Contexto y contenido de las Tesis
¿Qué pueden aportarnos ahora, a finales de 2016, las Tesis de abril de Lenin, escritas en ese mes de 1917, justo después de la revolución de marzo y medio año antes de la revolución de octubre? ¿Es correcto retroceder un siglo para descubrir si siguen valiendo estas fundamentales tesis ahora que en sectores de la izquierda abertzale domina un lento evolucionismo basado en prolongados pactos electoralistas con la burguesía y el reformismo estatal? ¿Por qué retroceder hasta Lenin cuando es sabido que el socialismo no tiene futuro y lo mejor es agarrarse a esa nube inasible llamada «anticapitalismo»?
La sociedad ha cambiado mucho en este último siglo, lo que demuestra la corrección teórica y política del método de pensamiento basado en el marxismo. La sociedad ha cambiado debido precisamente a la lucha de clases y en especial a las guerras de liberación nacional, victoriosas o no, que han librado y libran los pueblos trabajadores oprimidos. Esta tesis central –la lucha de clases es el motor de la historia– se ha confirmado de nuevo con las transformaciones ocurridas en este siglo precisamente en cuestiones que Lenin y otras revolucionarias y revolucionarios adelantaron entonces.
Los cambios capitalistas no han sido debidos a la maldad o bondad moral de su clase dominante, sino que se han dado por las presiones de la lucha abierta o soterrada, pero siempre activa, entre el capital y el trabajo. La evolución social es solo un momento transitorio e inestable, fugaz, en el proceso de lucha de clases, proceso mundial en el que las múltiples crisis desgarran violentamente la placidez evolucionista. Toda evolución es solo una parte del proceso de unidad y lucha de contrarios. La ciencia en su conjunto, sobre todo la biología, muestra que el cambio brusco del que surge lo nuevo actúa en todas partes aunque con temporalidades diferentes.
La creciente virulencia de las crisis y su interconexión sinérgica, despierta espantados a los ideólogos reformistas que roncaban felices en sus sueños evolucionarios. Pero también se despiertan los revolucionarios dogmáticos que ven hundirse sus credos inamovibles e incuestionables.
Las Tesis de abril supusieron un golpe insoportable para unos y otros, reformistas y dogmáticos. Para los primeros porque les mostró que era imposible creer que se normalizaría la limitada democracia burguesa establecida en febrero de 1917, y que, por tanto, el evolucionismo volvería a imperar tras el susto de los soviets. Para los segundos, los dogmáticos que seguían pensando en que había que confiar políticamente en la burguesía «democrática» y que no tenía sentido predicar la toma del poder, porque les demostró que en las situaciones de crisis sistémica como aquella, pueden llegar a ser decisivas la conciencia revolucionaria y el pueblo trabajador autoorganizado como partido.
En realidad, lo que estaba en discusión por parte de Lenin y del pequeño número de seguidoras y seguidores que tenía entonces dentro de la dirección bolchevique, era la vital cuestión de la independencia política de las clases y pueblos explotados, la cuestión de que no podían fiarse nada de las promesas de un gobierno que defendía descaradamente los intereses del capital, que proseguía la guerra, que no atacaba a la derecha y que preparaba la represión de la izquierda revolucionaria, como así sucedió. Las Tesis de abril actualizaban en 1917 las tesis de Marx y Engels de 1850, extraídas de la derrota europea de 1845, de que el proletariado no podía en modo alguno dejarse dirigir ni por la burguesía ni por la pequeña burguesía radicalizada momentáneamente por la crisis, porque una vez tomado el poder parcial o total, o incluso antes, esta pequeña burguesía atacaría a las clases trabajadoras.
De una u otra forma, esta cuestión crítica fue a su modo uno de los puntos de separación entre el socialismo utópico y el comunismo utópico. Los primeros creían en la burguesía «moderna», los segundos sabían empíricamente que era falsaria y asesina. No tiene sentido retroceder más en la historia de la discrepancia entre el reformismo y la izquierda sobre la independencia de clase, debate histórico ya germinal en las revoluciones burguesas cuando sectores de trabajadores y campesinos, también de esclavos y sobre todo de mujeres concienciadas, aprendieron a golpes y con la guillotina que la burguesía era su enemigo, y que la pequeña burguesía era, por debajo de sus soflamas, cobarde y traicionera. Desde 1848 el veredicto histórico es inapelable a favor de la izquierda y en contra del evolucionismo y del dogmatismo, a pesar de que, por razones fáciles de entender, estas ideologías resurgen periódicamente en contra de toda evidencia.
Antes de analizar los cambios habidos en este siglo debemos recordar que las Tesis de abril son producto de la profunda renovación del método marxista que se produjo a comienzos del siglo XX en respuesta a los cambios objetivos y subjetivos habidos en el capitalismo durante la crisis de 1871 – 1873 y 1896. Desde la Comuna de 1871 hasta el textito premonitor de Engels sobre el capital financiero de 1890, pasando por la Conferencia de Berlín de 1884 – 1885, por citar tres acontecimientos muy diferentes pero unidos por la lógica del beneficio, se sentaron las condiciones que propiciaron la explosión de creatividad teórica marxista en, al menos, nueve bloques teóricos: el surgimiento de una burguesía ociosa, rentista y parasitaria, el papel crecientes del capital financiero, el surgimiento del imperialismo, el papel del militarismo, la teoría del Estado, la importancia mundial de las luchas de liberación nacional, la mundialización definitiva de la lucha de clases y la pérdida de centralidad de Europa, la importancia del feminismo socialista y obrero, y, por no extendernos, la recuperación de la dialéctica materialista.
Lenin fue uno más en esta tarea colectiva, pero destacó por su tremenda capacidad de síntesis y resumen de lo que tenían de positivo e innovador las aportaciones de otras revolucionarias y revolucionarios. Su exquisito dominio de la dialéctica es el secreto de tal capacidad y las Tesis de abril son una de sus expresiones más notables porque, en el plano de la independencia de clase del proletariado, piedra angular de la estrategia y tácticas revolucionaria, recupera y reinstaura la tesis de 1850 basándose en todas las aportaciones anteriores. Otras y otros marxistas ya habían llegado a la misma conclusión, pero nadie como él había ayudado a construir el instrumento imprescindible sin el cual las Tesis de abril apenas servían para algo: el partido revolucionario. Efectivamente, sin el partido revolucionario las Tesis se quedaban en un valioso documento inútil en la práctica. Más aún, sin ese partido que empezó a crearse definitivamente en 1902 nunca Lenin hubiera podido escribir las Tesis de abril. La dialéctica entre partido colectivo y creatividad teórica individual vuelve a demostrarse aquí como una constante, mientras que, por el lado contrario, se demuestra la dialéctica entre ideología evolucionista y partido informe y laxo en sus exigencias pero dominado por una burocracia.
Lenin fue uno más en esta tarea colectiva, pero destacó por su tremenda capacidad de síntesis y resumen de lo que tenían de positivo e innovador las aportaciones de otras revolucionarias y revolucionarios. Su exquisito dominio de la dialéctica es el secreto de tal capacidad y las Tesis de abril son una de sus expresiones más notables porque, en el plano de la independencia de clase del proletariado, piedra angular de la estrategia y tácticas revolucionaria, recupera y reinstaura la tesis de 1850 basándose en todas las aportaciones anteriores. Otras y otros marxistas ya habían llegado a la misma conclusión, pero nadie como él había ayudado a construir el instrumento imprescindible sin el cual las Tesis de abril apenas servían para algo: el partido revolucionario. Efectivamente, sin el partido revolucionario las Tesis se quedaban en un valioso documento inútil en la práctica. Más aún, sin ese partido que empezó a crearse definitivamente en 1902 nunca Lenin hubiera podido escribir las Tesis. La dialéctica entre partido colectivo y creatividad teórica individual vuelve a demostrarse aquí como una constante, mientras que, por el lado contrario, se demuestra la dialéctica entre ideología evolucionista y partido informe y laxo en sus exigencias pero dominado por una burocracia.
Las Tesis de abril son, por eso, algo más que una demostración del peligro del evolucionismo y del dogmatismo cuando se trata de asegurar la independencia política del pueblo trabajador, son también una demostración de la necesidad de construir una organización revolucionaria que defienda esa independencia política, que combata la supeditación de las oprimidas y oprimidos a la mediana y pequeña «burguesía nacional». Esta segunda característica de las Tesis leninistas es también de una actualidad innegable, como veremos al estudiar el presente.
La Tesis tienen además una tercera característica, que perfectamente pudiera ser la primera o la segunda, sin la cual no se entienden las otras dos y que explica, por un lado, por qué fueron rechazadas por los dogmáticos de la dirección bolchevique pero aceptadas al instante por la militancia que llevaba lustros en la lucha a pie de barro y, por otro lado, por qué existe una incompatibilidad irreconciliable entre el evolucionismo y las Tesis de abril: la dialéctica de los saltos bruscos en la historia, la irrupción del cambio cualitativo en los procesos, el surgimiento de lo nuevo que destroza los dogmas y la conformista placidez evolucionista, como también veremos.
Los cambios intensos y bruscos rompen la placidez dogmática y evolucionista. Descubrir qué cambia y qué permanece es la base de la praxis humana. La esencia de un proceso es lo que le identifica en cuanto tal y le diferencia de los demás. Las Tesis de abril explican cómo la revolución rusa dio un salto cualitativo de su forma democrático-burguesa a su forma socialista aun siendo en su esencia una revolución socialista. La mayoría de la dirección bolchevique fue incapaz de entenderlo en un primer momento porque era muy pobre o inexistente su dominio del método dialéctico. Debido a ese cambio, decían las Tesis, la burguesía como clase se opondría resueltamente a cualquier avance obrero y campesino, convirtiéndose objetivamente en la enemiga mortal del pueblo.
Desde hacía años, el bolchevismo había ido creando un partido militante educado para la revolución socialista aunque tuviera que pasar previamente por la fase democrático-burguesa. En las condiciones de la época, el partido buscaba prefigurar el socialismo futuro en cada documento, análisis o debate relacionando las tácticas con la estrategia y con los objetivos, las luchas por las reformas democráticas inadmisibles por el zarismo con las reivindicaciones revolucionarias inasumibles por la burguesía. Pese a limitaciones y errores lógicos, la militancia comprendió inmediatamente en la primavera de 1917 que las reformas democrático-burguesas conquistadas en febrero no servirían como trampolín para el salto al socialismo sino como un freno insalvable.
Coincidieron con las Tesis de abril desde el principio porque se habían formado no en la mentalidad reformista menchevique según la cual era inevitable y hasta positivo pasar el largo desierto de la fase de alianza supeditada a la burguesía «democrática», sino en la mentalidad bolchevique de que inevitablemente, tarde o temprano, estallaría la lucha a muerte con esa burguesía y había que estar preparados pare ese momento. En 1905 se rozó ese momento crítico pero la revolución fue aplastada antes de llegar a él. Entre verano de 1916 y febrero de 1917 se precipitaron las condiciones para la transitoria victoria burguesa lograda con sangre campesina y obrera. Pero su fulgor se agotó casi en su mismo nacimiento: las Tesis de abril demuestran que la burguesía como clase se había pasado definitivamente a la contrarrevolución y que la revolución sería socialista o no sería.
Fue entonces cuando se demostró lo correcto de la paciente anticipación histórica: la militancia no dudó en lanzarse a la revolución socialista desbordando a una dirección mayoritariamente evolucionista; la tarea de prefigurar el socialismo en las peores condiciones rindió sus frutos porque fue muy sencillo demostrar que la cuestión del poder de clase era la decisiva a partir de ese momento; y la metódica formación en lo esencial de la teoría marxista en las condiciones de un analfabetismo dominante facilitó a la militancia responder a las preguntas de las clases y pueblos explotados, prendiendo la mecha de la explosión de creatividad cultural de la revolución rusa. La miopía reformista cree desde finales del siglo XIX que el capitalismo hace tiempo que entró en otra fase que ha hecho obsoletas las lecciones del pasado. Una y otra vez los hechos han negado semejante idealismo, y una y otra vez el reformismo busca excusas para esa creencia ridiculizada siempre.
Lo peor de semejante impotencia es que termina aceptando contra toda lógica y principio de precaución las mentiras y falsas promesas de la clase y Estado dominante. La credulidad reformista no tiene cura. La hasta ahora última ingenuidad es la de la izquierda abertzale oficial al creerse las promesas del Estado español, convencer/forzar a ETA para su desarme, desactivar la lucha de clases y de masas, liquidar la teoría de la organización revolucionaria y someterse al cepo de la democracia del opresor, todo con la creencia que, por primera vez en la historia, el Estado español y la burguesía vasca cumplirían sus promesas.
Las Tesis de abril demostraban ya en 1917 lo suicida de semejante creencia. Antes de ellas y después de ellas, la experiencia histórica demostraba y demuestra exactamente lo mismo. Negar la historia es repetir las derrotas populares. Por esto hay que debatir las Tesis y extraer sus lecciones para el presente.
Las Tesis en el capitalismo actual
Cien años después de las Tesis la sociedad burguesa se ha mundializado irreversiblemente y la lucha de clases ha desbordado desde hace tiempo los estrechos márgenes europeos, como ya estaba previsto y afirmado entonces. La llamada ley general de la acumulación capitalista, descubierta y descrita en la década de 1860 y que siempre fue negada con insultos y mofas en los cada vez más menguantes períodos de expansión económica, ha vuelto desde 2007 a demostrar su valía y veracidad. Como todas las leyes sociales, esta también es tendencial y emerge cruel a la superficie cuando las crisis descubren las contradicciones esenciales del capital: mientras que domina la «normalidad» superficial y aparente, la ley general de la acumulación ruge en las calderas subterráneas del sistema, y negarla es fácil y hasta y rentable económicamente para la ignorante casta intelectual.
Pues bien, la novedad de la actual crisis radica en la aceleración tremenda de la ley general de la acumulación capitalista hasta el grado definitivo y novedoso de que se ha impuesto ya la subsunción real del trabajo en el capital.
En las sociedades precapitalistas las relaciones de trabajo exigían subordinación y dominación, pero muchos trabajadores disponían de recursos propios individuales o colectivos para resistirse, para abandonar el trabajo, para simultanear el trabajo asalariado con otro trabajo propio, o simplemente se negaban al trabajo explotado. La burguesía ascendente necesitaba acabar con esta independencia o autonomía, destruirla, imponer solo el trabajo asalariado a masas trabajadoras carentes de todo excepto de su fuerza de trabajo. Cuando se extendió el capitalismo se desarrolló la subsunción formal en la que las y los trabajadores, también niñas y niños, eran explotados en fábricas muy controladas durante muchas horas de trabajo agotador, subordinado y dominado. Pero ahora surge una diferencia con respecto a las sociedades anteriores: con la subsunción formal capitalista, pese a ser limitada porque muchas trabajadoras y trabajadores mantiene aún cierta autonomía de recursos propios, sin embargo ha surgido ya la figura del empresario específicamente capitalista, y lo que es peor, la ideología del trabajo asalariado como única forma normal, legal y virtuosa de trabajo.
Pero el capital lo quiere todo para sí y no tolera esa pequeña autonomía del trabajo, que limita sus beneficios, por lo que, además de otras razones como la competencia y el ahorro del tiempo de trabajo, introduce maquinaria masivamente para derrotar las luchas obreras, para aumentar las ganancias, etc. Esta es la subsunción real que se basa en la intensificación material y moral del trabajo explotado mediante el maquinismo absoluto –sea un ordenador cuántico o una vieja excavadora– que a su vez lo mercantiliza absolutamente todo, deshumanizando a la clase trabajadora que se degrada en simple tuerca material y moral de la producción capitalista, es decir, se ha entrado ya en el capitalismo pleno, con sus contradicciones esenciales al límite de su destructividad.
Ser consciente de ello es decisivo para reforzar los objetivos históricos, la estrategia y las tácticas y para valorar correctamente la importancia de las Tesis de abril en estos momentos en los que, forzado por esa subsunción real, ha entrado en una crisis cualitativamente más grave que las dos anteriores, la de 1871÷73−1896 y la de 1929 – 1945. Como decimos, la subsunción real implica el maquinismo arrasador, lo que implica sobreproducción y crisis industrial y comercial, y sobreproducción de capitales que no encuentran salida ni en la industria ni en el mercado, aunque sí en el militarismo y el capitalismo «criminal». Para salir de ella descargándola sobre la humanidad trabajadora, una de las medidas burguesas es la de lanzarse al mercado financiero en todas sus formas imaginables y a la especulación de alto riesgo, además de a la sobreexplotación humana, el saqueo y el militarismo.
Así, de la crisis industrial y comercial a las que se presta poca importancia se salta a la crisis financiera, que al unirse con el agotamiento de los recursos, el calentamiento global, el descenso de la productividad, la deuda mundial impagable y la explosiva mezcla de deflación con depresión y estancamiento largo, por citar algunas características del presente, integrándolo en una totalidad vemos la crudeza de la crisis actual comparada con las dos anteriores. Las luchas de clases y de liberación nacional, así como el feminismo y otras movilizaciones resultantes de la reordenación de la crisis de 1871÷73−1896 tenían amplísimos espacios precapitalistas en los que existían formas comunales, así como aún se mantenía bastante viva la memoria comunalista y horizontalista de estas sociedades precapitalistas. La reordenación imperialista posterior a la crisis de 1929 – 1945 multiplicó los ataques a esas raíces populares, lanzó el consumismo masivo, simultaneó su democracia con su violencia estatal, reforzó el interclasismo burgués y no solo el socialdemócrata, integró al sindicalismo y en la academia a buena parte de la intelectualidad de izquierdas, dejó hacer al eurocomunismo, pero al igual que en la fase anterior también en esta la burguesía «democrática» no dudó en girar a la derecha cuando se hizo necesario, abandonando sus alianzas con la socialdemocracia y reprimiendo más o menos duramente a la izquierda revolucionaria.
Con la crisis desatada a finales del siglo XX y sobre todo desde 2007, sin profundizar más ahora, la lucha de clases ha entrado lógica y necesariamente en un momento en el que, por un lado, se repiten antiguas características pero con nuevas formas: la socialdemocracia giró al reformismo tras la crisis de 1871÷73−1896, y el eurocomunismo hizo lo mismo en los años setenta, por ejemplo. En ambos casos fue relativamente fácil reorganizar a la izquierda, en el primero porque Lenin ya lo estaba haciendo desde 1902 y, luego, tras el eurocomunismo, porque existían grupos de izquierda. Sin embargo, desde la implosión de la URSS, la euforia neoliberal, los efectos de la precarización y desestructuración, privatizaciones, recortes sociales y democráticos, la vieja izquierda prácticamente desapareció justo cuando más feroz era la devastación social.
El problema verdadero viene ahora: la mercantilización inherente a la subsunción total con su reforzamiento del fetichismo, la rotura o debilitamiento extremo de la anterior centralidad del trabajo, el poder de la industria de la alienación y del individualismo burgués, el desprestigio de la política, la inquietud y el miedo paralizante que impone la precarización social, la recuperación del neofascismo y del patriarcalismo… estos y otros problemas actuales dificultan mucho el resurgimiento de la izquierda revolucionaria en esta tercera fase de la lucha de clases.
Bien es cierto que también ahora, como en las crisis anteriores, asistimos a un renacer de la teoría marxista adecuada a las nuevas condiciones. Hay una constante en la historia reciente del pensamiento: tras una hecatombe social estremecedora que, por sus contradicciones, genera nuevas realidades, se tambalean las ideologías y teorías anteriores al desastre, algunas desaparecen, otras giran a la derecha y al reformismo, y dentro de la izquierda, o lo que queda de ella, se reinicia una autocrítica creativa. Al concluir el siglo XIX, la izquierda generó la explosión de creatividad arriba resumida, pero no sin dificultades por su dependencia hacia el neokantismo, positivismo y evolucionismo de la socialdemocracia del momento.
A finales de 1945 la creatividad se expresó sobre todo en el marxismo no europeo, en las luchas de liberación nacional con logros impresionantes y dentro de Europa surgió la pugna entre el dogmatismo estalinista y las innovaciones de la izquierda, además de la cooptación académica burguesa de la intelectualidad sobre todo en el Estado francés: el llamado «marxismo occidental» era rentable para la industria cultural del momento, pero creó un muro entre la lucha concreta y la casta intelectual bien remunerada, con efectos nefastos. Esta pugna estalló en el Mayo del 68 al iniciarse la oleada prerrevolucionaria que solo sería derrotada en la mitad de los años ochenta gracias a la alianza entre el neoliberalismo, la socialdemocracia y el eurocomunismo. Fue en este contexto en el que la industria cultural produjo con el apoyo del academicismo reformista infinidad de mercancías ideológicas de usar y tirar que cuestionaban o negaban la lógica de la revolución.
La lucha teórico-ideológica siempre sufre los vaivenes de la lucha de clases e influye a su vez en esta. La victoria burguesa lograda en la mitad de los años ochenta, y reforzada en Europa hasta comienzos del 2000, originó un descrédito propagandístico del socialismo en general y del marxismo, y especialmente del método dialéctico pese a que la ciencia lo confirmaba con cada descubrimiento. Parecía que el marxismo «había muerto» otra vez, una más, aunque ahora definitivamente. De sopetón, a principios del siglo XXI obras como el Manifiesto comunista y El Capital, y también sobre ellas, se empezaron a vender como rosquillas y a circular masivamente en internet. Las crisis parciales cada vez más numerosas desde mediados de los noventa y el estallido de 2007 pulverizaron las modas ideológicas planteando la urgencia de recuperar el pensamiento crítico. Gracias a internet, muchos colectivos y organizaciones revolucionarias multiplicaron sus aportaciones e innovaciones teóricas en un acelerado proceso generalizado de pensamiento colectivo internacional, imposible de darse en los dos casos anteriores. Y entonces sucedió otra cosa significativa: Lenin empezó a ser releído y leído, y con él otras revolucionarias y revolucionarios denigrados hasta entonces.
Las Tesis de abril están rompiendo una triple censura: la burguesa, que odia a muerte a su autor; la reformista que no puede ni quiere enfrentarse a ellas; y la de la izquierda dogmática, que sabe que si las ataca a la vez, por la misma dialéctica del conocimiento, serán conocidas por su militancia, con el insoportable peligro de abrir un debate que puede cuestionar la línea dogmática y sus privilegios burocráticos y económicos.
En Euskal Herria también actúa esta triple censura, aunque nos vamos a centrar en los dos últimos bloques, el reformista y el dogmático, que prácticamente son uno, analizando la actual valía de las Tesis en tres problemas cruciales: la independencia política del pueblo trabajador en contraposición a la dependencia electoralista hacia la inexistente «burguesía nacional»; la necesidad de un partido u organización revolucionaria, sin la cual las Tesis quedan en sabias pero inservibles palabras; y la prefiguración del socialismo que debe constituir la vértebra de la independencia vasca.
Independencia política de clase
Una de las bases esenciales de las Tesis es la de que las clases oprimidas han de tener independencia política con respecto de la burguesía. Por independencia política de clase se entiende, desde mediados del siglo XIX, el hecho de que las clases explotadas nunca dejan de reivindicar sus objetivos históricos: acabar con la propiedad privada, socializar las fuerzas productivas, instaurar la democracia socialista…, aunque en ese momentos se movilicen por inmediatas reivindicaciones concretas: mejoras democráticas, sociales y laborales, derechos políticos anulados, que es urgente recuperar, etc.
Para los pueblos nacionalmente oprimidos la independencia política de clase es aún más importante porque sus burguesías manipulan en su beneficio la complejidad y los matices inconscientes y subconscientes del sentimiento nacional abstracto, orientándolos para sus intereses explotadores de clase, y para pactar con el ocupante. Aquí es fundamental volver a la evolución capitalista porque ya ha pasado la época en la que la burguesía estaba dispuesta a morir por su independencia nacional. Esa fase concluyó entre 1830 y 1848, e incluso en muchos sitios no existió nunca. Desde entonces solo sectores muy minoritarios y generalmente de la pequeña burguesía han asumido ese riesgo.
La causa de semejante deriva claudicante hay que buscarla en la mundialización del mercado y de la ley del valor, en el poder omnímodo del capital financiero y especulativo, en los cambios del imperialismo en la actualidad, en el declinar del capitalismo, en resumen, en la marcha imparable de la subsunción real sobre la formal, arriba expuesta, con sus efectos objetivos y subjetivos sobre las clases en lucha. Los Estados medianos y pequeños, o con contradicciones internas en aumento, como el español, deben ceder partes importantes de su soberanía para no retroceder más. Pero las burguesías sin Estado propio no tienen más remedio que agarrarse al Estado que domina a su pueblo para que le ayude a sobrevivir.
La dinámica capitalista es la que hace que la burguesía de una nación oprimida tiene muy claro que nunca puede perder su independencia política frente al pueblo trabajador. Sabe que tiene que ser ella la que permanentemente dirija la vida política en función de tres objetivos elementales: incrementar la explotación económica para ampliar su tasa de ganancia; perfeccionar la opresión política para, en la medida de lo posible, aparentar que existe «democracia» y que puede ampliarse si se aumentan las costas de soberanía nacional burguesa; y ampliar la dominación cultural para evitar que el pueblo trabajador desarrolle el independentismo socialista.
Este es el caso de parte la mediana burguesía catalana que golpeada por la crisis mundial, por la incapacidad española y por su nacionalismo, busca un Estado burgués directamente controlado por Euroalemania y por la OTAN. La gran burguesía catalana siempre ha optado por España y sigue haciéndolo. Pero la Generalitat nunca llamará a la resistencia activa contra la ocupación española. En Escocia es parte del pueblo y de la pequeña burguesía empobrecida el que busca un Estado propio dentro de la Unión Europea para recuperar sus condiciones de vida, mientras que la burguesía escocesa era probritánica hasta antes del Brexit.
También hay tener en cuenta las sucesivas fases capitalistas europeas y mundiales para comprender el devenir vasco. En Euskal Herria, la experiencia es aplastante desde finales del siglo XVIII, por poner la fecha de irrupción del poder político capitalista, cuando la revolución burguesa francesa tuvo el apoyo incondicional de la burguesía de Iparralde, opción que se reforzó en la Primera Guerra Mundial. La burguesía de Iparralde no optó por la resistencia bajo la ocupación alemana, sectores burgueses colaboraron con ella. En Hegoalde, la burguesía se posicionó abiertamente por la ocupación española en las dos «guerras carlistas». Durante un tiempo el fuerismo y el foralismo aunaron a sectores burgueses interesados en mantener una cierta autonomía dentro del Estado español, nada más, pero conforme se industrializaba el capitalismo vasco y se agudizaba la lucha de clases en su interior el grueso del fuerismo se volvió españolismo. Una parte de la mediana burguesía y mucha pequeña burguesía arruinada apoyó el nacionalismo burgués sabiniano, pero porque era capitalista y antisocialista. Son conocidas las escisiones del PNV tanto por la «cuestión social» como por las alianzas con el capital español, que viene a ser lo mismo.
En la «guerra civil» de 1936 la burguesía vasca fue proespañola, también su sector afiliado al PNV. La mediana y pequeña burguesía dirigente de este partido se rompió en tres trozos: el que colaboró por activa o por pasiva con el franquismo; el que dudó mucho en salir en defensa de la democracia entonces existente hasta conseguir un Estatuto para las tres provincias vascongadas; y, dentro de este grupo, el que organizó la traición y rendición de Santoña en verano de 1937. El PNV se negó a crear un Ejército Vasco, y menos aún un Ejército Popular Vasco; evitó la planificación social, económica y militar que multiplicaría la capacidad de defensa porque, de aplicarse, disminuiría su poder y los beneficios de la burguesía vizcaína; toleró la quinta columna franquista; mantuvo permanente contacto con el franquismo; apenas concedió derechos sociales y laborales a la clase obrera y entregó intacta la industria pesada al franquismo.
La burguesía vasca se enriqueció sobremanera con el franquismo y fueron muy pocos, poquísimos, los miembros de la mediana y pequeña burguesía que resistieron en la clandestinidad, sobre todo desde finales de los años cuarenta. Una obsesión del PNV finales de los cincuenta fue acabar con ETA y esta organización revolucionaria, hoy pacifista, era consciente de que la burguesía nacionalista se volvería contra ella. De una u otra forma, se ha cumplido aquella certidumbre expresada en documentos. Una de las expresiones más inhumanas de las medidas del PNV para acabar con ETA ha sido y sigue siendo su apoyo a la represión y a la política carcelaria contra las prisioneras y prisioneros y contra la izquierda abertzale en su conjunto, así como a la mejora de estas políticas.
El seguidismo bochornoso de EH Bildu, y por extensión de Sortu, hacia el PNV en las recientes elecciones autonómicas vascongadas, es un ejemplo de libro del abandono de la independencia política en favor de la dependencia de la inexistente «burguesía nacional», que en realidad es la mediana burguesía autonomista y foralista. Un seguidismo que le ha llevado a excluir de su campaña electoral cualquier referencia a la explotación, opresión y dominación que sufre el pueblo trabajador, llenando el espacio y tiempo así perdido con un mensaje fofo pero excelente para colar la ideología interclasista de EH Bildu y para ocultar su dependencia política hacia el PNV debajo de la demagogia democraticista que en bastantes asuntos ha copiado marketing electoral de Elkarrekin-Podemos.
En los últimos tiempos se intensifica el deterioro de las condiciones sociales, laborales y democráticas del pueblo trabajador. Son los mismos tiempos en los que las campañas electorales de EH Bildu se han «olvidado» de la lucha de clases en general y dentro de Euskal Herria, y los mismos durante los cuales Sortu ha zolvidado» conceptos imprescindibles para revolucionar la sociedad vasca y construir un proyecto independentista que de algún modo prefigure los objetivos históricos dentro de la fase capitalista actual, la de la plena subsunción real del trabajo, como hemos explicado arriba.
Semejante «olvido» es tanto más grave cuanto que la lucha en la actual fase capitalista exige, más que nunca antes, un método organizativo adecuado para, en cada situación, prefigurar algunos componentes significativos de los objetivos históricos por los que se lucha, una especie de señales o faros que iluminan materialmente el futuro entre la densa negrura capitalista. Pero todos y todas sabemos que no es un «olvido» sino un abandono deliberado de la estrategia revolucionaria por un sector de la izquierda abertzale que ha terminado creyéndose los cantos de sirena de la ideología burguesa.
La actualización de las Tesis de abril, o mejor dicho de las lecciones del movimiento comunista desde mediados del siglo XIX, a las necesidades vascas pasa por dejar claro que la independencia política del pueblo trabajador consiste en la doble pero unida tarea de, por un lado, relacionar siempre los objetivos inmediatos por los que se lucha en esa reivindicación concreta con los objetivos históricos futuros. Es la pedagogía del ejemplo: en cada situación particular debe estar presente de algún modo lo esencial del futuro. Por ejemplo, los desahucios. Detener y revertir semejante crueldad burguesa es una prioridad inmediata, de acuerdo, pero también es un problema que nos enfrenta a la pregunta: ¿de quién es la vivienda, de quien la habita aunque no pueda pagarla, o del capital? Los desahucios nos enfrentan al problema de las formas de propiedad: capitalista o socialista. La práctica de la independencia política de clase en este ejemplo, como en todos, consiste en demostrar una y mil veces que cualquier reforma de las leyes de vivienda en beneficio de las clases explotadas, aun siendo ahora mismo imprescindibles, no servirá de nada a medio y largo plazo si no se socializa la tierra, si no se acaba con la propiedad privada de las viviendas, si no se acaba con la banca privada mediante un banco estatal, etc.
El otro componente de la independencia política de clases, unido al anterior, es el de moverse siempre en lo concreto en el plano de las responsabilidades burguesas. Siguiendo con el ejemplo de los desahucios: habiendo dejado claro que la solución definitiva no es otra que la socialización de la propiedad de la vivienda, explicándolo en cada defensa radical del derecho básico y exigiendo reformas urgentes, a la vez de esto, también hay que explicar públicamente quienes son los responsables de los desahucios, decir sus nombres, personalizar las causas, mostrar que la clase burguesa está compuesta por seres concretos despiadados, egoístas, inhumanos.
La política burguesa, su aparato judicial y propagandístico, se basa en la criminalización pública y sin tapujos de mujeres y hombres de izquierdas que se enfrentan a su poder. La burguesía señala con el dedo, publicita en su prensa a quienes se resisten a los desahucios, a las y los sindicalistas, vecinas y personas en general que se le resisten. De este modo, extienden el miedo y la pasividad. La independencia política de clase del pueblo también tiene que responder señalando quienes son los responsables, los bancos, los jueces, las empresas inmobiliarias, etc. La burguesía debe saber que no es impune a título individual, que la política obrera y popular también llega a exigirle responsabilidades personales fuera y al margen del sistema judicial burgués, que siempre defiende a las personas burguesas y castiga a las personas oprimidas.
El movimiento socialista y comunista mantuvo esta independencia política mientras fue revolucionario; conforme degeneró en reformista fue abandonándola y aceptando como el único criterio de política el criterio burgués. La iniciativa obrera y popular fue primero supeditada a la ley del capital y luego totalmente rechazada: se aceptó la judicialización burguesa de las reivindicaciones y se negó el derecho obrero a aplicar la justicia popular, a la denuncia concreta, a la conexión permanente e inmediata de toda injusticia con el modelo capitalista en su conjunto y con sus responsables inmediatos personalizados uno a uno.
La independencia política de clase fue siendo extinguida por el reformismo en la medida en que éste no combatía la creciente subsunción real del trabajo en el capital, su absorción, su deglución y desintegración en la trituradora de la explotación. El pueblo trabajador perdió la memoria de su anterior independencia política y pasó a creerse una parte más de la política del capital, de su sistema jurídico-represivo, de su legalidad: se identificó con la ley de su opresor y dominador. A lo máximo que se ha llegado en esta involución a la nada ha sido a cambiar el concepto decisivo de «negación de la legalidad» por el ambiguo y blandibluf de «desobediencia a la ley», nada más. La desobediencia de la ley, aun siendo necesaria como cualquier otra forma de lucha inicial, no sirve apenas de nada si no va dentro de la negación explícita de la legalidad del opresor.
Una parte de la izquierda abertzale y el soberanismo de EH Bildu aceptan el marco político legal como único posible, o sea, acepta la dictadura de la propiedad privada. El programa estratégico Denon Herria, «Un País Compartido», presentado para las elecciones al parlamento español del 25‑S, es el ejemplo más reciente. El programa se sustenta sobre el fetiche burgués de que la «democracia» puede lograr que se «comparta» la propiedad privada. El fetichismo parlamentarista del reformismo en los Estados todavía soberanos, formalmente independientes, sigue creyendo que a pesar de las lecciones de la historia y de las transformaciones recientes del imperialismo, puede convencer con la «democracia parlamentaria» a la burguesía de que «comparta» su propiedad privada. Téngase en cuenta que hablamos solo de «compartir» y no de expropiar, de socializar la propiedad.
Es verdad que en determinadas relaciones de superioridad de fuerza sociopolítica de las clases explotadas sobre las explotadoras, las primeras podían conquistar algunos derechos necesarios, por los que siempre hay que luchar, que las segundas, las explotadoras, tenían que ceder por miedo, puramente por miedo a movilizaciones populares más duras que puedan radicalizarse en un programa político revolucionario. Para cortar esta dinámica mortal, la burguesía pacta con el reformismo ciertas concesiones apaciguadoras mientras reprime más o menos brutalmente a la izquierda irreductible. Se trata de la dialéctica entre reforma y/o revolución ausente en el programa estratégico Denon Herria.
¿De dónde saca el Estado los recursos para las concesiones al pueblo? Fundamentalmente del gasto público, de las arcas públicas y, apenas, casi nada o nada, de la propiedad privada burguesa mediante alguna reforma fiscal de maquillaje y muy tenue, siempre con la promesa de devolverle aumentado lo poco que le ha pedido. Incluso en situaciones de crisis, la burguesía apurada exige a su Estado que intervenga en las industrias en quiebra, que asuma sus deudas, que las sanee con fondos públicos, que las nacionalice de algún modo o que las cierre sin cargar los costos al empresario sino al Estado, etc. En el capitalismo, nacionalizar, estatalizar o hacer pública una empresa privada no es acabar con la propiedad privada sino prestársela a su Estado para que sea él que la sanee, o venda o cierre con el erario público, devolviéndola luego, cuando ya es rentable, al capital.
Pero, según la crítica marxista del capitalismo, el gasto público es un gasto improductivo para el capital privado por lo que siempre presiona para reducirlo o liquidarlo del todo, sacando al mercado esos servicios sociales, privatizándolos, obligando al pueblo a pagar mucho más por la salud, la educación, el transporte, la energía, la comunicación, exigiendo la reprivatización de las empresas nacionalizadas, etc. La clase dominante y su Estado siempre valoran la combatividad obrera y popular para descubrir cuando flaquea, duda y retrocede, aprovechando ese momento para contraatacar reduciendo lo más posible el gasto público.
En momentos de crisis el capital ni siquiera espera a la debilidad de las clases explotadas sino que toma la ofensiva, las ataca despiadadamente y no solo para reprivatizar lo público entregándoselo a la burguesía para que aumente sus ganancias, sino que también, y sobre todo, ataca a los derechos sindicales, laborales, democráticos, políticos, sociales, etc. Se trata de derrotar políticamente al pueblo trabajador para que no recupere nunca más su conciencia de clase y no vuelva a exigir no ya «compartir» algunas pocas «riquezas» –el dañino mito del «reparto de la riqueza» y del «salario justo» – , sino ni siquiera pueda pensar en la autogestión obrera y popular en la medida de lo posible dentro del capitalismo en crisis prefigurando algunas características pre y proto socialistas y menos aún, en absoluto, llegar a luchar para socializar las fuerzas productivas, la propiedad burguesa.
Pues bien, la creencia reformista en el «reparto de la riqueza nacional», en lograr «un país compartido» entre explotadores y explotados, objetivamente imposible en las fases capitalistas anteriores –ni el keynesianismo del mal llamado «Estado del bienestar» (sic) lo consiguió – , es ahora, en la actual fase, objetiva y subjetivamente imposible, es decir, es impensable. Hasta hace unos lustros, el reformismo creía aún en lo imposible, en que era posible el milagro porque alguna burguesía cedía por miedo a las exigencias del pueblo. Pero los reformismos dejaron de creer y de pensar en el milagro. La mayoría se hizo socioliberal y una minoría neokeynesiana, es decir, un keynesianismo «realista», no exigente, comprensivo con las necesidades del capital. A la vez, el reformismo duro, el eurocomunismo, giró al neoreformismo, mucho más blando que el de las décadas de 1950 a finales de 1960.
El desplazamiento al centro-derecha y al centro fue simultáneo a la expansión del capital financiero y ficticio mundializado, al dominio absoluto de la subsunción real, a las cesiones de soberanía por los Estados para crear bloques imperialistas, al agravamiento de la crisis sistémica… La transición de una fase capitalista a otra conlleva muchas adaptaciones de forma y la agudización de contradicciones clásicas con la aparición de facetas nuevas, cosa que no podemos analizar ahora. Uno de los cambios más importantes es el del agotamientos de las fuerzas reformistas que fueron pilares del orden explotador de la fase anterior, apenas necesarios ya para las nuevas necesidades del capital: esto es lo que le está sucediendo a la socialdemocracia, a los restos eurocomunistas y al neoreformismo: ¿Cómo pueden sobrevivir?
En las naciones oprimidas, en Euskal Herria por ejemplo, la estrategia de lograr «Un País Compartido», Denon Herria, se basa en una mentira descarada: el pueblo trabajador no puede compartir lo que no tiene. Si el capital ha acabado ya hasta con la independencia real de un Estado soberano medio –Italia, Grecia, Portugal, Irlanda, el Estado español, y hasta el francés con la claudicación de Hollande a la exigencias de la Unión Europea y Estados Unidos, por citar algunos – , reduciéndola a mera soberanía parcial, ¿qué no sucede a las naciones a las que se les niega por la fuerza tener su propio Estado? Euskal Herria es, ante todo y sobre todo, propiedad del capital franco-español e internacional, y los Estados francés y español y la Unión Europea y Estados Unidos de Norteamérica. Estos propietarios ceden derechos transitorios de usufructo a la burguesía vasca porque saben de su fidelidad de clase.
La estrategia explicitada en Denon Herria está pensada para moverse en la dependencia electoral e institucional, no para desarrollar la independencia política de clase del pueblo trabajador que utiliza las elecciones y el parlamentarismo como secundarios medios tácticos supeditados siempre a la movilización y lucha en las fábricas, barrios, escuelas, universidades, domicilios, campos. Como veremos luego, en esta dependencia política conscientemente asumida existen otras dos dependencias: la de la forma organizativa y la del modelo social, es decir, la forma-partido electoral versus forma-movimiento, y el modelo social keynesiano, o para decirlo según la actual moda ideológica, en el «postcapitalismo» evolucionista, que nadie sabe lo que quiere decir, versus el modelo socialista.
Las Tesis de abril, en el contexto actual, demuestran la urgencia de recuperar la independencia política de clase para que el pueblo trabajador no sea definitivamente desintegrado por la subsunción real en la dominación española y francesa, lo que nos lleva al problema de la organización revolucionaria.
Partido y movimiento de clase
El ¿Qué hacer? de Lenin, escrito en 1902, es uno de los libros más tergiversados y denigrados de la historia, lo que es una buena señal. Un dialéctico hilo rojo conecta el ¿Qué hacer? con las Tesis: el de la organización o partido de vanguardia que, adaptándose a cada situación, debe garantizar en todo momento que sean ágiles las diferencias relativas e interacciones permanentes entre la autoorganización popular y la organización revolucionaria, u organizaciones. A su vez, la dialéctica entre autoorganización y organización, también debatida desde la mitad del siglo XIX, se extiende a, y está presente, en la profunda identidad entre organización, autoorganización e independencia política de clase. Las tres forman un continuo, una totalidad, que estallaría en mil trozos si no estuviera activo en su interior un cuarto elemento: la prefiguración del socialismo en la medida de lo posible.
Hemos dicho arriba que las Tesis de abril pudieron ser escritas porque Lenin militaba en un partido revolucionario que le fue surtiendo de la experiencia colectiva, de datos e informes censurados y silenciados por la prensa, de una forma de pensar autocrítica y crítica –la dialéctica materialista– sin la cual es imposible entender y transformar las contradicciones de la realidad. A pesar de sus autonomías lógicas, partido y teoría se necesitan y se refuerzan mutuamente: sin el primero, la explosiva riqueza potencial de las luchas concretas se diluye, se difumina en el expontaneísmo sin perspectivas, o en el reformismo si no lo evita la concienciación radical sistemática; sin la segunda, más temprano que tarde se impone el evolucionismo mecanicista que al negar la dialéctica del salto revolucionario termina subsumido en la tan deseada «normalidad». Se cierra así el cepo, la trampa mortal.
Hemos analizado críticamente la paulatina descomposición organizativa de una parte de la izquierda abertzale, la que estructura EH Bildu y la que constituye la mayoría de Sortu. Tendríamos que repetir lo fundamental de nuestras críticas sostenidas desde hace varios años, desde luego antes de la debacle electoral y antes del estallido público de las disputas internas. No podemos, desgraciadamente, ni siquiera resumirlas aquí aunque lo intentáramos, excepto en cuatro puntos irrenunciables con sus correspondientes propuestas:
Uno, la liquidación burocrática y autoritaria del sistema organizativo anterior a la triste «nueva estrategia» y la imposición forzada del electoralismo interclasista dependiente de la política burguesa. Semejante cambio ha hundido moral y políticamente a cientos de militantes fogueados que, no todos, se han volcado de una forma u otra en luchas reales, en movimientos populares y en la acción obrera y popular. El rechazo oficial del esquema organizativo del MLNV, la célebre «larga V Asamblea», por Abian condena al supuesto debate organizativo en Sortu, que ahora debe iniciarse, a deambulear ciego alrededor de la negativa tajante de volver a la «forma-movimiento» que, sin embargo, es la más apta para combatir al capitalismo actual. Una de dos: o rompe con la negativa burocrática a pensar crítica y libremente, abriendo el debate a una comparación entre la forma-movimiento y el partido vertical, u obedece y cierra en falso una crisis que reaparecerá con múltiples formas. Pensamos que será lo segundo, aunque disimulándolo con algunas expresiones que suenen a marxismo dedicadas al sector militante de izquierdas.
Frente a la negativa de Abian de que en Sortu se debata con plena libertad, solo queda la alternativa de realizar el verdadero debate popular fuera de Sortu y dentro del amplio y polifacético movimiento de liberación nacional de clase vasco. Pero un debate riguroso, dialéctico, profundo y con todas las ramificaciones concretas necesarias para llegar a las múltiples ramas del roble abertzale. No queda más opción que la de acordar colectivamente ese debate en vez de que cada grupo, colectivo u organización se lance por su cuenta sin coordinarse con los demás sobre los objetivos, métodos, plazos, etc. Los esfuerzos precipitados y aislados, aunque voluntariosos, tienden a generar confusión y hasta rechazo en la militancia quemada por el burocratismo de la izquierda abertzale oficial, que no quiere salir de una cueva para entrar en otra, pero más pequeña.
Dos, pero tampoco hay tiempo que perder. Ahora mismo está iniciándose un debate organizativo cuádruple: Askapena, Ernai, Sortu y LAB, así como se mantienen otros muchos debates «menores» en el suelo de la realidad colectiva de la militancia abertzale en su amplio espectro por la simple razón del empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo, deterioro objetivo y subjetivo escamoteado en la última campaña electoral de EH Bildu. Es lógico, por tanto, que ante el prolongado silencio teórico y de análisis político del abertzalismo oficial, se realicen debates de diversos niveles de concreción. Además, y aquí volvemos a lo arriba dicho sobre la independencia política de clase, el programa interclasista presentado por EH Bildu para las últimas elecciones y elaborado por un grupo de intelectuales, está pensado desde y para un sistema organizativo reformista, en absoluto revolucionario. Nos tememos que el debate en Sortu será cerrado y con amenazas disciplinarias para quienes pretendan ejercitar el principio democrático de debate público y colectivo.
Tres, hay que comenzar un debate colectivo basado en la praxis: el conocimiento mutuo mediante la militancia en la calle, talleres, centros de trabajo, escuelas, movimientos populares…; y la discusión teórica y política sobre un documento con datos reales, con análisis de tendencias, con perspectivas, con explicación de las contradicciones profundas de toda índole que determinan la realidad vasca. Ambas cosas se necesitan y se refuerzan, siendo imprescindibles las dos. Un debate sin experiencia práctica sería meramente intelectual, abstracto, sin bases reales y por tanto sin futuro. Un debate sin estudio de los problemas reales, sin datos, sin investigaciones de las fuerzas en lucha, sin definiciones de las clases en conflicto, sin análisis del capitalismo vasco y mundial, sería mero voluntarismo subjetivista que estallaría en mil pedazos al poco tiempo. Tampoco vale un debate reducido a un documento de dos o tres páginas con algunas definiciones genéricas, pero peor aún es lo que nos tememos: que el documento base del debate de Sortu sea inconcreto, abstracto y demagógico.
Y cuatro, y como síntesis, cualquier reconstrucción de la izquierda abertzale ahora, además de requerir tiempo, debe hincar el diente al humillante y previsto fracaso de la Conferencia de Aiete de hace cinco años. Allí, la parte oficial e institucional de la izquierda abertzale presentó sus respetos al imperialismo en todas sus formas. Allí, esa parte de la izquierda abertzale cerró una etapa gloriosa y oficializó su deambulear desorientada entre las instituciones del poder, primero con una euforia electoralista cogida con alfileres y, después, tras chocar con una realidad que desconocía, hundirse en la pesadilla. Los cinco años transcurridos desde aquella pleitesía expresan y resumen desde la degeneración reformista los cincuenta años anteriores de lucha de liberación nacional de clase, todo a lo que ha renunciado y echado por la borda sin argumentación alguna y todo lo que ha tragado sin beneficio alguno. Este último lustro debe servir de hilo conductor de la praxis que elabore el documento de debate estratégico simultáneo que contraponga el fracaso estratégico del reformismo con la necesidad de refundar la organización revolucionaria.
Prefiguración del socialismo
El documento Denon Herria es una loa a la buena administración progresista del capitalismo en crisis en un marco de opresión nacional para, mediante las instituciones del poder dominante, intentar restablecer un equilibrio entre la «democracia avanzada» y la estructura de poder. Basándose en este equilibrio Denon Herria intenta atraer a los mayores sectores sociales posibles, por lo que en su discurso introduce ofertas interesantes para franjas de Podemos y del PNV, también para algunos del PSOE. El lenguaje es el parecido al del marketing mercantil: sobrevalorar lo positivo de la oferta y ocultar sus limitaciones, respetando siempre las leyes del mercado.
A lo sumo que llega es a usar las más recientes versiones del neo keynesianismo y del neo reformismo en sus facetas más radicales: desde las rentas básicas hasta la economía-verde, pasando por la economía-feminista, sin olvidarnos de los tópicos sobre la sociedad del conocimiento y el acceso libre a internet. Su justa y necesaria defensa reivindicativa de la lengua vasca tiene sin embargo el defecto de que el documento entiende la cultura, en abstracto, como algo separado de la reproducción ampliada del capital en el siglo XXI.
Como al neo reformismo, a EH Bildu le sobra la realidad, peor, no quiere enfrentarse a las contradicciones, a la lucha de clases en el interior de Euskal Herria y a sus conexiones con el capitalismo mundial. Nos tememos mucho que este mismo miedo impotente estrangule el documento oficial para el debate en Sortu. Nosotros no rechazamos de raíz los aspectos limitadamente positivos que tiene la acción parlamentaria e institucional para el avance en los derechos de nuestro pueblo. La extinta Herri Batasuna fue un ejemplo de libro de la interrelación de todas las formas de lucha popular en un contexto represivo especialmente duro y de una democracia burguesa muy limitada.
La realidad del poder de clase, de la propiedad burguesa de las fuerzas productivas, no existe para Denon Herria. Hasta ahora y desde hace cinco años, como mínimo, tampoco ha existido para Sortu: sospechamos que seguirá ausente en el documento base para el debate organizativo. Para intentar llenar el vacío que deja lo real, EH Bildu debe llenar hojas y hojas agotando todas las combinaciones posibles entre alternativas progresistas y neo reformistas con tal de camuflar la ausencia de las contradicciones reales que se sintetizan en el problema del poder y de la propiedad: ¿de quién es Euskal Herria?
Lo sentimos mucho, pero responder a esta decisiva pregunta sin la cual es imposible cualquier estrategia independentista, exige reconocer la existencia de la lucha de clases, o sea, el problema del socialismo y del comunismo. Pero para la izquierda abertzale oficial ha dejado en el olvido la lucha de clases y el socialismo, por no hablar del comunismo. Nuestro colectivo ha advertido de este giro al centro desde el inicio: hemos demostrado con los análisis textuales cómo la experiencia y la teoría socialista acumulada durante decenios desaparecía de la noche a la mañana en la izquierda abertzale oficial. Ahora, la formación teórica socialista está muy debilitada o extinta, a pesar de la rica historia de nuestro pueblo.
Un ejemplo, recientemente Sortu ha publicado un folleto sobre la derrota fascista de 1936 en Donostia –Donostia faxismoa garaitu zuen hiria– en el que hay una cosa buena y tres malas: la buena, se reconoce el valor histórico de la resistencia armada al menos la de hace ochenta años, algo es algo. Las malas: oculta el papel españolista de la burguesía vasca, reduce las contradicciones del PNV a una «confusión» inicial y silencia las medidas radicales, socialistas, que tomó el pueblo trabajador donostiarra y guipuzcoano para resistir dos meses. De este modo, Sortu impide que aprendamos de la capacidad creativa del pueblo en momentos de crisis, debilita la autoconfianza popular, anula la posibilidad de aprender de la historia actualizándola en lo posible y, sobre todo, falsifica la historia real para justificar su interclasismo, su afán por pactar con el PNV y Elkarrekin-Podemos.
La prefiguración del socialismo en el independentismo actual tiene mucho que aprender de la Donostia de 1936 como de otras muchas heroicidades manipuladas u ocultadas. Hemos puesto este ejemplo para mostrar el abismo que separa la historia real, la de la lucha de clases entre vascos y vascas, de la estrategia de EH Bildu y Sortu, y es que la prefiguración del socialismo conlleva inevitablemente la recuperación de la verdadera historia con sus terribles lecciones para el presente, sobre todo si se estudia la sociedad capitalista vasca con el método marxista.
La prefiguración del socialismo, o mejor decir de la independencia a secas, debe hacerse desde ahora mismo de manera integrada en, al menos, cinco áreas de la militancia diaria:
Una, se pueden acumular experiencias y fuerzas para la sociedad socialista futura si y solo si las prácticas de economía social, justa, cooperativista, etc., de las modas del «trabajo colaborativo» y del «capitalismo cognitivo», etc., de la fraseología sobre el postcapitalismo y el evolucionismo, etc., descienden de la estratosfera idealizada a la miseria de las explotaciones del trabajo por el capital extrayendo de ellas la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios.
Hay corrientes en la izquierda abertzale oficial que ya han abandonado hasta la dialéctica materialista, desintegrándose en el evolucionismo socialdemócrata. Sin embargo, basta observar cómo la burguesía vasca se esfuerza por imponer la legislación sociolaboral del Estado español para ver que la dialéctica de la lucha sociopolítica de clases rige la realidad vasca. Prefigurar el socialismo, si quiere hacerse, solo se puede hacer planteando la cuestión de la propiedad y del poder.
Dos, la prefiguración del socialismo exige mayor dedicación a la lucha por la conciencia nacional de clase en su expresión más acabada: la lengua vasca. Llegados a este punto hemos de introducir de inmediato la cuestión del poder estatal vasco. Como pueblo oprimido en una sociedad capitalista en la que la industria cultural es una de las más rentables en lo económico y político, necesitamos poder estatal para reconstruir nuestra lengua y cultura. ¿Por qué reconstruirla? Porque ahora está bajo el poder del capital y hay que desarrollar sus contenidos populares, revolucionarios y antipatriarcales, lo que solo puede hacerse mediante la movilización popular y social.
No se trata únicamente de una «lucha de ideas» sino de una verdadera lucha material, sociopolítica, de sexo-género y de clase, y económica. Prefigurar el socialismo es avanzar en lo posible en este choque objetivo y subjetivo entre bloques sociales irreconciliables: ¿Qué es cultura y quién la crea? ¿Quién decide e impone la política cultural y lingüística? ¿De quiénes son las imprentas, las televisiones y las radios, el sistema educativo privado y público, las propiedades de la Iglesia y otras religiones…? ¿Qué intercambios culturales internacionales necesitamos y cómo los hacemos? Desde una perspectiva materialista y dialéctica como la nuestra, cultura, economía y Estado forman una unidad compleja, flexible y multiforme que no puede ser dejada en manos del capital ni tampoco reducida a las buenas intenciones reformistas de Denon Herria.
Tres, la prefiguración del socialismo obliga a asumir la dialéctica entre reforma y/o revolución. La lucha por las reformas es necesaria porque aumentan las defensas del pueblo, su autoconfianza y coordinación, su conocimiento de la política y de los límites de la democracia del poder dominante… Pero la lucha por reformas se vuelve reformismo cuando se ancla en lo conquistado, pasa de la ofensiva a la defensiva, no relaciona sus triunfos locales con la perspectiva estratégica… La lucha revolucionaria, que se refuerza con las reformas, debe mostrar siempre que en cada victoria conseguida por pequeña que sea late el socialismo. Ahora bien, para ello hay que formar a la militancia, hay que abrir un debate público permanente sobre la fusión entre socialismo e independentismo.
Cuatro, la prefiguración del socialismo, en la medida en que ahonda en la dialéctica entre reforma y revolución, tiende a desbordar más o menos rápidamente la ley burguesa y a imponer la ley popular. Existe una ley popular escrita solo en la historia teórica del socialismo, negada y perseguida por el capital, como existe una ética burguesa enfrentada a la ética popular. Un ejemplo de entre los infinitos: la recuperación por el pueblo de locales y propiedades burguesas como empresas, gaztetxes, domicilios, parques, bosques, tierras, bienes comunes privatizados… por no hablar de bancos, etc. Hay otros muchos ejemplos como las múltiples formas de autodefensa. Querámoslo o no aceptarlo, la práctica nos lleva al choque con las fuerzas represivas, con la violencia burguesa.
La humillante pasividad de EH Bildu y el silencio de Sortu en el combate a la violencia burguesa y a la presentación de un programa radical de seguridad pública y autodefensa vasca, refuerzan los efectos alienadores y desmoralizadores que surgen de la trampa de la «normalización social», del autoengaño de creer que es posible «sacar el conflicto de la calle y resolverlo en las instituciones». Incluso aunque la actual dirección de Sortu hiciera un oportunista giro hacia el reconocimiento del derecho a la rebelión, acuciada por la realidad objetiva que sigue sin querer ver, incluso ante este probable giro el problema seguiría existiendo porque entonces se agudizará otro más serio: ¿hay que formar a la militancia en la defensa y legitimación práctica del derecho a la rebelión? Nada de esto es pensable desde el pacifismo de Denon Herria en el que el pacifismo reformista vertebra el límite de la acción institucional.
Cinco, la prefiguración del socialismo no será efectiva si no desarrolla un conocimiento exhaustivo de la dinámica de explotación de clase patriarcal en nuestro país, de su dependencia estructural de los Estados español y francés, y de su conexión con el capitalismo europeo y mundial. Se debe descubrir la realidad de la burguesía vasca; sus tasas de explotación y ganancia, sus negocios y dependencias con el capital extranjero, sus corrupciones y deudas al fisco y al pueblo, sus intereses políticos… Hay que visibilizar la burguesía como clase explotadora, sobre todo a sus miembros más significativos, del mismo modo en que ella, su justicia y su prensa, hacen bien visibles a los y las revolucionarias para criminalizarlas y amedrentarlas.
Y seis, y como síntesis, la prefiguración del socialismo ha de tener fijada siempre uno de sus objetivos en la cuestión del Estado, del poder en su expresión cruda. Leyendo el texto Euskal Estatua Irudikatzen editado por IparEgoa vemos los esfuerzos del academicismo por lograr una visión «científica» de las opiniones sociales sobre el problema del Estado. Como el resto del saber académico, su límite radica en la incapacidad para llegar a la esencia del Estado como instrumento de dominación. Sabemos que el Estado cumple muchas funciones, siendo una, y no la menor, la de aparentar su neutralidad al servicio de la «normalización democrática». Pero debajo de esta apariencia laten las violencias de su poder, bastantes de las cuales actúan con mucha autonomía con respecto a él, pero es solo una sensación en momentos de paz social. Conforme avanzan las crisis, el Estado va apareciendo como centralizador estratégico de las violencias, y hasta táctico de muchas de ellas. A esta esencia cualitativa del Estado le debemos prestar mucha más atención de la que le dedica Euskal Estatua Irudikatzen.
Resumen
Las Tesis de abril de Lenin gozan de una actualidad innegable en los aspectos centrales de la obra. Sin embargo, la fuerza alienante de la ideología burguesa entre las clases explotadas, además de otros sistemas de dominio, cooptación e intimidación, sobre todo en las franjas sociales e intelectuales pequeño burguesas ancladas en la dirección política, suponen obstáculos casi insalvable para el desarrollo de la racionalidad teórica y crítica. Superarlos solo será posible gracias a la praxis colectiva.
Las Tesis nos ofrecen, entre otras, cuatro vías para lograrlo: conocer el capitalismo que nos aplasta, avanzar en la independencia política de clase del pueblo trabajador, crear una organización revolucionaria abertzale y prefigurar el socialismo en la medida de lo posible. Las cuatro forman una unidad y debemos avanzar en ella aglutinando la mayor cantidad posible de militantes. Sin embargo, de las cuatro es la tercera, la que trata de la necesidad de la organización revolucionaria, la que puede y debe impulsar a las otras tres siempre en un desarrollo común. Es por esto que en un tiempo razonable propondremos a debate un borrador organizativo.
Petri Rekabarren
Octubre de 2016