La pér­di­da de rele­van­cia del impe­ria­lis­mo fran­cés. Efec­tos exter­nos e inter­nos de la «nos­tal­gia del imperio»

Hasta el final de la Primera Guerra Mundial Francia fue junto con Inglaterra uno de los dos centros hegemónicos imperialistas. El discurso oficial de cada una de estas potencias se enorgullecía de que «el sol nunca no se ponía en su imperio». Este aspecto común no significa que ambos imperialismos tuvieran la misma fisionomía. En efecto, cada imperialismo se desarrolla en el marco de unas condiciones históricas específicas que corresponden, por una parte, a las configuraciones de las relaciones entre clases sociales y a las luchas de clase que se desprenden de ello, y por otra, a las características de la o las clases dominantes. En nuestra opinión, tres características diferencian a ambos países en el momento de la aparición del modo de producción capitalista: 1) la caída de la tasa de natalidad francesa que «disminuye más rápido en Francia que en el resto de Europa»1, resume el demógrafo Hervé Le Bras; 2) La participación del campesinado en la Revolución francesa, una de cuyas consecuencias fue el fortalecimiento del pequeño campesinado: «Nunca se ha expulsado de sus tierras a la población agrícola francesa», resume el economista Jean Malczewski2; 3) La radicalidad de las luchas sociales, que proviene de las dos causas anteriores. En efecto, al contrario de lo ocurrido en Inglaterra y en Alemania, el capitalismo triunfa en Francia por oposición a las grandes propiedades de tierra. En otras palabras y para simplificar, en Inglaterra y Alemania los terratenientes se convirtieron en burgueses, en Francia se opusieron a la nueva clase ascendente y al nuevo modo de producción que la sostenía. Marx destaca esta diferencia entre estos dos países capitalistas pioneros y ve en ello el origen de la «radicalidad primero de las luchas populares y después de las obreras»: «Al contrario de la propiedad terrateniente feudal de Francia en 1789, esta clase de grandes terratenientes aliada a la burguesía que ya se había formado bajo Enrique VIII, no estaba en oposición sino, más bien, en completo acuerdo con las condiciones de vida de la burguesía. Por una parte, proporcionaban a la burguesía industrial la mano de obra indispensable para la explotación de las manufacturas y, por otra, estaban en condiciones de proporcionar a la agricultura un desarrollo adecuado al estado de la industria y del comercio. De ahí sus intereses comunes con la burguesía, de ahí su alianza con ella»3.

Las consecuencias de estas herencias históricas fueron una llamada más masiva a la inmigración en la composición de la clase obrera de Francia, un lugar más prominente del Estado en el desarrollo del capitalismo francés, un lugar particular de la institución militar en respuesta a la radicalidad de las luchas sociales, etc., pero también una especificidad francesa en la composición del capital. En efecto, desde un principio el capital bancario ocupa un lugar preponderante en Francia y da así un rostro «rentista» al capitalismo francés, mientras que en Inglaterra adoptaba de forma más clara un rostro «industrial». Si bien todos los países capitalistas desarrollan el comportamiento «rentista» (para Lenin este carácter «rentista es una de las características del imperialismo»), el nivel de este en Francia es precozmente más elevado que en otros lugares. El economista Claude Serfati comparara de la siguiente manera las dos trayectorias imperialistas inglesa y francesa: «La comparación entre el comportamiento de Francia y el de Gran Bretaña, que realizaron la mayor parte de las exportaciones de capital (respectivamente, el 20% y el 42% del total en 1913, muy por delante de Alemania, el 13%), nos informa acerca de las fisonomías nacionales del imperialismo. En efecto, las exportaciones de capital de Francia, que se aceleraron considerablemente a partir de la década de 1890, tienenunas características diferentes de las de Gran Bretaña y Alemania. Ahí se da una clara preferencia a los préstamos en vez de a las inversiones directas en la producción»4.

Lenin ya había destacado en 1916 esta «especificidad» al analizar comparativamente los imperialismos francés e inglés: «[Los capitales exportados por la burguesía francesa] son principalmente capitales de préstamo, préstamos del Estado, y no capitales invertidos en las empresas industriales. A diferencia del imperialismo inglés, que es colonialista, el imperialismo francés se puede calificar de usurario»5.

La Primera Guerra Mundial (su coste económico y humano, las mutaciones geopolíticas que provoca) es lo que desencadena el proceso de pérdida de relevancia del imperialismo francés. Por razones diferentes la joven URSS y el Estados Unidos del presidente Wilson cuestionan el colonialismo europeo. Se desarrolla en las colonias un movimiento nacionalista moderno (que toma el relevo de las insurrecciones campesinas desde la conquista). La crisis de 1929 pone de relieve el peso que ha adquirido Estados Unidos en la economía mundial. La gestión que el gobierno estadounidense hace de esta crisis (devaluación del dólar un 40% en 1933) estimuló las exportaciones estadounidenses en detrimento de las economías europeas. Si bien las economías inglesa y estadounidense conocieron una remisión a mediados de la década, no fue el caso de Francia, que en 1938 todavía no había recuperado su nivel de producción de 1930.

En este contexto la reacción de la burguesía francesa fue «elegir la derrota»6, es decir, preferir «Hitler al Frente Popular». La colaboración con el nazismo se despliega por medio del Estado y del ejército (y no por medio de una toma de poder por parte de una organización fascista). El aparente apogeo7 del imperialismo francés (que festeja con gran pompa su centenario en 1930) en realidad inaugura su pérdida de relevancia, primero a beneficio del nazismo y después de Estados Unidos. Hasta un De Gaulle, que se erigirá en defensor de esta burguesía usuraria contra el «peligro comunista», reconoce en 1963: «Para poder seguir cenando en la ciudad, la burguesía aceptaría cualquier humillación de la nación. Ya en 1940 apoyaba a Pétain, porque le permitió seguir cenando en la ciudad a pesar del desastre nacional. ¡Qué maravilla! Pétain era un gran hombre. ¡No hacían falta austeridad ni esfuerzo! Pétain había encontrado la solución. Todo se iba a organizarde maravilla con los alemanes. Se iban a reanudar los buenos negocios. […] La Revolución francesa no llevó al poder al pueblo francés, sino a esa clase artificial que es la burguesía, esta clase se ha ido degradando cada vez más hasta convertirse en una traidora a su propio país»8.

El compromiso de la clase dominante francesa con el nazismo no podía sino acelerar la pérdida de relevancia del imperialismo francés al acabar la Segunda Guerra Mundial. Sin duda la aparición de la Guerra Fría hizo necesario mantener este imperialismo, pero en un lugar subordinado. A cambio del restablecimiento de su imperio colonial, este cae en unas relaciones de dependencia y de dominación con Estados Unidos. «En adelante el capitalismo francés ya no dejará de ser el auxiliar de una potencia extranjera. Vivirá de las migajas de la maquinaria de guerra alemana antes de caer bajo el dominio estadounidense. Toda la política del gaullismo consistirá en ocultar esta realidad por medio de artimañas de propaganda y de diplomacia, “en ocasiones brillantes”, en las que las posesiones de la Francia de ultramar van a desempeñar un papel fundamental», explica el periodista de Le Monde Diplomatique Frédéric Langer9. Washington no dejará de recordar este lugar secundario del imperialismo francés obstaculizando sus muchas iniciativas para reafirmarse en el ámbito internacional: negándose a responder a las peticiones de ayuda de París cuando tiene lugar la batalla de Dien Bien Phu, condenando la intervención de Suez en 1956, criticando los primeros intentos de Francia de dotarse de un arma atómica, poniéndose en contacto con el FLN durante la guerra de Argelia a través de diferentes intermediarios (sindicatos, periodistas, etc.)10, etc.

Esta relación de fuerzas destinada a imponer la sumisión atlantista doblegará progresivamente al imperialismo francés a partir de la presidencia de Valéry Giscard d’Estaing y culminará cuando Nicolas Sarkozy reintegre a Francia en la OTAN. Como contrapartida de esta sumisión el imperialismo francés obtiene el preservar su dominio francés y la misión de gendarme en nombre de todos los «aliados» del continente. De este modo se confirma la especialización de Francia en la industria armamentística, así como su carácter usurero cada vez más condensado en el continente africano.

  1. Hervé Le Bras: Singularité des vagues migratoires en France, Santé, Société et Solidarité, n° 1, 2005, p. 33.
  2. Jean Marczewski: L’industrie française de 1890 à 1964; sources et méthodes, Cahiers de l’ISA, n° 179, noviembre de 1966, p. 115.
  3. Karl Marx: Guizot, «Pourquoi la révolution d’Angleterre a-t-elle réussie?». Discours sur l’histoire de la révolution d’Angleterre, en Œuvres complètes, Politique I, La Pléiade, París, Gallimard, 1994, p. 351.
  4. Claude Serfati: Le militaire, une histoire française, Amsterdam, París, 2017.
  5. V.I. Lenin: L’impérialisme. Stade suprême du capitalisme, Editions sociales, París, 1945, p. 58.
  6. Annie Lacroix-Riz: Le choix de la défaite. Les élites françaises dans les années 30, Armand Colin, París, 2010.
  7. Tomamos la expresión del historiador Nicolas Baupré que titula «L’étrange apogée de l’empire colonial français» [El extraño apogeo de imperio colonial francés] el capítulo 9 de su libro Les Grandes Guerres 1914-1945 , Belin, París, 2012.
  8. Alain Peyrefitte: C’était De Gaulle, Gallimard, París, 2002, pp. 387-388.
  9. Frédéric Langer: “L’impérialisme français: un impérialisme à part entière?”, Le Monde Diplomatique, septiembre de 1978, p. 20.
  10. Irwin M. Wall: Les Etats-Unis et la guerre d’Algérie, Soleb, París, 2006, 463 páginas.

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