Colom­bia. Elo­gio al cas­co, en el paro nacional

Por Víc­tor de Currea-Lugo | Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 21 de julio de 2021

Tal vez tan vie­jo como el tam­bor es el cas­co en todas sus mani­fes­ta­cio­nes: el de los gue­rre­ros anti­guos, que podría tener más de sim­bó­li­co que de pro­tec­ción real; el de los con­quis­ta­do­res, con esa cur­va que pare­cía un bote lle­gan­do a colo­ni­zar tie­rras en nom­bre de Isa­bel la Cató­li­ca; el cas­co de los moto­ci­clis­tas que, por lo menos yo, aso­cio con la cha­que­ta negra de cue­ro y los tatua­jes de quien se mon­ta en una Har­ley-David­son para reco­rrer las pra­de­ras del oeste.

Cada uno pue­de ima­gi­nar­se un cas­co como le naz­ca. Pero nos mien­ten con los cas­cos de los vikin­gos, a los que la mito­lo­gía les puso un par de cuer­nos a los lados, pero la his­to­ria ha demos­tra­do que eso es un adorno naci­do de la imaginación.

Recor­da­mos, en la gue­rra, el cas­co con los pena­chos de los roma­nos así como el yel­mo, ese cas­co medie­val de caba­lle­ros. Y están los cas­cos azu­les que se han invo­ca­do para casos nobles como Ruan­da (don­de no fue­ron) has­ta en accio­nes de man­da­de­ros del impe­rio, como se hizo en Soma­lia (don­de sí estuvieron).

Creo que los 300 de Leó­ni­das no lle­va­ban cas­cos, no sé si algu­na vez Hitler se lo puso y tam­po­co sé si Mus­so­li­ni se lo qui­tó; ade­más pode­mos recor­dar el cas­co tene­bro­so del sol­da­do ale­mán de la segun­da gue­rra y el cas­co con el que juga­mos en la infan­cia entre trin­che­ras ima­gi­na­rias y dis­pa­ros, cuyos soni­dos hacía­mos con la boca.

Hay gen­te que se dedi­ca tam­bién a sal­var vidas y usa cas­cos, como los bom­be­ros, que son admi­ra­dos por muchos debi­do a su labor de enfren­tar­se al fue­go por otros. No olvi­de­mos a los cas­cos de los obre­ros, que cons­ti­tu­ye­ron la van­guar­dia de la lucha en el siglo XIX, que hoy se mez­clan con indí­ge­nas, estu­dian­tes, negri­tu­des y muje­res para cons­truir una van­guar­dia plu­ral como la que reco­rre hoy las calles colombianas.

Las cosas han cam­bia­do. Ese cubrir de la cabe­za entre la pro­tec­ción y lo sim­bó­li­co pasa por la gorra de los cam­pe­si­nos boya­cen­ses, por la paño­le­ta del Cho­có y has­ta el som­bre­ro del papa. Ese afán de cubrir­nos la cabe­za, como lo dicen los libros sagra­dos; de cubrir­nos del sol, del calor o del frío; toda esa his­to­ria de miles de años cubrién­do­nos la cabe­za aho­ra se vuel­ca en las mar­chas de Colombia.

Ya ha sen­ten­cia­do la Poli­cía que los cas­cos, esos que usan los obre­ros de la cons­truc­ción y los bom­be­ros en medio de las jor­na­das lar­gas de tra­ba­jo, los mis­mos cas­cos que impo­lu­tos se ponen inge­nie­ros y polí­ti­cos cuan­do inau­gu­ran obras y super­vi­san a los super­vi­so­res, se con­vier­ten en ele­men­tos peligrosos.

Recuer­do cuan­do se deco­mi­sa­ban libros, de hecho, en mi inte­rés por acom­pa­ñar el pro­ce­so de paz en el país, publi­qué unos libros que lue­go fue­ron pre­sen­ta­dos al lado de compu­tado­res y de armas, como si hubie­ran halla­do aca­so un docu­men­to ile­gal y no un docu­men­to que fue finan­cia­do por la Orga­ni­za­ción de Nacio­nes Uni­das (ONU) y la Orga­ni­za­ción de Esta­dos Ame­ri­ca­nos (OEA), y has­ta reci­bi­do de bue­na gana por el Gobierno de entonces.

Los regí­me­nes auto­ri­ta­rios per­si­guen a los que tie­nen libros: Hitler los man­da­ba a que­mar en las hogue­ras y en Cam­bo­ya per­se­guían a los que tuvie­ran una biblio­te­ca (aun­que fue­ra peque­ña) duran­te la dic­ta­du­ra de Pol Pot. Sta­lin prohi­bió leer al joven Marx y Fran­cia, a pesar de su liber­tad, prohi­bió la pelí­cu­la La Bata­lla de Argel por­que mos­tra­ba como un ejem­plo su san­gui­na­ria acción imperial.

La vie­ja estra­te­gia de ven­der el sofá

Aho­ra no se tra­ta de los libros y pelí­cu­las con sus ideas que ponen a pen­sar, sino de algo mucho más sim­ple: deco­mi­sar esos obje­tos que pro­te­gen con lo que pien­sa la gen­te: su cere­bro. Da risa lo sim­bó­li­co que adquie­re ese hecho, por­que el cas­co pro­te­ge la cabe­za, don­de se gene­ra lo que se pien­sa y se sien­te, se inda­ga y se cri­ti­ca; esa cabe­za que orde­na levan­tar la mano y seña­lar al corrup­to o al geno­ci­da; esa que mue­ve la len­gua para pre­gun­tar ¿Quién dio la orden?

La Poli­cía, con una deci­sión toma­da entre el auto­ri­ta­ris­mo y su impo­ten­cia ante la mar­cha, la estu­pi­dez galo­pan­te y el recha­zo abso­lu­to al sen­ti­do común y a los dere­chos huma­nos, ha deci­di­do deco­mi­sar los cas­cos. Y los man­da­ta­rios loca­les, no solo esos tirá­ni­cos que fir­man por el Cen­tro Demo­crá­ti­co, sino los que posan de ser gobier­nos pro­gre­sis­tas, aplau­den la propuesta.

Deco­mi­sar gafas, libros, cas­cos y más­ca­ras anti­ga­ses es como el vie­jo cuen­to en el que alguien halla a su pare­ja sien­do infiel en el sofá y el cor­nu­do deci­de ven­der el sofá para resol­ver el problema.

No sé a qué horas el cas­co se vol­vió un ele­men­to peli­gro­so, un arma letal, a dife­ren­cia de las pis­to­las de los para­mi­li­ta­res que salie­ron, acom­pa­ña­dos por la Poli­cía y en más de 20 ciu­da­des, a dis­pa­rar­les a los mani­fes­tan­tes en total impu­ni­dad. Este es, defi­ni­ti­va­men­te, un mun­do al revés.

Así como la deci­sión abso­lu­ta­men­te estú­pi­da de una jue­za de prohi­bir la mar­cha del 28 de abril y que gene­ró que se con­so­li­da­ra el mayor des­aca­to de la his­to­ria de Colom­bia, aho­ra nos ame­na­zan con qui­tar­nos los cas­cos, en el mar­co del paro nacio­nal.

Por eso, ya no sola­men­te usa­re­mos cas­cos para pre­ve­nir los gol­pes en la cabe­za con los boli­llos de la Poli­cía, no solo para lograr des­viar en algo los impac­tos direc­tos que hace la Poli­cía con sus armas anti­mo­ti­nes, no solo para pro­te­ger el crá­neo y las ideas; lo usa­re­mos sim­ple­men­te por joder, para decir­le: ya no más al Gobierno, para recha­zar la vio­len­cia mise­ra­ble e inú­til con­tra los mani­fes­tan­tes, por­que no le cree­mos tam­po­co a esos gobier­nos loca­les que se ampa­ran bajo una fal­sa pro­tec­ción y que citan el Códi­go Penal cuan­do les con­vie­nen, pero botan a la basu­ra los dere­chos huma­nos cuan­do les afectan.

Sim­ple­men­te por ese afán rebel­de de la des­obe­dien­cia civil ante tan­ta des­ver­güen­za, por ese impul­so exis­ten­cial de decir­le no al auto­ri­ta­ris­mo, pues vamos a salir con cas­cos. Enton­ces, así como hubo la Mar­cha de los Cla­ve­les en Por­tu­gal y la Mar­cha de las Som­bri­llas en Hong Kong, lo úni­co que van a con­se­guir en Colom­bia es que se cele­bre una mar­cha de per­so­nas con las cabe­zas cubier­tas con cas­cos de todos los colo­res, pero no silen­cia­das ni cortadas.

Y fren­te a todos aque­llos que han coho­nes­ta­do con la vio­len­cia (esa vio­len­cia que nos dejó un gru­po para­mi­li­tar en los años 80 lla­ma­do pre­ci­sa­men­te Los Mocha-Cabe­zas), con­tra aque­llos que nos han entre­ga­do a los mucha­chos del Valle del Cau­ca des­ca­be­za­dos en una bol­sa plás­ti­ca, para aque­llos que han dis­pa­ra­do sus armas que resul­tan leta­les sobre la cabe­za de los mani­fes­tan­tes, los que creen que una mar­cha se detie­ne deco­mi­san­do cas­cos y ban­de­ras, para todos los que están con­ven­ci­dos de que es ile­gal pro­te­ger­se, pero legal ase­si­nar, para los que algún día pue­den salir a matar a un pre­si­den­te en el exte­rior supues­ta­men­te “enga­ña­dos en su bue­na fe de mer­ce­na­rios”, a todo ellos les deci­mos con el cas­co, con las gafas, las ban­de­ras y las más­ca­ras anti­ga­ses: ¡No más!

Los que no tie­nen un cas­co, los invi­to a que saquen la olla de los cace­ro­la­zos sobre la cabe­za o lo que su crea­ti­vi­dad les mues­tre, para decir­les que el men­sa­je es el mis­mo: pro­te­ge­re­mos nues­tras ideas con­tra los gol­pes de la extre­ma dere­cha, los bala­zos del auto­ri­ta­ris­mo, los boli­lla­zos de la Poli­cía, pero sobre todo de las estu­pi­de­ces del fas­cis­mo. Fin del elogio.

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