¿Qué fue la URSS? (I) – Rolan­do Astarita

A raíz de los inter­cam­bios que se pro­du­cen en el blog, sur­gió la dis­cu­sión sobre la natu­ra­le­za social de la URSS. El pro­pó­si­to de esta escri­to es revi­sar las posi­cio­nes más cono­ci­das, y pre­sen­tar los argu­men­tos a favor de carac­te­ri­zar a la URSS como un régi­men social par­ti­cu­lar, de tipo buro­crá­ti­co, que no se enca­si­lla en las cate­go­rías de “capi­ta­lis­mo”, “socia­lis­mo” o “dic­ta­du­ra del proletariado”.

Debi­do a lo amplio del asun­to, divi­do el aná­li­sis en dos notas. En esta ana­li­zo bre­ve­men­te la tesis que dice que la URSS fue un régi­men socia­lis­ta, y de mane­ra más exten­sa la que sos­tie­ne que se tra­tó de un capi­ta­lis­mo de Esta­do. En la segun­da nota me con­cen­tra­ré en la que afir­ma que la URSS fue un Esta­do obre­ro buro­crá­ti­co; y la que plan­tea que se tra­tó de una for­ma­ción buro­crá­ti­ca par­ti­cu­lar. Intro­duz­co la dis­cu­sión con algu­nas obser­va­cio­nes de Marx y Engels sobre la tran­si­ción al socia­lis­mo. Antes de entrar en el tema, hago notar que si bien el tex­to está foca­li­za­do en la URSS, es posi­ble (pero me fal­ta estu­dio) que mucho de lo que se afir­ma sea apli­ca­ble a otros regí­me­nes tam­bién lla­ma­dos socialistas.

La socie­dad de tran­si­ción al socialismo

Tra­di­cio­nal­men­te el mar­xis­mo sos­tu­vo que entre la socie­dad capi­ta­lis­ta y el socia­lis­mo debe­ría exis­tir una fase de trans­for­ma­cio­nes revo­lu­cio­na­rias, diri­gi­das des­de el poder por el pro­le­ta­ria­do. En una car­ta de mar­zo de 1852, Marx decía que entre sus prin­ci­pa­les apor­tes figu­ra­ba haber des­cu­bier­to que la dic­ta­du­ra del pro­le­ta­ria­do “cons­ti­tu­ye la tran­si­ción de la abo­li­ción de todas las cla­ses y a una socie­dad sin cla­ses” (Marx y Engels, 1973, p. 55). En la Crí­ti­ca del Pro­gra­ma de Gotha Marx y Engels sos­tie­nen que “entre la socie­dad capi­ta­lis­ta y la socie­dad comu­nis­ta se sitúa un perío­do de trans­for­ma­ción de la una a la otra”, en el cual la cla­se obre­ra ejer­ce el poder para ir eli­mi­nan­do gra­dual­men­te las cla­ses socia­les, y con ello la nece­si­dad mis­ma del Esta­do. Su obje­ti­vo era una socie­dad en que no hubie­ra explo­ta­ción, ni dife­ren­cias entre tra­ba­jo inte­lec­tual y manual; y en que los pro­duc­to­res admi­nis­tra­ran los medios de pro­duc­ción. Esto se vin­cu­la a la meta de lograr la rea­li­za­ción ple­na de los indi­vi­duos. En La ideo­lo­gía ale­ma­na Marx y Engels escribían:

“… con la comu­ni­dad de los pro­le­ta­rios revo­lu­cio­na­rios, que toman bajo su con­trol sus con­di­cio­nes de exis­ten­cia, y las de todos los miem­bros de la socie­dad, suce­de, suce­de cabal­men­te lo con­tra­rio (de lo que suce­de en los Esta­dos has­ta aho­ra exis­ten­tes); en ella toman par­te los indi­vi­duos en cuan­to tales indi­vi­duos. Esta comu­ni­dad no es otra cosa, pre­ci­sa­men­te, que la aso­cia­ción de los indi­vi­duos… que entre­ga a su con­trol las con­di­cio­nes del libre desa­rro­llo y movi­mien­to de los indi­vi­duos….” (Marx y Engels, 1985, p. 87).

Tenien­do esto pre­sen­te, Marx y Engels con­si­de­ra­ban que la dic­ta­du­ra del pro­le­ta­ria­do se defi­nía por una polí­ti­ca esta­tal que ata­ca­ba las rela­cio­nes de pro­duc­ción bur­gue­sas (y las for­mas bur­gue­sas de divi­sión del tra­ba­jo, con­trol y ges­tión) y lucha­ba por rela­cio­nes de pro­duc­ción y dis­tri­bu­ción socia­lis­tas. La toma del poder sería solo el pri­mer paso de esa trans­for­ma­ción socia­lis­ta. Esto sig­ni­fi­ca que la esta­ti­za­ción, en sí mis­ma, no defi­nía un régi­men socia­lis­ta. Ade­más, la nue­va orga­ni­za­ción del tra­ba­jo solo podría eri­gir­se sobre un desa­rro­llo de las fuer­zas pro­duc­ti­vas por lo menos tan ele­va­do como el desa­rro­llo más ele­va­do alcan­za­do por el capi­ta­lis­mo a nivel inter­na­cio­nal. En cuan­to a las for­mas polí­ti­cas, Marx iden­ti­fi­ca­ba (en La gue­rra civil en Fran­cia) a la dic­ta­du­ra del pro­le­ta­ria­do con la Comu­na de París, una orga­ni­za­ción demo­crá­ti­ca en que ten­drían cabi­da las dife­ren­tes corrien­tes de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, pero que toma­ría medi­das repre­si­vas para ase­gu­rar y defen­der a la revo­lu­ción fren­te a la contrarrevolución.

Tesis “régi­men socialista”

La idea de que la URSS era un régi­men socia­lis­ta, que esta­ba lle­van­do a la prác­ti­ca lo entre­vis­to por Marx y Engels, fue defen­di­da por el movi­mien­to comu­nis­ta inter­na­cio­nal, enca­be­za­do por el Par­ti­do Comu­nis­ta de la Unión Sovié­ti­ca (PCUS). La doc­tri­na ofi­cial sovié­ti­ca afir­ma­ba que en la URSS había des­apa­re­ci­do la explo­ta­ción, y que solo exis­tían dos cla­ses socia­les, los kol­jo­sia­nos, que depen­dían de las coope­ra­ti­vas cam­pe­si­nas, y los obre­ros, emplea­dos en las empre­sas del Esta­do. Afir­ma­ba tam­bién que el poder repre­si­vo del Esta­do úni­ca­men­te sub­sis­tía para enfren­tar a los enemi­gos exter­nos, por­que den­tro de la URSS ya no exis­tían anta­go­nis­mos socia­les (por lo menos fun­da­men­ta­les). En los años 1960 el PCUS lle­gó a afir­mar que la URSS ya había ini­cia­do el camino al comu­nis­mo, esto es, a la eta­pa en que cada habi­tan­te apor­ta­ría a la socie­dad según sus capa­ci­da­des, y toma­ría según sus nece­si­da­des. Tam­bién anti­ci­pa­ba que en 1980 la URSS supe­ra­ría eco­nó­mi­ca­men­te a EEUU, con lo cual el triun­fo del socia­lis­mo a nivel mun­dial esta­ría asegurado.

Hoy apa­re­ce cla­ro que estas carac­te­ri­za­cio­nes y pro­nós­ti­cos no tenían bases reales. El desa­rro­llo eco­nó­mi­co de la URSS siem­pre estu­vo por deba­jo del desa­rro­llo de los prin­ci­pa­les paí­ses capi­ta­lis­tas. Ade­más, las dife­ren­cias de ingre­sos en la URSS, en lugar de achi­car­se, se man­tu­vie­ron y con­so­li­da­ron con el correr de los años (Vos­lensky, 1987, cal­cu­la­ba que en la déca­da de 1970 un jefe de sec­tor del Comi­té Cen­tral del Par­ti­do gana­ba en pro­me­dio cin­co veces más que un obre­ro o emplea­do medio; ade­más de dis­po­ner de otros bene­fi­cios). En el cam­po, las rela­cio­nes socia­les se estan­ca­ron en un régi­men híbri­do, que com­bi­na­ba la peque­ña pro­duc­ción de par­ce­las y los mer­ca­dos “tole­ra­dos”, con la pro­duc­ción esta­ti­za­da. Y en los “poros” de la eco­no­mía sovié­ti­ca exis­tían múl­ti­ples for­mas de pro­duc­ción para el mer­ca­do, y de acu­mu­la­ción dine­ra­ria, que empu­ja­ban en una direc­ción muy dis­tin­ta del socia­lis­mo (ver más abajo).

Pero ade­más, la cla­se obre­ra y los cam­pe­si­nos no ejer­cían el poder efec­ti­vo. La expre­sión “poder de los Soviets” era solo un eufe­mis­mo. A pesar de que for­mal­men­te exis­tían los Soviets, el poder real lo ejer­cía la alta buro­cra­cia, o nomen­kla­tu­ra, con­for­ma­da por diri­gen­tes del par­ti­do y el Esta­do, y de ins­ti­tu­cio­nes de ense­ñan­za, cien­tí­fi­cas, etc., y diri­gen­tes de empre­sas. Vos­lensky (1980) cal­cu­la­ba que en la déca­da de los 70 había entre 450.000 y 500.000 nomen­kla­tu­ris­tas en la URSS. El PCUS, que se con­fun­día con el Esta­do, poseía el mono­po­lio de la selec­ción de fun­cio­na­rios, y toma­ba las deci­sio­nes tras­cen­den­ta­les. La direc­ción del PCUS, el Polit­bu­ró, ejer­cía el poder real.

En el plano externo la polí­ti­ca de la URSS fue de cola­bo­ra­ción (aun­que exis­tían ten­sio­nes) con el capi­ta­lis­mo, lle­gan­do a enfren­tar a los movi­mien­tos revo­lu­cio­na­rios que esca­pa­ba a su con­trol. No exis­ten, por lo tan­to, argu­men­tos váli­dos para sos­te­ner que la URSS se acer­ca­ra siquie­ra a un régi­men socia­lis­ta. Como argu­men­ta­ron los trots­kis­tas y defen­so­res de la tesis “capi­ta­lis­mo de Esta­do” (como Bet­te­le­him), si la URSS hubie­ra sido un régi­men socia­lis­ta, el Esta­do debe­ría haber entra­do en vías de extin­ción. Pero lejos de ello el Esta­do sovié­ti­co se había con­ver­ti­do en un for­mi­da­ble apa­ra­to de repre­sión inter­na, que esta­ba sepa­ra­do de las masas tra­ba­ja­do­ras. La KGB (abre­via­tu­ra de Comi­té de Segu­ri­dad del Esta­do), cuya tarea pri­mor­dial era la vigi­lan­cia de los ciu­da­da­nos sovié­ti­cos, tenía más de 500.000 miem­bros. Miles de opo­si­to­res sufrían per­se­cu­cio­nes, o esta­ban en las cár­ce­les, o eran ence­rra­dos en ins­ti­tu­tos psi­quiá­tri­cos (la jerar­quía pen­sa­ba que solo un demen­te, o un agen­te del capi­ta­lis­mo, podía ser crí­ti­co del régimen).

Ante estas reali­da­des, algu­nos plan­tea­ron que había que acep­tar a la URSS tal como esta­ba con­for­ma­da, y dige­rir su auto­ca­li­fi­ca­ción como “socia­lis­ta”. De ahí que se acu­ña­ra la expre­sión “socia­lis­mo real”. He rea­li­za­do una crí­ti­ca de méto­do a este enfo­que ‑en esen­cia con­ser­va­dor- en una nota ante­rior, “Razón y socia­lis­mo siglo XXI”.

Tesis “URSS capi­ta­lis­mo de Estado”

La tesis de que la URSS fue un capi­ta­lis­mo de Esta­do (en lo que sigue usa­re­mos TUSCE como acró­ni­mo de Tesis de la Unión Sovié­ti­ca Capi­ta­lis­mo de Esta­do) tie­ne una lar­ga tra­di­ción. Poco des­pués de la Revo­lu­ción de Octu­bre las corrien­tes social­de­mó­cra­tas carac­te­ri­za­ron a la URSS como capi­ta­lis­mo de Esta­do; tam­bién lo hicie­ron las alas más radi­ca­li­za­das de la izquier­da revo­lu­cio­na­ria, crí­ti­cas de la polí­ti­ca imple­men­ta­da por los bol­che­vi­ques. Pos­te­rior­men­te algu­nas corrien­tes que se sepa­ra­ron del trots­kis­mo adop­ta­ron la tesis. Y a media­dos de la déca­da de 1950, lue­go de la rup­tu­ra con los sovié­ti­cos, el PC de Chi­na tam­bién sos­tu­vo que la URSS se había trans­for­ma­do en un capi­ta­lis­mo de Esta­do. Ello con­tri­bu­yó, sin duda, a que la TUSCE fue­ra defen­di­da por inte­lec­tua­les occi­den­ta­les, cer­ca­nos al maois­mo como Char­les Bet­telheim, Cha­van­ce y Samir Amin. Posi­ble­men­te estos auto­res hayan sido sus más influ­yen­tes defen­so­res en la izquier­da. En lo que sigue exa­mi­na­re­mos la TUSCE según la pre­sen­ta­ción de Bet­telheim y Chavance.

La idea cla­ve de la TUSCE es que en la URSS los pro­duc­to­res direc­tos esta­ban sepa­ra­dos de los medios de pro­duc­ción, y que esta sepa­ra­ción ocu­rría por­que la capa diri­gen­te poseía efec­ti­va­men­te los medios de pro­duc­ción, a tra­vés del Esta­do. Dada esa sepa­ra­ción, la fuer­za de tra­ba­jo adqui­ría las carac­te­rís­ti­cas de mer­can­cía, que es la rela­ción carac­te­rís­ti­ca del capi­ta­lis­mo. Por lo tan­to en la URSS pre­do­mi­na­ba el sis­te­ma del tra­ba­jo asa­la­ria­do; la ley del valor y el mer­ca­do regían la eco­no­mía; el plus­tra­ba­jo adqui­ría la for­ma de plus­va­lía; y las mer­can­cías y los medios de pro­duc­ción la for­ma de capi­tal. En con­se­cuen­cia, las leyes de la acu­mu­la­ción capi­ta­lis­ta deter­mi­na­ban el cur­so eco­nó­mi­co y el Esta­do era capi­ta­lis­ta (Bet­telheim, 1980). “El Esta­do en tan­to capi­ta­lis­ta colec­ti­vo ocu­pa un lugar esen­cial en la eco­no­mía (de allí el carác­ter buro­crá­ti­co del sis­te­ma social en gene­ral y de la bur­gue­sía en par­ti­cu­lar). … la tasa de con­cen­tra­ción del capi­tal en la URSS es la más ele­va­da del mun­do…” (Cha­van­ce, 1979, p. 73). Los diri­gen­tes eran, en últi­ma ins­tan­cia, “los fun­cio­na­rios del capi­tal buro­crá­ti­co en su con­jun­to” (ídem, p. 75). En lo que sigue pre­sen­to las prin­ci­pa­les obje­cio­nes que encuen­tro en esta visión.

Ley del valor y pre­cios en la URSS

Dado que el capi­tal es “valor en pro­ce­so de valo­ri­za­ción”, la cues­tión de si en la eco­no­mía de la URSS pre­do­mi­na­ba la ley del valor es vital para la TUSCE. Recor­de­mos que la ley del valor de las mer­can­cías “deter­mi­na qué par­te de todo su tiem­po dis­po­ni­ble pue­de gas­tar la socie­dad en la pro­duc­ción de un tipo par­ti­cu­lar de mer­can­cías” (Marx, 1999, t. 1, p. 433). Bet­telheim, Cha­van­ce y otros auto­res, insis­tie­ron en que, debi­do a la exis­ten­cia del mer­ca­do y los pre­cios, la eco­no­mía sovié­ti­ca se regía por la ley del valor trabajo.

El pro­ble­ma con esta idea, como plan­tea Samary (1988), es que se detie­ne en las for­mas (pre­cios, mer­ca­do), sin ana­li­zar el con­te­ni­do. Es que pue­de haber pre­cios, pero éstos pue­den no expre­sar ni los gas­tos de tra­ba­jo, ni los tiem­pos de tra­ba­jo que la socie­dad desea entre­gar a cam­bio de los pro­duc­tos. Y esto es lo que suce­día con los pre­cios ‑que eran deter­mi­na­dos cen­tra­li­za­da­men­te- en la URSS. En pri­mer lugar, por­que los pre­cios mino­ris­tas se esta­ble­cían, en teo­ría, en fun­ción de bus­car un equi­li­brio entre la ofer­ta y la deman­da, razón por la cual no se deri­va­ban de los mayo­ris­tas (Lavig­ne, 1985). Por este sim­ple hecho ya era impo­si­ble que los pre­cios mino­ris­tas refle­ja­ran el tra­ba­jo inver­ti­do. Pero ade­más, los pre­cios mino­ris­tas tam­po­co refle­ja­ban las rela­cio­nes entre la ofer­ta y la deman­da, sino los obje­ti­vos de los pla­ni­fi­ca­do­res (Samary, 1988). A esto hay que sumar que bie­nes como vivien­da, luga­res en los jar­di­nes de infan­te para los niños, vaca­cio­nes, y otros bene­fi­cios, no se podían adqui­rir libre­men­te en el mer­ca­do, y solo se obte­nían por asig­na­ción de los direc­to­res en los luga­res de tra­ba­jo (Ash­win, 1996). Para estos rubros, por lo tan­to, los pre­cios no juga­ban rol alguno.

Por otra par­te, tam­po­co los pre­cios mayo­ris­tas refle­ja­ban los cos­tos de tra­ba­jo. Es que la asig­na­ción de recur­sos para las empre­sas se rea­li­za­ba de mane­ra cen­tra­li­za­da, y en con­se­cuen­cia las eva­lua­cio­nes mone­ta­rias que regis­tra­ba la cir­cu­la­ción de pro­duc­tos no cons­ti­tuían actos reales de com­pra y ven­ta. Por eso en este mer­ca­do el dine­ro no era un equi­va­len­te pleno; la mone­da con­ta­ble del sec­tor esta­tal no cir­cu­la­ba, y no se per­mi­tía com­prar los bie­nes de pro­duc­ción que no hubie­ran sido asig­na­dos por el plan. En reali­dad, los índi­ces con los que se regis­tra­ba el nivel de acti­vi­dad, en pre­cios mayo­ris­tas, cons­ti­tuían el equi­va­len­te con­ta­ble de un índi­ce de pro­duc­ción bru­ta (Lavig­ne, 1985). A lo ante­rior debe­mos agre­gar que toda nue­va pro­duc­ción o empren­di­mien­to era con­si­de­ra­do siem­pre útil, dado que lo impor­tan­te eran los índi­ces cuan­ti­ta­ti­vos, que demos­tra­ban el buen fun­cio­na­mien­to del sis­te­ma, y toda pér­di­da era cubier­ta por el plan. En defi­ni­ti­va, los pre­cios no podían jugar un rol acti­vo en la pro­duc­ción, ni podía exis­tir una medi­da ver­da­de­ra de los cos­tos de pro­duc­ción (ídem). A lo que se agre­ga­ba la anar­quía de hecho de la fija­ción de pre­cios. Se ha seña­la­do que en la prác­ti­ca el orga­nis­mo cen­tral de pla­ni­fi­ca­ción ape­nas pla­ni­fi­ca­ba una par­te ínfi­ma de la pro­duc­ción; y no había mane­ra de cal­cu­lar las varia­cio­nes de los tiem­pos de tra­ba­jo (Nove, 1965, Cha­van­ce 1983). Como algu­na vez des­ta­có Trotsky, la pla­ni­fi­ca­ción de toda la eco­no­mía, sin demo­cra­cia y sin poder de deci­sión de los pro­duc­to­res y los con­su­mi­do­res, lle­va a un impas­se. Sume­mos toda­vía que los pre­cios inter­nos esta­ban des­co­nec­ta­dos de los pre­cios inter­na­cio­na­les (Lavig­ne, 1985; Samary 1988); lo que gene­ra­ba otros pro­ble­mas que exce­den los mar­cos de esta nota (véa­se Lavig­ne, 1985).

Es nece­sa­rio pre­gun­tar­se enton­ces qué tenía que ver todo esto con un mer­ca­do capi­ta­lis­ta, y con el fun­cio­na­mien­to de la ley del valor. Des­ta­que­mos que la pro­pie­dad pri­va­da de los medios de pro­duc­ción es cla­ve para que haya com­pe­ten­cia, y por lo tan­to actúe la ley del valor. Y tam­bién para que se des­plie­guen las leyes de la acu­mu­la­ción capi­ta­lis­ta. A todo capi­tal la com­pe­ten­cia le impo­ne como ley con­se­guir la máxi­ma pro­duc­ti­vi­dad del tra­ba­jo, o sea, el máxi­mo de pro­duc­tos con el míni­mo de tra­ba­jo, con el mayor aba­ra­ta­mien­to posi­ble de las mer­can­cías. De ahí que Marx sos­ten­ga que “la libre com­pe­ten­cia es el desa­rro­llo real del capi­tal” (Marx, 1989, t. 2, p. 168). Pero nada de esto encon­tra­mos en la eco­no­mía de la URSS, como se advier­te cuan­do se inda­gan los meca­nis­mos espe­cí­fi­cos de su fun­cio­na­mien­to (véa­se más aba­jo). Es por este moti­vo que la TUSCE no pue­de esta­ble­cer un víncu­lo interno, lógi­co, entre las cate­go­rías que pos­tu­la, y la for­ma como fun­cio­na­ba el sis­te­ma sovié­ti­co. Esta falen­cia se pue­de adver­tir en la com­pa­ra­ción entre Cha­van­ce (1979) y Cha­van­ce (1983). En el pri­me­ro encon­tra­mos una fir­me defen­sa de la idea que la URSS era un capi­ta­lis­mo de Esta­do, pero casi nada acer­ca del fun­cio­na­mien­to con­cre­to; en el segun­do pasa a un segun­do plano la carac­te­ri­za­ción de la URSS como capi­ta­lis­ta, y lo que se des­cri­be Cha­van­ce tie­ne poco que ver con las leyes del capi­ta­lis­mo. Pero lo más impor­tan­te en una teo­ría es esta­ble­cer estos nexos inter­nos, mos­trar la dia­léc­ti­ca del desa­rro­llo de las cate­go­rías. En lo que sigue vere­mos en cier­to deta­lle que la TUSCE no satis­fa­ce este requi­si­to; y es impo­si­ble cum­plir­lo si nos que­da­mos en las for­mas de las cate­go­rías, y no inves­ti­ga­mos su contenido.

Sala­rios y capitalismo

El mis­mo pro­ble­ma de méto­do que dis­cu­ti­mos en el pun­to ante­rior, el que­dar­se en las for­mas, se advier­te en el tema del sala­rio Los auto­res de la TUSCE sos­tie­nen que es con­di­ción sufi­cien­te para que haya capi­ta­lis­mo la exis­ten­cia del tra­ba­jo asa­la­ria­do. De nue­vo una for­ma (esta vez el sala­rio) pare­ce dar lugar a todo el con­te­ni­do (nada menos que el modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta). Pero la reali­dad his­tó­ri­ca demues­tra que hubo sala­rio sin capi­ta­lis­mo; y que lo mis­mo suce­de en la socie­dad con­tem­po­rá­nea. Marx pre­sen­ta el caso de los roma­nos, que tenían en el ejér­ci­to una masa dis­po­ni­ble para el tra­ba­jo, y cuyo plus­tiem­po per­te­ne­cía al Esta­do. Estos tra­ba­ja­do­res ven­dían al Esta­do “toda su capa­ci­dad labo­ral por un sala­rio indis­pen­sa­ble para la con­ser­va­ción de su vida, tal cual lo hace el obre­ro con el capi­ta­lis­ta”. Marx agre­ga­ba que exis­tía “la ven­ta libre del tra­ba­jo”, pero el Esta­do no lo adqui­ría con vis­tas a la pro­duc­ción de valo­res. Por lo tan­to, “aun­que la for­ma del sala­rio pue­da pare­cer que se encuen­tra ori­gi­na­ria­men­te en los ejér­ci­tos, este sis­te­ma mer­ce­na­rio… difie­re esen­cial­men­te del tra­ba­jo asa­la­ria­do” (Marx, 1989, t. 2, p. 19; énfa­sis agregado).

En este razo­na­mien­to la dis­tin­ción entre la for­ma del sala­rio y el con­te­ni­do (que se vin­cu­la con la tota­li­dad, el mer­ca­do y el valor) deter­mi­na una dife­ren­cia esen­cial con el asa­la­ria­do moderno. La pro­duc­ción capi­ta­lis­ta se hace para valo­ri­zar el valor ade­lan­ta­do (encar­na­do en el dine­ro), pero esto no es lo que suce­día en el ejér­ci­to romano, y por eso no pode­mos hablar de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta, aun­que hubie­ra sala­rio y plus­tra­ba­jo. De la mis­ma mane­ra, Marx expli­ca que un rey o un fun­cio­na­rio del Esta­do capi­ta­lis­ta reci­ben un sala­rio, pero no por ello son tra­ba­ja­do­res pro­duc­to­res de plus­va­lía, ni están sub­su­mi­dos a una rela­ción capi­ta­lis­ta. “… los fun­cio­na­rios pue­den con­ver­tir­se en asa­la­ria­dos del capi­tal, pero no por ello se trans­for­man en tra­ba­ja­do­res pro­duc­ti­vos” (Marx, 1983, p. 83). En defi­ni­ti­va, no bas­ta con decir “en la URSS había sala­rio, por lo tan­to se tra­ta de capitalismo”.

Los defen­so­res de la TUSCE tam­bién sos­tie­nen que la pro­pie­dad legal de los medios de pro­duc­ción por los tra­ba­ja­do­res (a tra­vés del Esta­do sovié­ti­co) no poseía nin­gún sig­ni­fi­ca­do real, des­de el momen­to que el Esta­do se había auto­no­mi­za­do fren­te a los tra­ba­ja­do­res. Sin embar­go, en el capi­ta­lis­mo el capi­ta­lis­ta indi­vi­dual fun­cio­na como “capi­tal per­so­ni­fi­ca­do”, como un faná­ti­co de la valo­ri­za­ción del dine­ro ade­lan­ta­do, don­de la ganan­cia lo es todo. Pero esto suce­de en tan­to está sus­ten­ta­do en la pro­pie­dad pri­va­da, con todo lo que ello impli­ca: el dere­cho y el poder al “uso y abu­so” de los medios de pro­duc­ción y las mer­can­cías, lo que se tra­du­ce en rela­cio­nes de poder efec­ti­vas. Por ejem­plo, el capi­ta­lis­ta tie­ne el dere­cho a tras­la­dar su capi­tal a otro país, o no inver­tir, en caso de que la fuer­za labo­ral le pre­sen­te obs­tácu­los más o menos impor­tan­tes. En la URSS, en cam­bio, esto era impo­si­ble; los fun­cio­na­rios que admi­nis­tra­ban las empre­sas no solo no encar­na­ban al “valor en pro­ce­so” (la ganan­cia no cum­plía nin­gún rol impor­tan­te, como vere­mos), sino tam­po­co tenían dere­cho a cerrar­las, o a des­pe­dir tra­ba­ja­do­res por cau­sas eco­nó­mi­cas. Por lo tan­to era difí­cil dis­ci­pli­nar, median­te coer­ción eco­nó­mi­ca, al tra­ba­jo den­tro de las empresas.

La rela­ción labo­ral en la URSS

En el modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta la ame­na­za de ir a la calle actúa como un láti­go sobre el tra­ba­jo, y ata a los asa­la­ria­dos a los dic­ta­dos del capi­tal. Lo cual expli­ca el rol cru­cial del ejér­ci­to de des­ocu­pa­dos. El cam­bio tec­no­ló­gi­co, el sobre-empleo y las cri­sis cons­ti­tu­yen los meca­nis­mos median­te los cua­les se rege­ne­ra ese ejér­ci­to de des­ocu­pa­dos. Esto ase­gu­ra el des­po­tis­mo del capi­tal, ins­tru­men­ta­do a tra­vés de los “ofi­cia­les y sub­ofi­cia­les” (jefes y capa­ta­ces), y el poder de la máqui­na, encar­na­ción del capi­tal en el lugar de pro­duc­ción, sobre el tra­ba­jo. De ahí tam­bién que en el sis­te­ma capi­ta­lis­ta la caren­cia de mano de obra nun­ca es un freno a la acu­mu­la­ción, al menos en el mediano plazo.

En la URSS, en cam­bio, había caren­cia de mano de obra (el cre­ci­mien­to era exten­si­vo), lo que gene­ra­ba que las direc­cio­nes de las empre­sas se dispu­taran la fuer­za de tra­ba­jo. “El sec­tor esta­tal cono­cía una ver­da­de­ra com­pe­ten­cia por la con­tra­ta­ción entre las diver­sas empre­sas y admi­nis­tra­cio­nes eco­nó­mi­cas, lo que ha cre­ci­do con la penu­ria de la mano de obra” (Cha­van­ce, 1983, pp 15 – 16). En este mar­co las direc­cio­nes de las empre­sas tra­ta­ban de cubrir­se, y “acu­mu­la­ban” mano de obra por enci­ma de sus nece­si­da­des, a fin de hacer fren­te a los perío­dos de “tor­men­ta”, en los que se inten­si­fi­ca­ba el tra­ba­jo. Natu­ral­men­te, esto agra­va­ba la esca­sez de fuer­za de tra­ba­jo. Por eso los tra­ba­ja­do­res no temían al des­pi­do, y muchos cam­bia­ban con fre­cuen­cia de empleo, en bus­ca de mejo­res con­di­cio­nes. Ker­blay y Lavig­ne (1985) dicen que los tra­ba­ja­do­res cali­fi­ca­dos ejer­cían una suer­te de “chan­ta­je” sobre los direc­to­res de empre­sas, que si bien no les per­mi­tía mejo­rar sus sala­rios, sí daba lugar a aumen­tos de las pri­mas. El ausen­tis­mo era tam­bién una vía de resis­ten­cia, muy gene­ra­li­za­da, con­tra la que luchó sin éxi­to la diri­gen­cia, inclu­so con medi­das represivas.

Por otra par­te esta­ban las for­mas ins­ti­tu­cio­nal­men­te esta­ble­ci­das, y la ideo­lo­gía ofi­cial, que orien­ta­ba com­por­ta­mien­tos. Las empre­sas eran con­si­de­ra­das por los tra­ba­ja­do­res un bien común, colec­ti­vos que debían cubrir toda una serie de pro­gra­mas socia­les esta­ble­ci­dos (guar­de­rías, vaca­cio­nes, vivien­das, ofer­tas cul­tu­ra­les) que nin­gu­na direc­ción de empre­sa se ani­ma­ba a cues­tio­nar con el argu­men­to de “ele­var la ren­ta­bi­li­dad”, o cosa pare­ci­da. A ello se suma­ba la pre­sión de los sin­di­ca­tos y las bases del par­ti­do. Ther­bon (1979) cita el caso de una impor­tan­te fábri­ca de ace­ro, en el nor­te de la URSS, en la que tra­ba­ja­ban unos 35.000 obre­ros, de los cua­les casi 5000 eran miem­bros del PCUS, y esta­ban orga­ni­za­dos por sec­cio­nes de fábri­ca. Había ade­más casi 20 cua­dros con dedi­ca­ción exclu­si­va, y si bien el par­ti­do no entra­ba en la cade­na de man­dos admi­nis­tra­ti­vos, todos los nom­bra­mien­tos de eje­cu­ti­vos debían con­tar con su apro­ba­ción. Lo cual no nie­ga, por otra par­te, que los sin­di­ca­tos y el par­ti­do estu­vie­ran fuer­te­men­te regi­men­ta­dos por el poder polí­ti­co. Así, los sin­di­ca­tos no podían inter­ve­nir en las nego­cia­cio­nes sala­ria­les o sobre las con­di­cio­nes labo­ra­les gene­ra­les. Sin embar­go los tra­ba­ja­do­res ejer­cían una pre­sión de hecho que impe­día ele­var los rit­mos de tra­ba­jo, o impo­ner algo pare­ci­do a una dis­ci­pli­na “for­dis­ta” o “tay­lo­ris­ta”, típi­cas del capi­ta­lis­mo. Esta es una de las cau­sas por la cual en la URSS fra­ca­sa­ban los inten­tos por ele­var la pro­duc­ti­vi­dad, y el cre­ci­mien­to de la eco­no­mía era en lo esen­cial exten­si­vo. A prin­ci­pios de los 80 cer­ca de la mitad de la mano de obra indus­trial rea­li­za­ba tra­ba­jos manua­les o de baja cali­fi­ca­ción, y era muy bajo el gra­do de meca­ni­za­ción en la indus­tria (Cha­van­ce, 1983). Pero un cre­ci­mien­to exten­si­vo absor­be mano de obra y recur­sos sin lími­te; no es de extra­ñar que la tasa de acti­vi­dad alcan­za­ra, en aque­llos años, al 90%. Esta situa­ción no se pue­de com­pren­der si no se atien­de a la espe­ci­fi­ci­dad de la rela­ción sala­rial soviética.

Por todo esto Samary (1988) seña­la que los meca­nis­mos de domi­na­ción no eran exclu­si­va­men­te poli­cia­les, ya que se asen­ta­ban sobre una pano­plia com­ple­ja de medios socio-eco­nó­mi­cos e ins­ti­tu­cio­na­les. Samary tam­bién obser­va que había una cier­ta para­do­ja, por­que en tan­to los tra­ba­ja­do­res sovié­ti­cos goza­ban de menos dere­chos demo­crá­ti­cos que en los paí­ses capi­ta­lis­tas desa­rro­lla­dos, tenían una capa­ci­dad de resis­ten­cia fren­te a los meca­nis­mos de mer­ca­do mucho más con­si­de­ra­ble, “ya que en el terreno eco­nó­mi­co la buro­cra­cia pue­de ceder mucho, a con­di­ción de con­ser­var el poder polí­ti­co” (p. 19).

No es de extra­ñar que estas cues­tio­nes estu­vie­ran en el cen­tro de las preo­cu­pa­cio­nes de los refor­ma­do­res que acon­se­ja­ban a Gor­ba­chov y alen­ta­ron la peres­troi­ka. En los años 80 ya era impo­si­ble esta­ble­cer una coer­ción sobre el tra­ba­jo como la que había exis­ti­do has­ta los pri­me­ros años de la déca­da de 1950 (a comien­zos de 1953 había casi 2,5 millo­nes de per­so­nas en los cam­pos de tra­ba­jo for­za­do). Des­de los 60 los inten­tos de intro­du­cir pri­mas a la pro­duc­ción fra­ca­sa­ban una y otra vez, no solo por la caren­cia de bie­nes de con­su­mo en los cua­les gas­tar los ingre­sos suple­men­ta­rios, sino tam­bién por­que el colec­ti­vo labo­ral ter­mi­na­ba por asi­mi­lar los estí­mu­los al sala­rio nor­mal, y no cobrar­los era con­si­de­ra­do un cas­ti­go. Por enton­ces la direc­ción del PCUS admi­tía que las posi­bi­li­da­des de seguir con el cre­ci­mien­to exten­si­vo esta­ban ago­ta­das, por­que sen­ci­lla­men­te no habría la mano de obra dis­po­ni­ble (tam­po­co otros recur­sos) para con­ti­nuar por esa vía. Hacía fal­ta el mer­ca­do y la des­ocu­pa­ción para dis­ci­pli­nar al tra­ba­jo, y hacia eso se diri­gían las refor­mas que abrie­ron el camino a la res­tau­ra­ción de la pro­pie­dad pri­va­da ple­na. Pue­de ver­se una vez más la natu­ra­le­za, dis­tin­ta con res­pec­to al capi­ta­lis­mo, de este ago­ta­mien­to del sis­te­ma soviético.

Con­tra­dic­ción específica

El carác­ter par­ti­cu­lar de la rela­ción labo­ral en la URSS tam­bién esta­ba deter­mi­na­da por las for­mas de extrac­ción del exce­den­te (en esto segui­mos a Ash­win, 1999 y Clar­ke, 2007). Es que, como plan­tea Clar­ke, en el sis­te­ma sovié­ti­co exis­tía una con­tra­dic­ción fun­da­men­tal, que con­sis­tía en que se tra­ta­ba de un sis­te­ma cen­tra­li­za­do de apro­pia­ción del exce­den­te, en el cual las auto­ri­da­des cen­tra­les tra­ta­ban de maxi­mi­zar el exce­den­te mate­rial extraí­do de las empre­sas y orga­ni­za­cio­nes bajo su con­trol, y mini­mi­zar la asig­na­ción de recur­sos, en tan­to las empre­sas ‑y en esto coin­ci­dían las direc­cio­nes y los tra­ba­ja­do­res- tenían el obje­ti­vo inver­so. Ash­win tam­bién expli­ca que el exce­den­te debía ser entre­ga­do al Esta­do por la empre­sa, con­si­de­ra­da como colec­ti­vo de tra­ba­jo, lo cual ani­ma­ba a que hubie­ra una alian­za táci­ta entre las direc­cio­nes de las empre­sas y los tra­ba­ja­do­res, a fin de rete­ner ingre­sos (pri­mas, bonos, ganan­cias rete­ni­das para mejo­rar la empre­sa u obras socia­les). El obje­ti­vo era maxi­mi­zar los insu­mos y mini­mi­zar el nivel de extrac­ción por par­te del Esta­do (Ash­win, 1999). En la medi­da en que la empre­sa dis­pu­sie­ra de más recur­sos, podía expan­dir­se, así como des­ti­nar recur­sos a bene­fi­cios socia­les y a la comu­ni­dad en que esta­ba inser­ta; lo que daba pres­ti­gio y poder polí­ti­co a los directores.

Por par­te de los tra­ba­ja­do­res, el inte­rés en incre­men­tar los insu­mos y recur­sos era la expre­sión, como seña­la Clar­ke, de la resis­ten­cia a la extrac­ción del exce­den­te por par­te de la cúpu­la. Para los direc­to­res de empre­sas sig­ni­fi­ca­ba aumen­tar su poder e influen­cia a esca­la local. Aun­que al mis­mo tiem­po debían ase­gu­rar­se que se cum­plie­ran los pla­nes (las carre­ras polí­ti­cas depen­dían de ello), lo que lle­va­ba a los direc­to­res a entrar en con­flic­to par­cial con los tra­ba­ja­do­res (Aswin, tam­bién Clar­ke). En ese mar­co, las empre­sas no com­pe­tían por pre­cios, pero sí por aca­pa­rar recur­sos, lo que agra­va­ba la esca­sez. Tam­bién gene­ra­ba un impul­so a la autar­quía de las empre­sas. Pero ade­más esta situa­ción está evi­den­cian­do una rela­ción labo­ral dis­tin­ta de la que encon­tra­mos en el capi­ta­lis­mo, que sin duda tam­bién puso tra­bas a una for­ma de acu­mu­la­ción intensiva.

Ley del valor y for­mas híbridas

Aun­que la ley del valor no regía los pre­cios de la indus­tria esta­tal sovié­ti­ca, se hacía sen­tir sin embar­go por todos los poros. Por eso sur­gie­ron for­mas híbri­das de pro­duc­ción. Tal vez la más impor­tan­te se encon­tra­ba en la pro­duc­ción agrí­co­la. Dada la resis­ten­cia de los cam­pe­si­nos al tra­ba­jo en las gran­jas colec­ti­vas, ya bajo la direc­ción de Sta­lin se les auto­ri­zó a cul­ti­var par­ce­las indi­vi­dua­les y tener cier­to núme­ro de ani­ma­les (Lenin algu­na vez plan­teó que esta era la peor com­bi­na­ción para avan­zar al socia­lis­mo). Con el correr de los años la buro­cra­cia fue otor­gan­do más con­ce­sio­nes a los cam­pe­si­nos (por ejem­plo, la entre­ga de trac­to­res en los 50; las repe­ti­das amplia­cio­nes de las posi­bi­li­da­des de comer­ciar en mer­ca­dos “gri­ses” o tole­ra­dos; o de auto­ad­mi­nis­tra­ción de las gran­jas), aun­que se man­tu­vo la prohi­bi­ción de con­tra­tar tra­ba­jo asa­la­ria­do. De ahí que en algu­nos sec­to­res hubie­ra acu­mu­la­ción de rique­za bajo la for­ma de bie­nes sun­tuo­sos, sin que pudie­ra lan­zar­se la acu­mu­la­ción capitalista.

Otras for­mas eco­nó­mi­cas híbri­das se desa­rro­lla­ron en los inters­ti­cios que deja­ba la pro­duc­ción esta­ti­za­da, espe­cial­men­te en el sec­tor ser­vi­cios. Estas for­mas cre­cie­ron en los años 70 y 80. Por ejem­plo, la explo­ta­ción de los autos ofi­cia­les como taxis; la ense­ñan­za pri­va­da a domi­ci­lio; los alqui­le­res de casas de fun­cio­na­rios; las repa­ra­cio­nes. Tam­bién el acce­so al exte­rior, por par­te de fun­cio­na­rios, téc­ni­cos, artis­tas, etc, daba lugar a nego­cios (con las mone­das fuer­tes, o la ven­ta de pro­duc­tos adqui­ri­dos en el exterior).

Lo impor­tan­te es que estas acti­vi­da­des se ase­me­ja­ban a la pro­duc­ción peque­ño bur­gue­sa y mer­can­til, pero no podían pasar al modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta, debi­do a la prohi­bi­ción de con­tra­tar mano de obra y adqui­rir medios de pro­duc­ción pri­va­dos. Lo carac­te­rís­ti­co del capi­ta­lis­mo es que la peque­ña pro­duc­ción gene­re pro­duc­ción capi­ta­lis­ta, pero esto no suce­día en la URSS. Estas ocu­pa­cio­nes daban lugar a una acu­mu­la­ción dine­ra­ria (por ejem­plo depó­si­tos en los ban­cos) que no podía trans­for­mar­se en capi­tal. A medi­da que el sis­te­ma ten­dió a estan­car­se, y se acen­tua­ron las penu­rias de bie­nes, hubo una evo­lu­ción hacia lo que he lla­ma­do un “pro­to-capi­ta­lis­mo”. Por caso, se uti­li­za­ban empre­sas esta­ta­les para pro­du­cir para el mer­ca­do por fue­ra de los hora­rios ofi­cia­les, con empleo de mano de obra; o el alqui­ler de empre­sas esta­ta­les. Aquí se incu­ba­ban fuer­zas socia­les que apu­ra­rían la mar­cha al capi­ta­lis­mo des­de fines de los 80, pero que per­ma­ne­cie­ron lar­go tiem­po en los inters­ti­cios de la eco­no­mía cen­tra­li­za­da, y en gran medi­da, como afir­ma­ba Clar­ke (1992), la para­si­ta­ban. Esta cues­tión no pue­de enten­der­se si se con­si­de­ra que la URSS era un régi­men capi­ta­lis­ta; tam­po­co pue­de com­pren­der­se la natu­ra­le­za del cam­bio que ocu­rrió con la caí­da del régi­men soviético.

Pro­duc­ción, inver­sio­nes, ganancia

Una carac­te­rís­ti­ca del capi­ta­lis­mo es que la inver­sión se rige por la ganan­cia (o la tasa de ganan­cia). Cons­cien­tes de la impor­tan­cia de esta cues­tión, los defen­so­res de la TUSCE plan­tea­ron que en la URSS las inver­sio­nes esta­ban regi­das por la ganan­cia, y se veri­fi­ca­ban las leyes de la acu­mu­la­ción capi­ta­lis­ta. Según Bet­telheim, “las nor­mas de las empre­sas sovié­ti­cas pare­cen cada vez más un cal­co de las vigen­tes en los paí­ses capi­ta­lis­tas avan­za­dos… (…) bajo la cober­tu­ra de los ‘pla­nes eco­nó­mi­cos’, son las leyes de la acu­mu­la­ción capi­ta­lis­ta ‑del bene­fi­cio, en con­se­cuen­cia- las que deter­mi­nan el empleo de los medios de pro­duc­ción” (Bet­telheim, 1980, p. 38).

Pues bien, esto no era cier­to, como seña­la­ba Sweezy (1979) en polé­mi­ca con Cha­van­ce y Bet­telheim. La ausen­cia de pro­pie­dad pri­va­da de los medios de pro­duc­ción, el carác­ter for­mal del mer­ca­do y los pre­cios, y el hecho de que el ascen­so de los fun­cio­na­rios depen­die­ra del cum­pli­mien­to del plan, o del incre­men­to de cos­tos y recur­sos, expli­can que la inver­sión no se rigie­ra por el bene­fi­cio. Los direc­to­res de empre­sas tra­ta­ban de supe­rar las metas fija­das por el plan, sin pres­tar aten­ción a la cali­dad de los pro­duc­tos, a los cos­tos, o a las nece­si­da­des de la deman­da. Y el sis­te­ma buro­crá­ti­co daba pie a muchos com­por­ta­mien­tos que no se regían por la ren­ta­bi­li­dad. Por ejem­plo, si a una empre­sa que fabri­ca­ba tor­ni­llos el plan le fija­ba una x can­ti­dad de uni­da­des a pro­du­cir, era racio­nal (des­de la lógi­ca de la direc­ción) fabri­car la mayor can­ti­dad de tor­ni­llos (así fue­ran todos peque­ños), para alcan­zar y supe­rar x. Si por el con­tra­rio se fija­ba en y tone­la­das de tor­ni­llos fabri­ca­dos, no se pro­du­cían tor­ni­llos peque­ños, por­que era racio­nal pro­du­cir las uni­da­des más pesa­das. Si el obje­ti­vo se fija­ba sobre una base finan­cie­ra, la fábri­ca se esfor­za­ría por pro­du­cir las varian­tes más caras del pro­duc­to. En todos los casos, el aspec­to “cali­dad”, que­da­ba de lado.

En con­se­cuen­cia, y dado lo gene­ra­li­za­do de estos com­por­ta­mien­tos, había pro­ble­mas cró­ni­cos, como fal­ta de deter­mi­na­dos pro­duc­tos, caren­cia de repues­tos y fallas en los pro­duc­tos ter­mi­na­dos. En un estu­dio rea­li­za­do en zonas rura­les cer­ca­nas a Mos­cú se encon­tró, en la déca­da de 1980, que las gran­jas coope­ra­ti­vas man­te­nían, en pro­me­dio, unos seis trac­to­res en stock, solo para uti­li­zar sus pie­zas como repues­tos. Esto se debía a que las fábri­cas de trac­to­res no pro­du­cían repues­tos; y los equi­pos se rom­pían, en bue­na medi­da debi­do a la mala cali­dad. Nada de esto pue­de expli­car­se con las leyes de la acu­mu­la­ción capi­ta­lis­ta, regi­da por la lógi­ca del beneficio.

El pro­ble­ma tam­bién se pue­de ver en cómo se deci­día la cons­truc­ción de nue­vas plan­tas indus­tria­les. Debe­mos tener pre­sen­te que en la medi­da en que los minis­te­rios tuvie­ran más inver­sio­nes en mar­cha, aumen­ta­ban su poder. Ade­más, las nue­vas empre­sas, una vez pues­tas a pro­du­cir, podían garan­ti­zar insu­mos (siem­pre esca­sos) a las empre­sas ya esta­ble­ci­das en la órbi­ta del minis­te­rio en cues­tión; ya hemos indi­ca­do que exis­tía una ten­den­cia a la autar­quía. Las direc­cio­nes de empre­sas tam­bién tenían inte­rés en que se apro­ba­ran inver­sio­nes, por lo que hemos expli­ca­do más arriba.

Por otra par­te se sabía que una vez ini­cia­da una inver­sión, el flu­jo de recur­sos no se dete­nía. Por lo tan­to, des­de el pun­to de vis­ta de la direc­ción de los ministerios,y de las empre­sas, era racio­nal lograr que se apro­ba­ran muchos empren­di­mien­tos de inver­sio­nes. La meta era ini­ciar gran­des cons­truc­cio­nes, y la preo­cu­pa­ción por su ter­mi­na­ción pasa­ba a un segun­do plano. Esto traía como con­se­cuen­cia que hubie­ra una enor­me masa de insu­mos des­ti­na­dos a empren­di­mien­tos en mar­cha, sin un out­put equi­va­len­te. Lo cual expli­ca tam­bién que las cons­truc­cio­nes de plan­tas, en pro­me­dio, dura­ran muchos años. Así se lle­gó al extre­mo (reco­no­ci­do por la mis­ma direc­ción sovié­ti­ca) de empre­sas que antes de inau­gu­rar­se ya eran obso­le­tas, por­que en su cons­truc­ción se había tar­da­do 20 o 25 años.

Algo simi­lar ocu­rría con la inno­va­ción tec­no­ló­gi­ca. La URSS tuvo una pro­duc­ción cien­tí­fi­ca rela­ti­va­men­te avan­za­da, pero no se tra­du­cía en avan­ces para­le­los en los luga­res de pro­duc­ción. Es lo que se cono­cía como el pro­ble­ma de “la intro­duc­ción”. Es que antes de intro­du­cir nue­vos méto­dos y tec­no­lo­gías (que exi­gen tiem­po para poner­se a pun­to, y pue­den no dar resul­ta­dos), las direc­cio­nes se ate­nían a lo ya pro­ba­do. Des­pués de todo no había pre­sión por el cam­bio tec­no­ló­gi­co, dada la ausen­cia de com­pe­ten­cia de pre­cios. Esta situa­ción inclu­so dio lugar a la for­ma­ción del Comi­té del Esta­do para la Cien­cia y la Téc­ni­ca, pre­si­di­do por el vice­pre­si­den­te del Con­se­jo de Minis­tros, para esti­mu­lar la inno­va­ción tecnológica.

Sin embar­go no se avan­zó en la solu­ción del pro­ble­ma de la “intro­duc­ción”. En este res­pec­to Vols­kensky ano­ta­ba que “la acti­tud fren­te al pro­gre­so téc­ni­co (en la URSS) … es exac­ta­men­te la inver­sa de la que tie­ne el capi­ta­lis­mo” (p. 143). Esto se com­bi­na­ba con una baja tasa de reem­pla­zo de los equi­pos exis­ten­tes, man­te­ni­mien­to defi­cien­te y defec­tos de cons­truc­ción (Clar­ke, 2007). Para­le­la­men­te, la tec­no­lo­gía sovié­ti­ca se desa­rro­lla­ba “de acuer­do a los recur­sos dis­po­ni­bles, y sin refe­ren­cia a las res­tric­cio­nes de cos­tos que estruc­tu­ran a la tec­no­lo­gía occi­den­tal” (Clar­ke, 2007, p. 29). Por ejem­plo, uti­li­za­ba más ener­gía o metal que sus con­tra­par­tes occi­den­ta­les. En los 80 la indus­tria sovié­ti­ca con­su­mía entre el 30% y el 50% más de ener­gía y meta­les por uni­dad de pro­duc­to ter­mi­na­do que los paí­ses ade­lan­ta­dos (Lavig­ne, 1985).

Todo indi­ca enton­ces, y con­tra lo que afir­ma­ban los defen­so­res de la TUSCE, que las empre­sas sovié­ti­cas no se regían según el prin­ci­pio de la ren­ta­bi­li­dad. A prin­ci­pios de los 80, Agan­be­guian, un impor­tan­te eco­no­mis­ta sovié­ti­co, ase­sor de Gor­ba­chov, reco­no­cía que las tareas, los equi­pa­mien­tos y las can­ti­da­des a pro­du­cir no se deci­dían por los bene­fi­cios. Dado que la sali­da del pro­duc­to se con­si­de­ra­ba garan­ti­za­da, y que los pre­cios esta­ban fijos, si se podía pro­du­cir más, se pro­du­cía, por­que se des­con­ta­ba que los con­su­mi­do­res com­pra­rían el pro­duc­to. Por eso Agan­be­guian carac­te­ri­za­ba a la URSS como una eco­no­mía de “posi­bi­li­da­des de pro­duc­ción” (1987, p. 179). La preo­cu­pa­ción de las direc­cio­nes de las empre­sas era ase­gu­rar los insu­mos y cum­plir (o aumen­tar) la pro­duc­ción. De ello depen­dían sus even­tua­les ascen­sos en el apa­ra­to; las con­si­de­ra­cio­nes sobre las ganan­cias no entra­ban en las deci­sio­nes de inver­tir (Agan­be­guian, 1987).

Por otra par­te, dados los estran­gu­la­mien­tos y el aca­pa­ra­mien­to, la acti­vi­dad eco­nó­mi­ca esta­ba some­ti­da a fluc­tua­cio­nes vio­len­tas, carac­te­ri­za­das por tiem­pos de “cal­ma” (fal­ta de insu­mos, tra­ba­jo y plan­tas semi ocio­sos, etc.) y tiem­pos de “tor­men­ta” (lle­ga­da de insu­mos, sobre­uti­li­za­ción de equi­pos y sobre­tra­ba­jo para cum­plir con el plan). Lo cual agra­va­ba los cue­llos de bote­lla, las dis­tor­sio­nes entre las ramas, y el des­gas­te de los equi­pos. Pero no se tra­ta­ba de fluc­tua­cio­nes gober­na­das por las varia­cio­nes de la ganan­cia, como suce­de en el capi­ta­lis­mo, sino por la lógi­ca de la eco­no­mía de esca­sez. Esta mecá­ni­ca expli­ca, ade­más, por qué la cri­sis final de la URSS no se ha mani­fes­ta­do a tra­vés de algu­na cri­sis de sobre­pro­duc­ción ter­mi­nal. Más bien hubo una dis­mi­nu­ción pro­gre­si­va de la tasa de cre­ci­mien­to, a medi­da que se ago­ta­ban las posi­bi­li­da­des del cre­ci­mien­to exten­si­vo, y fra­ca­sa­ban los inten­tos de pasar al cre­ci­mien­to inten­si­vo. Des­de ini­cios de la déca­da de 1960 ya había una agu­da con­cien­cia en la direc­ción sovié­ti­ca del pro­ble­ma (de ahí los inten­tos de intro­duc­ción de refor­mas pro mer­ca­do). Hacia 1970, cuan­do se cal­cu­la que la URSS alcan­zó su máxi­mo poder, su eco­no­mía era un 40% infe­rior a la de EEUU (y más débil aún si se cal­cu­la el pro­duc­to por habi­tan­te). Entre fines de la déca­da y media­dos de la siguien­te el pro­ble­ma se agra­vó, y la eco­no­mía ten­dió a estancarse.

Buro­cra­cia, Esta­do y trans­for­ma­ción capitalista

Vin­cu­la­do a lo ante­rior, están las difi­cul­ta­des que sur­gen al asi­mi­lar a la diri­gen­cia sovié­ti­ca a la cla­se capi­ta­lis­ta. Ya hemos apun­ta­do algu­nas dife­ren­cias sus­tan­cia­les entre los buró­cra­tas sovié­ti­cos y la cla­se capi­ta­lis­ta. Los buró­cra­tas no tenían el dere­cho a la libre com­pra de medios de pro­duc­ción y con­tra­ta­ción de mano de obra, y no podían trans­for­mar sus ingre­sos en capi­tal. Por esto mis­mo el dine­ro no podía des­ple­ga­se como “poder social pri­va­do”, como capi­tal. Pero ade­más, de la ausen­cia de pro­pie­dad pri­va­da deri­va­ba una mecá­ni­ca de repro­duc­ción de la buro­cra­cia, y de rela­ción con el Esta­do, sus­tan­cial­men­te dis­tin­ta de la que exis­te en el capitalismo.

Para ver por qué, par­ta­mos de la afir­ma­ción de Bet­telheim (1980), de que la for­ma del pro­ce­so de apro­pia­ción del exce­den­te era la base de la repro­duc­ción de las rela­cio­nes de cla­se en la URSS, e inda­gue­mos en esa “for­ma”. Su par­ti­cu­la­ri­dad con­sis­tía en que la apro­pia­ción del exce­den­te esta­ba deter­mi­na­da por el con­trol que ejer­cía la buro­cra­cia sobre el Esta­do. Esto sig­ni­fi­ca que en la URSS el poder eco­nó­mi­co de la buro­cra­cia deri­va­ba de su poder polí­ti­co. En cam­bio, en el modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta, la base de la repro­duc­ción de las rela­cio­nes de cla­se es el la pro­pie­dad pri­va­da de los medios de pro­duc­ción, y en con­se­cuen­cia el poder polí­ti­co de la cla­se capi­ta­lis­ta deri­va de su poder eco­nó­mi­co, y no al revés. La dife­ren­cia no es menor, ya que en la URSS no ope­ra­ba la “rela­ti­va auto­no­mía” de lo eco­nó­mi­co con res­pec­to a lo polí­ti­co y el Esta­do, como ocu­rre en el capi­ta­lis­mo. Por eso se daba la cir­cuns­tan­cia que los con­flic­tos obre­ros (por con­di­cio­nes de tra­ba­jo, sala­rios, o cual­quier otra rei­vin­di­ca­ción) inme­dia­ta­men­te deri­va­ban en cues­tio­na­mien­tos del Esta­do. Refi­rién­do­se a las pro­tes­tas de los obre­ros de Soli­da­ri­dad pola­ca, alguien ano­tó que la iro­nía del “lega­do leni­nis­ta” con­sis­tía en que el con­trol del Esta­do sobre la eco­no­mía era tan direc­to y abier­to, que gene­ra­ba una crí­ti­ca al Esta­do den­tro del pro­ce­so de tra­ba­jo (cita­do en Aswin, 2003). No es lo que suce­de en el modo de pro­duc­ción capitalista.

Estas cues­tio­nes son impor­tan­tes para enten­der el cam­bio que ocu­rrió en la URSS entre fines de la déca­da de 1980 y comien­zos de la siguien­te. Ya a fines de los 80 un sec­tor de la buro­cra­cia (a tra­vés de la orga­ni­za­ción de la juven­tud, el Kon­so­mol) comen­zó a trans­for­mar­se en cla­se pro­pie­ta­ria. Fue enton­ces cuan­do esta­ble­cie­ron empre­sas, muchas en aso­cia­ción con capi­ta­les extran­je­ros, y bajo la for­ma de “coope­ra­ti­vas” (en mayo de 1988, y bajo pre­sión del Kon­so­mol, se modi­fi­có la ley de coope­ra­ti­vas, lo que per­mi­tió ampliar sus acti­vi­da­des). Solo las empre­sas que esta­ban conec­ta­das con la nomen­kla­tu­ra tenían el dere­cho a entrar en tran­sac­cio­nes de pro­pie­dad. Por este moti­vo se ven­dían (fines de los 80) empre­sas esta­ta­les a fir­mas que habían sido fun­da­das con par­ti­ci­pa­ción de la nomen­kla­tu­ra. En otras pala­bras, la nomen­kla­tu­ra (en espe­cial la gene­ra­ción más joven) se ven­día a sí mis­ma la pro­pie­dad esta­tal, a pre­cios muy bajos. Clar­ke (1992) habla de “pri­va­ti­za­ción espon­tá­nea” a par­tir de la for­ma­ción de coope­ra­ti­vas y peque­ñas empre­sas de “lea­sing”, liga­das a las gran­des empre­sas esta­ta­les, que ori­gi­na­ria­men­te fue­ron esta­ble­ci­das para elu­dir los con­tro­les cen­tra­les sobre sala­rios y flu­jos finan­cie­ros, y elu­dir impuestos.

Muchos direc­to­res, dice Clar­ke, des­mem­bra­ron las empre­sas esta­ta­les, trans­for­man­do las par­tes ren­ta­bles en sub­si­dia­rias pri­va­das, y aban­do­nan­do el res­to de la vie­ja empre­sa esta­tal, para colo­car­se ellos mis­mos como capi­ta­lis­tas pri­va­dos. Tam­bién hubo minis­te­rios que se trans­for­ma­ron en com­ple­jos indus­tria­les, comer­cia­les, etc. Para esto el minis­tro, o algún alto fun­cio­na­rio, se con­ver­tía en su direc­tor, el com­ple­jo adqui­ría el esta­tus de una com­pa­ñía por accio­nes, y los accio­nis­tas eran los mis­mos fun­cio­na­rios. “Toma­do de con­jun­to, es cla­ro que que el pro­ce­so de refor­ma eco­nó­mi­ca tuvo lugar bajo el con­trol de la nomen­kla­tu­ra y para su bene­fi­cio mate­rial direc­to”, seña­lan Krysh­ta­novs­ka­ya y Whi­te (1996). Este cam­bio social no pue­de apre­ciar­se en todas sus con­se­cuen­cias si no se tie­ne en men­te la cen­tra­li­dad de la pro­pie­dad pri­va­da de los medios de pro­duc­ción para la con­for­ma­ción de una cla­se capi­ta­lis­ta. Una cues­tión que de todas for­mas que­da plan­tea­da es si la buro­cra­cia cons­ti­tuía una cla­se social, a pesar de que no era pro­pie­ta­ria de los medios de pro­duc­ción; vamos a exa­mi­nar esta cues­tión en la pró­xi­ma nota dedi­ca­da a la carac­te­ri­za­ción de la URSS.

Pun­tos de acuer­do con la TUSCE

A pesar de la dis­cre­pan­cia con res­pec­to a la carac­te­ri­za­ción de la URSS como “capi­ta­lis­mo de Esta­do”, con­si­de­ro que exis­ten por lo menos dos cues­tio­nes impor­tan­tes que hay que res­ca­tar del plan­teo de Bet­telheim y otros auto­res defen­so­res de la TUSCE.

La pri­me­ra es que todo pare­ce indi­car que en la URSS la buro­cra­cia explo­ta­ba a la cla­se obre­ra. Esto es, exis­tía una extrac­ción y apro­pia­ción sis­te­má­ti­ca del exce­den­te gene­ra­do por los pro­duc­to­res direc­tos. Muchos par­ti­da­rios de la tesis de que la URSS era un régi­men buro­crá­ti­co par­ti­cu­lar tam­bién plan­tea­ron esta cues­tión, aun­que hay dis­cre­pan­cias acer­ca de si la buro­cra­cia cons­ti­tuía o no una cla­se social. E inclu­so Trotsky, defen­sor de la tesis de que la URSS era un régi­men pro­le­ta­rio buro­crá­ti­co, al final de su vida admi­tió que la buro­cra­cia explo­ta­ba -”de mane­ra no orgánica”-a la cla­se obre­ra (Trotsky, 1969).

En segun­do tér­mino, es impor­tan­te sub­ra­yar la impor­tan­cia (para el aná­li­sis, pero tam­bién para el pro­gra­ma y estra­te­gia polí­ti­ca de las fuer­zas socia­lis­tas) de dife­ren­ciar entre esta­ti­za­ción y socia­lis­mo. Sobre este tema, escri­bía Bettelheim:

“… la pro­gre­sión hacia el socia­lis­mo no es otra cosa que la domi­na­ción cre­cien­te por los pro­duc­to­res inme­dia­tos de sus con­di­cio­nes de exis­ten­cia y por lo tan­to, en pri­mer lugar, de sus medios de pro­duc­ción y de sus pro­duc­tos. Esta domi­na­ción no pue­de ser sino colec­ti­va y lo que se lla­ma “plan eco­nó­mi­co” es solo uno de los medios de esta domi­na­ción, pero sola­men­te den­tro de con­di­cio­nes polí­ti­cas deter­mi­na­das, en ausen­cia de las cua­les el plan no es más que un medio par­ti­cu­lar pues­to en mar­cha por una cla­se domi­nan­te, dis­tin­ta de los pro­duc­to­res inme­dia­tos, que vive del pro­duc­to de su tra­ba­jo, para ase­gu­rar su pro­pia domi­na­ción sobre los medios de pro­duc­ción y sobre los pro­duc­tos obte­ni­dos” (Sweezy y Bet­telheim, 1972, p. 45).

Por este moti­vo Bet­telheim sos­te­nía que el plan eco­nó­mi­co no podía iden­ti­fi­car­se sin más con el socia­lis­mo, ya que podía “impe­dir el domi­nio de los pro­duc­to­res sobre las con­di­cio­nes y los resul­ta­dos de su acti­vi­dad” (ídem, p. 52), y agre­ga­ba que “no pue­den exis­tir rela­cio­nes de pro­duc­ción socia­lis­tas más que en la medi­da en que haya domi­nio de los pro­duc­to­res sobre las con­di­cio­nes y pro­duc­tos de su tra­ba­jo” (p. 53). Vol­ve­re­mos a esta idea cla­ve en la pró­xi­ma nota, cuan­do ana­li­ce­mos la tesis que carac­te­ri­zó a la URSS como un “esta­do obre­ro burocrático”.


Biblio­gra­fía citada

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