En los últimos meses estamos asistiendo a un debate, más o menos explícito, sobre la importancia de la participación electoral. En ese debate se mantienen posiciones que llegan incluso a plantear que el único camino válido para avanzar es aquel que surge de la acumulación de votos, ignorando toda la experiencia histórica de las últimas décadas en Castilla y en el conjunto del Estado Español que pone claramente de manifiesto que las únicas victorias que se consiguen, mayores o menores, son fruto de la movilización popular en la calle, y en no pocas ocasiones sin relación alguna con cuestiones electorales.
Ese debate no es nuevo. Durante la Transición sirvió para desmontar en buena medida al movimiento y la organización popular en diferentes territorios del Estado, entre ellos Castilla, lo cual supuso que a partir de mediados de los ochenta hubiera que reiniciar esa tarea prácticamente a partir de cero, o peor, porque se había instaurado entre la gente ‑incluso entre aquella que había luchado previamente- que valores como la militancia, la organización popular, el activismo social… ya habían pasado a la historia. Se aludía a la existencia de un marco institucional ‑el del Régimen del 78- que serviría para resolver el conjunto de problemas de los Pueblos trabajadores del Estado; la clave estaba en conseguir, a través del voto, poner en la gobernanza de las instituciones de ese Régimen a las organizaciones idóneas para ello, fundamentalmente al PSOE. Y llegó el PSOE al poder institucional, a todo él: además del Gobierno Central, también a las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos en los años 1982 y 1983. Pero el «milagro» no se ocurrió y, por el contrario, se produjo la decepción: ratificación de la entrada en la OTAN; desmantelamiento del sector industrial y agrícola-ganadero aprovechando la entrada en la UE, en un proceso de negociación absolutamente nefasto para los intereses políticos y económicos para los Pueblos del Estado Español, pero muy favorable para los de Alemania y Francia; recortes en derechos laborales e inicio de las privatizaciones del sector público, especialmente en el financiero; Terrorismo de Estado; y cómo no, la corrupción rampante, cuestión que si bien era sistémica en el Franquismo y en el Régimen de la I Restauración Borbónica, había la expectativa de que en el Régimen del 78 (II Restauración Borbónica) las cosas serían de otra manera, especialmente cuando el PSOE en su propaganda utilizaba el lema «PSOE – 100 años de honradez».
En algunos Pueblos del Estado ‑Euskal Herria y Galicia especialmente- en los que el movimiento popular rupturista estaba más desarrollado, esa ofensiva del Sistema contra los valores más esenciales que sustentan al movimiento popular tuvo mucho menos impacto y fue de gran ayuda para que en otros Pueblos, incluyendo Castilla, a partir de mediados de la década de los 80, tal y como decíamos, se comenzaran a construir instrumentos propios de la organización y del movimiento popular castellano.
Actualmente pues, no estamos asistiendo más que a un nueva ofensiva ideológica, política y mediática del Sistema en contra de quienes lo cuestionamos. Pero ya llueve sobre mojado, y por eso los efectos de tal ofensiva son extremadamente limitados en el daño que están haciendo al movimiento popular y sus organizaciones. Hemos aprendido mucho en estos años, hemos generado anticuerpos contra esos virus. Además hay otras circunstancias que nos ayudan a que esa ofensiva se salve con una derrota para el Sistema. La coyuntura política de finales de los 70 y la actual es completamente diferente. En aquellos momentos el Sistema y su bloque dominante tenían cosas que ofrecer a un sector muy amplio de la sociedad: mejoras en los sistemas educativo, sanitario, de pensiones…, una nueva Constitución, las autonomías, etc. Muchas de esas cuestiones fueron un fiasco o se quedaron a medias, quizás con la excepción del Sistema Sanitario Público. Ya en aquel momento sectores de la población lo sabían y por ello se mantuvieron en posiciones rupturistas. Pero hoy el Sistema ya no tiene nada que ofrecer en positivo a las mayorías, porque si creen que con introducir nuevas «marcas blancas» del Sistema como Podemos o Ciudadanos en la gobernanza de las instituciones van a resolver algún problema de fondo, simplemente es que son imbéciles. Lo fundamental que conseguirán es incorporar a «la casta» a representantes de generaciones y de un perfil social que hasta ahora no estaban incluidos, pero eso sólo resolverá la relación con esa fracción social que se incorpore al «Paraíso» de los que viven del erario público a través de la política profesional.
El movimiento popular sigue y seguirá en marcha en lo fundamental. Pero actualmente, como en los primeros años de la Transición, si la participación electoral se hace con la única finalidad de servir al conjunto del movimiento popular, puede ser de mucha utilidad. Ello quedó demostrado al inicio del ciclo histórico que está finalizando en Galicia y en Euskal Herria, también en algunos lugares de Andalucía y Cataluña.
Desde el movimiento comunero del siglo XXI apoyamos y participamos en candidaturas municipales de diversas ciudades, pueblos y villas de Castilla. La finalidad de esa participación es sobre la que hemos reflexionado en este escrito y siguiendo el ejemplo de la mayoría de los procesos transformadores triunfantes en Europa y en Latinoamérica.
Izquierda Castellana