Esta­dos Uni­dos. López Obra­dor y Biden: la lec­tu­ra entre líneas de un pri­mer round de sombra

Por Javier Buen­ros­tro, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 6 de mar­zo de 2021. 

El pasa­do 1 de mar­zo se lle­vó a cabo la pri­me­ra con­ver­sa­ción tele­fó­ni­ca entre el pre­si­den­te de Méxi­co, Andrés Manuel López Obra­dor, y el de EE.UU., Joe Biden, quien toda­vía anda estre­nan­do inves­ti­du­ra. Según comen­tó López Obra­dor en una con­fe­ren­cia maña­ne­ra, la reu­nión se dio en un ambien­te de res­pe­to, amis­tad y colaboración. 

A tra­vés de un comu­ni­ca­do con­jun­to, ambos pre­si­den­tes die­ron a cono­cer que se com­pro­me­tie­ron a tra­ba­jar jun­tos para com­ba­tir la pan­de­mia del covid-19, revi­ta­li­zar la coope­ra­ción eco­nó­mi­ca y a explo­rar áreas de cola­bo­ra­ción fren­te al cam­bio cli­má­ti­co. Tam­bién des­ta­ca­ron la impor­tan­cia de com­ba­tir la corrup­ción y de coope­rar en mate­ria de segu­ri­dad. En este pri­mer encuen­tro no hubo una sola dis­cre­pan­cia.

Fue una lla­ma­da de reco­no­ci­mien­to, para rom­per el hie­lo y dar por ter­mi­na­da la espe­cu­la­ción de cuán­do podría ocu­rrir y en qué tér­mi­nos. En tér­mi­nos boxís­ti­cos, no lle­gó ni siquie­ra a un round de som­bra. No cabe duda que se tra­tó de un encuen­tro con todos los ingre­dien­tes de la diplo­ma­cia inter­na­cio­nal: mucho pro­to­co­lo y poco sus­ten­to.

Esto es con­ve­nien­te para ambos man­da­ta­rios en una pri­me­ra ins­tan­cia. Biden ape­nas está aco­mo­dan­do sus cosas en la Casa Blan­ca y eva­luan­do el desas­tre admi­nis­tra­ti­vo que le here­dó Donald Trump. Su aten­ción y preo­cu­pa­ción está, igual que la de López Obra­dor, en esta­ble­cer un pro­gra­ma de vacu­na­ción masi­va que per­mi­ta la reac­ti­va­ción eco­nó­mi­ca. La segun­da es impo­si­ble sin la pri­me­ra en cual­quier par­te del mun­do, eso está claro.

Por otra par­te, la pala­bra que repi­tió ince­san­te­men­te López Obra­dor fue: sobe­ra­nía. Dis­cur­si­va­men­te, en la rela­ción de Esta­dos Uni­dos y Méxi­co –como cual­quie­ra otra asi­mé­tri­ca entre paí­ses- siem­pre se reite­ra que se da en tér­mi­nos de res­pe­to y dig­ni­dad, de igua­les. Pero pocas veces esta narra­ti­va es lle­va­da a la práctica.

Esta vez pare­ce dife­ren­te. López Obra­dor habla de sobe­ra­nía pero no solo dis­cur­si­va­men­te, sino que la lle­va a la prác­ti­ca. En los últi­mos días, y como mar­co de la lla­ma­da tele­fó­ni­ca, se dio en Méxi­co una refor­ma muy impor­tan­te a la indus­tria eléc­tri­ca, que vuel­ve a dar­le al país lati­no­ame­ri­cano la sobe­ra­nía que esta­ba per­dien­do ante las empre­sas pri­va­das, prin­ci­pal­men­te esta­dou­ni­den­ses y españolas.

Como era de espe­rar­se, esto ha sido asu­mi­do con malos ojos por las empre­sas pri­va­das que ven cómo se les esca­pa un nego­cio del que se han bene­fi­cia­do por años, y que creían que segui­ría así mucho tiem­po más. Pero como lo dice López Obra­dor, Méxi­co no deber ser un terri­to­rio de con­quis­ta o saqueo, y menos a cos­ta de su sobe­ra­nía energética.

Y aun­que empre­sa­rios, cabil­de­ros y fun­cio­na­rios esta­dou­ni­den­ses han mani­fes­ta­do su des­acuer­do ante los cam­bios lega­les, lo cier­to es que Joe Biden no men­cio­nó nada al res­pec­to en la reu­nión y se man­tu­vo en los már­ge­nes de una con­ver­sa­ción sin ries­gos ni pun­tos de des­en­cuen­tro. Y el tema de la indus­tria eléc­tri­ca no es el úni­co polé­mi­co, a nivel inter­na­cio­nal, en el que el gobierno de López Obra­dor está meti­do en defen­sa de su soberanía.

Hace unos días, Pemex y Bras­kem, filial de Ode­brecht, alcan­za­ron un acuer­do para modi­fi­car el con­tra­to de sumi­nis­tro de gas, con lo que la empre­sa paga­rá aho­ra el pre­cio inter­na­cio­nal de refe­ren­cia y no al pre­cio pre­fe­ren­cial, que se había acor­da­do en 2010, duran­te la admi­nis­tra­ción de Feli­pe Cal­de­rón. Esta rene­go­cia­ción del con­tra­to sig­ni­fi­ca un aho­rro de casi 700 millo­nes de dóla­res para el Esta­do mexicano.

De igual for­ma, Pemex anun­ció que ya no reno­va­ría un con­tra­to con la cali­fi­ca­do­ra Fitch, fir­ma que eva­lua­ba, entre otras cosas, la deu­da de la petro­le­ra esta­tal. Estas cali­fi­ca­do­ras, que fue­ron inca­pa­ces de anti­ci­par la cri­sis finan­cie­ra de 2008, ya sea por inep­ti­tud o corrup­ción, sue­len ejer­cer pre­sio­nes a los paí­ses emer­gen­tes, que los ori­llan muchas veces a con­tra­tar deu­das inter­na­cio­na­les con altas tasas de interés.

Sobre todo esto, Biden no men­cio­nó nada de momen­to. La plá­ti­ca de alre­de­dor de media hora se cen­tró en los temas migra­to­rios, en las tác­ti­cas de cada país para com­ba­tir la pan­de­mia y en cómo se vis­lum­bra la reac­ti­va­ción eco­nó­mi­ca. Aun­que pudie­ra pare­cer cues­tión sin impor­tan­cia, el hecho que Biden haya man­te­ni­do el carác­ter de la reu­nión en tér­mi­nos amis­to­sos y diplo­má­ti­cos, sin pre­ten­der ame­dren­tar al inter­lo­cu­tor, es algo muy valio­so y sig­ni­fi­ca­ti­vo para la nue­va eta­pa de la rela­ción Méxi­co-Esta­dos Unidos.

Todos recor­da­mos la arro­gan­cia y la inti­mi­da­ción que prac­ti­ca­ba Donald Trump. Esos apre­to­nes de mano, lo mis­mo a los riva­les inter­nos que a los pre­si­den­tes de otros paí­ses, inclu­yen­do al pro­pio Emma­nuel Macron, de Fran­cia. No olvi­da­mos su len­gua­je cor­po­ral con­tra las muje­res, lo mis­mo para Hillary Clin­ton en cam­pa­ña que con Ange­la Mer­kel, la pode­ro­sa can­ci­ller ale­ma­na. Trump era un tipo sin for­mas y eso crea­ba un impor­tan­te espa­cio de ten­sión entre los interlocutores.

Joe Biden no es así. No tie­ne la vul­ga­ri­dad y el poco tac­to que carac­te­ri­za­ba a Trump. Pero en el fon­do no es un caba­lle­ro como la gen­te lo supo­ne, sino sim­ple­men­te otro man­da­ta­rio esta­dou­ni­den­se que ejer­ce­rá una pre­si­den­cia impe­rial. Mues­tra de ello es el bom­bar­deo que reali­zó con­tra Siria hace ape­nas unos días, solo para hacer notar que Esta­dos Uni­dos está de vuel­ta en el vecin­da­rio de Medio Orien­te, con la mis­ma natu­ra­le­za ase­si­na y abu­si­va de siempre.

Vere­mos qué resul­ta en los siguien­tes meses, cada vez que Méxi­co pre­ten­da hacer valer su sobe­ra­nía, esa que hipo­te­ca­ron los últi­mos pre­si­den­tes neo­li­be­ra­les a cam­bio de con­tra­tos con empre­sas inter­na­cio­na­les, que solo bene­fi­cia­ban a los pri­va­dos y a los fun­cio­na­rios en turno, pero nun­ca a México.

Aun­que todo mun­do cla­ma que esta defen­sa de la sobe­ra­nía le abri­ría varios fren­tes al gobierno de López Obra­dor, per­so­nal­men­te creo que pasa­ría lo mis­mo que en la rene­go­cia­ción de los con­tra­tos entre Pemex y la filial de Ode­brecht. Los nue­vos acuer­dos siguen sien­do bené­fi­cos para los pri­va­dos, pero ya no se tra­ta de las con­di­cio­nes entre­guis­tas y las ganan­cias estra­tos­fé­ri­cas del pasa­do. Dicen en mi pue­blo: hay que ser puer­co pero no tan trompudo.

La rela­ción ente Méxi­co- Esta­dos Uni­dos segui­rá aca­pa­ra­da por los temas clá­si­cos: migra­ción, nar­co­trá­fi­co, lava­do de dine­ro, trá­fi­co de armas, pro­ble­má­ti­cas fron­te­ri­zas, etcé­te­ra. Pero ha que­da­do cla­ro que un con­cep­to añe­jo que nun­ca fue inclui­do por los ante­rio­res gobier­nos de Méxi­co, aho­ra ten­drá un papel pre­pon­de­ran­te: res­pe­to a la sobe­ra­nía nacio­nal. Y no solo en el discurso.

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