Afga­nis­tán. La lar­ga mar­cha de las niñas afga­nas para seguir estudiando

Por Adam Nos­si­ter, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 28 de mayo de 2021.

El recien­te aten­ta­do con­tra una escue­la en Kabul for­ma par­te de una avan­za­da de los sec­to­res tali­ba­nes con­tra la edu­ca­ción feme­ni­na, en par­ti­cu­lar de las adolescentes.

La orden de cerrar las escue­las de niñas fue comu­ni­ca­da en la mez­qui­ta, duran­te una reu­nión con el con­se­jo de ancia­nos. La noti­cia se fil­tró por los docen­tes y lle­gó a los hoga­res de los alum­nos. O lle­gó en for­ma de car­ta tajan­te a las auto­ri­da­des esco­la­res locales.

Cual­quier recla­mo, tra­ta­ti­va o inten­to de razo­nar con los tali­ba­nes era inú­til, ya lo sabían. Así que hace tres años, las chi­cas mayo­res de 12 años tuvie­ron que dejar de ir al cole­gio en dos dis­tri­tos rura­les del sur de Šiba­rġan, una remo­ta capi­tal pro­vin­cial del nor­te de Afga­nis­tánHas­ta 6000 chi­cas se que­da­ron sin cla­ses de la noche a la maña­na. Los docen­tes varo­nes fue­ron des­pe­di­dos abrup­ta­men­te: lo que habían hecho, dar edu­ca­ción a esas niñas, iba en con­tra del islam, decían los talibanes.

En todo Afga­nis­tán lle­ga­ron órde­nes simi­la­res a esas impar­ti­das a ape­nas 100 kiló­me­tros al sur de Šiba­rġan, capi­tal de la pro­vin­cia de Yauz­yán. En los dis­tri­tos con­tro­la­dos por el movi­mien­to tali­bán, se aca­ba­ba la escue­la para todas las niñas, excep­to las más peque­ñas, sal­vo poquí­si­mas excep­cio­nes. El men­sa­je tali­bán era cla­ro: las ado­les­cen­tes debían estar en casa ayu­dan­do a sus madres.

“No pude pisar el cole­gio duran­te 2 años”, dice Fari­da, que aho­ra tie­ne 16 años. Fari­da se que­dó sin escue­la en el dis­tri­to de Dar­zab cuan­do tenía 12 y lle­gó aquí, a la capi­tal pro­vin­cial a los 14, en con­di­ción de refu­gia­da. “Fue mi her­ma­na la que me dijo que se aca­ba­ba la escue­la. Ella es maes­tra”, dice Fari­da. “Así que me que­da­ba ayu­dan­do a mamá con las cosas de la casa.”

En todas las escue­las de Šiba­rġan hay unas cuan­tas ado­les­cen­tes refu­gia­das que via­ja­ron al nor­te des­de zonas con­tro­la­das por el tali­bán y aho­ra viven en la capi­tal pro­vin­cial con algún pariente.

En todas las escue­las de Šiba­rġan hay unas cuan­tas ado­les­cen­tes refu­gia­das que via­ja­ron al nor­te des­de zonas con­tro­la­das por el tali­bán y aho­ra viven en la capi­tal pro­vin­cial con algún pariente.

“Le dije a mi fami­lia que tenía muchas, pero muchas ganas de estu­diar”, dice Nabi­la, de 16 años, que lle­gó a Šiba­rġan jun­to a su madre hace dos años, pro­ce­den­tes del dis­tri­to de Dar­zab. “Tal vez les ten­gan mie­do a las mujeres.”

La acep­ta­ción a rega­ña­dien­tes de los pobla­do­res loca­les per­mi­te entre­ver en qué se con­ver­ti­ría la vida de todos los afga­nos si con­ti­núa el len­to des­plo­me de las fuer­zas mili­ta­res del gobierno. Y no pasa un día sin que lle­guen malas noti­cias sobre el auge de insur­gen­cia tali­bán: más bases toma­das por asal­to, más dis­tri­tos cap­tu­ra­dos, pues­tos de avan­za­da que se rin­den, y fun­cio­na­rios y perio­dis­tas asesinados.

Des­de el 1° de mayo, cuan­do Esta­dos Uni­dos ini­ció for­mal­men­te su reti­ra­da de Afga­nis­tán, los tali­ba­nes han con­quis­ta­do terri­to­rios en prác­ti­ca­men­te todas las regio­nes del país.

El 8 de este mes, el cruen­to aten­ta­do con­tra una escue­la de Kabul, capi­tal de Afga­nis­tán, dejó un ten­dal de niñas muer­tas. Aun­que el tali­bán negó ser res­pon­sa­ble del hecho, el men­sa­je del res­pon­sa­ble era muy cla­ro: la edu­ca­ción de las niñas no será tolerada.

El tali­bán con­tro­la los dis­tri­tos de Qosh Tepa y Dar­zab —una región agrí­co­la pobre, de tie­rra poco pro­duc­ti­va y gol­pea­da por la sequía, don­de viven 70.000 per­so­nas— y las 21 escue­las de esos dis­tri­tos. Toma­ron el con­trol en 2018, des­pués de fero­ces enfren­ta­mien­tos con fuer­zas del gobierno y con los tali­ba­nes rene­ga­dos loca­les, que habían pro­cla­ma­do su alian­za con Esta­do Islámico.

Dos gobier­nos

Aun­que el con­trol lo tie­nen los tali­ba­nes, todos los meses los docen­tes de esos dis­tri­tos pere­gri­nan has­ta Šiba­rġan, la capi­tal pro­vin­cial, para cobrar sus sala­rios, una de las muchas ano­ma­lías de un país que en los hechos ya tie­ne dos gobier­nos. La ciu­dad, pol­vo­rien­ta y bulli­cio­sa, sigue en manos del gobierno cen­tral, pero como otras capi­ta­les de pro­vin­cia, es una isla y está rodea­da: los tali­ba­nes domi­nan las rutas de entra­da y salida.

El gobierno pro­vin­cial toda­vía tie­ne ins­pec­to­res esco­la­res para los dis­tri­tos cap­tu­ra­dos, pero esos fun­cio­na­rios de edu­ca­ción loca­les deben obser­var con impo­ten­cia cómo los insur­gen­tes isla­mis­tas intro­du­cen gran­des dosis de reli­gión en el pro­gra­ma de estu­dios, recor­tan las horas de his­to­ria, y exclu­yen de las aulas a las niñas.

Las docen­tes muje­res han sido des­pe­di­das. Los tali­ba­nes usan los libros de tex­to gra­tui­tos que entre­ga el gobierno, pero con­tro­lan estric­ta­men­te su con­te­ni­do y se ase­gu­ran de que se tra­ba­jen inten­sa­men­te los libros de ins­truc­ción islá­mi­ca. Tam­bién cas­ti­gan a los pro­fe­so­res que no se pre­sen­tan a tra­ba­jar, recor­tán­do­les el suel­do, y sacán­do­les días libres. Varios docen­tes de esos dis­tri­tos han sido acu­sa­dos por los tali­ba­nes de espio­na­je y de afei­tar­se la barba.

Los tali­ba­nes usan los libros de tex­to gra­tui­tos que entre­ga el gobierno, pero con­tro­lan estric­ta­men­te su con­te­ni­do y se ase­gu­ran de que se tra­ba­jen inten­sa­men­te los libros de ins­truc­ción islámica.

“Si no obe­de­ce­mos, nos cas­ti­gan”, recuer­da haber escu­cha­do de boca de los maes­tros el direc­tor de edu­ca­ción de Yauz­yán, Abdul Rahim Salar.

Las niñas que huyen a Šiba­rġan para poder con­ti­nuar con su edu­ca­ción tie­nen la sen­sa­ción de haber esca­pa­do por un pelo de un des­tino des­co­no­ci­do que les impo­nían los tali­ba­nes. Nilo­far Ami­ni, de 17 años, dice que extra­ña­ba la escue­la a la que le prohi­bie­ron ir hace tres años. Lle­gó a la capi­tal pro­vin­cial hace ape­nas unos días.

“Quie­ro reci­bir edu­ca­ción”, dice Nilofar.

La polí­ti­ca del tali­bán en rela­ción con la edu­ca­ción de las niñas pue­de variar lige­ra­men­te, por­que las deci­sio­nes las toman los coman­dan­tes loca­les, fiel refle­jo de la des­cen­tra­li­za­ción de un movi­mien­to que varios exper­tos, como Anto­nio Gius­toz­zi, han des­cri­to como una “red de redes”. En un infor­me difun­di­do el año pasa­do, la orga­ni­za­ción Human Rights Watch seña­ló que si bien los coman­dan­tes tali­ba­nes sue­len per­mi­tir la esco­la­ri­za­ción de las niñas de has­ta 12 años, en gene­ral lo prohí­ben a par­tir de esa edad. De todos modos, en algu­nas zonas “la pre­sión de la comu­ni­dad con­ven­ció a los coman­dan­tes de per­mi­tir un mayor acce­so a la edu­ca­ción para las niñas”, dice el infor­me. Pero no son muchos. Y menos en esta par­te de Afganistán.

Las niñas que huyen a Šiba­rġan para poder con­ti­nuar con su edu­ca­ción tie­nen la sen­sa­ción de haber esca­pa­do por un pelo de un des­tino des­co­no­ci­do que les impo­nían los talibanes.

Un docen­te del dis­tri­to cuyas tres hijas ado­les­cen­tes ya no pue­den ir a la escue­la seña­la: “La situa­ción es mala y me due­le mucho por ellas. No tie­nen nada que hacer”. El hom­bre agre­ga que sus hijas se dedi­can a ayu­dar a su madre con las tareas de la casa.

Nadie pue­de desobedecer

Fren­te a la sede esco­lar pro­vin­cial de Šiba­rġan, don­de fue a cobrar su suel­do, el docen­te pre­fie­re no reve­lar su nom­bre por temor a las repre­sa­lias de los tali­ba­nes, y dice que sus hijas le siguen pre­gun­tan­do cuán­do podrán vol­ver a la escuela.

“No nos deja­ron seguir estu­dian­do”, dice Fati­ma Qai­sa­ri, de 15 años, alo­ja­da en un rui­no­so cam­pa­men­to de refu­gia­dos de la veci­na pro­vin­cia de Far­yab, y agre­ga que cuan­do cerra­ron su escue­la tenía 12 años.

Los fun­cio­na­rios de edu­ca­ción de la capi­tal pro­vin­cial hablan de un cli­ma de repre­sión en el que los resi­den­tes, padres y maes­tros no tie­nen voz ni voto en las duras y estric­tas polí­ti­cas impues­tas por los talibanes.

“Hemos entra­do en con­tac­to con los miem­bros de esas comu­ni­da­des edu­ca­ti­vas muchas veces, pero sin nin­gún resul­ta­do”, dice Abdel Majid, direc­tor de escue­las en Dar­zab. “Nos dicen que su gobierno no quie­re que las niñas reci­ban edu­ca­ción y que nadie pue­de des­obe­de­cer”. La fac­ción tali­bán que apo­ya­ba a Esta­do Islá­mi­co des­tru­yó algu­nas de sus escue­las; otras no tie­nen ventanas.

En la Escue­la Maris­cal Dos­tum —que lle­va el nom­bre del mili­tar Abdul Rashid Dos­tum, exvi­ce­pre­si­den­te del país y héroe local, cuyo retra­to está por todas par­tes en la ciu­dad — , un puña­do de niñas esca­pa­das de los dis­tri­tos con­tro­la­dos por el tali­bán tra­tan de poner­se al día con los estu­dios y recu­pe­rar el tiem­po per­di­do. Varias dicen que­rer ser maes­tras, y una de ellas tie­ne la espe­ran­za de estu­diar ingeniería.

En la ofi­ci­na del direc­tor, algu­nas de las refu­gia­das de Dar­zab y Qosh Tepa siguen sin enten­der la absur­da deci­sión de los tali­ba­nes de prohi­bir­les ir a la escuela.

“Es una deci­sión sin sen­ti­do”, dice Fari­da, de 16 años, y mue­ve la cabe­za de un lado a otro con incre­du­li­dad. “Nun­ca tuvo la menor lógica”.

Fuen­te Ori­gi­nal: Jai­me ARRAMBIDE (TRADUCTOR)  LA NACIÓN Y THE NEW YORK TIMES, Kao­sen­la­red.

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