Pen­sa­mien­to Crí­ti­co. Vida y muer­te en la calle: los patro­nes del odio

Por Sil­va­na Melo, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 11 de enero de 2022. 
La ima­gen de la mujer que­dó dete­ni­da en la lla­mi­ta de su encen­de­dor. La sos­tu­vo has­ta que el fue­go pren­dió sin esfuer­zo en el carro de car­to­nes de Jona­tan. Que dor­mía ahí, pega­di­to, en un hogar de col­chón y fra­za­da. Fue­ron veci­nos los que lo des­per­ta­ron y le apa­ga­ron el fue­go. Jona­tan se que­mó un poco los pies y pudo ver, con el alma atra­ve­sa­da por tan­to des­am­pa­ro, la ima­gen de la mujer y el encen­de­dor. De la lla­mi­ta que dejó sobre sus cosas para des­pués correr hacia la esqui­na y per­der­se de los ojos de la cáma­ra calle­je­ra. Hay un odio social, de la gen­te común, del vecino o la veci­na que com­pra toma­tes duran­te el día y por la noche va dis­pues­ta a pren­der fue­go a un hom­bre que vive en la calle. A que­mar­lo como se que­ma la basu­ra cuan­do el esta­do no la reco­ge. A sacar­lo del medio, por­que es el espe­jo don­de nadie quie­re ver­se. La intem­pe­rie a la que siem­pre se con­de­na al otro. En 2021 hubo al menos 33 epi­so­dios vio­len­tos con­tra gen­te que vive en la calle. Con 23 muer­tos en todo el país, según el regis­tro de la Asam­blea Popu­lar por las Per­so­nas en Situa­ción de Calle (APPSC).

Es el esta­do el que los echa a la calle por­que hay un por­cen­ta­je de des­car­te que es depo­si­ta­do en los ceam­ses socia­les deba­jo de las auto­pis­tas. En las ocha­vas de las ciu­da­des. En las pla­zas y en las entra­das de los ban­cos. En la puer­ta de los super­mer­ca­dos y cer­ca de la basu­ra de las piz­ze­rías. Fami­lias ente­ras con niños que des­pier­tan a la vida con el peor regis­tro que le mar­ca­rá el rum­bo: la intem­pe­rie y la vio­len­cia intrín­se­ca de ese abandono.

Gen­te que fue des­alo­ja­da de sus casi­tas por los pro­pie­ta­rios, de los asen­ta­mien­tos y de las tomas por la poli­cía, de los hote­li­tos por el esta­do que pagó has­ta ahí, de un país ente­ro que los con­fi­na y los empu­ja a las fron­te­ras de lo impo­si­ble. Gen­te que se va a vivir con un cie­lo como techo que a veces es tan hos­til. En invierno se mue­ren de frío. En el verano tro­pi­ca­li­za­do por las mis­mas manos que los expul­san, se mue­ren por el calor. Gen­te sin pare­des, sepa­ra­da de los otros por una bol­sa de con­sor­cio. Sin inodo­ros ni duchas. Con la inti­mi­dad rota, con la dispu­ta laten­te. Con el sue­ño de una plan­ti­ta o una silla de jar­dín des­fon­da­da que se tra­je­ron de algu­na vida anterior.

Gen­te que fas­ti­dia. A los gobier­nos, que los qui­tan sis­te­má­ti­ca­men­te de los espa­cios públi­cos, que los des­po­jan de sus cosi­tas, que los car­gan en sus camio­nes de resi­duos y los des­car­gan lejos, fue­ra de la vis­ta. Gen­te que moles­ta a las vecin­da­des. Estro­pea las vere­das. Afea el barrio. Enton­ces los ata­can. Con fue­go, con agre­sio­nes arte­ras, con cuchi­llos, con balas.

Es la con­di­ción huma­na cons­trui­da en una épo­ca mal­di­ta, sojuz­ga­da por el capi­tal en su altar supre­mo, manu­fac­tu­ra­da en el des­pre­cio al des­am­pa­ra­do, en la indi­vi­dua­li­dad como rum­bo, en el muro, la alar­ma y el alam­bre de púas como resis­ten­cia feroz al otro.

Para­dó­ji­ca­men­te, Jona­tan no es una víc­ti­ma más del fue­go sis­té­mi­co por­que le sal­vó la vida un vecino. Que el día des­pués de la Navi­dad lo des­per­tó y le apa­gó ese fue­go en la ave­ni­da Cobo al 1200 de la metró­po­li más rica del país. La de los mega nego­cios inmo­bi­lia­rios que dejan a miles en la calle y sin río a la ciudad.

La espe­ran­za es una vela al viento.

A fines de 2021, la Asam­blea Popu­lar por las Per­so­nas en Situa­ción de Calle publi­có el “Regis­tro Uni­fi­ca­do de Vio­len­cias” con núme­ros que, admi­ten, pro­ba­ble­men­te sean un subre­gis­tro por­que las vidas y las muer­tes de la gen­te en la calle ni siquie­ra lle­gan a núme­ros. Son som­bras que viven y mue­ren en el ano­ni­ma­to. Fue­ron 33 epi­so­dios vio­len­tos regis­tra­dos en un año. Casi tres por mes. 23 muer­tos: 10 víc­ti­mas de ata­ques de odio y 13 por “negli­gen­cia o fal­ta de asis­ten­cia” por par­te del Estado.

Jor­ge­li­na Di Iorio, inves­ti­ga­do­ra del Coni­cet y refe­ren­te de la Asam­blea, dijo a El gri­to del Sur que «Las denun­cias por estas vio­len­cias toma­ron aún más fuer­za a par­tir del hecho de Mata­de­ros», cuan­do en mayo de 2019 dos hom­bres de baja­ron de un auto bajo el puen­te de Gene­ral Paz y Alber­di y pren­die­ron fue­go a dos per­so­nas que dor­mían ahí. El 4 de julio de 2020, una mujer murió que­ma­da bajo una auto­pis­ta en Constitución.

En Mar del Pla­ta, en sep­tiem­bre de 2021, un hom­bre fue apu­ña­la­do mien­tras dor­mía. En el Hos­pi­tal Inter­zo­nal le encon­tra­ron pun­ta­zos en la espal­da, en el pecho y lesio­nes en la cara.

En la mis­ma ciu­dad, con su car­ga de feli­ci­dad des­hi­la­cha­da, en enero de 2021 un hom­bre de 54 años, que vivía en la calle, fue apu­ña­la­do duran­te la noche. Con las mis­mas heri­das del ante­rior. Como si fue­ra un patrón del odio.

Los agre­so­res no apa­re­cen. Casi nunca.

En Rosa­rio, el 27 de sep­tiem­bre, un mucha­cho de 28 años fue gol­pea­do bru­tal­men­te por otros cua­tro, que lo pren­die­ron fue­go. Per­dió sus poqui­tas per­te­nen­cias y fue inter­na­do. No se supo más de él.

En Men­do­za, en octu­bre de 2021, un hom­bre que vivía en la calle fue ase­si­na­do en la madru­ga­da. Tenía cor­tes en el cue­llo y gol­pes que le pro­du­je­ron la muerte.

En la ciu­dad de Bue­nos Aires, en mayo de 2021, Vio­le­ta fue ase­si­na­da por alguien que le robó. Y le había roba­do tam­bién un mes atrás. Vio­le­ta tenía 78 años. Su agre­sor, 25. Vio­le­ta vivía en la calle, en la zona de Reco­le­ta. Poco antes del des­em­bar­co de la pan­de­mia, se incen­dió la casi­ta rodan­te blan­ca, con un Vio­le­ta pin­ta­do, don­de ella vivía.

En CABA, en junio de 2021, la fis­cal defi­nió: “Vio­len­cia físi­ca inusi­ta­da” y “des­pre­cio de la vida huma­na en su máxi­ma expre­sión”. Esta­ba des­cri­bien­do el cri­men de Nancy Flo­ren­tín, de 36 años. Vivía en la calle y le decían Karen. La mató en Paler­mo su ex pareja.

En el noviem­bre de Men­do­za encon­tra­ron un hom­bre que no pudo ama­ne­cer ese día. Fue apu­ña­la­do y tenía 40 años. Y lo mató un par de pun­ta­zos en el cue­llo y en el tórax.

En junio del mis­mo 2021, en CABA, un indi­gen­te que para­ba en la esqui­na de Almi­ran­te Brown y 26 de Julio, fue acri­bi­lla­do con una ame­tra­lla­do­ra. Des­de dos auto­mó­vi­les, cin­co tiros lo hirie­ron has­ta la muer­te. Refe­ren­tes de una ban­da nar­co apre­ta­ron los gatillos.

Mar del Pla­ta en octu­bre tam­bién asis­tió a los gol­pes que cui­da­co­ches pro­pi­na­ron a un hom­bre que vivía en la calle. Que­ría dor­mir don­de ellos trabajaban.

En Rosa­rio, tam­bién en octu­bre, una pare­ja ata­có vio­len­ta­men­te a un indi­gen­te para robar­le. El defen­dió sus míni­mas per­te­nen­cias. Fue a parar al hospital.

En el enero y en el agos­to de Jujuy, dos jóve­nes con­de­na­dos a vivir en la calle fue­ron ata­ca­dos a puña­la­das.
En Rosa­rio, agos­to de 2021, alguien pren­dió fue­go a un hom­bre de 58 años que dor­mía en la calle. Que­dó con el 90 % del cuer­po que­ma­do. Murió a los pocos días.

En Tucu­mán, sep­tiem­bre del año que pasó, un poli­cía baleó a un hom­bre sin casa. Con vida ape­nas en la calle. Se supo a par­tir de un video que se viralizó.

En sep­tiem­bre, en Mar del Pla­ta, dos hom­bres apu­ña­la­ron a un indi­gen­te de 42. Sufrió cor­tes en la espal­da, el pecho y el ros­tro. El mis­mo patrón del odio que apa­re­ce en tan­tos otros.

Muchos de ellos, los sobre­vi­vien­tes, no pue­den rela­tar lo que les pasó. Con­fu­sos, entur­bia­dos por el alcohol y las dro­gas, logran poner entre parén­te­sis la vida que viven. Y la muer­te que mueren.

La Asam­blea por los Dere­chos de las Per­so­nas en Situa­ción de Calle, que pla­ni­fi­có el regis­tro de ata­ques, tam­bién con­tó sus vidas, una a una, en un tra­ba­jo de varias orga­ni­za­cio­nes. Son más de 7000, com­pi­tien­do con los 1900 que con­ta­ba el ofi­cia­lis­mo de CABA.

Muje­res, hom­bres y niños de la intem­pe­rie. Ata­ca­dos por enfer­me­da­des que nadie atien­de, por el cli­ma ‑enca­bri­ta­do por los que des­gua­zan a la naturaleza‑, por la poli­cía, la gen­dar­me­ría, la pre­fec­tu­ra, la jus­ti­cia, los odian­tes seria­les, el país para algu­nos que dise­ñó el sis­te­ma, ellos en la calle y las casas vacías, la des­igual­dad brutal.

Para ellos la espe­ran­za será siem­pre una vela en el viento.

Fuen­te: Pelo­ta de tra­po . Fotos: Nico­lás Stul­berg – Maxi­mi­liano Luna – Fran­co Fafa­su­li – Gus­ta­vo Gavot­ti – Télam

Itu­rria /​Fuen­te

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