Opi­nión. El subim­pe­ria­lis­mo en Medio Oriente

Por Clau­dio Katz*, Resu­men Medio Orien­te, 24 de sep­tiem­bre de 2021-.

Tur­quía, Ara­bia Sau­di­ta e Irán dispu­tan pri­ma­cía en un nove­do­so con­tex­to de pro­ta­go­nis­mo regio­nal en las ten­sio­nes de Medio Orien­te. Esa gra­vi­ta­ción es regis­tra­da por muchos ana­lis­tas, pero la con­cep­tua­li­za­ción de ese rol exi­ge recu­rrir a una noción intro­du­ci­da por los teó­ri­cos mar­xis­tas de la dependencia.

El subim­pe­ria­lis­mo se apli­ca a estos casos y con­tri­bu­ye a escla­re­cer la pecu­liar inter­ven­ción de esos paí­ses en el trau­má­ti­co esce­na­rio de la zona. La cate­go­ría es per­ti­nen­te y común en múl­ti­ples pla­nos, pero tam­bién pre­sen­ta tres sig­ni­fi­ca­dos muy singulares.

CARACTERÍSTICAS Y SINGULARIDADES

El subim­pe­ria­lis­mo es una moda­li­dad para­le­la y secun­da­ria del impe­ria­lis­mo con­tem­po­rá­neo. Se veri­fi­ca en las poten­cias media­nas que man­tie­nen un sig­ni­fi­ca­ti­vo dis­tan­cia­mien­to de los cen­tros del poder mun­dial. Esos paí­ses des­en­vuel­ven con­tra­dic­to­ras rela­cio­nes de con­ver­gen­cia y ten­sión con las fuer­zas hege­mó­ni­cas de la geo­po­lí­ti­ca glo­bal. Tur­quía, Ara­bia Sau­di­ta e Irán se amol­dan a ese perfil.

Los subim­pe­rios des­pun­ta­ron en la pos­gue­rra jun­to a la mayo­ri­ta­ria extin­ción de las colo­nias y la cre­cien­te trans­for­ma­ción de las semi­co­lo­nias. El ascen­so de las bur­gue­sías nacio­na­les en los paí­ses capi­ta­lis­tas depen­dien­tes modi­fi­có sus­tan­cial­men­te el sta­tus de esas configuraciones.

En el seg­men­to supe­rior de la peri­fe­ria irrum­pie­ron moda­li­da­des subim­pe­ria­les, en sin­to­nía con el con­tra­dic­to­rio pro­ce­so de per­sis­ten­cia mun­dial de la bre­cha cen­tro-peri­fe­ria y la con­so­li­da­ción de cier­tos seg­men­tos inter­me­dios. El prin­ci­pal teó­ri­co de esa muta­ción des­cri­bió en los años 60 los prin­ci­pa­les ras­gos del nue­vo mode­lo, obser­van­do la diná­mi­ca de Bra­sil (Mari­ni, 1973).

El pen­sa­dor lati­no­ame­ri­cano situó el sur­gi­mien­to de los subim­pe­rios, en un con­tex­to inter­na­cio­nal sig­na­do por la supre­ma­cía de Esta­dos Uni­dos, en ten­sión con el deno­mi­na­do blo­que socia­lis­ta. Resal­tó el ali­nea­mien­to de esas for­ma­cio­nes con la pri­me­ra poten­cia en la gue­rra fría con­tra la URSS. Pero tam­bién des­ta­có que los gober­nan­tes de esos paí­ses hacían valer sus pro­pios intere­ses. Desa­rro­lla­ban cur­sos autó­no­mos y a veces con­flic­ti­vos con el man­dan­te norteamericano.

Esa rela­ción de aso­cia­ción inter­na­cio­nal y poder regio­nal pro­pio se afian­zó como una carac­te­rís­ti­ca pos­te­rior del subim­pe­ria­lis­mo. Los regí­me­nes que adop­tan ese per­fil man­tie­nen lazos con­tra­pues­tos con Washing­ton. Por un lado asu­men pos­tu­ras de estre­cha imbri­ca­ción y al mis­mo tiem­po exi­gen un tra­to respetuoso.

Esa diná­mi­ca de subor­di­na­ción y con­flic­to con Esta­dos Uni­dos se suce­de con impre­vi­si­ble velo­ci­dad. Regí­me­nes que pare­cían mario­ne­tas del Pen­tá­gono se embar­can en dís­co­los actos de auto­no­mía y paí­ses que actua­ban con gran inde­pen­den­cia se some­ten a las órde­nes de la Casa Blan­ca. Esta osci­la­ción es un ras­go del subim­pe­ria­lis­mo, que con­tras­ta con la esta­bi­li­dad pre­va­le­cien­te en los impe­rios cen­tra­les y en sus varie­da­des alterimperiales.

Las poten­cias regio­na­les que adop­tan un per­fil subim­pe­rial recu­rren al uso de la fuer­za mili­tar. Uti­li­zan ese arse­nal para afian­zar los intere­ses de las cla­ses capi­ta­lis­tas de sus paí­ses, en un aco­ta­do radio de influen­cia. Las accio­nes béli­cas apun­tan a dispu­tar el lide­raz­go zonal con los com­pe­ti­do­res del mis­mo porte.

Los subim­pe­rios no actúan en el orden pla­ne­ta­rio y no com­par­ten las ambi­cio­nes de domi­na­ción glo­bal de sus parien­tes mayo­res. Res­trin­gen su esfe­ra de acción al ámbi­to regio­nal, en estric­ta sin­to­nía con la limi­ta­da influen­cia de los paí­ses media­nos. El inte­rés por los mer­ca­dos y los bene­fi­cios es el prin­ci­pal motor de las polí­ti­cas expan­si­vas y las incur­sio­nes militares.

La gra­vi­ta­ción alcan­za­da en las últi­mas déca­das por las eco­no­mías inter­me­dias expli­ca ese corre­la­to subim­pe­rial, que no exis­tía en la era clá­si­ca del impe­ria­lis­mo a prin­ci­pio del siglo XX. Solo en el perío­do pos­te­rior de pos­gue­rra des­pun­tó esa inci­den­cia de las poten­cias inter­me­dias, que ha cobra­do mayor con­tun­den­cia en la actualidad.

En Medio Orien­te la riva­li­dad geo­po­lí­ti­co-mili­tar entre acto­res de la pro­pia región ha sido pre­ce­di­da por cier­to desa­rro­llo eco­nó­mi­co de esos juga­do­res. La era neo­li­be­ral acen­tuó la depre­da­ción inter­na­cio­nal del petró­leo, la des­igual­dad social, la pre­ca­ri­za­ción y el des­em­pleo en toda la región. Pero con­so­li­dó tam­bién a diver­sas cla­ses capi­ta­lis­tas loca­les, que ope­ran con mayo­res recur­sos y no disi­mu­lan sus ape­ti­tos de ganan­cias superiores.

Este inte­rés por el lucro moto­ri­za el engra­na­je subim­pe­rial, entre paí­ses igual­men­te situa­dos en el casi­lle­ro inter­me­dio de la divi­sión inter­na­cio­nal del tra­ba­jo. Tur­quía, Ara­bia Sau­di­ta e Irán mero­dean por esa inser­ción, sin apro­xi­mar­se al club de las poten­cias centrales.

Com­par­ten la mis­ma ubi­ca­ción mun­dial que otras eco­no­mías inter­me­dias, pero com­ple­men­tan su pre­sen­cia en ese ámbi­to con impac­tan­tes incur­sio­nes mili­ta­res. Esa exten­sión de las riva­li­da­des eco­nó­mi­cas al terreno béli­co es deter­mi­nan­te de su espe­ci­fi­ci­dad subim­pe­rial (Katz, 2018: 219 – 262).

ACTUALIDAD Y RAÍCES

El subim­pe­ria­lis­mo es una noción útil para regis­trar el sus­tra­to de riva­li­dad eco­nó­mi­ca que sub­ya­ce en nume­ro­sos con­flic­tos de Medio Orien­te. Per­mi­te notar ese inte­rés de cla­se, en con­tra­po­si­ción a los diag­nós­ti­cos cen­tra­dos en dispu­tas por la pri­ma­cía de algu­na ver­tien­te del islam. Esas inter­pre­ta­cio­nes en tér­mi­nos reli­gio­sos obs­tru­yen la cla­ri­fi­ca­ción de la moti­va­ción real de los cre­cien­tes choques.

Los nego­cios en pug­na entre Tur­quía, Ara­bia Sau­di­ta o Irán expli­can el carác­ter sin­gu­lar que adop­ta el subim­pe­ria­lis­mo en esos paí­ses. En los tres casos actúan gobier­nos beli­co­sos al coman­do de esta­dos ges­tio­na­dos por buro­cra­cias mili­ta­ri­za­das. Todos uti­li­zan los cre­dos reli­gio­sos para afian­zar su poder y con­quis­tar mayo­res por­cio­nes de recur­sos en dispu­ta. Los subim­pe­rios han bus­ca­do cap­tu­rar en Siria los boti­nes gene­ra­dos por el des­gua­ce del terri­to­rio y la mis­ma com­pe­ten­cia se veri­fi­ca en Libia por el repar­to del petró­leo. Par­ti­ci­pan allí de las mis­mas pul­sea­das que diri­men las gran­des potencias.

En el plano geo­po­lí­ti­co los subim­pe­rios de Tur­quía y Ara­bia Sau­di­ta actúan en sin­to­nía con Washing­ton, pero sin par­ti­ci­par en las deci­sio­nes de la OTAN, ni en las defi­ni­cio­nes del Pen­tá­gono. Se dis­tin­guen de Euro­pa en el pri­mer terreno y de Israel en el segun­do. No inter­vie­nen en la deter­mi­na­ción de la bata­lla que libra el impe­ria­lis­mo esta­dou­ni­den­se para recu­pe­rar hege­mo­nía fren­te al desa­fío de Chi­na y Rusia. Su acción se res­trin­ge a la órbi­ta regio­nal. Man­tie­nen con­tra­dic­to­rias rela­cio­nes con el poder nor­te­ame­ri­cano y no aspi­ran al reem­pla­zo de los gran­des domi­na­do­res del planeta.

Pero su inter­ven­ción regio­nal es mucho más rele­van­te que la exhi­bi­da por sus pares de otras lati­tu­des. En Amé­ri­ca Lati­na o en Áfri­ca no se obser­van accio­nes subim­pe­ria­les del mis­mo por­te. El subim­pe­ria­lis­mo empal­ma en Medio Orien­te con anti­guas raí­ces his­tó­ri­cas del impe­rio oto­mano y per­sa. Esa cone­xión con cimien­tos de lar­ga data no es muy corrien­te en el res­to de la periferia.

Las riva­li­da­des entre poten­cias inclu­yen, en este caso, un fun­da­men­to que reto­ma la anti­gua com­pe­ten­cia entre dos gran­des impe­rios pre-capi­ta­lis­tas. No sólo la ani­mo­si­dad entre oto­ma­nos y per­sas se remon­ta al siglo XVI. Tam­bién las ten­sio­nes de este últi­mo con­glo­me­ra­do con los sau­di­tas (chii­tas ver­sus waha­bi­tas) arras­tra una lar­ga his­to­ria de bata­llas por la supre­ma­cía regio­nal (Arma­nian, 2019).

Esos gran­des pode­res loca­les no se dilu­ye­ron en la era moder­na. Tan­to el impe­rio oto­mano como el per­sa se man­tu­vie­ron en el siglo XIX, evi­tan­do que Medio Orien­te fue­ra sim­ple­men­te rema­ta­do (como Áfri­ca) por los colo­nia­lis­tas euro­peos. El des­mo­ro­na­mien­to oto­mano a prin­ci­pio de la cen­tu­ria pos­te­rior dio lugar a un esta­do tur­co que per­dió su vie­ja pri­ma­cía ante­rior, pero reno­vó su con­sis­ten­cia nacio­nal. No que­dó rele­ga­do al mero sta­tus de semicolonia.

Duran­te la repú­bli­ca kema­lis­ta Tur­quía apun­ta­ló un desa­rro­llo indus­trial pro­pio, que no tuvo el éxi­to del bis­mar­kis­mo ale­mán o su equi­va­len­te japo­nés, pero mol­deó a la cla­se capi­ta­lis­ta inter­me­dia que mane­ja el país (Harris, 2016). Un pro­ce­so de con­so­li­da­ción bur­gués seme­jan­te se veri­fi­có con la monar­quía de los Palhe­vi en Irán.

Ambos regí­me­nes par­ti­ci­pa­ron acti­va­men­te en la gue­rra fría con­tra la URSS, para apun­ta­lar sus intere­ses fron­te­ri­zos con­tra el gigan­te ruso. Alber­ga­ron bases nor­te­ame­ri­ca­nas y siguie­ron el guión de la OTAN, pero refor­zan­do sus pro­pios dis­po­si­ti­vos mili­ta­res. El subim­pe­ria­lis­mo arras­tra, por lo tan­to, vie­jos fun­da­men­tos en ambos paí­ses y no es una impro­vi­sa­ción del esce­na­rio actual.

Ese con­cep­to apor­ta un cri­te­rio para enten­der los con­flic­tos en cur­so, superan­do la vaga noción de “cho­ques entre impe­rios”, que no dis­tin­gue a los acto­res glo­ba­les de sus equi­va­len­tes regio­na­les. Los subim­pe­rios man­tie­nen una dife­ren­cia cua­li­ta­ti­va con sus pares mayo­res, que des­bor­da la sim­ple bre­cha de la esca­la. Adop­tan roles y cum­plen fun­cio­nes muy dis­tin­tas al impe­ria­lis­mo domi­nan­te y sus socios.

Riva­li­zan ade­más entre sí con cam­bian­tes ali­nea­mien­tos exter­nos y en con­flic­tos de enor­me inten­si­dad. Por la mag­ni­tud de esos cho­ques algu­nos ana­lis­tas regis­tran la pre­sen­cia de una nue­va “gue­rra fría inter­ára­be” (Con­de, 2018). Pero cada uno de los tres casos actua­les pre­sen­ta ras­gos muy específicos.

EL PROTOTIPO DE TURQUÍA

Tur­quía es el prin­ci­pal expo­nen­te del subim­pe­ria­lis­mo en la región. Varios mar­xis­tas han dis­cu­ti­do ese sta­tus, en polé­mi­cas con el con­tra­pues­to diag­nós­ti­co semi­co­lo­nial (Güneş, 2019). Remar­ca­ron los sig­nos de auto­no­mía del país fren­te a la visión que sub­ra­ya la inten­sa depen­den­cia hacia Esta­dos Unidos. 

En ese deba­te se ha resal­ta­do correc­ta­men­te la obso­les­cen­cia del con­cep­to de semi­co­lo­nia. Ese sta­tus cons­ti­tuía una carac­te­rís­ti­ca de prin­ci­pios del siglo XX, que per­dió peso con la olea­da pos­te­rior de inde­pen­den­cias nacio­na­les. A par­tir de allí la suje­ción eco­nó­mi­ca ganó pre­emi­nen­cia sobre la domi­na­ción explí­ci­ta­men­te política.

El des­po­jo sufri­do por la peri­fe­ria en las últi­mas déca­das no alte­ró ese nue­vo patrón intro­du­ci­do por la des­co­lo­ni­za­ción. La depen­den­cia asu­me otras moda­li­da­des en la épo­ca actual y la noción de semi­co­lo­nia resul­ta inade­cua­da para carac­te­ri­zar a las eco­no­mías media­nas o a los paí­ses de lar­ga tra­di­ción polí­ti­ca autó­no­ma como Turquía.

El sta­tus subim­pe­rial de ese país se veri­fi­ca en su polí­ti­ca regio­nal de expan­sión exter­na y en la con­tra­dic­to­ria rela­ción que man­tie­ne con Esta­dos Uni­dos. Tur­quía es cier­ta­men­te un esla­bón de la OTAN y alber­ga en la base de İnc­irl­ik un monu­men­tal arse­nal nuclear bajo cus­to­dia del Pen­tá­gono. Las bom­bas alma­ce­na­das en esa ins­ta­la­ción per­mi­ti­rían des­truir a todas las regio­nes ale­da­ñas (Cigan, 2021).

Pero son muy nume­ro­sas las accio­nes que Anka­ra desa­rro­lla por su pro­pia cuen­ta sin con­sul­tar al tutor esta­dou­ni­den­se. Adquie­re arma­men­to ruso, dis­cre­pa con Euro­pa, des­plie­ga tro­pas en for­ma incon­sul­ta en varios paí­ses y riva­li­za en muchos nego­cios con Washington.

Este rol de Tur­quía como poten­cia autó­no­ma ha sido reco­no­ci­do de hecho por Esta­dos Uni­dos como un dato del aje­drez regio­nal. Dis­tin­tos man­da­ta­rios de la Casa Blan­ca tole­ra­ron las aven­tu­ras de Anka­ra sin con­tra­po­ner nin­gún veto. Hicie­ron la vis­ta gor­da a la ane­xión del nor­te de Chi­pre en 1974 y per­mi­tie­ron la per­se­cu­ción de las mino­rías entre 1980 – 1983.

Tur­quía no desa­fía al man­dan­te nor­te­ame­ri­cano, pero apro­ve­cha las derro­tas de Washing­ton para esca­lar sus pro­pias accio­nes. Erdo­gan ha con­cer­ta­do varias alian­zas con los riva­les de Esta­dos Uni­dos (Rusia e Irán) para impe­dir la cons­ti­tu­ción de un esta­do kurdo.

Los vira­jes de ese man­da­ta­rio ilus­tran una típi­ca con­duc­ta subim­pe­rial. Hace una déca­da inau­gu­ró un pro­yec­to de isla­mis­mo neo­li­be­ral enla­za­do con la OTAN y orien­ta­do al empal­me con la Unión Euro­pea. Este rum­bo era pre­sen­ta­do por Washing­ton como un mode­lo de moder­ni­za­ción de Medio Orien­te. Pero en los últi­mos años los voce­ros del Depar­ta­men­to de Esta­do cam­bia­ron drás­ti­ca­men­te de opi­nión. Pasa­ron del elo­gio a la crí­ti­ca y en lugar de pon­de­rar un régi­men polí­ti­co afín comen­za­ron a denun­ciar a una tira­nía hostil.

Ese giro en la cali­fi­ca­ción nor­te­ame­ri­ca­na de su con­tro­ver­ti­do socio acom­pa­ñó los vira­jes de Tur­quía. Erdo­gan man­tu­vo el equi­li­brio de su polí­ti­ca exte­rior, mien­tras mane­ja­ba con cier­ta hol­gu­ra las ten­sio­nes inter­nas. Pero se des­pis­tó con ope­ra­cio­nes fue­ra de sus fron­te­ras cuan­do per­dió el con­trol del rum­bo local. El deto­nan­te fue la olea­da demo­cra­ti­za­do­ra de la pri­ma­ve­ra ára­be, el levan­ta­mien­to kur­do y el ascen­so de las fuer­zas progresistas.

Erdo­gan res­pon­dió con vio­len­cia con­tra­rre­vo­lu­cio­na­ria al desa­fío de la calle (2013), a las vic­to­rias de los kur­dos y al avan­ce de la izquier­da (2015). Optó por un viru­len­to auto­ri­ta­ris­mo repre­si­vo. Aunó fuer­zas con varian­tes secu­la­res reac­cio­na­rias y lan­zó una con­tra­ofen­si­va con ban­de­ras nacio­na­lis­tas (Uslu, 2020). Con ese estan­dar­te per­si­gue opo­si­to­res, encar­ce­la acti­vis­tas y ges­tio­na un régi­men lin­dan­te con la dic­ta­du­ra civil (Bar­chard, 2018). Su com­por­ta­mien­to enca­ja con el per­fil auto­ri­ta­rio que pre­do­mi­na en todo Medio Oriente.

En muy pocos años trans­for­mó su ini­cial isla­mis­mo neo­li­be­ral en un ame­na­zan­te régi­men dere­chis­ta, que des­guar­ne­ció a la opo­si­ción bur­gue­sa. Las cla­ses domi­nan­tes final­men­te ava­la­ron a un pre­si­den­te que des­pla­zó a la vie­ja eli­te secu­lar kema­lis­ta y exclu­yó del poder a los sec­to­res más pro-norteamericanos.

AVENTURAS EXTERNAS, AUTORITARISMO INTERNO

Erdo­gan optó por un rum­bo pro-dic­ta­to­rial lue­go de la frus­tra­da expe­rien­cia de su cole­ga Mor­si. El pro­yec­to de isla­mis­mo con­ser­va­dor de los Her­ma­nos Musul­ma­nes fue demo­li­do en Egip­to por el gol­pe mili­tar de Sisi. Para evi­tar un des­tino seme­jan­te, el pre­si­den­te tur­co reac­ti­vó las ope­ra­cio­nes béli­cas externas.

Ese rum­bo mili­ta­ris­ta tam­bién inclu­ye un per­fil ideo­ló­gi­co más autó­no­mo de Occi­den­te. Los dis­cur­sos ofi­cia­les exal­tan la indus­tria nacio­nal y con­vo­can a expan­dir los inter­cam­bios comer­cia­les mul­ti­la­te­ra­les, para con­so­li­dar la inde­pen­den­cia de Tur­quía. Esa retó­ri­ca es inten­sa­men­te uti­li­za­da para denun­ciar las pos­tu­ras “anti­pa­trió­ti­cas” de la opo­si­ción. Sin aban­do­nar la OTAN, ni cues­tio­nar a Esta­dos Uni­dos, Erdo­gan se ha dis­tan­cia­do de la Casa Blanca.

Esa auto­no­mía gene­ró serios con­flic­tos con Washing­ton. Tur­quía ins­tau­ró un «cin­tu­rón de segu­ri­dad» con Irak, afian­zó la pre­sen­cia de sus tro­pas en Siria, envío efec­ti­vos a Azer­bai­yán y ensa­ya alian­zas con los tali­ba­nes de Afga­nis­tán. Estas aven­tu­ras ‑par­cial­men­te finan­cia­da por Qatar y sol­ven­ta­das con recur­sos extraí­dos de Trí­po­li- pre­sen­tan has­ta aho­ra un alcan­ce limi­ta­do. Son ope­ra­ti­vos de bajo cos­to eco­nó­mi­co y alto bene­fi­cio polí­ti­co. Per­mi­ten dis­traer la aten­ción inter­na y jus­ti­fi­car la repre­sión, pero des­es­ta­bi­li­zan la rela­ción con Esta­dos Unidos.

Erdo­gan refuer­za el pro­ta­go­nis­mo de las fuer­zas arma­das, que han sido des­de 1920 el prin­ci­pal ins­tru­men­to de moder­ni­za­ción auto­ri­ta­ria del país. El subim­pe­ria­lis­mo tur­co se asien­ta en esa tra­di­ción beli­cis­ta, que uni­for­mó coer­ci­ti­va­men­te a la nación median­te la impo­si­ción de una reli­gión, un idio­ma y una ban­de­ra. Esos estan­dar­tes son aho­ra reto­ma­dos, para ampliar la pre­sen­cia exter­na y con­quis­tar los mer­ca­dos ale­da­ños. Una varian­te más sal­va­je de ese nacio­na­lis­mo fue uti­li­za­do en el pasa­do para exter­mi­nar arme­nios, expul­sar grie­gos y for­zar la asi­mi­la­ción lin­güís­ti­ca de los kurdos.

El pre­si­den­te de Tur­quía pre­ser­va ese lega­do con el nue­vo for­ma­to de la dere­cha isla­mis­ta. Alien­ta sue­ños expan­si­vos y expor­ta con­tra­dic­cio­nes inter­nas con tro­pe­lías en el exte­rior. Pero actúa a favor de los gru­pos capi­ta­lis­tas que con­tro­lan las nue­vas indus­trias media­nas expor­ta­do­ras. Esas fabri­cas loca­li­za­das en las pro­vin­cias han moto­ri­za­do el cre­ci­mien­to de las últi­mas tres décadas.

Como Tur­quía impor­ta el grue­so de su com­bus­ti­ble y expor­ta manu­fac­tu­ras, la geo­po­lí­ti­ca subim­pe­rial inten­ta apun­ta­lar el desa­rro­llo fabril. La agre­si­vi­dad de Anka­ra en el nor­te de Irak, el Medi­te­rrá­neo Orien­tal y el Cáu­ca­so sin­to­ni­za con el ape­ti­to de nue­vos mer­ca­dos que exhi­be la bur­gue­sía indus­trial islamista.

La prio­ri­dad de Erdo­gan es el aplas­ta­mien­to de los kur­dos. Por eso bus­có soca­var todas las tra­ta­ti­vas que con­sa­gra­ban en Siria el esta­ble­ci­mien­to de una zona bajo con­trol de esa mino­ría. Inten­tó varias ofen­si­vas mili­ta­res para des­truir ese encla­ve, pero ter­mi­nó ava­lan­do el sta­tus quo de una fron­te­ra ato­si­ga­da de refugiados.

Erdo­gan no ha logra­do con­tra­rres­tar la auto­no­mía que el gobierno sirio con­ce­dió a las orga­ni­za­cio­nes kur­das (PYP-UPP). Esas fuer­zas loga­ron repe­ler el ase­dio de Koba­nî en 2014 – 2015, derro­ta­ron a las ban­das yiha­dis­tas y rati­fi­ca­ron sus éxi­tos de Roja­va. El pre­si­den­te tur­co no logra dige­rir esos resultados.

La estra­te­gia nor­te­ame­ri­ca­na de sos­te­ner par­cial­men­te a los kur­dos ‑para crear ins­ta­la­cio­nes del Pen­tá­gono en sus terri­to­rios- acen­tuó el dis­tan­cia­mien­to de Anka­ra con Washing­ton. El Depar­ta­men­to de Esta­do uti­li­za en for­ma muy cam­bian­te a los kur­dos como pren­da de nego­cia­ción con el dís­co­lo man­da­ta­rio. Oba­ma apun­ta­ló a esa mino­ría, Trump retra­jo los apo­yos sin cor­tar­los y Biden aún no defi­nió cuál será su línea de inter­ven­ción. Pero en todos los esce­na­rios Erdo­gan ha pues­to de mani­fies­to que no acep­ta el lugar de saté­li­te ser­vil que le asig­na la Casa Blanca.

Las ten­sio­nes entre ambos gobier­nos se pro­fun­di­za­ron por los intere­ses con­tra­pues­tos en el repar­to de Libia. Para col­mo, Erdo­gan desa­fió al Depar­ta­men­to de Esta­do con una com­pra de misi­les rusos, que pro­vo­có la can­ce­la­ción de inver­sio­nes estadounidenses.

El pun­to cul­mi­nan­te del con­flic­to fue el falli­do gol­pe de esta­do del 2016. Washing­ton emi­tió varias seña­les de apro­ba­ción a una aso­na­da que esta­lló en zonas pró­xi­mas a las bases de la OTAN. Esa cons­pi­ra­ción fue aus­pi­cia­da por un pas­tor refu­gia­do en Esta­dos Uni­dos (Gulen), que lide­ra el sec­tor más occi­den­ta­lis­ta del esta­blish­ment tur­co. Erdo­gan des­ca­be­zó de inme­dia­to a todos los mili­ta­res afi­nes a ese sec­tor. El fra­ca­sa­do gol­pe indi­có has­ta qué pun­to Esta­dos Uni­dos aspi­ra a impo­ner un gobierno títe­re en Tur­quía (Petras, 2017). En su res­pues­ta Erdo­gan reafir­mó su resis­ten­cia a la obe­dien­cia que exi­ge la Casa Blanca.

AMBIVALENCIAS Y RIVALES

El subim­pe­ria­lis­mo tur­co equi­li­bra la per­ma­nen­cia en la OTAN con las apro­xi­ma­cio­nes a Rusia. Por eso Erdo­gan comen­zó su man­da­to como un estre­cho alia­do de Esta­dos Uni­dos y lue­go se invo­lu­cró en el rum­bo opues­to (Hearst, 2020).

En la gue­rra de Siria estu­vo enfren­ta­do con Rusia y esca­ló un gran cho­que cuan­do derri­bó un avión mili­tar de ese país. Pero pos­te­rior­men­te reto­mó las rela­cio­nes con Mos­cú e incre­men­tó la adqui­si­ción de arma­men­to (Cal­vo, 2019). Tam­bién tomó dis­tan­cia de los prin­ci­pa­les peo­nes de la OTAN (Bul­ga­ria, Ruma­nia) y nego­ció un gaso­duc­to sub­ma­rino para expor­tar com­bus­ti­ble ruso a Euro­pa sin pasar por Ucra­nia (TurkS­tream).

Putin es ple­na­men­te cons­cien­te de la esca­sa con­fia­bi­li­dad de un man­da­ta­rio que entre­na fuer­zas azer­bai­ya­nas en con­flic­to con Rusia. No olvi­da que Tur­quía inte­gra la OTAN y alber­ga el mayor arse­nal nuclear pró­xi­mo a Rusia. Pero apues­ta a nego­ciar con Anka­ra la disua­sión de una flo­ta nor­te­ame­ri­ca­na per­ma­nen­te en el Mar Negro.

Las ten­sio­nes con Euro­pa son igual­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vas. Erdo­gan pre­sio­na a Bru­se­las para reci­bir apor­tes millo­na­rios, a cam­bio de rete­ner a los refu­gia­dos sirios en sus pro­pias fron­te­ras. Siem­pre ame­na­za con inun­dar el Vie­jo Con­ti­nen­te con esa masa de des­am­pa­ra­dos, si Euro­pa sube el tono de sus cues­tio­na­mien­tos al gobierno tur­co o reta­cea los fon­dos para el sos­te­ni­mien­to de esa marea humana.

A nivel regio­nal Tur­quía con­fron­ta ante todo con Ara­bia Sau­di­ta. Los dos paí­ses enar­bo­lan estan­dar­tes islá­mi­cos diver­gen­tes, den­tro del pro­pio con­glo­me­ra­do suni­ta. Erdo­gan difun­dió un per­fil de isla­mis­mo libe­ral en con­tras­te con la seve­ri­dad del waha­bis­mo sau­di­ta, pero no ha podi­do sos­te­ner esa ima­gen por el feroz com­por­ta­mien­to de sus pro­pios gendarmes.

Los con­flic­tos con Ara­bia Sau­di­ta se con­cen­tran en Qatar, que es el úni­co emi­ra­to del Gol­fo alia­do con Tur­quía. La monar­quía sau­di­ta ha inten­ta­do encua­drar a ese dís­co­lo mini-esta­do con varios com­plots. Pero no logró repe­tir la exi­to­sa cons­pi­ra­ción que des­tro­nó a Mor­si en El Cai­ro, sepul­tan­do la prin­ci­pal apues­ta geo­po­lí­ti­ca de Anka­ra en la región.

El otro rival estra­té­gi­co de Tur­quía es Irán. La dispu­ta inclu­ye en este caso, un con­tra­pun­to de adhe­sio­nes reli­gio­sas dife­ren­cia­das entre ver­tien­tes suni­tas y chii­tas del isla­mis­mo. La con­fron­ta­ción entre ambos esca­ló en Irak,con la frus­tra­da expec­ta­ti­va tur­ca de con­quis­tar algu­na zona afín en ese terri­to­rio. Esa pre­ten­sión cho­có con la con­ti­nua­da pri­ma­cía de los sec­to­res pro-ira­níes. Erdo­gan hace valer igual­men­te su pre­sen­cia, a tra­vés de las tro­pas afin­ca­das en la fron­te­ra para doble­gar a los kurdos.

El vai­vén ha sido la nota domi­nan­te del subim­pe­ria­lis­mo tur­co. Estas osci­la­cio­nes fue­ron muy visi­bles en Siria. Erdo­gan inten­tó pri­me­ro tum­bar a su vie­jo com­pe­ti­dor Assad, pero enca­ró un abrup­to vira­je hacia el sos­te­ni­mien­to de ese gobierno, cuan­do avi­zo­ró la peli­gro­sa pers­pec­ti­va de un esta­do kurdo.

Anka­ra alber­gó pri­me­ro al Ejér­ci­to Libre Sirio para crear un régi­men afín en Damas­co y cho­có lue­go con los yiha­dis­tas, que Ara­bia Sau­di­ta envió con el mis­mo pro­pó­si­to. Final­men­te ha crea­do una zona tapón en la fron­te­ra de Siria para uti­li­zar a los refu­gia­dos como mone­da de cam­bio, mien­tras entre­na a sus pro­pios bandoleros.

En otras áreas Tur­quía entre­te­je el mis­mo tipo de con­tra­dic­to­rias alian­zas. En Libia tomó par­ti­do por la frac­ción de Sarraj con­tra Haf­tar, en una coa­li­ción con Qatar e Ita­lia con­tra Ara­bia Sau­di­ta, Rusia y Fran­cia. Envió para­mi­li­ta­res y fra­ga­tas para lograr una mayor taja­da en los con­tra­tos petro­le­ros y ha resuel­to eri­gir una base mili­tar en Trí­po­li, para dispu­tar su par­te en el gas del Medi­te­rrá­neo. Con el mis­mo pro­pó­si­to refuer­za su pre­sen­cia en la por­ción de Chi­pre bajo su influen­cia y riva­li­za por esos yaci­mien­tos con Israel, Gre­cia, Egip­to y Francia.

Las avan­za­das subim­pe­ria­les de Tur­quía se veri­fi­can tam­bién zonas más ale­ja­das como Azer­bai­yán, don­de Anka­ra res­ta­ble­ció lazos con las mino­rías de ori­gen tur­co. Sumi­nis­tró armas a la dinas­tía de los Ali­yev en Bakú y apun­ta­ló los terri­to­rios gana­dos el año pasa­do en los enfren­ta­mien­tos béli­cos de Nagorno-Kara­baj. El año­ra­do expan­sio­nis­mo oto­mano cobra fuer­za inclu­so en regio­nes más remo­tas. Tur­quía entre­nó al ejér­ci­to soma­lí, des­pa­chó un con­tin­gen­te a Afga­nis­tán y amplió su pre­sen­cia en Sudán.

Pero Anka­ra cuen­ta con poco mar­gen para jugar esas par­ti­das geo­po­lí­ti­cas. A lo sumo pue­de inten­tar sos­te­ner su auto­no­mía en el redi­se­ño de Medio Orien­te. Su habi­tual osci­la­ción expre­sa una com­bi­na­ción de arro­gan­cia e impo­ten­cia, deri­va­da de la fra­gi­li­dad eco­nó­mi­ca del país.

Las ambi­cio­nes mili­ta­ris­tas exter­nas reque­ri­rían una for­ta­le­za pro­duc­ti­va que Tur­quía no deten­ta. Los abul­ta­dos pasi­vos finan­cie­ros del país coexis­ten con un défi­cit comer­cial y un des­ba­lan­ce fis­cal, que des­atan perió­di­cas con­vul­sio­nes cam­bia­rias y bur­sá­ti­les (Roberts, 2018). Esa incon­sis­ten­cia eco­nó­mi­ca recrea, a su vez, la divi­sión entre los sec­to­res atlan­tis­tas y euro­asiá­ti­cos de las cla­ses domi­nan­tes, que pri­vi­le­gian nego­cios en áreas geo­grá­fi­cas contrapuestas.

Erdo­gan ha inten­ta­do uni­fi­car esa diver­si­dad de intere­ses, pero sólo con­si­guió un equi­li­brio tran­si­to­rio. Ha impues­to cier­ta recon­ci­lia­ción entre las eli­tes secu­la­res de la gran bur­gue­sía con el ascen­den­te capi­ta­lis­mo del inte­rior. Logró mori­ge­rar los des­equi­li­brios estruc­tu­ra­les de la eco­no­mía tur­ca, pero está muy lejos de poder corre­gir­los. Coman­da un subim­pe­rio eco­nó­mi­ca­men­te débil para las ambi­cio­nes geo­po­lí­ti­cas que alien­ta. Por eso moto­ri­za aven­tu­ras con abrup­tos replie­gues, enre­dos y volteretas.

EL POTENCIAL MODELO SAUDITA

Ara­bia Sau­di­ta no cuen­ta con ante­ce­den­tes subim­pe­ria­les, pero se enca­mi­na hacia esa con­fi­gu­ra­ción. Ha sido un sos­tén tra­di­cio­nal de la domi­na­ción esta­dou­ni­den­se en Medio Orien­te, pero la acu­mu­la­ción de ren­tas, las aven­tu­ras beli­cis­tas y las riva­li­da­des con Tur­quía e Irán empu­jan al rei­no hacia ese con­flic­ti­vo club. 

Ese cur­so intro­du­ce mucho rui­do en la rela­ción pri­vi­le­gia­da de la monar­quía waha­bi­ta con el Pen­tá­gono. Ara­bia Sau­di­ta es la pri­me­ra impor­ta­do­ra de armas del mun­do (12% del total) y des­ti­na el 8,8% de su PIB a la defen­sa. Esta­dos Uni­dos colo­ca en la región el 52% de sus expor­ta­cio­nes béli­cas tota­les y pro­vee el 68% de las com­pras de los sau­di­tas. Cada con­tra­to sus­crip­to entre ambos paí­ses tie­ne corre­la­tos direc­tos en inver­sio­nes nor­te­ame­ri­ca­nas. La monar­quía waha­bi­ta apor­ta un sos­tén estra­té­gi­co a la supre­ma­cía finan­cie­ra de la divi­sa norteamericana.

Por la deci­si­va gra­vi­ta­ción de esa eli­te ará­bi­ga, todos los man­da­ta­rios de la Casa Blan­ca han bus­ca­do armo­ni­zar la inci­den­cia de lobby sio­nis­ta con su equi­va­len­te sau­di­ta. Trump logró un pun­to máxi­mo de equi­li­brio al apro­xi­mar ambos paí­ses a un even­tual esta­ble­ci­mien­to de rela­cio­nes diplo­má­ti­cas (Ale­xan­der, 2018).

El entre­la­za­mien­to esta­dou­ni­den­se con la dinas­tía sau­di­ta se remon­ta a la pos­gue­rra y al pro­ta­go­nis­mo de esa monar­quía en las cam­pa­ñas anti­co­mu­nis­tas. Los jeques se invo­lu­cra­ron en incon­ta­bles accio­nes con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rias, para con­te­ner la irrup­ción de repú­bli­cas en toda la región (Egip­to-1952, Irak-1958, Yemen-1962, Libia-1969, Afga­nis­tán-1973). Cuan­do el Shah de Irán fue tum­ba­do, los reyes waha­bi­tas asu­mie­ron un papel más direc­to en la defen­sa del orden reac­cio­na­rio en el mun­do árabe.

Ese regre­si­vo rol fue nue­va­men­te visi­ble duran­te la pri­ma­ve­ra ára­be de la últi­ma déca­da. El gen­dar­me sau­dí y sus hues­tes yiha­dis­tas enca­be­za­ron todas las incur­sio­nes para aplas­tar esa rebelión.

Pero al cabo de muchos años de mane­jo de un exce­den­te petro­le­ro gigan­tes­co, los monar­cas de Riad han crea­do tam­bién un poder pro­pio, asen­ta­do en la ren­ta que gene­ran los yaci­mien­tos de la penín­su­la. Esos cau­da­les enri­que­cie­ron a los emi­ra­tos orga­ni­za­dos en el Con­se­jo de Coope­ra­ción del Gol­fo (CCG), que con­so­li­dó un cen­tro de acu­mu­la­ción para coor­di­nar el uso de ese excedente.

En esa admi­nis­tra­ción el vie­jo entra­ma­do semi­feu­dal sau­di­ta adop­tó moda­li­da­des más con­tem­po­rá­neas de ren­tis­mo, com­pa­ti­bles con el mane­jo des­pó­ti­co del esta­do. Las pocas fami­lia­res que mono­po­li­zan los nego­cios uti­li­zan el poder monár­qui­co para impe­dir la pre­sen­cia de com­pe­ti­do­res. Pero el des­co­mu­nal volu­men de rique­zas que ges­tio­nan, acre­cien­ta las riva­li­da­des por el con­trol del Pala­cio y el con­si­guien­te teso­ro petro­le­ro (Hanieh, 2020).

El poder eco­nó­mi­co de Riad ha incen­ti­va­do las ambi­cio­nes geo­po­lí­ti­cas de la monar­quía y las incur­sio­nes de los mili­ta­res sau­di­tas, colo­can­do al país en el sen­de­ro del subimperialismo.

Este cur­so ha sido acer­ta­da­men­te inter­pre­ta­do por los auto­res que apli­can el con­cep­to de Mari­ni al actual per­fil de Ara­bia Sau­di­ta. Retra­tan cómo ese rei­na­do cum­ple con los tres requi­si­tos seña­la­dos por el teó­ri­co bra­si­le­ño, para iden­ti­fi­car la pre­sen­cia de ese sta­tus. El régi­men waha­bi­ta moto­ri­za acti­va­men­te la inver­sión extran­je­ra direc­ta en las eco­no­mías ale­da­ñas, man­tie­ne una polí­ti­ca de coope­ra­ción anta­gó­ni­ca con el domi­na­dor nor­te­ame­ri­cano y des­plie­ga un mani­fies­to expan­sio­nis­mo mili­tar (Sán­chez, 2019).

El Cuerno de Áfri­ca es la zona pri­vi­le­gia­da por los monar­cas para esa inter­ven­ción. Exten­die­ron a esa región todas las dispu­tas de Medio Orien­te y diri­men allí quién con­tro­la el Mar Rojo, las cone­xio­nes de Asia con Áfri­ca y el trans­por­te de los recur­sos ener­gé­ti­cos con­su­mi­dos por Occidente.

Los gen­dar­mes sau­di­tas par­ti­ci­pan acti­va­men­te en las gue­rras que han devas­ta­do a Soma­lia, Eri­trea y Sudán. Coman­dan el des­po­jo de los recur­sos y el empo­bre­ci­mien­to de las pobla­cio­nes de esos paí­ses. Las bri­ga­das que envía Riad demue­len esta­dos para acre­cen­tar el lucro del capi­tal sau­dí en nego­cios de agri­cul­tu­ra, turis­mo y finanzas.

De las regio­nes super­vi­sa­das por los monar­cas pro­vie­ne, ade­más, una sig­ni­fi­ca­ti­va por­ción de la fuer­za de tra­ba­jo explo­ta­da en la penín­su­la ará­bi­ga. Los inmi­gran­tes sin dere­chos con­for­man entre el 56% y el 82% de la masa labo­ral de Ara­bia Sau­di­ta, Omán, Bah­réin y Kuwait. Esos asa­la­ria­dos no pue­den des­pla­za­se sin per­mi­so y están suje­tos al chan­ta­je de expul­sión y con­si­guien­te cor­te de las reme­sas. En esa estra­ti­fi­ca­da divi­sión del tra­ba­jo ‑en torno al géne­ro, la etnia y la nacio­na­li­dad- se asien­ta una monu­men­tal remi­sión de fon­dos des­de esa región al exterior.

Las aspi­ra­cio­nes de pri­ma­cía regio­nal sau­di­ta con­fron­tan con el pro­ta­go­nis­mo logra­do por los aya­to­lás de Irán. Des­de la rup­tu­ra de rela­cio­nes diplo­má­ti­cas en el 2016, las ten­sio­nes entre ambos regí­me­nes se han pro­ce­sa­do a tra­vés de los cho­ques mili­ta­res, entre los alia­dos de ambos ban­dos. Esa con­fron­ta­ción ha sido par­ti­cu­lar­men­te san­grien­ta en Yemen, Sudán, Eri­trea y Siria.

La actual dispu­ta sau­dí-ira­ní reto­ma, a su vez, el divor­cio entre dos pro­ce­sos his­tó­ri­cos disi­mi­les de regre­sión feu­dal e incom­ple­ta moder­ni­za­ción. Esa bifur­ca­ción mol­deó las con­fi­gu­ra­cio­nes esta­ta­les dife­ren­cia­das de ambos paí­ses (Arma­nian, 2019a).

Esa dis­pa­ri­dad de tra­yec­to­rias ha desem­bo­ca­do, ade­más, en cur­sos capi­ta­lis­tas igual­men­te con­tra­pues­tos. Mien­tras Riad emer­ge como un cen­tro inter­na­cio­na­li­za­do de acu­mu­la­ción del Gol­fo, Tehe­rán coman­da un mode­lo auto-cen­tra­do de recu­pe­ra­ción eco­nó­mi­ca gra­dual. Esa dife­ren­cia se tra­du­ce cur­sos geo­po­lí­ti­cos muy divergentes.

EL PELIGROSO DESCONTROL DE LA TEOCRACIA 

Los reyes sau­di­tas enca­be­zan el sis­te­ma polí­ti­co más oscu­ran­tis­ta y opre­si­vo del pla­ne­ta. Ese régi­men fun­cio­na des­de los años 30´, median­te un com­pro­mi­so entre la dinas­tía gober­nan­te y una capa de clé­ri­gos retró­gra­dos que super­vi­sa la vida coti­dia­na de la pobla­ción. Una divi­sión espe­cial de la poli­cía tie­ne atri­bu­cio­nes para azo­tar a las per­so­nas que per­ma­ne­cen en la calle a la hora de la ora­ción. Ese mode­lo retra­ta una moda­li­dad aca­ba­da de totalitarismo.

La pren­sa esta­dou­ni­den­se cues­tio­na perió­di­ca­men­te el des­ca­ra­do sos­tén occi­den­tal de esa cli­que medie­val y se con­gra­tu­la con las refor­mas cos­mé­ti­cas que pro­me­ten los monar­cas. Pero en los hechos, nin­gún pre­si­den­te nor­te­ame­ri­cano está dis­pues­to a dis­tan­ciar­se de un rei­na­do tan impre­sen­ta­ble como impres­cin­di­ble, para la domi­na­ción de la pri­me­ra potencia.

El prin­ci­pal pro­ble­ma de un régi­men tan cerra­do es la poten­cial explo­si­vi­dad de sus ten­sio­nes inter­nas. Como todos los cana­les de expre­sión están clau­su­ra­dos, el des­con­ten­to irrum­pe con actos revul­si­vos. Esa impron­ta tuvo el esta­lli­do de 1979 en La Meca y el mis­mo efec­to pro­du­jo el pro­ta­go­nis­mo de Bin Laden. Este per­so­na­je de la capa teo­crá­ti­ca acu­mu­ló los típi­cos resen­ti­mien­tos de un sec­tor des­pla­za­do y cana­li­zó ese des­pe­cho hacia el padrino esta­dou­ni­den­se (Ach­car, 2008; cap 2).

La polí­ti­ca impe­rial nor­te­ame­ri­ca­na debe lidiar tam­bién con las peli­gro­sas aven­tu­ras exter­nas de la teo­cra­cia gober­nan­te. Los jeques que admi­nis­tran la prin­ci­pal reser­va petro­le­ra del pla­ne­ta han sido fie­les vasa­llos del Depar­ta­men­to de Esta­do. Pero en los últi­mos años asu­mie­ron apues­tas pro­pias, que Washing­ton obser­va con gran temor.

Los monar­cas ambi­cio­nan con­fluir en una alian­za con Egip­to e Israel para con­tro­lar un vas­to terri­to­rio. Esa mor­tí­fe­ra expan­sión ya encen­dió muchos pol­vo­ri­nes que com­pli­can a los pro­pios agresores.

Las ten­sio­nes esca­la­ron a un pun­to crí­ti­co des­de que el prín­ci­pe Bin Sal­man se alzó con el trono de Riad (2017) y puso en prác­ti­ca su des­con­tro­la­da vio­len­cia. Mane­ja la incuan­ti­fi­ca­ble for­tu­na de la monar­quía con total dis­cre­cio­na­li­dad y alo­ca­das ambi­cio­nes de poder regional.

Acre­cen­tó pri­me­ro su con­trol del sis­te­ma polí­ti­co con­fe­sio­nal, con una suce­sión de pur­gas inter­nas que inclu­ye­ron encar­ce­la­mien­tos y apro­pia­cio­nes de rique­zas aje­nas. Pos­te­rior­men­te se embar­có en varios ope­ra­ti­vos mili­ta­res para dispu­tar poder geo­po­lí­ti­co. Coman­da la devas­ta­do­ra gue­rra del Yemen, ame­na­za a sus veci­nos de Qatar, riva­li­za con Tur­quía en Siria y exhi­bió un insó­li­to gra­do de inter­fe­ren­cia en el Líbano, al chan­ta­jear con el secues­tro del pre­si­den­te de ese país. Bin Sal­man está deci­di­do a subir la apues­ta béli­ca con­tra el régi­men de Irán, espe­cial­men­te lue­go de la derro­ta de sus mili­cias en Siria.

Las matan­zas en Yemen enca­be­zan la anda­na­da sau­di­ta. La reale­za arre­me­tió con­tra ese país para cap­tu­rar los pozos petro­le­ros aún inex­plo­ra­dos de la penín­su­la ará­bi­ga. Al cabo de muchas déca­das de fre­né­ti­ca extrac­ción, los yaci­mien­tos tra­di­cio­na­les comien­zan a enfren­tar cier­tos lími­tes, que indu­cen a bus­car otras vetas de abas­te­ci­mien­to. Riad pre­ten­de ase­gu­rar su pri­ma­cía, con el acce­so direc­to a los tres cru­ces estra­té­gi­cos de la zona (Estre­cho de Ormuz, Gol­fo de Adán y Bab el- Man­deb). Por eso recha­zó la reuni­fi­ca­ción de Yemen y bus­có rom­per a ese país en dos mita­des (Arma­nian, 2016).

Pero la san­grien­ta bata­lla de Yemen se ha con­ver­ti­do en una tram­pa. La dinas­tía sau­di­ta afron­ta allí un pan­tano seme­jan­te al pade­ci­do por Esta­dos Uni­dos en

Afga­nis­tán. Ha pro­vo­ca­do la mayor tra­ge­dia huma­ni­ta­ria de la últi­ma déca­da sin con­se­guir el con­trol del país. No logra doble­gar la resis­ten­cia, ni disua­dir los ata­ques en su pro­pia reta­guar­dia. Los impac­tan­tes bom­bar­deos con dro­nes al cora­zón petro­le­ro de Ara­bia Sau­di­ta ilus­tran la dimen­sión de esa adversidad.

Se ha demos­tra­do que la alta tec­no­lo­gía en el uso de los misi­les es un arma de doble filo cuan­do los enemi­gos des­ci­fran su mane­jo. La úni­ca res­pues­ta de Riad ha sido acen­tuar el cer­co ali­men­ta­rio y sani­ta­rio con muer­tos de ham­bru­na al por mayor y 13 millo­nes de afec­ta­dos por epi­de­mias de dis­tin­to tipo.

Esos crí­me­nes son ocul­ta­dos en la pre­sen­ta­ción corrien­te de esa gue­rra como una con­fron­ta­ción entre súb­di­tos de Ara­bia Sau­di­ta e Irán. El sos­tén que apor­ta Tehe­rán a la resis­ten­cia con­tra Riad, no es el fac­tor deter­mi­nan­te de un con­flic­to deri­va­do del ape­ti­to expan­si­vo de la monarquía.

Esa ambi­ción expli­ca tam­bién el ulti­má­tum a Qatar, que esta­ble­ció una alian­za con Tur­quía. La monar­quía waha­bi­ta no tole­ra esa inde­pen­den­cia, ni la equi­dis­tan­cia con Irán o la varie­dad de pos­tu­ras que exhi­be la cade­na Al Jaz­ze­ra (Cock­burn, 2017).

Los qata­ríes alber­gan una estra­té­gi­ca base nor­te­ame­ri­ca­na, pero han con­cer­ta­do impor­tan­tes acuer­dos ener­gé­ti­cos con Rusia, man­tie­nen inter­cam­bios con la India y no par­ti­ci­pan en la “OTAN suni­ta” que fomen­ta Riad (Gla­ze­brook, 2017). Logra­ron, ade­más, dis­fra­zar su opre­si­vo régi­men interno con un ope­ra­ti­vo de “sport­wa­shing” que los trans­for­mó en un gran aus­pi­cian­te del fut­bol euro­peo. Bin Sal­man no ha podi­do lidiar con ese adver­sa­rio y algu­nos ana­lis­tas advier­ten que tie­ne en car­pe­ta una ope­ra­ción mili­tar para for­zar el some­ti­mien­to de sus veci­nos (Symonds, 2017).

AL BORDE DEL PRECIPICIO

El inter­ven­cio­nis­mo del prín­ci­pe sau­di­ta se afian­za a un rit­mo ver­ti­gi­no­so. En Egip­to con­so­li­da su influen­cia mul­ti­pli­can­do el finan­cia­mien­to de la dic­ta­du­ra de Sisi. En Libia sos­tie­ne a la frac­ción de Haf­tar con­tra el rival que apa­dri­na Anka­ra y espe­ra la corres­pon­dien­te retri­bu­ción en contratos.

El monar­ca apun­ta­la en Irak las con­tra­ofen­si­vas de las frac­cio­nes suni­tas para ero­sio­nar la pri­ma­cía de Irán. Ese apo­yo inclu­ye el incen­ti­vo de masa­cres y gue­rras reli­gio­sas. En Siria bus­có crear un cali­fa­to some­ti­do a Riad y ene­mis­ta­do con Anka­ra y Tehe­rán. El fana­tis­mo béli­co del monar­ca se ha cor­po­ri­za­do en la red de mer­ce­na­rios que reclu­tó a tra­vés de la deno­mi­na­da “Alian­za Mili­tar Islámica”.

Ara­bia Sau­di­ta es una gua­ri­da inter­na­cio­nal de los yiha­dis­tas que el Pen­tá­gono apa­dri­nó con gran entu­sias­mo ini­cial. Pero los monar­cas uti­li­zan cada vez más a esos gru­pos como tro­pa pro­pia, sin con­sul­tar a Esta­dos Uni­dos y a veces en con­tra­pun­to con Washington.

En Soma­lia, Sudán y algu­nos paí­ses afri­ca­nos la coor­di­na­ción con el man­dan­te nor­te­ame­ri­cano se que­bró. Nun­ca se ha cla­ri­fi­ca­do, ade­más, el sig­ni­fi­ca­do de los aten­ta­dos de una orga­ni­za­ción como Al Qae­da, que con­ta­ba con el vis­to bueno de la monar­quía. Las accio­nes terro­ris­tas de los yiha­dis­tas como fuer­za trans­fron­te­ri­za son fre­cuen­te­men­te indes­ci­fra­bles y sue­len des­es­ta­bi­li­zar a Occidente.

Ese des­con­trol cho­có con la estra­te­gia de Oba­ma de aquie­tar las ten­sio­nes de la región, median­te sin­to­nías con Tur­quía y tra­ta­ti­vas con Irán. Trump apos­tó, en cam­bio, a favor del prín­ci­pe Sal­man con mayo­res ven­tas de armas, encu­bri­mien­tos de masa­cres y con­ver­gen­cias con Israel.

Pero las impre­vi­si­bles accio­nes del monar­ca han gene­ra­do cri­sis mayús­cu­las. El sal­va­jis­mo que exhi­bió con el des­cuar­ti­za­mien­to del opo­si­tor Khashog­gi des­ató un escán­da­lo que no ha cica­tri­za­do. El perio­dis­ta era un fiel ser­vi­dor de la monar­quía, que pos­te­rior­men­te estre­chó víncu­los con los libe­ra­les de Esta­dos Uni­dos. Tra­ba­ja­ba para el Washing­ton Post y des­ta­pó datos de la cri­mi­na­li­dad impe­ran­te bajo el régi­men saudita.

El arro­gan­te prín­ci­pe optó por ase­si­nar­lo en la pro­pia emba­ja­da de Tur­quía y que­dó expues­to como un vul­gar cri­mi­nal, cuan­do el pre­si­den­te Erdo­gan trans­pa­ren­tó el caso para su pro­pia con­ve­nien­cia. Trump hizo lo impo­si­ble para encu­brir a su socio con algún cuen­to de alo­ca­dos ase­si­nos, pero no pudo ocul­tar la res­pon­sa­bi­li­dad direc­ta del joven reyezuelo.

Ese epi­so­dio retra­tó el carác­ter inma­ne­ja­ble de un man­da­ta­rio aven­tu­re­ro, que con el oca­so de Trump per­dió sos­tén direc­to en la Casa Blan­ca. Aho­ra Biden anun­ció un nue­vo rum­bo, pero sin acla­rar cuál será ese sen­de­ro. Mien­tras tan­to pos­po­ne la aper­tu­ra de los archi­vos secre­tos que escla­re­ce­rían la rela­ción de las cúpu­las sau­di­tas con el aten­ta­do a las Torres Gemelas.

En el esta­blish­ment nor­te­ame­ri­cano se han mul­ti­pli­ca­do las pre­ven­cio­nes con­tra un aven­tu­re­ro, que dila­pi­dó par­te de las reser­vas del rei­no en beli­co­sas andan­zas. La fac­tu­ra de la gue­rra del Yemen ya está a la vis­ta en el agu­je­ro pre­su­pues­ta­rio, que ace­le­ró los pro­yec­tos de pri­va­ti­za­ción de la empre­sa esta­tal de petró­leo y gas.

La teo­cra­cia medie­val se ha con­ver­ti­do en un dolor de cabe­za para la polí­ti­ca exte­rior nor­te­ame­ri­ca­na. Algu­nos artí­fi­ces de esa orien­ta­ción pro­pi­cian cam­bios más sus­tan­cia­les en la monar­quía, pero otros temen el efec­to de esas muta­cio­nes sobre el cir­cui­to inter­na­cio­nal de los petro­dó­la­res. Washing­ton ter­mi­nó per­dien­do la fide­li­dad de muchos paí­ses que ali­ge­ra­ron sus dic­ta­du­ras o atem­pe­ra­ron sus reinados.

Esas dis­yun­ti­vas no tie­nen solu­cio­nes pre­es­ta­ble­ci­das. Nadie sabe si las accio­nes de Bin Sal­man son más peli­gro­sas que su reem­pla­zo por otro prín­ci­pe del mis­mo lina­je. La exis­ten­cia de un gran rei­na­do en el entra­ma­do de los mini-esta­dos que com­po­nen las dinas­tías del Gol­fo apor­ta más soli­dez, pero tam­bién mayo­res ries­gos para la polí­ti­ca imperialista.

Por esa razón los ase­so­res de la Casa Blan­ca dis­cre­pan a la hora de aus­pi­ciar polí­ti­cas de cen­tra­li­za­ción o bal­ca­ni­za­ción de los vasa­llos de Washing­ton. En ambas opcio­nes el des­li­za­mien­to de Ara­bia Sau­di­ta hacia un sen­de­ro subim­pe­rial entra­ña con­flic­tos con el domi­na­dor norteamericano.

CONTRADICTORIA RECONSTITUCIÓN EN IRÁN

El sta­tus subim­pe­rial actual de Irán es más con­tro­ver­ti­do y per­ma­ne­ce irre­suel­to. Inclu­ye varios ele­men­tos de esa per­for­man­ce, pero tam­bién con­tie­ne ras­gos que cues­tio­nan esa ubicación.

Has­ta los años 80 el país era un mode­lo de subim­pe­ria­lis­mo y Mari­ni lo pre­sen­tó como un ejem­plo aná­lo­go al pro­to­ti­po bra­si­le­ño. El Shah era el prin­ci­pal socio regio­nal de Esta­dos Uni­dos en la gue­rra fría con­tra la URSS, pero al mis­mo tiem­po desa­rro­lla­ba su pro­pio poder en dispu­ta con otros alia­dos del Pentágono.

La dinas­tía de los Palhe­vi afian­zó esa gra­vi­ta­ción autó­no­ma median­te un pro­ce­so de moder­ni­za­ción con pará­me­tros de occi­den­ta­lis­mo anti­cle­ri­cal. Apun­ta­ló la expan­sión de las refor­mas capi­ta­lis­tas en suce­si­vos con­flic­tos con la cas­ta religiosa.

El monar­ca pre­ten­día ges­tar un polo de supre­ma­cía regio­nal dis­tan­cia­do del mun­do ára­be y sen­tó las bases para un pro­yec­to subim­pe­rial, que reco­nec­ta­ba con la raíz his­tó­ri­ca de las con­fron­ta­cio­nes que tuvie­ron los per­sas con los oto­ma­nos y los sau­di­tas (Arma­nian 2019b).

Pero el des­plo­me del Shah y su reem­pla­zo por la teo­cra­cia de los Aya­to­lás modi­fi­ca­ron radi­cal­men­te el sta­tus geo­po­lí­ti­co del país. Un subim­pe­rio autó­no­mo ‑pero estruc­tu­ral­men­te aso­cia­do con Washing­ton- se trans­for­mó en un régi­men sacu­di­do por la ten­sión per­ma­nen­te con Esta­dos Uni­dos. Todos los man­da­ta­rios de la Casa Blan­ca han bus­ca­do des­truir al enemi­go iraní.

Ese con­flic­to alte­ra el per­fil de un mode­lo que ya no cum­ple con uno de los requi­si­tos de la nor­ma subim­pe­rial. La estre­cha con­vi­ven­cia con el domi­na­dor nor­te­ame­ri­cano ha des­apa­re­ci­do y ese cam­bio con­fir­ma el carác­ter muta­ble de una cate­go­ría, que no com­par­te la per­du­ra­bi­li­dad de las for­mas imperiales.

Los cho­ques con Washing­ton han modi­fi­ca­do el per­fil subim­pe­rial pre­ce­den­te de Irán. La vie­ja ambi­ción de supre­ma­cía regio­nal ha que­da­do arti­cu­la­da con la defen­sa fren­te al aco­so nor­te­ame­ri­cano. Todas las accio­nes exter­nas del país apun­tan a crear un ani­llo pro­tec­tor, ante las agre­sio­nes que el Pen­tá­gono coor­di­na con Israel y Ara­bia Sau­di­ta. Tehe­rán inter­vie­ne en los con­flic­tos en cur­so con ese pro­pó­si­to de sal­va­guar­dar sus fron­te­ras. Opta por alian­zas con los adver­sa­rios de sus enemi­gos y bus­ca mul­ti­pli­car los incen­dios en la reta­guar­dia de sus tres peli­gro­sos atacantes.

Esta impron­ta defen­si­va deter­mi­na una moda­li­dad muy sin­gu­lar de even­tual resur­gi­mien­to subim­pe­rial de Irán. La bús­que­da de supre­ma­cía regio­nal coexis­te con la resis­ten­cia al aco­so externo, deter­mi­nan­do un cur­so geo­po­lí­ti­co muy peculiar.

DEFENSAS Y RIVALIDADES

El expan­sio­nis­mo sua­ve de Irán en las zonas de con­flic­to refle­ja esa con­tra­dic­to­ria situa­ción del país. El régi­men de los Aya­to­lás cier­ta­men­te coman­da una red reclu­ta­mien­to chii­ta con mili­cias ads­crip­tas a esa iden­ti­dad en toda la región. Pero en sin­to­nía con la impron­ta defen­si­va de su polí­ti­ca, actúa con mayor cau­te­la que sus adver­sa­rios yihadistas.

La prin­ci­pal vic­to­ria del régi­men fue logra­da en Irak. Con­si­guie­ron colo­car al país bajo su man­do, lue­go de la devas­ta­ción per­pe­tra­da por los inva­so­res yan­quis. Aho­ra uti­li­zan el con­trol de ese terri­to­rio como un gran tapón defensivo,para des­alen­tar los ata­ques que Washing­ton y Tel Aviv reto­man una y otra vez.

El mis­mo pro­pó­si­to disua­si­vo ha guia­do la inter­ven­ción de Tehe­rán en la gue­rra de Siria. Sos­tu­vo a Assad y se invo­lu­cró direc­ta­men­te en accio­nes arma­das, pero bus­có afian­zar un cor­dón de segu­ri­dad para sus pro­pias fron­te­ras. Las mili­cias del Hez­bo­llah liba­nés actua­ron como los prin­ci­pa­les artí­fi­ces de ese cin­tu­rón amortiguador.

Los san­grien­tos cho­ques en Siria se des­en­vol­vie­ron como ensa­yos de la con­fla­gra­ción mayor que los sio­nis­tas ima­gi­nan con­tra Irán. Por eso Israel des­car­gó sus bom­bar­deos sobre los des­ta­ca­men­tos chiitas.

Washing­ton ha denun­cia­do reite­ra­da­men­te la “agre­si­vi­dad de Irán” en Siria, cuan­do en los hechos Tehe­rán refuer­za su defen­sa fren­te a la pre­sión esta­dou­ni­den­se. En esa resis­ten­cia logró resul­ta­dos satis­fac­to­rios. Trump jugó sus car­tas a las dis­tin­tas incur­sio­nes de Israel, Ara­bia Sau­di­ta y Tur­quía y ter­mi­nó per­dien­do la bata­lla. Ese fra­ca­so corro­bo­ra la adver­si­dad gene­ral que afron­ta Washing­ton. Al cabo de incon­ta­bles arre­me­ti­das no pudo some­ter a Irán y la madre de todas las bata­llas con­ti­núa pendiente.

En un plano más aco­ta­do, Irán dispu­ta pri­ma­cía regio­nal con Ara­bia Sau­di­ta en las gue­rras de los paí­ses veci­nos. En Siria los yiha­dis­tas de Riad pri­vi­le­gia­ron los asal­tos con­tra tro­pas adies­tra­das por su rival y en Yemen la monar­quía waha­bi­ta ata­ca a las mili­cias que sin­to­ni­zan con Tehe­rán. En Qatar, Líbano e Irak se veri­fi­ca la mis­ma ten­sión, que tien­de a diri­mir­se en la dispu­ta por el estre­cho de Ormuz. El con­trol de ese pasa­je pue­de con­sa­grar al gana­dor de la par­ti­da entre los Aya­to­lás y la prin­ci­pal dinas­tía del Gol­fo. Por esa ruta ‑que conec­ta a los expor­ta­do­res de Medio Orien­te con los mer­ca­dos del mun­do- cir­cu­la el 30% del petró­leo comer­cia­li­za­do en todo el planeta. 

Al igual que su adver­sa­rio sau­di­ta, el régi­men ira­ní uti­li­za el velo reli­gio­so para encu­brir sus ambi­cio­nes (Arma­nian, 2019b). Enmas­ca­ra la inten­ción de acre­cen­tar su poder eco­nó­mi­co y geo­po­lí­ti­co, ale­gan­do la supe­rio­ri­dad de los pos­tu­la­dos chii­tas fren­te a las nor­mas suni­tas. En los hechos, las dos ver­tien­tes del isla­mis­mo se amol­dan a regí­me­nes igual­men­te con­tro­la­dos por oscu­ran­tis­tas capas de clérigos.

La riva­li­dad con Tur­quía no pre­sen­ta has­ta aho­ra con­tor­nos tan dra­má­ti­cos. Inclu­ye desin­te­li­gen­cias que están a la vis­ta en Irak, pero no alte­ran el sta­tus quo, ni asu­men la peli­gro­si­dad del cho­que con los sau­di­tas. El gobierno pro-tur­co de los Her­ma­nos Musul­ma­nes en Egip­to man­te­nía los equi­li­brios regio­na­les que ansía Irán. Por el con­tra­rio la tira­nía ‑que actual­men­te apa­dri­nan Washing­ton y Riad- se ha trans­for­ma­do en otro adver­sa­rio acti­vo de Teherán.

Al igual que Tur­quía y Ara­bia Sau­di­ta, Irán ha expan­di­do su eco­no­mía y el gobierno bus­ca amol­dar ese cre­ci­mien­to a una pre­sen­cia geo­po­lí­ti­ca más des­co­llan­te. Pero Tehe­rán ha segui­do un des­en­vol­vi­mien­to autár­qui­co adap­ta­do a la prio­ri­dad de la defen­sa y a la resis­ten­cia del aco­so externo. Las expor­ta­cio­nes petro­le­ras han sido uti­li­za­das para apun­ta­lar un esque­ma que mix­tu­ra el inter­ven­cio­nis­mo esta­tal con el fomen­to de los nego­cios privados.

Todos los avan­ces geo­po­lí­ti­cos han sido trans­for­ma­dos por la eli­te gober­nan­te en esfe­ras de lucro, mane­ja­das por gran­des empre­sa­rios aso­cia­dos con la alta buro­cra­cia esta­tal. El con­trol de Irak abrió un ines­pe­ra­do mer­ca­do para la bur­gue­sía ira­ní, que aho­ra tam­bién dispu­ta el nego­cio de la recons­truc­ción de Siria.

En el table­ro entre Irán y sus riva­les hay nume­ro­sas incóg­ni­tas. Los Aya­to­lás han gana­do y per­di­do bata­llas fue­ra de su país y afron­tan dis­yun­ti­vas eco­nó­mi­cas muy difí­ci­les. La cúpu­la cle­ri­cal-mili­tar gober­nan­te que prio­ri­za el nego­cio petro­le­ro debe lidiar con la des­co­ne­xión finan­cie­ra inter­na­cio­nal que ha impues­to Esta­dos Uni­dos. El régi­men per­dió la cohe­sión del pasa­do y debe defi­nir res­pues­tas fren­te a la deci­sión israe­lí de evi­tar la con­ver­sión del país en una poten­cia atómica.

Las dos prin­ci­pa­les alas del ofi­cia­lis­mo impul­san estra­te­gias dife­ren­cia­das de mayor nego­cia­ción o cre­cien­te pul­sea­da béli­ca. El pri­mer rum­bo prio­ri­za los col­cho­nes defen­si­vos en las zonas de con­flic­to. El segun­do cur­so no rehú­ye repe­tir el desan­gre sufri­do duran­te la gue­rra con Irak. La recons­ti­tu­ción subim­pe­rial depen­de de esas definiciones.

ESCENARIOS CRÍTICOS

El con­cep­to de subim­pe­ria­lis­mo con­tri­bu­ye a cla­ri­fi­car el explo­si­vo esce­na­rio de Medio Orien­te y sus regio­nes ale­da­ñas. Per­mi­te regis­trar el pro­ta­go­nis­mo de las poten­cias regio­na­les en los con­flic­tos de la zona. Esos juga­do­res tie­nen mayor inci­den­cia que en el pasa­do y no actúan en el mis­mo plano que las gran­des poten­cias globales.

La noción de subim­pe­ria­lis­mo faci­li­ta la com­pren­sión de esos pro­ce­sos. Escla­re­ce el papel de los paí­ses más rele­van­tes y cla­ri­fi­ca la con­ti­nua­da dis­tan­cia que man­tie­nen con Esta­dos Uni­dos, Euro­pa, Rusia y Chi­na. Expli­ca, ade­más, por qué razón las nue­vas poten­cias regio­na­les no reem­pla­zan al domi­na­dor esta­dou­ni­den­se y des­en­vuel­ven tra­yec­to­rias frá­gi­les corroí­das por inma­ne­ja­bles tensiones.

Tur­quía, Ara­bia Sau­di­ta e Irán riva­li­zan entre sí des­de con­fi­gu­ra­cio­nes subim­pe­ria­les y el des­em­bo­que de esa com­pe­ten­cia es muy incier­to. Si alguno de los con­trin­can­tes emer­ge como gana­dor doble­gan­do a otros, podría intro­du­cir un cam­bio total en las jerar­quías geo­po­lí­ti­cas de la región. Si por el con­tra­rio las poten­cias en dispu­ta se ago­tan en inter­mi­na­bles bata­llas, ter­mi­na­rían anu­lan­do su pro­pia con­di­ción subimperial.

Estas carac­te­ri­za­cio­nes y diag­nós­ti­cos apor­tan el cimien­to para otro deba­te cla­ve. ¿Cuál es la sin­gu­la­ri­dad de Israel en el table­ro regio­nal? ¿Cómo debe­ría carac­te­ri­zar­se el rol de ese país? Abor­da­re­mos ese tema en nues­tro pró­xi­mo texto

14 – 9‑2021

RESUMEN

Tres paí­ses de la región reúnen las carac­te­rís­ti­cas del subim­pe­ria­lis­mo. Son eco­no­mías inter­me­dias que des­plie­gan accio­nes mili­ta­res y rela­cio­nes con­tra­dic­to­rias con Esta­dos Uni­dos. No sus­ti­tu­yen a los pro­ta­go­nis­tas glo­ba­les y enla­zan con raí­ces de lar­ga data.

El con­cep­to se apli­ca a Tur­quía. Cla­ri­fi­ca su expan­sio­nis­mo externo, las ambi­güe­da­des fren­te a Washing­ton y el auto­ri­ta­ris­mo de Erdo­gan. Tam­bién escla­re­ce las aven­tu­ras exter­nas y la per­se­cu­ción de los kurdos.

La acu­mu­la­ción de ren­tas, las aven­tu­ras béli­cas y las ambi­cio­nes de los monar­cas enca­mi­nan a Ara­bia Sau­di­ta hacia el subim­pe­ria­lis­mo. Pero la teo­cra­cia incu­ba explo­si­vas reac­cio­nes inter­nas y afron­ta adver­sos resul­ta­dos militares.

La even­tual recons­ti­tu­ción del sta­tus subim­pe­rial de Irán se com­bi­na con una nue­va tóni­ca defen­si­va de ten­sio­nes con Esta­dos Uni­dos. Las dispu­tas entre subim­pe­rios modi­fi­can el sta­tus de todos los contrincantes.

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Clau­dio Katz*,Economista, Inves­ti­ga­dor del Con­se­jo Nacio­nal de Inves­ti­ga­cio­nes Cien­tí­fi­cas y Téc­ni­cas, CONICET (Argen­ti­na), Pro­fe­sor. Miem­bro del EDI (Eco­no­mis­tas de Izquierda).

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