Por Rosa Miriam Elizalde, Resumen Latinoamericano, 14 mayo 2020
foto: «Gusano» anticubano Mario Félix Lleonart Barroso
Pocas horas antes del ataque contra la Embajada de Cuba en Washington,
una mujer con impermeable rojo, lentes oscuros, tapaboca y capucha, fotografiaba
la fachada de la casona de la Calle 16 en el barrio Adams-Morgan. Las cámaras
de seguridad la grabaron a plena luz del día y, a pesar del disfraz, los funcionarios
de la sede diplomática la reconocieron perfectamente. Es la esposa de un
militante de la “causa” anticastrista, Mario Félix Lleonart Barroso que,
curiosamente, resulta ser común denominador de personajes e instituciones relacionados
con esta trama.
Lleonart Barroso, pastor bautista nacido en Cuba y vecino de Washington
DC, hace alardes en redes sociales de su estrecha relación con la Doral Jesus
Worship Center ‑una iglesia ubicada en el epicentro de la contrarrevolución
venezolana y cubana de Miami- y con sus amigos del Departamento de Estado, cuya
página en Twitter lo publicitan en una entrevista como “perseguido por su fe en
Cuba, donde soportó años de amenazas y detenciones” (tweet del 16 de enero de
2020).
El nombre de este individuo, un “asiduo participante en los actos de
hostigamiento” contra los cubanos en Washington, es solo una pista en el arsenal
de pruebas que ofreció este martes el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla. El ministro llamó “ataque terrorista” al
tiroteo contra la sede diplomática el pasado 30 de abril, cuyo protagonista es
otro pastor nacido en Cuba, vinculado también a la iglesia de Doral y a
individuos muy activos en esa congregación que, no muy cristianamente, han
solicitado matar con drones a Raúl Castro y al presidente Miguel Díaz-Canel.
A Alexander Alazo Baró, el autor del tiroteo, lo han presentado como
un enfermo psiquiátrico asediado por fantasías persecutorias, mientras el régimen
de Trump ha engavetado su expediente en medio de un apagón informativo. Lo
extraordinario es que, salvo las imágenes tomadas desde la Embajada que fueron
divulgadas el martes, las escandalosas evidencias han estado al alcance público.
Se puede halar fácilmente de la cuerda de las redes sociales y encontrar los
nexos entre estos señores con terroristas de la vieja escuela de las bombas bajo
los autos, como Ramón Saúl Sánchez. También, con las voces más violentas de la
maquinaria política anticubana y antivenezolana de Miami, y hasta con la Casa
Blanca. O con todos a la vez.
El Vicepresidente Mike Pence fue el orador
principal de una “celebración religiosa” en el Doral Jesus Worship Center, que
contó con la asistencia del gobernador de la Florida Ron DeSantis, los senadores Marco Rubio y Rick
Scott, y el representante Mario Diaz-Balart. El encuentro del 1 de febrero de
2019 fue particularmente comentado, porque Pence prometió desde el púlpito la
cabeza de Nicolás Maduro en “cuestión de días o semanas» y
Díaz-Balart, exaltado, dijo que Cuba y Venezuela padecían “el mismo cáncer”.
También, porque fue considerado como uno de los primeros actos electorales a
favor de la reelección de Donald Trump.
La agencia AP se hizo eco ese día de las declaraciones de la
representante demócrata Debbie Wasserman Schultz, puro sentido común: «La política exterior
es política interna en el sur de la Florida”.
Aunque el Secretario de Estado Mike Pompeo y algunos de sus subordinados ‑incluidos los de la OEA- hablan un día sí y otro también de Cuba para torpedear la colaboración médica cubana, las autoridades de los Estados Unidos han evitado pronunciarse sobre los asuntos medulares de este caso, que hoy jueves tiene una audiencia preliminar en la corte del distrito de Columbia.
Bruno
Rodríguez, por ejemplo, hizo preguntas de lógica elemental: ¿qué
responsabilidad tiene el Doral Jesus Worship Center? ¿Cómo alguien con
trastornos mentales puede tener una licencia para portar armas y viajar miles
de kilómetros con un fusil de asalto sin ser detectado? ¿Cuáles son los
vínculos del pistolero con la maquinaria anticubana de la Florida? ¿Qué peso
tiene el discurso de odio en la trama? ¿Qué hacía la esposa de Lleonart, un
pastor que hace alardes de sus encuentros con Trump y Pompeo, merodeando disfrazada
por la Embajada cubana pocas horas antes del atentado?
El Canciller cubano emplazó
a la Casa Blanca y al Departamento de Estado a explicar qué saben sobre los vínculos
entre el atacante de la Embajada y los que impulsan a la violencia contra la
Isla. Exigió una respuesta sobre qué los mueve a no denunciar el hecho, aunque adelantó una hipótesis: “Un gobierno que defiende
como legítimo castigar a toda la población de un país, como lo hace el gobierno
de EEUU con el bloqueo económico, es en la práctica un incitador al odio contra
Cuba.”
En este ataque el único cubano que recibió un balazo fue José Martí,
la estatua de metal que domina el pequeño jardín de la Embajada. Pero pudo
haber ocurrido una masacre esa madrugada del 30 de abril en la casona de la
Calle 16 de Adams-Morgan. Diez funcionarios estaban dentro del edificio cuando
las balas perforaron la puerta de entrada. Si alguien hubiera muerto, quizás
estaríamos en el mismo punto: Washington reacciona a la agresión en su propio
patio incluyendo a Cuba en “la lista de países que no colaboran con la lucha
antiterrorista” (sic), como ocurrió ayer. Mientras, la Isla continúa exigiendo
a la Casa Blanca más coherencia y menos cinismo, porque la impunidad y el
crimen van juntos, se generan, se cultivan y alientan, se disimulan, se
reproducen, se imitan, se aplauden.
Al analizar la serie de pinturas de Goya titulada “Los desastres de la
guerra”, el hispanista francés Paul Lefort anotó que “siempre que hay un salto
cualitativo en el uso de la violencia hay alguien dispuesto a superarlo”. Si Trump y Pompeo siguen en las mismas, ¿qué
vendrá después del asalto a la Embajada?