Nues­tra­me­ri­ca en los pla­nes del imperialismo

Ponen­cia reela­bo­ra­da des­pués del deba­te onli­ne del pasa­do 25 de julio en este evento.

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La Segunda Guerra Mundial fue efecto directo de la Gran Depresión de 1929. Para contrarresta el prestigio de la URSS, de las luchas por el socialismo y por la liberación antiimperialista, se añadiría un cuarto frente a la lista de tres expuesta arriba: la apariencia de respeto a los derechos humanos, campañas como «la alianza por el progreso», etc., destinadas a legitimar a Occidente y debilitar a las izquierdas. Esta propaganda ocultaba, empero, un debate estratégico que se libraba en el Pentágono en esos momentos y sobre todo durante la guerra de Corea de 1951-1953: «contener» la expansión comunista mediante guerras de contención y negociaciones, o derrotar a la URSS y a China con la guerra nuclear localizada hasta destruir el socialismo e instaurar el capitalismo.

El debate fue áspero, pero el Pentágono comprendió que no tenía recursos suficientes para aplastar todos los estallidos revolucionarios que surgirían por el mundo. Pero la «contención» no anulaba el uso masivo del terror no nuclear, sino que lo justificaba para no tener que llegar al empleo de la «bomba»: una especie de versión reaccionaria del principio del mal-menor, que por sí mismo no resolvió nada. Como veremos, el terror masivo fue aplicado no solo contra Nuestramérica, sino contra Vietnam y, en forma de terror aéreo, contra Camboya y Laos, también fue aplicado de manera salvaje contra Indonesia con el exterminio de centenares de miles de progresistas y comunistas y a una menor escala contra las izquierdas de Malasia… No nos extendemos aquí sobre la represión de los derechos sindicales, sociales, democráticos, etc., en el corazón mismo de Estados Unidos, de la Europa capitalista y de Japón…

Lo que libró a la humanidad del holocausto nuclear fueron tres factores: la advertencia de la URSS de que no aceptaba ninguna guerra nuclear regional, localizada, sino que respondería con todo su arsenal lanzado a los centros de poder en Estados Unidos; la probabilidad de que surgieran revueltas e insurrecciones en muchas zonas; y las inmediatas reacciones de la URSS en Corea, Vietnam y Oriente Medio nada más enterarse de que Estados Unidos e Israel pensaban usar la «bomba». La crisis de los misiles en Cuba de 1962, que era una respuesta soviética al hecho de que Estados Unidos había instalado cohetes nucleares en Turquía apuntando a Moscú, se resolvió dentro de estos parámetros, pero la victoria fue yanqui, que no retiró los suyos de Turquía pese a haber negociado con la URSS que ambas potencias retirarían los suyos.

En Nuestramérica fueron aplicadas las cuatro grandes características vistas con ritmos diferentes al principio, pero en una fecha tan temprana como 1952 Estados Unidos ya do el golpe de Estado en Cuba imponiendo al criminal Batista iniciando una multi-guerra a la vez secreta, pero a la vez pública contra este pueblo, y en 1954 dan otro golpe de Estado en Guatemala; otro en 1964 en Brasil; la invasión de República Dominicana en 1965; el recrudecimiento de la represión en la Guatemala de 1966… Pero otras veces bastaba la represión autóctona sin tener que pedir ayuda a Estados Unidos: en 1968 la Masacre de Tlatelolco en México con no menos de 400 estudiantes asesinados.

Esta contrainsurgencia no lograba detener el ascenso de la dignidad así que desde 1975 se centralizan las represiones múltiples mediante el Plan Cóndor que pasa a dirigir los golpes militares realizados desde 1954 hasta ese momento en Paraguay, Bolivia, Chile, Uruguay, de nuevo Brasil y Argentina, pero que se extenderá a otros países en casos determinados, como Perú, etc., en los que actúan grupos policiales de otros Estados secuestrando y trasladando víctimas que, para mediados de los años 80 se calculan en no menos de 80.000 asesinados y desaparecidos, y no menos de 400.000 detenidos, por no hablar de las decenas de miles que tuvieron que desaparecer de la vida pública.

El golpe fue tan devastador que algunas izquierdas plantearon la necesidad de volver a leer a Tucídides, quien hace 2.500 años explicó la muy actual contrainsurgencia de los espartanos contra los ilotas, pueblo esclavizado: viendo que no acababan con sus rebeliones les dijeron que serían admitidos en la vida pública si abandonaban la clandestinidad; los ilotas debatieron y aceptaron la propuesta, y quienes salieron en público fueron incluso homenajeados por los espartanos… hasta que una noche fueron exterminados todos los resistentes. Como se ve, la credulidad de las y los explotados con las promesas del explotador viene de muy lejos…

A la vez, Estados Unidos se vuelcan a favor de la dictadura que reprime el avance de la guerrilla en El Salvador y desde 1981 lanza una implacable guerra contra Nicaragua. En 1984 invade Granada y en 1989, Panamá. La trágica historia de Haití enseña otra lección permanente: la obsesión imperialista por borrar toda memoria de lucha y de victoria revolucionaria: en 1991 Estados Unidos invaden el país para mantener en el poder, a pesar de la derrota electoral, al dictador R. Cedras. En 2003 da un golpe de Estado para aplastar al gobierno democráticamente elegido de J.B. Aristide. En 2004 endurece la guerra sucia interna para frenar el avance de la libertad, volviendo a ocupar el país. Desde entonces, este pueblo ha sido sometido a un torniquete tal que en junio de 2020 y bajo los golpes del Covid-19, se debe decir que «Haití se asfixia»: el capital no tolera ninguna lección de libertad como la dada por este pueblo en su revolución de 1803 porque debe exterminarse también su valor simbólico y moral, ético. Exactamente lo mismo le sucede a Cuba y el golpe de 2002 contra la Venezuela de Chávez buscaba otro tanto, ataque intensificado hasta hoy.

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