Eus­kal Herria.»El Pro­ce­so de Bur­gos fue un enfren­ta­mien­to total con­tra el poder que opri­mía a nues­tro pueblo»

Por Ibai Azpa­rren /​Resumen Lati­no­ame­ri­cano /​7K /​Gara, 10 de diciem­bre de 2020.

Fue el más joven de los pro­ce­sa­dos. Tras ser libe­ra­do en en 1977, con­ti­nuó mili­tan­do en ETA has­ta su deten­ción en 1984 en Ipar Eus­kal Herria. Las auto­ri­da­des fran­ce­sas lo depor­ta­ron a Pana­má y cua­tro meses des­pués a Cuba, don­de resi­de actual­men­te y des­de don­de diri­ge la empre­sa Ugao S.A.

Josu Abrisketa.
Josu Abris­ke­ta.

A Josu ‘Txutxo’ Abris­ke­ta (Ugao, 1948) toda­vía le reprue­ban su mar­ca­do acen­to «galle­go» pese a lle­var media vida en Cuba. Pero él les corri­ge: «Con todo el res­pe­to para los galle­gos, yo soy vas­co». Qui­zá por la melan­co­lía que sus­ci­ta la irre­me­dia­ble leja­nía de su patria chi­ca, Ugao, se incli­na por la mon­ta­ña antes que las pla­yas celes­tia­les, y no han sido pocas sus esca­pa­das al pico Tur­quino, el pun­to de mayor alti­tud de la isla, en cuyo alto se encuen­tra un bus­to de José Mar­tí, poe­ta y héroe en la Gue­rra de Inde­pen­den­cia de Cuba. Otro rebel­de y un poco más bar­bu­do, Fidel Cas­tro, fue el «cul­pa­ble» de que Abris­ke­ta y otros refu­gia­dos vas­cos ate­rri­za­ran en Cuba por medio de un acuer­do con el Gobierno espa­ñol tras su deten­ción en enero de 1984 en Ipar Eus­kal Herria y su pos­te­rior expul­sión a Panamá.

El país insu­lar le pro­me­tió una aco­gi­da «sin nin­gu­na limi­ta­ción de estu­dio, de tra­ba­jo, de vida», y así ha sido. Tie­ne una hija –ade­más del hijo e hija que viven en Ipar Eus­kal Herria y lo visi­tan cada año– , un nie­to, y es el pre­si­den­te del Gru­po Ugao S.A., empre­sa que ope­ra en varias líneas de coope­ra­ción tec­no­ló­gi­ca, indus­trial y comer­cial. A sus 71 años, siem­pre se levan­ta tem­prano para rea­li­zar ejer­ci­cio o ir a su des­pa­cho en La Haba­na, aun­que una dolen­cia en la cade­ra izquier­da que le «tie­ne limi­ta­do» y la pan­de­mia le obli­gan, por el momen­to, a repo­sar en su casa de Arte­mi­sa, des­de don­de atien­de la lla­ma­da de 7K con moti­vo del 50º ani­ver­sa­rio del Pro­ce­so de Bur­gos.

Aun­que aho­ra «sea el más vie­jo en todos los lados», Abris­ke­ta fue el más joven de los encau­sa­dos –tenía 21 años– en el suma­rí­si­mo 3169, del que con­ser­va memo­rias sagra­das que rela­ta sin vaci­la­cio­nes, con una natu­ra­li­dad ines­pe­ra­da, fru­to de su lar­ga estan­cia en Cuba o de su ausen­cia en Eus­kal Herria. Pre­gun­ta­do por las razo­nes que lo lle­va­ron a impli­car­se en la mili­tan­cia de ETA, ase­gu­ra que es un pro­ce­so «lar­go de expli­car» pero que tra­ta­rá de resu­mir. Una gene­ro­sa pro­me­sa que se disi­pa pron­ta­men­te, al tiem­po que la char­la va sus­ci­tan­do mayor atractivo.

Naci­do en una fami­lia obre­ra «que per­dió la gue­rra», Abris­ke­ta per­te­ne­ce a una gene­ra­ción que sufría una «enor­me humi­lla­ción» hacia la «nación vas­ca, al eus­ka­ra y has­ta el txis­tu», pero a la que el mie­do «no le caló tan hon­do» como a sus padres o abue­los. Con solo 14 años comen­zó a tra­ba­jar y reme­mo­ra con escru­pu­lo­sa fide­li­dad las pri­me­ras huel­gas de Biz­kaia como mili­tan­te de la Juven­tud Obre­ra Cató­li­ca (JOC), a la vez que sus pri­me­ros Abe­rri Egu­na con inte­gran­tes de EGI. «Todos mis ami­gos eran obre­ros, pero eus­kal­du­nes a la vez», expresa.

A media­dos de los 60, expli­ca, con­ver­gen en ETA el pro­ble­ma «social» y «el nacio­nal», e ingre­san hijos de obre­ros, como Abris­ke­ta, en la orga­ni­za­ción. «Cuan­do me con­tac­ta­ron, ya esta­ba dis­pues­to a dar el paso», recuer­da. Las luchas de libe­ra­ción de Amé­ri­ca Lati­na, Áfri­ca y Asia influi­rían asi­mis­mo en el mar­co de la V asam­blea que mar­có «un hito en el sen­ti­do ideo­ló­gi­co, polí­ti­co y mili­tan­te» en una orga­ni­za­ción que «pen­sa­ba ya en dar pasos más fuertes».

En agos­to de 1968, ETA come­tió su pri­mer aten­ta­do pre­me­di­ta­do: la eje­cu­ción de Meli­tón Man­za­nas, repre­sor de la opo­si­ción a la dic­ta­du­ra y cola­bo­ra­dor de la Ges­ta­po nazi, lo que des­en­ca­de­na­ría una ola de deten­cio­nes que dejó a ETA sin capa­ci­dad ope­ra­ti­va y la pues­ta en mar­cha del que se recuer­da ya como el Pro­ce­so de Bur­gos para escar­men­tar al pue­blo vasco.

En abril de 1969 fue dete­ni­do por la Poli­cía espa­ño­la en la calle Arte­ka­le de Bil­bo.
«La deten­ción fue con­se­cuen­cia de que éra­mos una orga­ni­za­ción que que­ría­mos ir más rápi­do de lo que podía­mos. No había pre­pa­ra­ción sufi­cien­te a nivel de clan­des­ti­ni­dad. Tenía­mos pre­pa­ra­ción en poner iku­rri­ñas y hacer pin­ta­das por los mon­tes, pero no de un enfren­ta­mien­to arma­do de ese nivel. Yo estu­dia­ba en la Escue­la de Quí­mi­ca y, cuan­do entré en ETA como libe­ra­do, tuve que dejar­lo todo e irme de casa. En la clan­des­ti­ni­dad, hacía­mos todo jun­tos; lo mis­mo íba­mos a reunio­nes de tipo cul­tu­ral que íba­mos a asam­bleas en fábri­cas, que ponía­mos bom­bas jun­tos. Es decir, hacía­mos de todo y todo a la vez. ¿Qué pasó? Que la casa de Arte­ka­le, la «casa de todos» la lla­má­ba­mos, no la íba­mos a usar más, esta­ba muy que­ma­da por­que ya había­mos teni­do algún enfren­ta­mien­to con la Poli­cía en la par­te vie­ja de Bil­bo. Pero nos había­mos deja­do algu­nas cosas. Mien­tras está­ba­mos en el mon­te des­can­san­do, la Poli­cía tor­tu­ró a un com­pa­ñe­ro [Ando­ni Arri­za­ba­la­ga] y con­si­guió la lla­ve. Entra­ron den­tro y allí nos espe­ra­ron… has­ta que lle­ga­mos y se armó el tiro­teo. Caí. Sufrí unas tor­tu­ras muy fuer­tes duran­te 8 o 10 días en comi­sa­ría, no sabía si era de día o de noche. Sufrí ais­la­mien­to y lle­gué a la cár­cel con las cos­ti­llas frac­tu­ra­das. Cuan­do íba­mos en el fur­gón de Basau­ri a Bur­gos, los guar­dias tenían un perió­di­co y pude leer que varios dete­ni­dos iban a ser des­pla­za­dos a Bur­gos, don­de habría penas de muerte.

Entre las defen­sas hay des­ta­ca­dos abo­ga­dos como José Anto­nio Etxe­ba­rrie­ta, Juan Maria Ban­drés, Miguel Cas­tells… pero a usted le defen­dió el cata­lán Sole Bar­be­ra. ¿Qué estra­te­gia siguie­ron?
Hubo varias fechas para el jui­cio y se iban atra­san­do. Enton­ces, vimos ense­gui­da que los mili­ta­res pre­ten­dían un cas­ti­go ejem­pla­ri­zan­te con la resis­ten­cia vas­ca. Pen­sa­mos en coger un abo­ga­do cada uno, todos del País Vas­co, pero alguno ten­dría que ser tam­bién de fue­ra. El mío era José Anto­nio Etxe­ba­rrie­ta pero, al final, como era el her­mano de Txa­bi, deci­di­mos que tenía que repre­sen­tar al prin­ci­pal acu­sa­do, es decir, a Izko de la Igle­sia. Yo pro­pu­se al cata­lán, que era una bellí­si­ma per­so­na que luchó en la Gue­rra Civil y que enten­día a la per­fec­ción la cues­tión nacio­nal. Cada acu­sa­do tenía que expo­ner una par­te de la estra­te­gia. Los abo­ga­dos des­cu­brie­ron que íba­mos a hacer las decla­ra­cio­nes de for­ma alfa­bé­ti­ca y, por tan­to, a mí me tocó el pri­me­ro. Tenía que hablar de las tor­tu­ras y de la deten­ción pero, sobre todo, sobre la opre­sión que sufría la cla­se obre­ra vas­ca y el pue­blo vas­co. Dis­tri­bui­mos nues­tros pape­les y a cada abo­ga­do le toca­ba dise­ñar las pre­gun­tas para que noso­tros pudié­ra­mos dar esas res­pues­tas y expo­ner lo que que­ría­mos públi­ca­men­te. Como iba a haber abo­ga­dos y obser­va­do­res inter­na­cio­na­les, y mucha pren­sa, que­ría­mos apro­ve­char la situa­ción para rever­tir lo que pre­ten­dían los mili­ta­res y dar­le la vuel­ta al jui­cio. Como era el pri­me­ro, las decla­ra­cio­nes les sor­pren­die­ron y tuve la opor­tu­ni­dad de hablar bas­tan­te, de expo­ner lo que que­ría. La segun­da fue Itziar Azpu­rua, pero lue­go sus­pen­die­ron el jui­cio duran­te dos días. Cuan­do vol­vie­ron, cam­bia­ron el orden alfa­bé­ti­co y a ‘Teo’ Uriar­te, que le toca­ba rom­per el jui­cio, le metie­ron en medio. El últi­mo fue Mario Onan­dia, el que gri­tó «Gora Euka­di askatuta!».

Fue enton­ces cuan­do el res­to de acu­sa­dos se levan­ta­ron y ento­na­ron ‘Eus­ko Guda­riak’, jun­to a los fami­lia­res que se con­tra­ban en a sala. ¿Cuál fue la reac­ción del tri­bu­nal?
Los guar­dias que tenía­mos atrás vie­ron que nos levan­ta­mos y nos lan­za­mos hacia ade­lan­te mien­tras can­tá­ba­mos el ‘Eus­ko Guda­riak’. El vocal sacó el sable [Anto­nio Tron­co­so]. La puer­ta de sali­da esta­ba detrás de los mili­ta­res y nos enca­mi­na­mos hacia ella, mien­tras seguía­mos gri­tan­do. Así nos mar­cha­mos. Como anéc­do­ta curio­sa, alguno de los guar­dias nos repro­chó que no había­mos habla­do de la opre­sión del pue­blo anda­luz [ríe]. Des­pués, nos lla­ma­ron a decla­rar uno por uno, solo con los abo­ga­dos. No recuer­do muy bien esa par­te, creo que les insul­té de algu­na for­ma, pero no recuer­do las últi­mas pala­bras. Segu­ra­men­te les lla­ma­ría «fas­cis­tas».

Las penas lle­ga­ron el 28 de diciem­bre. ¿Cómo se ente­ra­ron de las mis­mas y pos­te­rior­men­te de su con­mu­ta­ción?
Cuan­do lle­gó la sen­ten­cia, Etxe­ba­rrie­ta nos lla­mó a unos cuan­tos y nos dijo que iban a venir a la cár­cel con las penas de muer­te. Nos dije­ron que pre­pa­rá­se­mos a los seis a los que se les había con­de­na­do con la pena capi­tal. No tuvi­mos que pre­pa­rar nada por­que ellos esta­ban per­fec­ta­men­te ani­ma­dos. La sor­pre­sa fue que tres de ellos [Mario Onain­dia, Teo Uriar­te y Jokin Goros­ti­di] no se lle­va­ron una pena de muer­te sino dos y exis­tía el mie­do de que con­mu­ta­ran las seis penas y apli­ca­ran tres. Había una peque­ña biblio­te­ca en el patio de la cár­cel. Nos jun­ta­mos allí y deba­ti­mos. Se nos pasó por la cabe­za hacer un motín, tomar el cen­tro de vigi­lan­cia… pero se des­car­tó por­que iba a ser una masa­cre. Oía­mos, por algu­nos pre­sos comu­nes, que se esta­ba lim­pian­do el garro­te, que se esta­ba lim­pian­do tam­bién la huer­ta de allá atrás… pero final­men­te con­mu­ta­ron las penas. Cuan­do lle­gó la noti­cia fue una fies­ta terri­ble, no res­pe­tá­ba­mos nada, sal­tá­ba­mos… has­ta algún car­ce­le­ro se ale­gró. Pero esa ale­gría duró has­ta el 11 de enero, cuan­do entra­ron sor­pre­si­va­men­te en las cel­das y nos saca­ron. A mí me tocó la cár­cel de Ali­can­te, allá don­de murió Miguel Hernández.

Duran­te el pro­ce­so pasa­ron uste­des de acu­sa­dos a acu­sa­do­res. ¿Aque­llos plan­tea­mien­tos logra­ron ace­le­rar la cri­sis del fran­quis­mo? ¿Pusie­ron sobre la mesa el con­flic­to vas­co?
El Pro­ce­so de Bur­gos fue una fal­ta de res­pe­to a toda aque­lla repre­sión fran­quis­ta, un enfren­ta­mien­to total con­tra el poder que opri­mía a nues­tro pue­blo. El Pro­ce­so de Bur­gos fue un ele­men­to que nos salió mucho mejor de lo que se pen­sa­ba. Nos que­rían meter mie­do para que duran­te otros 25 años no se movie­ra nada ni nadie.

En muchas oca­sio­nes se ha dicho que, tras el jui­cio, la gen­te en Eus­kal Herria empe­zó a hablar sobre polí­ti­ca, sobre aque­lla reali­dad vas­ca, y los jóve­nes a mover­se como nun­ca has­ta enton­ces.
Le dimos la vuel­ta con argu­men­tos polí­ti­cos y, al ser tra­ba­ja­do­res, gen­te de fami­lia nor­mal, eso pro­pi­ció que las siguien­tes gene­ra­cio­nes cogie­ran con­fian­za nue­va­men­te en la lucha nacio­nal y social. El esce­na­rio pos­te­rior fue una Eus­kal Herria don­de con­ver­gen todas las ideo­lo­gías de izquier­das, pero se man­tie­ne como un ele­men­to fuer­te la lucha fron­tal y armada.

Pese a ser indul­ta­do en 1977, en 1983 lo detie­nen en Ipar Eus­kal Herria, lo depor­ta­ron a Pana­má y cua­tro meses des­pués a Cuba. ¿Cómo vivió ese pro­ce­so?
Lle­gó un momen­to en el que el Gobierno espa­ñol crea un ele­men­to fuer­te con­tra ETA como eran los GAL. Y empie­zan a matar. Pare­ce ser que ahí hubo algún encon­tro­na­zo entre el Gobierno espa­ñol y el fran­cés. Final­men­te, bus­ca­ron otras vías como la depor­ta­ción. Yo lle­va­ba unos cuan­tos años refu­gia­do en Ipa­rral­de, tra­ba­ja allí, tenía una hija de cin­co años y otro de dos. Me detu­vie­ron y, sin saber a dón­de iba, ate­rri­cé en Pana­má. Allí había un con­flic­to muy gor­do con Manuel Anto­nio Norie­ga y, al final, Cuba acep­tó reco­ger­nos. Nos dije­ron que si nos que­dá­ba­mos tenía que ser volun­ta­ria­men­te. Lle­vo más de 36 años vivien­do aquí. Creé una empre­sa con empre­sa­rios de Eus­kal Herria, pero tam­bién del res­to del mun­do, de paí­ses como Eslo­va­quia, de Espa­ña, de Catalunya…La expe­rien­cia en Cuba ha sido muy bue­na, nos tra­ta­ron como revo­lu­cio­na­rios y toda­vía nos siguen tratando.

Aún se encuen­tra hoy en el exi­lio. ¿Pien­sa vol­ver?
Cuan­do se den las con­di­cio­nes, voy a vol­ver. Voy a cum­plir 71 años aho­ra y quie­ro vol­ver, la mitad de mi vida he esta­do en Cuba, ten­go fami­lia aquí tam­bién. Mis hijos viven en Ipa­rral­de y vie­nen todos los años a visitarme.

¿Cómo ha vis­to des­de fue­ra la evo­lu­ción de Eus­kal Herria en estas déca­das?
El últi­mo pro­ce­so, cuan­do se apro­bó el aban­dono de la lucha arma­da, que ya había cum­pli­do una fun­ción, creo que fue posi­ti­vo. Creo en un movi­mien­to que reco­ge las espe­ran­zas que han exis­ti­do des­de hace 150 años. Es esa izquier­da aber­tza­le en la que con­fío y creo que la batu­ta la tie­ne aho­ra el pue­blo vas­co. Diji­mos que cuan­do el pue­blo cogie­ra los ele­men­tos fun­da­men­ta­les de la lucha nacio­nal y social, la batu­ta, ETA ten­dría que reti­rar­se. Algu­nos decían que se ten­dría que haber hecho antes, pero las cosas ocu­rren cuan­do pue­den ocu­rrir. Cuan­do se pro­du­ce un enfren­ta­mien­to tan fuer­te como el que ha habi­do en Eus­kal Herria no se pue­de resol­ver de la noche a la maña­na, por el deseo de cua­tro, y ade­más tenien­do en cuen­ta que la repre­sión con­ti­nua­ba y con­ti­núa, que hay cuer­pos repre­si­vos, que toda­vía hay pre­sos en la cár­cel, en el exi­lio… Vamos a seguir luchan­do en la mis­ma línea, pero con otras for­mas y creo que el pue­blo vas­co lo ha enten­di­do muy bien. La izquier­da aber­tza­le será la segun­da en Eus­ka­di a nivel de votos, pero creo que es la pri­me­ra a nivel de inci­den­cia política.

Resul­ta por lo menos curio­so que, des­pués de 50 años de uno de los aten­ta­dos con más trans­cen­den­cia de ETA, nun­ca haya sali­do el nom­bre del autor. Tenien­do en cuen­ta, ade­más, la evo­lu­ción ideo­ló­gi­ca de los encau­sa­dos…
Yo tam­po­co sé quién mató a Meli­tón Man­za­nas… y mejor que se que­de así. Odio las armas, pero me metí en la lucha arma­da. Pien­so que siem­pre que se pue­da evi­tar, hay que evi­tar­la. Deseo que Eus­kal Herria jamás vuel­va a eso, que sea libre por su pro­pia fuer­za… Si hubie­ra habi­do otra situa­ción polí­ti­ca, no habría habi­do ni ese muer­to ni ninguno.

Itu­rria /​Fuen­te

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