Argen­ti­na. Infan­cias que mue­ren en terri­to­rios olvidados

Por Clau­dia Rafael, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 16 de noviem­bre de 2021. 

Zoe tenía cua­tro años. Un cuer­po chi­qui­to. Una vida peque­ña. Su tiem­po vital que­dó atra­ve­sa­do por la cruel­dad adul­ta. Zoe fue la pre­sa de mons­truos ham­brien­tos y su cal­va­rio ter­mi­nó entre las ceni­zas que que­da­ron del fue­go que ardió en un bal­dío de la capi­tal rio­ja­na. Una moto cal­ci­na­da a su lado. Y dete­ni­dos que, se supo­ne según las reglas no escri­tas de la huma­ni­dad, debían amar­la. Que no fue­ron fre­na­dos a tiem­po. En la maña­na en que muchas y muchos se pre­pa­ra­ban para deter­mi­nar los rum­bos legis­la­ti­vos del país, el cuer­pi­to de esa nena era encon­tra­do como si fue­se un obje­to inser­vi­ble, una bol­sa de dese­chos, un tro­zo de nada. Esa maña­na en que tan­tos pen­sa­ban en su pro­pio ombli­go, niñas y niños mue­ren en los terri­to­rios del olvido.

Ape­nas un par de días antes, en un mon­te en las afue­ras de la san­tia­gue­ña La Ban­da, una nena de tres años era encon­tra­da por la poli­cía. Gol­pea­da, abu­sa­da, viva por puro azar. Los ojos de quie­nes inves­ti­gan están rum­bea­dos hacia la ex pare­ja de su madre. Un hom­bre joven de 28 años.

Quié­nes no vie­ron cuan­do debían ver. Quié­nes no actua­ron cuan­do debían actuar. Qué par­ce­las del Esta­do no estu­vie­ron aten­tas cuan­do debían estar­lo. Quié­nes se ven­da­ron los ojos para no mirar. Quié­nes des­via­ron la vis­ta, se dis­tra­je­ron en nece­da­des, se ocu­pa­ron de bana­li­da­des. Quié­nes no escu­cha­ron aque­llo que debían escuchar.

Son niñas a las que les arran­ca­ron con la per­ver­si­dad más cruen­ta todo atis­bo de infan­cia. Daños cola­te­ra­les de un sis­te­ma que sue­le arre­ba­tar de raiz todo atis­bo de ter­nu­ra. ¿Qué que­da­rá de niñez en esa nena de tres años de La Ban­da? ¿Cómo podría haber­se escon­di­do Zoe de las garras adul­tas que le estra­ga­ron la historia?

Sue­len lla­mar daños cola­te­ra­les a las secue­las viles de un mode­lo que dejó de tener a la infan­cia como las semi­llas a cui­dar amo­ro­sa­men­te de los pre­da­do­res. Lo sería tam­bién –bajo ese pre­cep­to- la beba de 9 meses hija de Bri­sa For­mo­so, esa chi­ca de 19 años vio­la­da y lue­go estran­gu­la­da en Hur­lingham. Cre­ce­rá con el cora­zón esta­lla­do de angus­tias de saber qué ocu­rrió con su mamá. Y tam­bién Del­fi­na, de cua­tro años, la hiji­ta de Maga­lí Noe­lia Gómez, ase­si­na­da por su ex pare­ja hace casi un mes en El Talar, Tigre.

Zoe, la niña san­tia­gue­ña, la beba de Bri­sa y Del­fi­na son los ros­tros de una infan­cia aso­la­da por los crue­les. Por una huma­ni­dad que se for­jó a sí mis­ma como una maqui­na­ria que extir­pó de su anda­mia­je todo atis­bo de ter­nu­ra. Capaz de herir de muer­te a las niñe­ces. De cla­var­les una asti­lla en el cen­tro mis­mo de las emo­cio­nes. Y de estam­par­le una mor­da­za al futu­ro. Para que no hable. Para que no diga. Para que no sien­ta. Para que no sea.

Fuen­te: Pelo­ta de tra­po /​foto: Lucía Merle 

Itu­rria /​Fuen­te

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