Bra­sil. Indí­ge­nas Kri­ka­ti de Maranhão crean una «guar­dia fores­tal» con­tra los leña­do­res y ganaderos

Por Phi­lipp Lich­ter­beck. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 11 de diciem­bre de 2021. 

Aban­do­na­do por el Esta­do, el pue­blo de unas 1.300 per­so­nas ya no que­ría mirar pasi­va­men­te la des­truc­ción del bosque.

Cuan­do los cua­tro hom­bres lle­gan a la caba­ña por la noche, cor­tan la cer­ca con un mache­te. Lue­go, a la luz de las lin­ter­nas de los celu­la­res, miran alre­de­dor de la estruc­tu­ra, hecha de made­ra y con techo de hojas de pal­ma. En un estan­te, encuen­tran acei­te de máquina.

«Los made­re­ros lo usan para engra­sar sus moto­sie­rras», dice Paa­tep Kri­ka­ti, el líder de la peque­ña tro­pa. Deben haber esta­do aquí varios días. Y volverán.

Paa­tep había encon­tra­do refu­gio al final de un sen­de­ro ape­nas visi­ble en la jun­gla. «Los made­re­ros que­rían ocul­tar­lo bien», dice. «Pero los pue­blos indí­ge­nas pode­mos leer el bosque».

Paa­tep, un hom­bre peque­ño de 35 años, vier­te gaso­li­na en la cabi­na. Espar­cir­lo sobre la made­ra y las hojas de pal­me­ra y sacar un meche­ro. «¡Todos afuera!»

Las lla­mas alcan­zan metros de altu­ra cuan­do, de repen­te, los dis­pa­ros resue­nan en la noche. Los hom­bres sacan ins­tin­ti­va­men­te sus rifles y los apun­tan hacia el bos­que. Pero el cho­que pro­vino de car­tu­chos explo­si­vos que los leña­do­res habían escon­di­do entre las hojas de palmera.

El incen­dio en la caba­ña ocu­rrió a fines de octu­bre, en la reser­va del pue­blo indí­ge­na Kri­ka­ti en Maranhão. Es un peque­ño epi­so­dio de un con­flic­to mucho mayor que está tenien­do lugar en la cuen­ca del Ama­zo­nas: made­re­ros, gana­de­ros, agri­cul­to­res, bus­ca­do­res de oro y caza­do­res están inva­dien­do los terri­to­rios de los pue­blos indí­ge­nas de Bra­sil con una fre­cuen­cia cada vez mayor.

Talan árbo­les, que­man vege­ta­ción, pas­tan gana­do, con­ta­mi­nan ríos, matan ani­ma­les y, si es nece­sa­rio, inclu­so per­so­nas. Vio­lan la ley que pro­te­ge estric­ta­men­te las reser­vas, pero que pare­ce que ya no se apli­ca a los pue­blos ori­gi­na­rios brasileños .

Aban­do­na­dos por el esta­do, los Kri­ka­ti, un pue­blo de alre­de­dor de 1300 per­so­nas, ya no que­rían ver pasi­va­men­te la des­truc­ción. Deci­die­ron defen­der su tie­rra: su bos­que, sus ríos, sus pue­blos y, final­men­te, su for­ma de vida. Fun­da­ron un guar­da­bos­ques lla­ma­do Guar­dia­nes del Bos­que, o, en su idio­ma, Pji Jamyr Catiji.

Mache­tes, esco­pe­tas y cin­co sentidos

Un total de 14 hom­bres y una mujer per­te­ne­cen a la fuer­za de volun­ta­rios que patru­lla la reser­va. Lle­van botas y uni­for­mes de color ver­de oli­va dona­dos, con una ima­gen de un jaguar rugien­te impre­sa en la espal­da. Están arma­dos con mache­tes y esco­pe­tas, y sus cin­co sentidos.

Al bus­car el escon­di­te de los made­re­ros, los Kri­ka­ti notan cada rama rota. Siguen peque­ños ras­tros de san­gre que los lle­van a los res­tos de un mono des­tri­pa­do por un caza­dor ile­gal (que ofre­ce la car­ne al día siguien­te en la veci­na loca­li­dad de Ama­ran­te do Maranhão por Whatsapp, a R $ 5 el kilo).

Más tar­de esa noche, los indí­ge­nas escu­chan el eco casi per­cep­ti­ble de un dis­pa­ro lejano, dis­pa­ra­do por otro caza­dor en la reserva.

«Nues­tro tra­ba­jo es peli­gro­so», dice Wil­son Kri­ka­ti, de 53 años, el miem­bro de mayor edad de la expe­di­ción. Ha habi­do un inter­cam­bio de dis­pa­ros, dice, pero nadie ha resul­ta­do heri­do. «Hace­mos esto por nues­tros hijos y nie­tos. Sin nues­tra tie­rra, no ten­drán una bue­na vida».

Medi­da impres­cin­di­ble para pro­te­ger el bosque

Sin embar­go, los kri­ka­ti defien­den mucho más que su reser­va. Tam­bién defien­den al res­to del mun­do, que se enfren­ta a la tarea casi impo­si­ble de dete­ner el cam­bio cli­má­ti­co. Para esto sería cru­cial un bos­que intac­to en la cuen­ca del Ama­zo­nas, que absor­be gran­des can­ti­da­des de car­bono y tam­bién fun­cio­na como una gigan­tes­ca máqui­na de cir­cu­la­ción de agua.

Sumi­nis­tra llu­via a regio­nes de Bra­sil que de otro modo se con­ver­ti­rían en saba­nas. En algu­nas zonas del país, este pro­ce­so ya ha comenzado.

Y los indí­ge­nas son fun­da­men­ta­les para la pre­ser­va­ción del bos­que. Según un estu­dio de la Orga­ni­za­ción de las Nacio­nes Uni­das para la Ali­men­ta­ción y la Agri­cul­tu­ra (FAO), nadie lo pro­te­ge mejor. En nin­gún lugar la natu­ra­le­za está más intac­ta que en los terri­to­rios indí­ge­nas, dice enfá­ti­ca­men­te la FAO.

La reser­va Kri­ka­ti es uno de los casi 500 terri­to­rios indí­ge­nas reco­no­ci­dos en Bra­sil que gozan de la pro­tec­ción de la Cons­ti­tu­ción de 1988. Sin embar­go, las tie­rras indí­ge­nas están sien­do ata­ca­das de mane­ra cada vez más bru­tal. Hay infor­mes dia­rios de leña­do­res, mine­ros y gana­de­ros que los invaden.

La reser­va del pue­blo Yano­ma­mi en el nor­te de Bra­sil, por ejem­plo, ya cuen­ta con 20.000 mine­ros. Ata­can pue­blos indí­ge­nas con armas de fuego.

Y en la reser­va Pirip­ku­ra, que aún vive ais­la­da del mun­do exte­rior, en agos­to de este año se que­ma­ron 3.400 hec­tá­reas de bos­que. Los pocos pirip­ku­ra que que­dan están en peli­gro de extin­ción, según la ONG Ins­ti­tu­to Socio­am­bien­tal (ISA).

Las reser­vas del gran río Xin­gu en la cuen­ca del Ama­zo­nas sur­es­te se ven par­ti­cu­lar­men­te afec­ta­das. For­man una espe­cie de barre­ra con­tra el avan­ce de la agro­in­dus­tria hacia el nor­te. ¿Pero cuán­to dura­rá? Solo este año, la des­truc­ción de los bos­ques en el Xin­gu ha aumen­ta­do un 50% en com­pa­ra­ción con el año pasado.

«Bajo el gobierno de Bol­so­na­ro, los inva­so­res se sien­ten intocables»

No sería exa­ge­ra­do decir que el futu­ro de la Ama­zo­nía se deci­de en las reser­vas indí­ge­nas de Bra­sil, y la lucha de Kri­ka­ti en el frente.

Des­pués de com­ple­tar su misión, Paa­tep y los otros tres regre­san a sus bici­cle­tas, que esta­cio­na­ron en el bor­de del bos­que para no hacer ruido.

Izquier­da y dere­cha, la luz de la luna ilu­mi­na la fran­ja de devas­ta­ción deja­da por los made­re­ros. El sue­lo húme­do está cor­ta­do por las hue­llas de los neu­má­ti­cos, hay algu­nos árbo­les caí­dos y hay latas de gaso­li­na vacías con las que se han repos­ta­do motosierras.

«Me sien­to tris­te», dice Paa­tep Kri­ka­ti. «Me hubie­ra gus­ta­do haber atra­pa­do a esos tipos. Que­ría inte­rro­gar­los. ¿Quién les paga, quién finan­cia sus máqui­nas, para qué sir­ven la made­ra? Pero pro­ba­ble­men­te no hubie­ran dicho nada. Son tipos ter­cos, son pobres, y tie­nen mie­do de los empre­sa­rios que están detrás de estas operaciones «.

En el camino de regre­so, los Kri­ka­ti cru­zan un peque­ño río que mar­ca el lími­te de la reser­va. Un letre­ro que cuel­ga de un pos­te dice: «Gobierno fede­ral /​Tie­rra pro­te­gi­da /​Prohi­bi­do el acce­so a extraños».

Es el últi­mo de estos letre­ros que que­da en la reser­va, todos los demás han sido rotos, derri­ba­dos o fusilados.

Jus­to des­pués de dejar el bos­que, los Kri­ka­ti pasan a la pro­pie­dad de un peque­ño agri­cul­tor. Cuan­do habían entra­do en el bos­que horas antes, el gran­je­ro había gri­ta­do: «Atra­pan­do sin­ver­güen­zas, ¿eh?»

De hecho, debió haber­lo nota­do duran­te los últi­mos días: el rui­do de las moto­sie­rras y cómo un camión vacío entra­ba a la reser­va y salía car­ga­do de tron­cos. Los pue­blos indí­ge­nas sos­pe­chan que se le pagó al agri­cul­tor para que per­ma­ne­cie­ra en silencio.

Recien­te­men­te, el pre­si­den­te Jair Bol­so­na­ro se jac­tó de no haber demar­ca­do una sola reser­va indí­ge­na, un solo qui­lom­bo o una sola reser­va natu­ral des­de que asu­mió el car­go en 2019. 

Cor­tó fon­dos, pode­res y per­so­nal de Funai, Iba­ma e ICM­Bio. Y lle­nó los órga­nos con per­so­nal mili­tar poco cali­fi­ca­do. Como resul­ta­do, la defo­res­ta­ción en Bra­sil está alcan­zan­do nue­vos nive­les récord.

Cues­tio­na­do por DW Bra­sil sobre la situa­ción en la reser­va Kri­ka­ti, Funai escri­bió: «Funai infor­ma que, en los últi­mos dos años, ha inver­ti­do alre­de­dor de R $ 3,5 millo­nes en accio­nes de ins­pec­ción y moni­to­reo de Tie­rras Indí­ge­nas en el esta­do de Maranhão. esen­cial para com­ba­tir las acti­vi­da­des ile­ga­les en áreas indí­ge­nas, como el aca­pa­ra­mien­to de tie­rras y la tala […] Funai tam­bién apo­ya varias ins­pec­cio­nes con­jun­tas y ope­ra­cio­nes de pro­tec­ción terri­to­rial rea­li­za­das en alian­za con orga­nis­mos com­pe­ten­tes de segu­ri­dad públi­ca ambien­tal, inclu­yen­do la Poli­cía Fede­ral, Fuer­za Nacio­nal, Iba­ma y las Fuer­zas Arma­das «. Que­da por ver por qué los kri­ka­ti se sien­ten solos al defen­der su reserva.

«Esta­mos solos en esta lucha, pero no tene­mos miedo»

El via­je a casa de los guar­dia­nes de Kri­ka­ti los lle­va por cami­nos de tie­rra a lo lar­go de vallas apa­ren­te­men­te inter­mi­na­bles. Detrás de ellos hay pas­tos lle­nos de gana­do. El con­tras­te con el den­so bos­que no podría ser mayor. La reser­va está prác­ti­ca­men­te rodea­da de gana­do, for­man­do el últi­mo par­che de natu­ra­le­za vir­gen en medio del avan­ce de la fron­te­ra agrícola.

Dos horas des­pués, exhaus­tos, los guar­da­bos­ques lle­gan a su aldea, São José, una de las tres Kri­ka­ti. El lar­go via­je ilus­tra el mayor pro­ble­ma del guar­da­bos­ques. La reser­va es dema­sia­do gran­de para que la vigi­len 15 per­so­nas. Solo cami­nos estre­chos y algu­nos cami­nos de tie­rra atra­vie­san la reser­va mon­ta­ño­sa, atra­ve­sa­da por for­ma­cio­nes rocosas.

Enton­ces, cuan­do los guar­dia­nes escu­chan que algo está suce­dien­do, a menu­do les toma horas lle­gar a la esce­na. Tie­nen una camio­ne­ta pick-up y son moto­ci­clis­tas extre­ma­da­men­te hábi­les, pero a menu­do lle­gan dema­sia­do tar­de. «Otros siem­pre están un paso por delan­te de noso­tros», dice Paatep.

Unos días des­pués, Paa­tep Kri­ka­ti envía un men­sa­je vía Whatsapp: «Esta­mos solos en esta lucha, pero no tene­mos mie­do, por­que tener mie­do es como morir. Si tuvié­ra­mos mie­do, ¿quién pro­te­ge­ría a nues­tro país?» Y envía una foto que mues­tra una carre­te­ra ilu­mi­na­da por faros. «Esta­mos en la carre­te­ra de nuevo».

Foto: Wetheh Krikati

Fuen­tes: DW y Bra­sil de Fato

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