol­ví a casa, corrí al Face­book, a You­tu­be, miré el correo, puse la tele, me acor­dé y puse tam­bién a des­car­gar mogo­llón de capí­tu­los de una serie, tres tem­po­ra­das com­ple­tas de otras series, qui­té la tele y encen­dí la Plays­ta­tion, jugué al fút­bol mien­tras hacía un pedi­do que no pien­so reco­ger a Buy-vip y aquí sigo, que no sé si voy o ven­go ni si es maña­na o ya a pasa­do. Pero a gus­to. ¡En casa como dios! ¡Libre!

Soy, comen­za­ba dicien­do en el ante­rior Jo Pun­tua, tan rea­cio como el que más a reci­bir órde­nes. (…) Según lle­gan se van, tal cual vinie­ron con su voz de man­do, ar, en bus­ca de algún otro obje­ti­vo más sus­cep­ti­ble al sí señor.

¡Eso pen­sa­ba yo! ¡Qué engreí­do! ¡Qué ilu­so! ¡Cabe­zahue­ca! ¿Pero aca­so fui yo quien deci­dió –libre­men­te y sin inje­ren­cias exter­nas– hacer de mi casa una cel­da con el patio en el bar de enfren­te? ¿Es casua­li­dad que todo a nues­tro alre­de­dor se haya dise­ña­do para ais­lar­nos del res­to y con­fi­nar­nos en casa hacien­do nada? Lo dudo, yo antes no era así, y sé per­fec­ta­men­te que la gen­te no cam­bia. Yo des­de lue­go paso de este rollo, maña­na mis­mo lo dejo.

Ongi eto­rri kar­tze­la­ra, Iosu.

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