Femi­nis­mos. De sur­cos, empo­de­ra­mien­tos y gen­tes “de car­ne y hueso”

Por Dixie Edith, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano /​Cubadebate( 8 de agos­to de 2021.

Foto: Ismael Francisco/​Cuba­de­ba­te.

“¿Pero me ten­go que pin­tar las uñas y maqui­llar­me?” La inte­rro­gan­te me ron­da des­de hace alre­de­dor de una déca­da. Me la sol­tó, con un poqui­to de ver­güen­za y algo más de males­tar, una exi­to­sa gana­de­ra espi­ri­tua­na cuan­do lle­gué a su fin­ca en bus­ca de una entre­vis­ta para la revis­ta Bohe­mia

Un par de días antes había esta­do allí un equi­po de la tele­vi­sión local, que prác­ti­ca­men­te había obli­ga­do a la pro­duc­to­ra a ves­tir­se de un modo espe­cí­fi­co, pin­tar­se las uñas y maqui­llar­se. Inten­ta­ban hacer­la enca­jar en esa ima­gen de la femi­ni­dad tra­di­cio­nal, cons­trui­da des­de este­reo­ti­pos muy patriar­ca­les, don­de sobran las manos cur­ti­das o el sudor, pero se pri­vi­le­gia el gla­mour. A toda cos­ta. Sin embar­go, esta mujer, que había logra­do levan­tar un empo­rio agro­pe­cua­rio de un terreno infec­ta­do de mara­bú, no se pin­ta­ba las uñas; tam­po­co le gus­ta­ba maquillarse.

La anéc­do­ta no pier­de vigen­cia. Una agu­da polé­mi­ca vir­tual des­ata­da hace pocos meses duran­te el lan­za­mien­to de la cam­pa­ña Soy Todas lo con­fir­ma. Muje­res del agro, perio­dis­tas, espe­cia­lis­tas de la comu­ni­ca­ción y pro­fe­sio­na­les de diver­sos espa­cios que inves­ti­gan el entorno rural cubano coin­ci­die­ron en que hay este­reo­ti­pos que per­sis­ten a la hora de mirar, des­de el espa­cio comu­ni­ca­ti­vo, a un sec­tor que defi­ne la sobe­ra­nía ali­men­ta­ria de la nación.

Y si bien los medios de comu­ni­ca­ción tie­nen un enor­me poder a la hora de natu­ra­li­zar este­reo­ti­pos, tam­bién pue­den con­tri­buir –y mucho- en el camino de mos­trar nue­vos mode­los y for­mas de hacer.

Las des­igual­da­des del surco

Inves­ti­ga­cio­nes sis­te­má­ti­cas, desa­rro­lla­das duran­te varias déca­das por el Equi­po de Estu­dios Rura­les (EER) de la Uni­ver­si­dad de La Haba­na, refie­ren fuer­tes heren­cias machis­tas entre los hom­bres del agro. De allí se deri­van mar­ca­dos des­acuer­dos ante la posi­bi­li­dad de que sus espo­sas o pare­jas se incor­po­ren a tareas pro­duc­ti­vas. Inclu­so entre quie­nes no tie­nen nada en con­tra de que sus com­pa­ñe­ras tra­ba­jen fue­ra de casa, es mayo­ri­ta­rio el cri­te­rio de que no deben sumar­se a las tareas de la agri­cul­tu­ra por con­si­de­rar­las “muy fuertes”. 

Entre las muje­res, esas inda­ga­cio­nes mos­tra­ron una y otra vez la fuer­za que tie­ne la cos­tum­bre. La razón más men­cio­na­da para expli­car por qué no se acer­ca­ban al sur­co fue que tenían “que aten­der la casa y a los hijos”. 

Ima­gen: Soy Todas.

Estu­dios pre­vios al lan­za­mien­to de la cam­pa­ña Soy Todas con­fir­man que la situa­ción no ha cam­bia­do mucho des­de ini­cios de este mile­nio. Una encues­ta vir­tual apli­ca­da a 56 per­so­nas aso­cia­das a la pro­duc­ción de ali­men­tos y pro­fe­sio­na­les de los medios de comu­ni­ca­ción detec­tó la car­ga domés­ti­ca como prin­ci­pal pro­ble­ma para las muje­res rura­les, segui­da por la vio­len­cia psi­co­ló­gi­ca y la vio­len­cia físi­ca basa­das en género.

El diag­nós­ti­co rea­li­za­do reafir­mó, por ejem­plo, la per­sis­ten­te sobre­car­ga labo­ral de las muje­res res­pec­to a los hom­bres. Ellas, ade­más de los “encar­gos” del hogar, des­plie­gan tareas pro­duc­ti­vas que no se reco­no­cen ni remu­ne­ran. En muchas oca­sio­nes tra­ba­jan a la par que los hom­bres de su entorno, pero no tie­nen con­trol sobre los ingre­sos que se gene­ran a par­tir de sus aportes.

Según el más recien­te Cen­so de Pobla­ción y Vivien­das, desa­rro­lla­do en el año 2012, las muje­res emplea­das en las zonas rura­les repre­sen­ta­ban ape­nas el 21,4 % del total de las cuba­nas dedi­ca­das al tra­ba­jo remu­ne­ra­do. En tan­to, ellas eran el 64 % de la pobla­ción no eco­nó­mi­ca­men­te acti­va de las zonas rurales. 

Datos del Minis­te­rio de la Agri­cul­tu­ra divul­ga­dos en 2020 pre­ci­sa­ban, casi una déca­da des­pués, que solo eran muje­res un 20 % de las 840 mil 230 per­so­nas que tra­ba­ja­ban vin­cu­la­das al agro. 

Las cifras son menos equi­li­bra­das cuan­do alu­den a la pro­pie­dad de la tie­rra. El infor­me nacio­nal de la Comi­sión de la Con­di­ción Jurí­di­ca y Social de la Mujer en 2018 reve­ló que el archi­pié­la­go con­ta­ba con unas 10 mil 900 pro­pie­ta­rias. Esto repre­sen­ta el 8 % de los poco más de 131 mil 800 due­ños de tie­rras. Y al cie­rre de 2019, unas 28 mil muje­res eran usu­fruc­tua­rias agrí­co­las ‑alre­de­dor del 8 % del total– si bien la incor­po­ra­ción feme­ni­na a esta lis­ta vie­ne cre­cien­do des­de 2008, cuan­do se comen­zó a esti­mu­lar la entre­ga de tie­rras con fines productivos. 

Tam­bién ha cre­ci­do la par­ti­ci­pa­ción feme­ni­na como inte­gran­tes de pleno dere­cho en las coope­ra­ti­vas agro­pe­cua­rias. El muy recien­te Infor­me volun­ta­rio sobre la imple­men­ta­ción de la Agen­da 2030 refie­re que, si en 2015 había 523 mil 600 coope­ra­ti­vis­tas, de los cua­les 46 mil 400 eran muje­res; en 2019 el total de per­so­nas emplea­das en esa for­ma pro­duc­ti­va del cam­po bajó a cer­ca de 459 mil, pero ya las muje­res suma­ban más de 82 mil de sus integrantes.

Es una cues­ta difí­cil, pero se pue­de subir. Sin embar­go, esos patro­nes sexis­tas ‑natu­ra­li­za­dos una y otra vez des­de la comu­ni­ca­ción- no ayu­dan a lle­gar a la cima. 

En bus­ca de cam­pos con muje­res reales

Por supues­to, cuan­do lo mira­mos des­de la comu­ni­ca­ción, el asun­to no va de si mos­tra­mos a cam­pe­si­nas con uñas pin­ta­das o bellí­si­mas vaque­ras posan­do bajo el sol tro­pi­cal. Va de bus­car más allá de los este­reo­ti­pos cul­tu­ra­les que arras­tra­mos y abrir ojos y oídos para encon­trar esa reali­dad que nos toca contar. 

Fal­sos triun­fa­lis­mos, invi­si­bi­li­za­ción de la diver­si­dad de las per­so­nas que pue­blan nues­tros entor­nos rura­les, exal­ta­ción del tra­ba­jo agrí­co­la como heroi­co o mos­trar per­sis­ten­te­men­te a las muje­res y a los hom­bres en roles este­reo­ti­pa­dos no ayu­da. Es nece­sa­rio con­tar la his­to­ria del agro, con sus luces y sus som­bras, pero en su jus­to lugar en cuan­to al rol impres­cin­di­ble que le corres­pon­de jugar en el difí­cil esce­na­rio de la eco­no­mía nacional.

Una repre­sen­ta­ción super­fi­cial, impos­ta­da, de las per­so­nas que labo­ran en los cam­pos con­tri­bu­ye a refor­zar imá­ge­nes ancla­das en el ima­gi­na­rio popu­lar (el cam­po es atra­so, es tarea de hom­bres y de fuer­tes, pero no de inte­li­gen­tes, por solo citar un par de ejem­plos) que difi­cul­tan el desa­rro­llo pleno de las muje­res ‑y tam­bién de los hom­bres- de ese sector. 

Se tra­ta de con­tar las his­to­rias tras las imá­ge­nes: no impor­ta si ellas se pin­tan las uñas o si no lo hacen; si ellos quie­ren posar jun­to al caba­llo o sim­ple­men­te no dejar­se foto­gra­fiar. El asun­to está en escu­char e inves­ti­gar, en narrar cómo se cons­tru­yen las tra­di­cio­nes fami­lia­res que muchas veces son raíz de empren­di­mien­tos exi­to­sos; o en rela­tar la expe­rien­cia de otros que lo son por­que quie­nes tra­ba­jan allí aman el surco.

En el caso de ellas, un buen paso sería encon­trar las moti­va­cio­nes que las hacen que­dar­se cer­ca de la tie­rra. Y con­tar­las. Sería una mane­ra de ani­mar a otras que, a veces, no estu­dian una espe­cia­li­dad como la agro­no­mía por­que los mode­los de muje­res rura­les que tie­nen a su alre­de­dor no cazan con la repre­sen­ta­ción que tie­nen de sí mis­mas, ni con lo que quie­ren con­se­guir en la vida.

Podría ser un buen antí­do­to, qui­zás, con­tra la migra­ción que hoy azo­ta a nues­tras comu­ni­da­des rura­les. Y ayu­da­ría a que las cifras de muje­res en los cam­pos sigan creciendo.

Itu­rria /​Fuen­te

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