Femi­nis­mos. “Me pre­pa­ra­ron de niña para ser pros­ti­tu­ta”: una joven, el día de los 64 hom­bres y el cri­men que la hizo reaccionar

Por Gise­le Sou­sa Dias, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 20 de diciem­bre de 2021. 

Ele­na Mon­ca­da vivió una infan­cia atra­ve­sa­da por la vio­len­cia sexual. A los 23, cuan­do su últi­ma hija tenía meses, empe­zó en la pros­ti­tu­ción. En sus recuer­dos hay fechas gra­ba­das a fue­go, como el día de los 64 “pases” en un sau­na, el mis­mo día en que empe­zó a con­su­mir cocaí­na. Memo­rias de una abue­la abo­li­cio­nis­ta.

Es el verano de 1972, la nena se lla­ma Ele­na y es tan fla­qui­ta que pare­ce “un pali­to”. En San­ta Fe, don­de vive, hace un calor demen­cial, mucho más en su casa, que más que casa es un ran­cho. Es 8 de enero y la fecha que­da cla­va­da en el alma­na­que: es el día en que su mamá se que­ma a lo bon­zo ‑una for­ma de sui­ci­dio muy poco fre­cuen­te- y pasa los siguien­tes tres meses ago­ni­zan­do. Ya es oto­ño cuan­do mue­re: una sema­na des­pués, Ele­na cum­ple 9 años.

Es feria­do en Argen­ti­na y Ele­na Mon­ca­da, que aho­ra es una abue­la de 57 años, se sien­ta fren­te a la pan­ta­lla de su celu­lar y se ceba un mate. Es, ade­más de madre, abue­la y ex pros­ti­tu­ta, una refe­ren­te abo­li­cio­nis­ta de San­ta Fe, es decir, par­te de las femi­nis­tas que sos­tie­nen que la pros­ti­tu­ción no es un tra­ba­jo sino una for­ma de explo­ta­ción. Lo que está por con­tar es lo que empe­zó a pasar en ese ran­cho mien­tras su madre ago­ni­za­ba, la razón por la que aho­ra dice a Info­bae: “Me pre­pa­ra­ron de niña para ser la pros­ti­tu­ta que fui”.

Una mani­fes­ta­ción con­tra el abu­so sexual en la infan­cia (EFE/​Bienvenido Velasco/​Archivo)
Una mani­fes­ta­ción con­tra el abu­so sexual en la infan­cia (EFE/​Bienvenido Velasco/​Archivo)
“Cuan­do mi mamá se pren­dió fue­go mi her­ma­ni­ta más chi­ca tenía dos meses. Y bueno, mi papá deci­dió no man­dar­me más a la escue­la para que yo me ocu­pa­ra de cui­dar­la”, comien­za. Con el res­to de los her­ma­nos ‑des­cri­bió Ele­na en su libro “Yo eli­jo con­tar mi his­to­ria”- hicie­ron “una repar­ti­ja”. “Mi papá no tenía muchas inten­cio­nes de cui­dar a nin­gún hijo, de hecho ya tenía otros de matri­mo­nios ante­rio­res que no había cui­da­do”, sigue ahora.

Ele­na iba a ter­cer gra­do cuan­do dejó el cole­gio y que­dó a car­go de la beba. Su mamá seguía inter­na­da cuan­do a su casa ‑el ran­cho- se mudó un tío.

“Mi tío ya venía hacién­do­me cosas pero para mí eran par­te del amor, por­que era el tío que me cui­da­ba, el que nos daba pla­ta para com­prar bom­bi­tas de agua”, cuen­ta. En su recuer­do ‑a veces difu­so, a veces feroz­men­te níti­do- la peque­ña Ele­na, por no enten­der se ríe: se ríe cuan­do el tío la des­nu­da y se aba­lan­za sobre sus par­tes ínti­mas, cuan­do pega su cuer­po al de ella para “jugar a la espa­da”, cuan­do escu­cha “los gemi­dos de su masturbación”.

Mani­fes­ta­ción por el Día Inter­na­cio­nal para la Pre­ven­ción del Abu­so Sexual Infan­til (Cami­la Díaz – Col­pren­sa)
Mani­fes­ta­ción por el Día Inter­na­cio­nal para la Pre­ven­ción del Abu­so Sexual Infan­til (Cami­la Díaz – Col­pren­sa)
“Tam­bién había un ami­go de mi her­mano que me daba pla­ta a cam­bio de que yo fue­ra con él al baño y le mira­ra el pene cuan­do levan­ta­ba la cor­ti­na. Yo era una nena y todo esto se fue natu­ra­li­zan­do en mi vida”. A su mane­ra, Ele­na pidió ayuda:

“Le dije a mi madri­na ‘el tío me está hacien­do ésto’. Y ella me con­tes­tó: ‘¿Pero te la puso?’. Yo no enten­dí y me expli­có: ‘Si por don­de vos hacés pichí y los hom­bres hacen pichí…’. ‘¡No!’, dije yo. Y ella me con­tes­tó: ‘Bueno, enton­ces no pasa nada’. Esa mis­ma noche, 23 de abril de 1972, mien­tras todos dor­mían, mi tío me vio­ló”. Habían pasa­do 11 días des­de la muer­te de su mamá.

Ele­na en su cum­plea­ños de 15, antes de reto­mar el cole­gio
Ele­na en su cum­plea­ños de 15, antes de reto­mar el cole­gio
Fue el año pasa­do, duran­te el ais­la­mien­to por la pan­de­mia, que el silen­cio obli­ga­do la empu­jó a recor­dar más: “Me decía ‘vaya al baño’, que más que baño era un inodo­ro con una silla, y los tipos con los que él se chu­pa­ba entra­ban atrás. Me decía ‘abra la boca’, y yo abría la boca, me acuer­do que me aho­ga­ba”, des­cri­be. “Yo me sen­ta­ba en la silla y me decían que me die­ra vuel­ta y se mas­tur­ba­ban. Como a la hora dos horas, mi tío me lla­ma­ba y me daba pla­ta”, sigue.

“Por todas estas cosas digo que fui pre­pa­ra­da de niña para el mun­do de la pros­ti­tu­ción”, expli­ca. Ele­na toda­vía era una nena y ya sabía “lo que era el sexo oral, el sexo vagi­nal, que me tapen la boca y me pene­tren bru­tal­men­te. A esa edad enten­dí que eso era lo habi­tual, que eso era par­te de la vida, del amor, que eso hace un fami­liar que te quie­re, el que te cuida”.

El 80% de los abu­sos sexua­les en la infan­cia suce­den en la casa de la víc­ti­ma, en la casa del agre­sor o en la de otro fami­liar. En el 75% de los casos los abu­sa­do­res son fami­lia­res
El 80% de los abu­sos sexua­les en la infan­cia suce­den en la casa de la víc­ti­ma, en la casa del agre­sor o en la de otro fami­liar. En el 75% de los casos los abu­sa­do­res son fami­lia­res
Tenía 11 años cuan­do la man­da­ron a tra­ba­jar como emplea­da domés­ti­ca cama aden­tro en la casa de una abo­ga­da. Yo esta­ba tan pre­pa­ra­da que sabía que si de noche sen­tía rui­dos y el hom­bre de la casa se metía en mi cuar­to yo no podía decir que no”, cuen­ta. No le pasó nada pero el recuer­do de aque­lla épo­ca es que era víc­ti­ma de una igno­ran­cia feroz, no sólo por la fal­ta de la escue­la sino del cui­da­do. “Ni siquie­ra me cepi­lla­ba los dien­tes, no sabía”.

Su pri­mer acto de rebel­día fue a los 16, cuan­do deci­dió reto­mar el cole­gio en una escue­la noc­tur­na. Lo que siguió ‑cuen­ta des­pués, mien­tras desa­yu­na otro mate- fue que su padre la man­dó a seguir, citó al joven que todas las noches la acom­pa­ña­ba en bici­cle­ta y “hacién­do­se el padra­zo” le pre­gun­tó qué inten­cio­nes tenía con su hija.

Ele­na duran­te los años de pros­ti­tu­ción
Ele­na duran­te los años de pros­ti­tu­ción
“Des­pués le entre­gó un bol­so con dos pla­tos, dos tene­do­res, dos taci­tas, un calen­ta­dor y algo de ropa y le dijo: ‘Lle­vá­te­la que acá somos muchos’”. Ele­na se fue de su casa llo­ran­do. Era de noche, pleno invierno, a su lado, en bici­cle­ta, iba ese joven, mozo, que ni siquie­ra era su novio. “Pasé de niña a mujer y de mujer a madre así, a los cachetazos”.

Tenía 17 años cuan­do nació su pri­mer hijo, Mar­tín; 19 cuan­do nació Matías; 21 cuan­do tuvo a Jési­ca y 23 cuan­do nació Eri­ca. A esa edad, cuan­do su últi­ma hija era una beba de 7 meses, Ele­na empe­zó su vida en la prostitución.

Una polle­ri­ta roja enroscada

El padre de sus hijos la había deja­do. “Nos odiá­ba­mos creo, no había­mos ele­gi­do nada de las vidas que tenía­mos”. Para ese enton­ces, un hom­bre empe­zó a fre­cuen­tar su casa, “a decir­le a mi her­mano que yo era re lin­da, que él me podía tener bien. Yo era una piba muy vul­ne­ra­ble, toda mala entra­za­da. Tenía un solo ves­ti­do, una sola polle­ra. Y me fui con él”.

La pri­me­ra vez fue en una esqui­na de Para­ná, tenía 23 años y una beba de 7 meses
La pri­me­ra vez fue en una esqui­na de Para­ná, tenía 23 años y una beba de 7 meses
Se ena­mo­ró per­di­da­men­te, “aun­que yo sabía que era fio­lo”, dice, y se refie­re al nom­bre con el que se cono­ce en la jer­ga a quie­nes obtie­nen bene­fi­cios de la pros­ti­tu­ción de otra per­so­na. “Pero él me decía que a mí no me que­ría para eso. Así que aga­rré dos tra­pos y me fui con él. La casa no era un lujo pero yo venía de un ran­cho y nadie quie­re vol­ver a la pobre­za. Cuan­do lle­ga­mos lla­mó a una modis­ta para que me hicie­ra ropa, a una mani­cu­ra, una pelu­que­ra me cor­tó el fle­qui­llo y me tiñó el pelo. Ahí yo ya era pro­pie­dad de él”.

Los cua­tro hijos de Ele­na boya­ban entre las casas de fami­lia­res mien­tras ella ‑reco­no­ce aho­ra- tenía la men­te secues­tra­da: “Me esca­pa­ba pero des­pués vol­vía con él”. Y sigue: “En la casa había libre­tas de alma­ce­ne­ro en la que decía ‘media fran­ce­sa’, ‘com­ple­to’, códi­gos y nom­bres de muje­res y cuan­do yo le pre­gun­ta­ba quién era tal mujer, él me con­tes­ta­ba: “Ah, tie­ne 40 años y una casa de 2 pisos, un auto cero kiló­me­tro, está re bien para­da”, cuen­ta a Infobae.

De las pocas fotos que con­ser­va de aque­lla épo­ca
De las pocas fotos que con­ser­va de aque­lla épo­ca
“Cada vez que él se iba yo me deses­pe­ra­ba, ¿cómo me iba a dejar el hom­bre que me había lle­va­do al cine, que le había com­pra­do rega­los a mis hijos? Y se vol­vió a ir”. Muy poco tiem­po des­pués, “con la excu­sa de que nece­si­ta­ba pla­ta para dar­le de comer a mis hijos”, Ele­na se fue a Para­ná a ver a una seño­ra lla­ma­da Betty.

“Me dijo ‘¿cómo te lla­más?’. ‘Ele­na’. ‘Mmm, des­de aho­ra te lla­más Evelyn’. Me enros­ca­ron la polle­ri­ta roja bien arri­ba y bueno, ahí empe­cé. Mi mari­do, o sea el fio­lo, se había ido y yo no aguan­ta­ba más sin ver­lo así que a los 5 días lo lla­mé para decir­le ‘mirá toda la pla­ta que ten­go’. Ima­gí­na­te que con­ten­to esta­ba, era para lo que él me había preparado”.

Ele­na tenía 23 años. Lo que le espe­ra­ban eran 18 años de pros­ti­tu­ción y de una feroz adic­ción al alcohol y a la cocaí­na, su for­ma de anes­te­siar el dolor.

La noche de los 64 “pases”

Ele­na estu­vo unos meses en Para­ná, se fue en tren a pro­bar suer­te a la Isla Maciel, en Bue­nos Aires, pri­me­ro hizo “pla­zas” (perío­dos de “tra­ba­jo” de corri­do, sin des­can­so) de 9 días, de 11, “has­ta que me acos­tum­bré a hacer las quin­ce­nas com­ple­tas”. Estu­vo en una esqui­na, en otra, tam­bién en luga­res privados.

Duran­te aque­lla épo­ca
Duran­te aque­lla épo­ca
Aque­lla vio­la­ción en la infan­cia no fue la úni­ca fecha que que­dó cla­va­da en el alma­na­que. Tam­bién el 20 de noviem­bre de 1989, el día en que Ele­na, que se bus­ca­ba la vida en un sau­na de la Ciu­dad de Bue­nos Aires, hizo 64 “pases” en 16 horas. Un “pase”, en la jer­ga, sig­ni­fi­ca “pasar a la habi­ta­ción con los mal lla­ma­dos ‘‘clien­tes’ a tener sexo a cam­bio de dine­ro”, explica.

“Iba por el pase 10, 11 y ya esta­ba toda las­ti­ma­da, tenía 25 años, toda­vía no tenía esa can­cha para hacer­los aca­bar más rápi­do. Yo ya toma­ba mucho alcohol, por­que las copas te las paga­ban, y una chi­ca me dijo ‘vamos a tomar mer­ca’. Ese día empe­cé a con­su­mir cocaí­na y se me fue­ron todos los dolo­res, hice 64 pases entre las 2 de la tar­de y las 6 de la mañana”.

Ele­na está con­ven­ci­da de que la pros­ti­tu­ción no es un tra­ba­jo, por eso hace comi­llas con los dedos sobre la pala­bra “clien­tes”: “Es que no hay con­sen­ti­mien­to, no nos pone­mos de acuer­do para tener una rela­ción sexual de a dos, el pros­ti­tu­yen­te te pone un pre­cio y hace con vos lo que quie­re. Ahí aden­tro tenés que ser como un pul­po, por­que quie­ren hacer­te un mon­tón de cosas que no están per­mi­ti­das, y más de uno te caga a palos y nadie se hace cargo”.

Estu­vo en la pros­ti­tu­ción duran­te 18 años (EFE/​Archivo)
Estu­vo en la pros­ti­tu­ción duran­te 18 años (EFE/​Archivo)
Fue­ron 18 años en los que fue actriz de repar­to y pro­ta­go­nis­ta. En su recuer­do tam­bién están las veces en las que le lle­va­ban a “debu­tar” a varo­nes, casi siem­pre chi­cos, a lo sumo pre ado­les­cen­tes: “Muchos chi­cos se sen­ta­ban en la cama llo­ran­do y me decían ‘doña, ¿le pue­de decir a mi abue­lo que lo hice bien?’. Había chi­cos que san­gra­ban y era de ver­dad una vio­la­ción lo que una pros­ti­tu­ta hacía, por­que ellos no que­rían. Pero bueno, eso lo mar­ca­ba el patriar­ca­do, no yo”.

Era “debu­tar” para hacer­se “hom­bre” y, cuan­ta más eya­cu­la­ción, más hom­bre. “Había adul­tos que les daban a los chi­cos un pre­ser­va­ti­vo y les decían ‘no sal­gas has­ta que lo saques lleno’. Yo ya era media bicha enton­ces saca­ba uno lleno del tacho y se los daba para que pudie­ran salir”, cuenta.

Ele­na es hoy una acti­vis­ta abo­li­cio­nis­ta, es decir, que quie­re que le pros­ti­tu­ción sea abo­li­da y no regu­la­da como tra­ba­jo
Ele­na es hoy una acti­vis­ta abo­li­cio­nis­ta, es decir, que quie­re que le pros­ti­tu­ción sea abo­li­da y no regu­la­da como tra­ba­jo
El cri­men de una com­pa­ñe­ra fren­te a sus ojos suce­dió a fines de 2003, en el peor momen­to de su adic­ción a la cocaína.

“Yo lle­va­ba como tres o cua­tro días con­su­mien­do y me vuel­vo a Cons­ti­tu­ción con una pibi­ta joven. La chi­ca esta­ba tan dura que le robó la mer­ca a un tran­sa. Fue un segun­do y se armó un qui­lom­bo terri­ble, en ese momen­to había muchas domi­ni­ca­nas y se metie­ron todos. Yo esta­ba re dura y me que­dé para­li­za­da, y el tipo rom­pió el pico de una bote­lla Fan­ta, hizo así y le cor­tó el cue­llo”, des­cri­be y res­pi­ra hon­do, como si estu­vie­ra vién­do­lo otra vez.

Ele­na entró en páni­co y el mie­do la empu­jó a hacer­se una pre­gun­ta defi­ni­to­ria: ‘¿Y si hubie­ra sido yo?’. Iba a dejar a mis hijos como nos habían deja­do a noso­tras de chi­cas, a la deri­va”. No fue mági­co, muchos menos ins­tan­tá­neo pero un segun­do fac­tor ter­mi­nó de deto­nar los puen­tes: en 2005, Ele­na se ente­ró de que iba a ser abuela.

Jun­to a uno de sus nie­tos
Jun­to a uno de sus nie­tos
“Tuve sen­ti­mien­tos encon­tra­dos. Por un lado, feli­ci­dad. Por otro, ¿cómo le voy a mos­trar a mi nie­to que me dro­go, que soy pros­ti­tui­da? Me ence­rré, no comí, llo­ré, le robé pla­ta a un vie­jo con el que anda­ba para poder con­se­guir una casa e irme con mis hijos. Fue muy difí­cil pero rom­pí las cadenas”.

Del otro lado

Ape­nas pudo, Ele­na Mon­ca­da armó una orga­ni­za­ción lla­ma­da “Aso­cia­ción de Muje­res Argen­ti­nas por los Dere­chos Huma­nos” con la que hacen, entre otras cosas, reco­rri­das noc­tur­nas. “Hace­mos con­ten­ción a las com­pa­ñe­ras en situa­ción de pros­ti­tu­ción. Muchas veces las chi­cas te cuen­tan exac­ta­men­te lo mis­mo que te con­té sobre mi infancia”.

Tam­bién va a escue­las a char­lar sobre sus dos libros – tie­ne otro lla­ma­do “Des­pués, la liber­tad”-, les cuen­ta a los alum­nos y alum­nas su his­to­ria y les deja un sobre con un papel en blan­co por si alguno o algu­na está sufrien­do abu­sos sexua­les y no sabe cómo pedir ayu­da. En los últi­mos meses detec­tó así ocho chi­cos que esta­ban sufrien­do vio­len­cia sexual intrafamiliar.

Sus dos libros
Sus dos libros
“Yo estoy un poco cura­da o sana, entre comi­llas, por­que hace 16 años que dejé todo ese mun­do pero toda­vía mi cabe­za no se pudo encon­trar con mi cuer­po”, se des­pi­de. No le es gra­tis, revi­ve su his­to­ria con cada uno, pero igual, cree, vale la pena:

“No pue­do ima­gi­nar a mis hijas o a mis nie­tas, a vos, a cual­quier chi­ca sopor­tan­do olo­res de cuer­pos extra­ños, vio­la­cio­nes sis­te­má­ti­cas, por­que eso es la pros­ti­tu­ción, yo sos­ten­go que no es tra­ba­jo. Y hay que tener cui­da­do: en mi épo­ca bus­ca­ban chi­cas de vein­ti­pi­co, hoy no, hoy vie­nen por nues­tras niñas”.

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Itu­rria /​Fuen­te

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