Ni la más truculenta ficción fílmica salida de la mente calenturienta de un guionista hollywodense sería capaz de superar lo que ha estado ocurriendo en el territorio desmembrado de Serbia, bajo el paraguas protector de Estados Unidos y la OTAN, y que involucra como figura central al instalado primer ministro, aquel que fuera el jefe del sanguinario Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), Hashim Thaçi, tan aupado por las fuerzas intervencionistas en 1999.
Hace dos años la ex fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (ICTY), Carla Del Ponte, ex favorita de Washington, publicó unas memorias incómodas por sus revelaciones sobre el asunto, que le valió que el gobierno suizo la despachara como embajadora a la Argentina para silenciarla.
Pero otras investigaciones posteriores más a fondo, y aunque obstaculizadas siempre por la OTAN, confirmaron que el prohijado ELK tomaba prisioneros serbios y gitanos y los seleccionaban para ejecutarles sumariamente y extraerles órganos que vendían en una red de traficantes que en la actualidad todavía se mantiene. “Rusos, moldavos, kazajos y turcos desesperados fueron atraídos a la capital de Kosovo ‘con la falsa promesa de pago’ por sus riñones”, según The Guardian.
Que ahijados se busca el imperio.