Cuba. Patria y vida en las maz­mo­rras del Moncada

Por César Gómez Cha­cón, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 26 de julio de 2021.

“Miren lo que me han hecho”, alcan­zó ape­nas a bal­bu­cear Raúl Gómez Gar­cía cuan­do su cuer­po fue lan­za­do cer­ca de Mel­ba Her­nán­dez y Hay­dee San­ta­ma­ría, las dos úni­cas mucha­chas que habían par­ti­ci­pa­do en el asal­to al cuar­tel Mon­ca­da. Ya le habían arran­ca­do los dien­tes. San­gra­ban sus encías, pero el poe­ta aún esta­ba vivo. Era el 26 de julio de 1953.

Inves­ti­ga­cio­nes foren­ses pos­te­rio­res cote­ja­ron con Gómez Gar­cía el cuer­po iden­ti­fi­ca­do como: “Cadá­ver No 5: Se pre­sen­ta el cadá­ver de un des­co­no­ci­do que ves­tía cami­sa kaki, sin nin­gu­na per­fo­ra­ción de bala, fal­tán­do­le en su den­ta­du­ra dos inci­si­vos cen­tra­les supe­rio­res y el pri­mer molar supe­rior dere­cho, y pre­sen­ta des­truc­ción com­ple­ta del crá­neo por heri­da de pro­yec­ti­les de grue­so cali­bre, una heri­da de bala de grue­so cali­bre en la región del­toi­de izquier­da (…) Cau­sa direc­ta de la muer­te des­truc­ción cra­nea­na, y la indi­rec­ta, heri­da por pro­yec­til de arma de fuego.”

Un repor­ta­je de la perio­dis­ta, escri­to­ra e inves­ti­ga­do­ra de los suce­sos del Mon­ca­da, Mar­ta Rojas, publi­ca­do en el perió­di­co Gran­ma Inter­na­cio­nal el 24 de julio de 1996, ofre­ce deta­lles pre­ci­sos de aque­llos momen­tos de horror e incertidumbre:

Los perió­di­cos de San­tia­go de Cuba publi­ca­ron la rela­ción de mili­ta­res muer­tos (…) El ejér­ci­to tuvo en total 19 muer­tos y 30 heri­dos (…) La cifra de los asal­tan­tes falle­ci­dos (casi todos ase­si­na­dos) aumen­tó de 33 el pri­mer día a 43 el segun­do, y así pro­gre­si­va­men­te. El día 27 toda­vía no se habían dado los nom­bres de los revo­lu­cio­na­rios caídos (…)

Has­ta el día 28, el úni­co de los revo­lu­cio­na­rios que asal­ta­ron el Mon­ca­da, cuyo cadá­ver había sido iden­ti­fi­ca­do, era Rena­to Gui­tart. Se tra­ta­ba del úni­co resi­den­te en San­tia­go de Cuba que par­ti­ci­pó en el asal­to a la segun­da for­ta­le­za del país (…)

El levan­ta­mien­to de los cadá­ve­res se veri­fi­có en dos eta­pas; las fuer­zas arma­das reco­gie­ron los suyos al cesar el tiro­teo; los 33 pri­me­ros cadá­ve­res de los revo­lu­cio­na­rios fue­ron levan­ta­dos con pos­te­rio­ri­dad (…). Todos los cadá­ve­res, excep­tuan­do el de Rena­to Gui­tart ‑recla­ma­do por sus padres, resi­den­tes en Santiago‑, se intro­du­je­ron en cajas rús­ti­cas de made­ra, sin forro, ni pin­tu­ra, y se envia­ron al Necro­co­mio del cemen­te­rio de San­ta Ifi­ge­nia, en una ras­tra (…) El examen de los cadá­ve­res, por par­te de los foren­ses, se reali­zó con gran valentía (…)

En vis­ta de que las heri­das apre­cia­das en los cadá­ve­res de los revo­lu­cio­na­rios que asal­ta­ron el Mon­ca­da, eran mor­ta­les por nece­si­dad, los médi­cos foren­ses, des­pués de exa­mi­nar­los exhaus­ti­va­men­te, pres­cin­die­ron de la autop­sia, pero con­sig­na­ron, en los cer­ti­fi­ca­dos el esta­do deplo­ra­ble de cada uno, la loca­li­za­ción y gra­do de las heri­das, las con­tu­sio­nes y muti­la­cio­nes que pre­sen­ta­ban, así como las ropas que ves­tían. Muchos de ellos lle­va­ban deba­jo del uni­for­me ropas de enfer­mos. Se tra­ta­ba de aque­llos que se refu­gia­ron en las salas del Hos­pi­tal Civil don­de los hicie­ron pri­sio­ne­ros, para des­pués dar­les muer­te, en horren­dos ase­si­na­tos, en el Moncada.

La madre de Raúl Gómez Gar­cía, como la mayo­ría de las fami­lias de los mon­ca­dis­tas, sufrió dema­sia­dos días de incer­ti­dum­bre has­ta saber el des­tino final de su hijo. En una entre­vis­ta que ofre­ció pre­ci­sa­men­te a Mar­ta Rojas para la revis­ta Bohe­mia muchos años des­pués, Vir­gi­nia Gar­cía recordó:

“… aguan­té a mi gen­te para que no fue­ran allá para ave­ri­guar nada, que había que espe­rar por­que yo pen­sa­ba: si se ha sal­va­do por algo y ha podi­do salir, el que vaya allí a pre­gun­tar lo va a hun­dir a él y se va a hun­dir el que va, y aguanté.”

Seis días des­pués del asal­to, Vir­gi­nia envió final­men­te a una de sus hijas a San­tia­go. Por medio del abo­ga­do de Jesús Mon­ta­né ésta reci­bió un pape­li­to que decía: “El pobre Gómez Gar­cía falle­ció.” Así fue como la fami­lia tuvo la noti­cia de su muerte.

“El SOS Cuba” que nadie qui­so escuchar

El 10 de mar­zo de 1952 Ful­gen­cio Batis­ta dio el últi­mo gol­pe de esta­do en la cari­ca­tu­ra de repú­bli­ca naci­da bajo la bota yan­qui, el 20 de mayo de 1902.

Esa mis­ma noche, Raúl Gómez Gar­cía, gol­pean­do duro las teclas de su vie­ja maqui­ni­ta –como recor­dó años des­pués Vir­gi­nia- redac­tó las más de quin­ce pági­nas del artícu­lo Revo­lu­ción sin Juven­tud, un mani­fies­to polí­ti­co de su época:

Sobre ale­grías han de levan­tar­se los pue­blos y no sobre dolo­res. Des­pués del sacri­fi­cio de la his­to­ria, la liber­tad demo­crá­ti­ca ha de coro­nar el esfuer­zo de los hom­bres y no la men­gua y el des­pre­cio de su pro­pia con­di­ción. Con el pecho agi­ta­do, en el aho­go mudo de la pala­bra bue­na, en esta hora acia­ga de la patria de Mar­tí, veni­mos a decir ver­da­des jus­tas sobre las cir­cuns­tan­cias y los hechos. No nos ani­ma el virus inca­paz de un odio inú­til, o el impul­so teme­ra­rio de un cora­zón joven que sue­ña y fruc­ti­fi­ca sin fron­te­ras. Nos impul­sa la fe del buen cubano ante las fuer­zas nobles del espí­ri­tu, las ansias cívi­cas y la vir­tud sen­ci­lla de un pue­blo hermoso.”

(…) Calle el pen­sa­mien­to antes de sen­tir­se encar­ce­la­do entre las pare­des de las bayo­ne­tas… Enmu­dez­ca la voz antes que ven­der­se, ren­dir­se o humi­llar­se… Paren los bra­zos si no han de lle­var el pan a nues­tras madres con hon­ra­dez y con con­fian­za… ¡Detén­gan­se los cora­zo­nes si sus lati­dos son al com­pás de un régi­men traidor…!”

Sin haber dor­mi­do en toda la noche, el joven salió al ama­ne­cer con el manus­cri­to bajo el bra­zo. Cual alma en pena deam­bu­ló todo el día por las calles de La Haba­na. Nin­gu­na impren­ta, nin­gún perió­di­co, nadie qui­so asu­mir su publicación.

Des­de aquel 10 de mar­zo, has­ta el triun­fo de la Revo­lu­ción, el 1ro de enero de 1959, la dic­ta­du­ra de Ful­gen­cio Batis­ta con­vir­tió a La Haba­na y Vara­de­ro en el des­tino pre­fe­ri­do de millo­na­rios y mafio­sos nor­te­ame­ri­ca­nos. Casi­nos, bur­de­les caba­rets, clu­bes exclu­si­vos, mucha luz, oro­pel y publi­ci­dad man­te­nían a la som­bra las villas mise­ria, terri­to­rios de chu­los y ban­di­dos de la peor cala­ña, don­de vivían las pros­ti­tu­tas y morían los niños de enfer­me­da­des curables.

Nadie supu­so que Cuba nece­si­ta­ba algún soco­rro inter­na­cio­nal. La mayo­ría del país, sal­vo hon­ro­sas excep­cio­nes, era cam­po, mara­bú y lati­fun­dios. El vas­to pai­sa­je rural se com­ple­men­ta­ba con los cemen­te­rios a las ori­llas de los cami­nos, des­tino final de aque­llos enfer­mos que no lle­ga­ban con vida al médi­co o al curan­de­ro más cer­cano. Yuca y bonia­to era la die­ta dia­ria de miles y miles de fami­lias cam­pe­si­nas cuba­nas. El ham­bre y la muer­te se daban la mano y pasea­ban entre caña­ve­ra­les y pal­me­ras. Nadie vino a soco­rrer a nadie.

Sólo la guar­dia rural acu­día pres­ta a que­mar bohíos, des­alo­jar gua­ji­ros, a robar y robar en cuan­to nego­ci­to debía “pro­te­ger”. Y a matar sin dar cuen­ta a nadie.

La dic­ta­du­ra real, cons­tan­te y sonan­te, en los ulu­la­res de las sire­nas de día y de noche, o a la som­bra tene­bro­sa de los cuar­te­les don­de se tor­tu­ra­ba y mata­ba, sin jui­cio y sin pre­jui­cio, pare­cía invi­si­ble a los ojos del mundo.

Cual­quier inten­to o idea por enfren­tar­la, ama­ne­cía cada maña­na en los cuer­pos ase­si­na­dos de dece­nas de jóve­nes tira­dos en las calles de las ciu­da­des y en las cune­tas de los caminos.

El poe­ta y perio­dis­ta de la Gene­ra­ción del Cen­te­na­rio ama­ba a su fami­lia y sufría por Cuba. Con sus her­ma­nos de lucha clan­des­ti­na, arries­ga­ba mucho más que su vida, al diri­gir y redac­tar los perió­di­cos Son los mis­mos y El Acu­sa­dor, cas­ca­be­les y láti­gos con­tra la dictadura.

En su casa, ponien­do en ries­go la segu­ri­dad fami­liar, Gómez Gar­cía ins­ta­ló uno de aque­llos mimeó­gra­fos don­de se impri­mían por cien­tos los encen­di­dos ejemplares.

En medio de todo el aje­treo y los peli­gros, el joven revo­lu­cio­na­rio vivió varias pasio­nes idí­li­cas, pero nin­gu­na supe­ra­ba su amor a la Patria.

La noche del 2 de junio de 1952, cuan­do el últi­mo ejem­plar de Son los mis­mos salía con la tin­ta fres­ca a la calle, el poe­ta escri­bía una car­ta a su novia Liliam Llerena:

Estoy vivien­do estos días como de fies­ta en mi inte­rior, como un rego­ci­jo sano de ver como se empie­za a cum­plir la meta de mi vida. Esta ale­gría debe ser tuya tam­bién… (es la ale­gría sin­ce­ra del que ama el sacri­fi­cio por un ideal jus­to y por “la dig­ni­dad ple­na del hombre (…)

¡Subli­me tor­be­llino del amor! Te nece­si­to sí. Men­ti­ría si no te lo dije­ra. Nece­si­to tener­te entre­te­ji­da en las fibras de espe­ran­za que retie­ne mi ser… nece­si­to vol­ver a bus­car­te para dar­te un “buen beso” y decir­te con él todo lo que ten­go para ti de quie­to, dul­ce, melan­có­li­co y tris­te. Reír con­ti­go es para mí reír. Reír yo solo es para mí: llorar!!

Crée­me. Si la lucha ante el sol me endu­re­ce la voz para ti, si la fie­bre de tener un maña­na me devo­ra mi Hoy… si la espe­ran­za de vivir en cal­ma me con­su­me en el torren­te intran­qui­lo… Tú eres mi Hoy y mi maña­na… mi cal­ma… mi últi­ma y más dis­tin­gui­da meta…: mi Felicidad!!…” (*)

Tira­do en el sue­lo en las maz­mo­rras del cuar­tel Mon­ca­da, baña­do en su pro­pia san­gre aquel 26 de julio de 1953, Raúl Gómez Gar­cía debió cla­mar en silen­cio “Patria y vida”. Mien­tras le arran­ca­ban a gol­pes lo que le que­da­ba de una y de la otra, el poe­ta ena­mo­ra­do supo cum­pli­do su mayor anhe­lo: morir por Cuba, como Mar­tí. Y en ese mis­mo ins­tan­te comen­zó a vivir.

Foto: Raúl Gómez Gar­cía fue vil­men­te ase­si­na­do des­pués de las accio­nes del 26 de julio de 1953. Su cami­sa intac­ta dela­ta el cri­men come­ti­do por las fuer­zas batis­tia­nas. Foto: Archi­vo del Autor/​Cubadebate

Fuen­te: www​.cuba​de​ba​te​.cu

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