Esta­dos Uni­dos. «Con­trol de migra­cio­nes»: El plan de Biden para Amé­ri­ca Cen­tral y la exter­na­li­za­ción de la frontera

Por Avi­va Chomsky, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 6 de abril de 2021.

Biden bus­ca impo­ner a los habi­tan­tes de la región una ver­sión cla­ra­men­te mili­ta­ri­za­da de la «segu­ri­dad». Por otra par­te, aspi­ra a incen­ti­var a los gobier­nos cen­tro­ame­ri­ca­nos y en par­ti­cu­lar a sus ejér­ci­tos, a fre­nar la emi­gra­ción median­te la represión.

Joe Biden lle­gó a la Casa Blan­ca con posi­cio­nes ambi­cio­sas pero con­tra­dic­to­rias sobre la inmi­gra­ción y Cen­troa­mé­ri­ca. Había pro­me­ti­do rever­tir las polí­ti­cas dra­co­nia­nas anti­in­mi­gra­ción de Donald Trump, pero al mis­mo tiem­po res­tau­rar, a tra­vés de su «Plan para cons­truir segu­ri­dad y pros­pe­ri­dad en aso­cia­ción con los pue­blos de Cen­troa­mé­ri­ca», el «lide­raz­go de Esta­dos Uni­dos en la región» que, según él, Trump había aban­do­na­do. Sin embar­go, para los cen­tro­ame­ri­ca­nos ese «lide­raz­go» tie­ne una con­no­ta­ción preocupante.

Aun­que la segun­da par­te del títu­lo de su plan haga refe­ren­cia a orga­ni­za­cio­nes de izquier­da como el Comi­té en Soli­da­ri­dad con el Pue­blo de El Sal­va­dor (CISPES), su con­te­ni­do des­ta­ca una ver­sión de la segu­ri­dad y la pros­pe­ri­dad en la región que sue­na más a Gue­rra Fría que a CISPES. En lugar de la soli­da­ri­dad (o inclu­so el tra­ba­jo con­jun­to) con Cen­troa­mé­ri­ca, el plan de Biden en reali­dad pro­mue­ve un vie­jo mode­lo de desa­rro­llo eco­nó­mi­co que bene­fi­ció duran­te mucho tiem­po a las cor­po­ra­cio­nes esta­dou­ni­den­ses. Tam­bién bus­ca impo­ner a los habi­tan­tes de la región una ver­sión cla­ra­men­te mili­ta­ri­za­da de la «segu­ri­dad». Por otra par­te, aspi­ra a incen­ti­var a los gobier­nos cen­tro­ame­ri­ca­nos y en par­ti­cu­lar a sus ejér­ci­tos, a fre­nar la emi­gra­ción median­te la represión.

Vin­cu­lar la inmi­gra­ción y la polí­ti­ca exterior

La más cla­ra decla­ra­ción sobre los obje­ti­vos del pre­si­den­te para Amé­ri­ca Cen­tral apa­re­ce en su «Ley de Ciu­da­da­nía Ame­ri­ca­na de 2021», envia­da al Con­gre­so el 20 de enero. La pro­pues­ta es un con­jun­to de cam­bios que tie­nen como obje­ti­vo eli­mi­nar las depor­ta­cio­nes racis­tas del pre­si­den­te Trump, res­tau­rar el dere­cho de asi­lo y abrir un camino hacia el esta­tus legal y la ciu­da­da­nía para la pobla­ción inmi­gran­te. Des­pués de la polí­ti­ca anti­in­mi­gran­te de los últi­mos cua­tro años, la pro­pues­ta de Biden debe­ría ser amplia­men­te acep­ta­da. En reali­dad, sigue los pasos de los ante­rio­res com­pro­mi­sos bipar­ti­dis­tas «inte­gra­les» como la Ley de Refor­ma y Con­trol de la Inmi­gra­ción de 1986 y un pro­yec­to de ley fra­ca­sa­do en 2013, que incluían una vía de acce­so a la ciu­da­da­nía para muchos inmi­gran­tes indo­cu­men­ta­dos, a la vez que le dedi­ca­ban impor­tan­tes recur­sos a la «segu­ri­dad» de las fronteras.

Si se ana­li­za con aten­ción, una par­te impor­tan­te de la pro­pues­ta de inmi­gra­ción de Biden se cen­tra en la idea de que si se abor­dan las cau­sas pro­fun­das de los pro­ble­mas de Cen­troa­mé­ri­ca se redu­ci­rá el flu­jo de emi­gran­tes hacia la fron­te­ra esta­dou­ni­den­se. Según sus pro­pias pala­bras, el plan de Biden pro­me­te pro­mo­ver «el Esta­do de dere­cho, la segu­ri­dad y el desa­rro­llo eco­nó­mi­co en Cen­troa­mé­ri­ca» para «abor­dar los fac­to­res cla­ve» que con­tri­bu­yen a la emi­gra­ción. Sin embar­go, detrás de ese len­gua­je vago se escon­den los obje­ti­vos de lar­ga data de los dos par­ti­dos hege­mó­ni­cos en Washing­ton y que debe­rían sonar como algo cono­ci­do para aque­llos que le han pres­ta­do aten­ción en los últi­mos años.

Su espe­ci­fi­ci­dad: hay que dis­tri­buir millo­nes de dóla­res de «ayu­da» para mejo­rar las fuer­zas mili­ta­res y poli­cia­les loca­les con el fin de pro­te­ger un mode­lo eco­nó­mi­co basa­do en la inver­sión pri­va­da y la expor­ta­ción de bene­fi­cios. Sobre todo, los pri­vi­le­gios de los inver­so­res extran­je­ros no deben ser ame­na­za­dos. Resul­ta que se tra­ta del mis­mo mode­lo que Washing­ton impu­so a los paí­ses cen­tro­ame­ri­ca­nos duran­te el siglo pasa­do, un mode­lo que dejó terri­to­rios corrom­pi­dos, vio­len­tos y empo­bre­ci­dos y que, por lo tan­to, siguió con­tri­bu­yen­do al des­arrai­go de los cen­tro­ame­ri­ca­nos y a su hui­da hacia Esta­dos Unidos.

Otro ele­men­to cla­ve del plan de Biden, al igual que los de sus pre­de­ce­so­res, es obli­gar a Méxi­co y Gua­te­ma­la a ser­vir de agen­tes para la cul­mi­na­ción del muro, que sólo está par­cial­men­te cons­trui­do, a lo lar­go de la fron­te­ra sur de los Esta­dos Uni­dos y que los pre­si­den­tes, des­de Bill Clin­ton has­ta Donald Trump, impul­sa­ron con orgullo.

Si bien el mode­lo eco­nó­mi­co en el que se basa el plan de Biden es efec­ti­va­men­te cono­ci­do, el inten­to de ter­ce­ri­zar la apli­ca­ción de las leyes de inmi­gra­ción esta­dou­ni­den­ses a las fuer­zas mili­ta­res y poli­cia­les mexi­ca­nas y cen­tro­ame­ri­ca­nas cons­ti­tu­ye un giro mucho más moderno en la polí­ti­ca fronteriza.

Sub­con­tra­ta­ción de la fron­te­ra (de Bush a Biden)

La idea de que la polí­ti­ca migra­to­ria podía sub­con­tra­tar­se comen­zó mucho antes de que Donald Trump ame­na­za­ra con impo­ner, a media­dos de 2019, aran­ce­les a los pro­duc­tos mexi­ca­nos para pre­sio­nar al nue­vo pre­si­den­te de ese país (Andrés Manuel López Obra­dor) a que acce­die­ra a su exi­gen­cia de cola­bo­rar con el pro­gra­ma anti­in­mi­gra­ción de Washing­ton. Eso incluía, por supues­to, la con­tro­ver­ti­da polí­ti­ca de Trump de «qué­den­se en Méxi­co», que sigue blo­quean­do a dece­nas de miles de soli­ci­tan­tes de asi­lo en ese país.

Mien­tras tan­to, des­de hace ya casi dos déca­das, Esta­dos Uni­dos pre­sio­nan (y finan­cian) a las fuer­zas mili­ta­res y poli­cia­les al sur de sus fron­te­ras para que apli­quen sus prio­ri­da­des en mate­ria de inmi­gra­ción, con­vir­tien­do de hecho las fron­te­ras de otros paí­ses en una exten­sión de las de Esta­dos Uni­dos. En este pro­ce­so, las fuer­zas de «segu­ri­dad» de Méxi­co se han des­ple­ga­do regu­lar­men­te en su fron­te­ra sur, y las de Gua­te­ma­la en su fron­te­ra con Hon­du­ras, todo ello para hacer res­pe­tar de for­ma vio­len­ta las polí­ti­cas de inmi­gra­ción de Washington.

La sub­con­tra­ta­ción fue, en par­te, una res­pues­ta al éxi­to del movi­mien­to por los dere­chos de los inmi­gran­tes en Esta­dos Uni­dos. Los diri­gen­tes esta­dou­ni­den­ses espe­ra­ban poder evi­tar el deba­te jurí­di­co y las pro­tes­tas en su país al obli­gar a Méxi­co y a Cen­troa­mé­ri­ca a apli­car los peo­res aspec­tos de sus políticas.

Todo comen­zó con la Ini­cia­ti­va de Méri­da [capi­tal del esta­do de Yuca­tán] en 2007, un plan lan­za­do por Geor­ge W. Bush que des­ti­nó miles de millo­nes de dóla­res para equi­pa­mien­to mili­tar, ayu­da e infra­es­truc­tu­ras en Méxi­co (con can­ti­da­des meno­res des­ti­na­das a Cen­troa­mé­ri­ca). Uno de los cua­tro pila­res era la crea­ción de una «fron­te­ra del siglo XXI» a tra­vés de la obli­ga­ción para Méxi­co de mili­ta­ri­zar su fron­te­ra sur. En 2013, Washing­ton había finan­cia­do 12 nue­vas bases mili­ta­res a lo lar­go de esta fron­te­ra con Gua­te­ma­la y un «cin­tu­rón de segu­ri­dad» de 100 millas [161 km] al nor­te de la misma.

En res­pues­ta a lo que fue con­si­de­ra­do como la cri­sis de los niños migran­tes en el verano de 2014 (lo que se pare­ce a la situa­ción actual), el pre­si­den­te Barack Oba­ma vol­vió a pre­sio­nar a Méxi­co para que pusie­ra en mar­cha un nue­vo pro­gra­ma en su fron­te­ra sur. Des­de enton­ces, dece­nas de millo­nes de dóla­res por año fue­ron des­ti­na­dos a la mili­ta­ri­za­ción de esa fron­te­ra y rápi­da­men­te, Méxi­co detu­vo cada mes a dece­nas de miles de migran­tes. No es de extra­ñar que las depor­ta­cio­nes y los abu­sos con­tra los dere­chos huma­nos de los migran­tes cen­tro­ame­ri­ca­nos hayan aumen­ta­do drás­ti­ca­men­te. «Nues­tra fron­te­ra es hoy, en reali­dad, la fron­te­ra de Méxi­co con Hon­du­ras y Gua­te­ma­la», afir­ma­ba en 2019 el ex jefe de fron­te­ras de Oba­ma, Alan Ber­sin [jefe de Adua­nas y Pro­tec­ción Fron­te­ri­za entre mar­zo de 2010 y diciem­bre de 2011]. Un acti­vis­ta local se mos­tra­ba menos opti­mis­ta, cuan­do afir­ma­ba que el pro­gra­ma «con­vir­tió la región fron­te­ri­za en una zona de guerra».

El pre­si­den­te Trump fan­fa­rro­nea­ba sobre el tema e inti­mi­dó a Méxi­co y a varios paí­ses cen­tro­ame­ri­ca­nos, con mucho más des­ca­ro que los dos pre­si­den­tes ante­rio­res, mien­tras lle­va­ba estas polí­ti­cas a nue­vos nive­les. Bajo sus órde­nes, Méxi­co for­mó una nue­va Guar­dia Nacio­nal mili­ta­ri­za­da y des­ple­gó a 12.000 de sus miem­bros en la fron­te­ra con Gua­te­ma­la, a la vez que la finan­cia­ción de Washing­ton per­mi­tió la crea­ción de infra­es­truc­tu­ras de alta tec­no­lo­gía a lo lar­go de la fron­te­ra sur de Méxi­co, las que com­pi­ten con las de la fron­te­ra estadounidense.

Trump ins­tó a recor­tar la ayu­da a Cen­troa­mé­ri­ca. Sin embar­go, bajo su direc­ción, la mayor par­te de los 3.600 millo­nes de dóla­res asig­na­dos por el Con­gre­so siguie­ron lle­gan­do, apro­xi­ma­da­men­te la mitad de esa suma sir­vió para refor­zar las uni­da­des mili­ta­res y poli­cia­les loca­les. Sin embar­go, Trump sus­pen­dió tem­po­ral­men­te los fon­dos de ayu­da no mili­tar para obli­gar a Gua­te­ma­la, Hon­du­ras y El Sal­va­dor a fir­mar acuer­dos de «ter­cer país segu­ro», unos acuer­dos que le per­mi­ti­rían a Esta­dos Uni­dos depor­tar a esos mis­mos paí­ses a per­so­nas aun­que estas hubie­ran pre­sen­ta­do una soli­ci­tud de asi­lo válida.

Trump tam­bién le exi­gió a Gua­te­ma­la que refor­za­ra la segu­ri­dad en su fron­te­ra sur «para fre­nar el flu­jo de la migra­ción irre­gu­lar» e » incor­po­ra­ra a fun­cio­na­rios de la Ofi­ci­na de Adua­nas y Pro­tec­ción Fron­te­ri­za y del ser­vi­cio de inmi­gra­ción de Esta­dos Uni­dos para ase­so­rar y diri­gir a sus homó­lo­gos gua­te­mal­te­cos.» La ayu­da fue res­ta­ble­ci­da des­pués de que los paí­ses cen­tro­ame­ri­ca­nos aca­ta­ran las exi­gen­cias de Trump.

En febre­ro de 2021, el pre­si­den­te Biden sus­pen­dió esos acuer­dos de «ter­cer país segu­ro», pero está cla­ra­men­te dis­pues­to a seguir sub­con­tra­tan­do la vigi­lan­cia fron­te­ri­za en Méxi­co y en Centroamérica.

La otra cara de la mili­ta­ri­za­ción: el “desa­rro­llo económico”

Tan­to las admi­nis­tra­cio­nes demó­cra­tas como las repu­bli­ca­nas die­ron una res­pues­ta ter­ce­ri­za­da y mili­ta­ri­za­da a la inmi­gra­ción y tra­ta­ron de ven­der su pro­gra­ma con pro­me­sas de ayu­da para el desa­rro­llo eco­nó­mi­co de Cen­troa­mé­ri­ca. Sin embar­go, impul­sa­ron de mane­ra sis­te­má­ti­ca el mis­mo tipo de ayu­da, esa que his­tó­ri­ca­men­te no hizo sino aumen­tar la vio­len­cia y la pobre­za en la región, lo que con­du­jo direc­ta­men­te a la cri­sis migra­to­ria actual.

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El mode­lo que Washing­ton sigue pre­sen­tan­do se basa en la idea de que si los gobier­nos cen­tro­ame­ri­ca­nos pue­den atraer a los inver­so­res extran­je­ros mejo­ran­do las infra­es­truc­tu­ras, otor­gan­do exen­cio­nes fis­ca­les y debi­li­tan­do las leyes de pro­tec­ción del medio ambien­te y del dere­cho labo­ral, el «libre mer­ca­do» gene­ra­rá la inver­sión, los pues­tos de tra­ba­jo y el cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co que (en teo­ría) evi­ta­rá que la gen­te quie­ra emi­grar. Sin embar­go, a lo lar­go de la tur­bu­len­ta his­to­ria de Cen­troa­mé­ri­ca, ha ocu­rri­do exac­ta­men­te lo con­tra­rio. Las inver­sio­nes extran­je­ras lle­ga­ron, ávi­das de apro­ve­char las tie­rras fér­ti­les, los recur­sos natu­ra­les y la mano de obra bara­ta de la región. Esta for­ma de desa­rro­llo ‑ya sea apo­yan­do las plan­ta­cio­nes de bana­nas y café en el siglo XIX o las explo­ta­cio­nes azu­ca­re­ras, algo­do­ne­ras y gana­de­ras des­pués de la Segun­da Gue­rra Mun­dial- lle­vó a Cen­troa­mé­ri­ca a sus revo­lu­cio­nes de los años 80 y a una masi­va migra­ción hacia el nor­te en la actualidad.

Esta for­ma de desa­rro­llo se basa en gobier­nos mili­ta­ri­za­dos para des­po­jar a los cam­pe­si­nos, libe­ran­do tie­rras para los inver­so­res extran­je­ros. Del mis­mo modo, la fuer­za y el terror se uti­li­zan para man­te­ner una cla­se tra­ba­ja­do­ra bara­ta e impo­ten­te, lo que per­mi­te a los inver­so­res pagar poco y cose­char fan­tás­ti­cos bene­fi­cios. Esas ope­ra­cio­nes, a su vez, han pro­vo­ca­do la defo­res­ta­ción del cam­po, mien­tras que las expor­ta­cio­nes bara­tas a Esta­dos Uni­dos y a otros paí­ses han con­tri­bui­do a fomen­tar esti­los de vida de alto con­su­mo que han ace­le­ra­do el cam­bio cli­má­ti­co, pro­vo­can­do con­di­cio­nes meteo­ro­ló­gi­cas cada vez más desas­tro­sas, como la subi­da del nivel del mar, tor­men­tas más inten­sas, sequías e inun­da­cio­nes que han dete­rio­ra­do aún más los medios de sub­sis­ten­cia de las pobla­cio­nes pau­pe­ri­za­das de Amé­ri­ca Central.

Ya en los años 1970, muchos de esos tra­ba­ja­do­res y cam­pe­si­nos pobres exi­gían una refor­ma agra­ria y pre­su­pues­tos de inver­sión des­ti­na­dos a dere­chos bási­cos como la ali­men­ta­ción, la salud y la edu­ca­ción, en lugar de seguir enri­que­cien­do a las éli­tes loca­les y extran­je­ras. La res­pues­ta a las pro­tes­tas pací­fi­cas fue la vio­len­cia y a esta le siguió la revo­lu­ción, aun­que sólo triun­fó en Nicaragua.

En los años 80, Washing­ton se empe­ñó en aplas­tar la revo­lu­ción vic­to­rio­sa de Nica­ra­gua y los movi­mien­tos revo­lu­cio­na­rios con­tra los gobier­nos mili­ta­res de dere­cha de El Sal­va­dor y Gua­te­ma­la. Los tra­ta­dos de paz de los años 90 pusie­ron fin a los con­flic­tos arma­dos, pero nun­ca abor­da­ron las divi­sio­nes socia­les y eco­nó­mi­cas fun­da­men­ta­les sub­ya­cen­tes. De hecho, el fin de estos con­flic­tos no hizo sino abrir las puer­tas de la región a nue­vas y masi­vas inver­sio­nes extran­je­ras y al auge de las expor­ta­cio­nes. Entre ellas, la expan­sión de fábri­cas con bajos sala­rios orien­ta­das a la expor­ta­ción (maqui­la­do­ras) y el cul­ti­vo de nue­vas fru­tas y ver­du­ras «no tra­di­cio­na­les» des­ti­na­das tam­bién a la expor­ta­ción. Al mis­mo tiem­po, se pro­du­jo un auge de las indus­trias extrac­ti­vas, como el oro, el níquel y el petró­leo, sin olvi­dar la crea­ción de nue­vas infra­es­truc­tu­ras para el turis­mo de masas.

En la déca­da de 1980, los refu­gia­dos empe­za­ron a huir hacia el nor­te, sobre todo des­de El Sal­va­dor y Gua­te­ma­la, por enton­ces des­ga­rra­dos por la gue­rra, la repre­sión y la vio­len­cia de los para­mi­li­ta­res loca­les y los escua­dro­nes de la muer­te. La paz apa­ren­te de los años 90 no sir­vió para aca­bar con la pobre­za, la repre­sión y la vio­len­cia. Las fuer­zas arma­das esta­ta­les y pri­va­das ofre­cían «segu­ri­dad», pero sólo para las éli­tes y los nue­vos mega­pro­yec­tos urba­nos y rura­les que estas impulsaban.

Si un gobierno ame­na­za­ba de una u otra mane­ra los bene­fi­cios de los inver­so­res, como cuan­do El Sal­va­dor decla­ró una mora­to­ria sobre las licen­cias mine­ras, el Tra­ta­do de Libre Comer­cio de Amé­ri­ca Cen­tral, apa­dri­na­do por Esta­dos Uni­dos, per­mi­tía a las empre­sas extran­je­ras deman­dar al gobierno y obli­gar­lo a some­ter­se a un arbi­tra­je de carác­ter obli­ga­to­rio a tra­vés de un orga­nis­mo del Ban­co Mun­dial. Duran­te los años de Oba­ma, cuan­do el pre­si­den­te elec­to de Hon­du­ras [Manuel Zela­ya], tra­tó de imple­men­tar mejo­ras labo­ra­les y medioam­bien­ta­les, Washing­ton dio el aval a un gol­pe de Esta­do y se feli­ci­tó cuan­do el nue­vo pre­si­den­te [Rober­to Miche­let­ti] decla­ró con orgu­llo que el país esta­ba «abier­to a los nego­cios» con un con­jun­to de leyes que favo­re­cían a los inver­so­res extranjeros.

El perio­dis­ta David Bacon cali­fi­có el nue­vo rum­bo del país como un «mode­lo eco­nó­mi­co basa­do en sala­rios de ham­bre» que no hizo más que favo­re­cer el aumen­to de las ban­das, del nar­co­trá­fi­co y de la vio­len­cia. Ante las pro­tes­tas, la repre­sión fue feroz, a pesar de que la ayu­da mili­tar de los Esta­dos Uni­dos lle­ga­ba a rau­da­les. Antes del gol­pe, los hon­du­re­ños eran una peque­ña frac­ción de los migran­tes cen­tro­ame­ri­ca­nos que se diri­gían a los Esta­dos Uni­dos. Des­de 2009, son a menu­do mayo­ri­ta­rios entre los que se ven obli­ga­dos a huir de sus hoga­res y diri­gir­se hacia el Norte.

En 2014, la Alian­za para la Pros­pe­ri­dad del pre­si­den­te Oba­ma pro­por­cio­nó una nue­va serie de ayu­das al desa­rro­llo eco­nó­mi­co cen­tra­das en los inver­so­res. La repor­te­ra Dawn Paley carac­te­ri­zó esta Alian­za como «en gran medi­da un plan para cons­truir nue­vas infra­es­truc­tu­ras que bene­fi­cia­rán a las cor­po­ra­cio­nes trans­na­cio­na­les», inclu­yen­do «reba­jas fis­ca­les para los inver­so­res y la cons­truc­ción de nue­vos oleo­duc­tos, carre­te­ras y líneas eléc­tri­cas para ace­le­rar la extrac­ción de recur­sos y racio­na­li­zar el pro­ce­so de impor­ta­ción, mon­ta­je y expor­ta­ción de las maqui­la­do­ras con bajos sala­rios.» Uno de los prin­ci­pa­les pro­yec­tos era un nue­vo gaso­duc­to para faci­li­tar las expor­ta­cio­nes de gas natu­ral esta­dou­ni­den­se a Amé­ri­ca Central.

Oba­ma super­vi­só el reco­no­ci­mien­to por par­te de Washing­ton del gol­pe de Esta­do en Hon­du­ras. Trump mira­ba para otro lado cuan­do Gua­te­ma­la en 2019 y Hon­du­ras en 2020 expul­sa­ron a las comi­sio­nes inter­na­cio­na­les de lucha con­tra la corrup­ción. Y fue Trump quien acep­tó res­tar impor­tan­cia a los cre­cien­tes car­gos de corrup­ción y nar­co­trá­fi­co con­tra su ami­go, el pre­si­den­te hon­du­re­ño Juan Orlan­do Her­nán­dez [en el car­go des­de enero de 2014], siem­pre y cuan­do pro­mo­vie­ra una eco­no­mía favo­ra­ble a los inver­so­res y acep­ta­ra cola­bo­rar con el pro­gra­ma anti­in­mi­gra­ción del pre­si­den­te estadounidense.

La cara­va­na de enero de 2021 mar­có la lle­ga­da de la era Biden

Todo indi­ca que los años de Biden van a seguir con lo que se ha con­ver­ti­do en la nor­ma de Washing­ton en Cen­troa­mé­ri­ca: sub­con­tra­tar la polí­ti­ca de inmi­gra­ción, mili­ta­ri­zar la segu­ri­dad y pro­mo­ver un mode­lo de desa­rro­llo que pre­ten­de disua­dir la migra­ción pero que la ali­men­ta. De hecho, la pro­pues­ta del Pre­si­den­te Biden pre­vé 4.000 millo­nes de dóla­res a lo lar­go de cua­tro años, des­em­bol­sa­dos por el Depar­ta­men­to de Esta­do y la Agen­cia Esta­dou­ni­den­se para el Desa­rro­llo Inter­na­cio­nal (USAID). Un pro­gra­ma que, sin embar­go, esta­ría con­di­cio­na­do a los avan­ces en la rea­li­za­ción de obje­ti­vos apro­ba­dos por Washing­ton, como «mejo­rar la segu­ri­dad fron­te­ri­za», «infor­mar a los ciu­da­da­nos sobre los peli­gros de via­jar a la fron­te­ra sur­oes­te de EE.UU.» y «resol­ver los liti­gios rela­cio­na­dos con la con­fis­ca­ción de bie­nes inmo­bi­lia­rios de enti­da­des esta­dou­ni­den­ses». Tam­bién se vol­ca­rían impor­tan­tes recur­sos al desa­rro­llo de tec­no­lo­gía fron­te­ri­za «inte­li­gen­te» en la región y a las ope­ra­cio­nes de la Patru­lla Fron­te­ri­za (Bor­der Patrol) en Amé­ri­ca Central.

Una mues­tra de la mane­ra en que todo esto pue­de fun­cio­nar tuvo lugar pre­ci­sa­men­te cuan­do Biden tomó pose­sión de su car­go en enero de 2021. [Véa­se: Gua­te­ma­la – Vio­len­ta repre­sión poli­cial a cara­va­na de migran­tes hon­du­re­ños]

Uno de los resul­ta­dos pre­vi­si­bles de la sub­con­tra­ta­ción del con­trol de la inmi­gra­ción por par­te de Washing­ton es que el via­je de los migran­tes de Cen­troa­mé­ri­ca se ha vuel­to cada vez más caro y peli­gro­so. Como resul­ta­do, algu­nos migran­tes han comen­za­do a reu­nir­se en gran­des «cara­va­nas» públi­cas para pro­te­ger­se. Su obje­ti­vo: lle­gar a la fron­te­ra de Esta­dos Uni­dos de for­ma segu­ra, pre­sen­tar­se ante la Patru­lla Fron­te­ri­za y pedir asi­lo. A fina­les de enero de 2021, una cara­va­na de unos 7.500 hon­du­re­ños lle­gó a la fron­te­ra gua­te­mal­te­ca con la espe­ran­za de que el nue­vo pre­si­den­te en Washing­ton anu­la­ra, como lo había pro­me­ti­do, la con­tro­ver­ti­da polí­ti­ca de Trump de dejar­los vara­dos en Méxi­co y de pro­ce­der a deten­cio­nes apa­ren­te­men­te inter­mi­na­bles en cam­pa­men­tos super­po­bla­dos e inapro­pia­dos situa­dos a poca dis­tan­cia del terri­to­rio estadounidense.

No sabían que Biden, en reali­dad, con­ti­nua­ría con la polí­ti­ca de inmi­gra­ción de sus pre­de­ce­so­res hacia Méxi­co y Cen­troa­mé­ri­ca. De hecho, 2.000 poli­cías y sol­da­dos gua­te­mal­te­cos arma­dos con gases lacri­mó­ge­nos y con porras (arma­dos, entre­na­dos y apo­ya­dos por Esta­dos Uni­dos) se habían con­cen­tra­do en la fron­te­ra entre Gua­te­ma­la y Hon­du­ras para repelerlos.

Un ex fun­cio­na­rio de Trump (que Biden man­tu­vo en su pues­to) tui­teó que Gua­te­ma­la había «cum­pli­do ade­cua­da y legal­men­te con sus res­pon­sa­bi­li­da­des.» El gobierno mexi­cano ala­bó tam­bién a Gua­te­ma­la mien­tras pro­ce­día a con­cen­trar miles de sus tro­pas en su pro­pia fron­te­ra sur. Y Juan Gon­zá­lez, direc­tor del Con­se­jo de segu­ri­dad nacio­nal de Biden para el hemis­fe­rio occi­den­tal, feli­ci­tó la ges­tión que hizo Gua­te­ma­la del «flu­jo de migrantes».

A media­dos de mar­zo, el pre­si­den­te Biden vin­cu­ló al pare­cer una res­pues­ta posi­ti­va a la soli­ci­tud de Méxi­co para obte­ner una par­te de las vacu­nas exce­den­tes de Covid-19 de Washing­ton a nue­vos com­pro­mi­sos sobre la repre­sión a los migran­tes. Una de las deman­das era que Méxi­co sus­pen­die­ra sus pro­pias leyes que garan­ti­zan con­di­cio­nes de deten­ción huma­nas para las fami­lias con niños peque­ños. Nin­guno de los dos paí­ses había toma­do las dis­po­si­cio­nes nece­sa­rias para ofre­cer esas con­di­cio­nes a la gran can­ti­dad de fami­lias dete­ni­das en la fron­te­ra a prin­ci­pios de 2021. El gobierno de Biden optó por pre­sio­nar a Méxi­co para que igno­ra­ra sus pro­pias leyes y así poder depor­tar a más fami­lias de mane­ra tal de ocul­tar el pro­ble­ma a la opi­nión públi­ca estadounidense.

A fines de enero de 2021, el CISPES se sumó a una amplia coa­li­ción de orga­ni­za­cio­nes paci­fis­tas, soli­da­rias y sin­di­ca­les que pidie­ron al gobierno de Biden que recon­si­de­ra­ra sus pla­nes para Amé­ri­ca Cen­tral. «Las cri­sis cru­za­das a las que se enfren­tan millo­nes de per­so­nas en Amé­ri­ca Cen­tral son el resul­ta­do de déca­das de bru­tal repre­sión esta­tal de los movi­mien­tos demo­crá­ti­cos por par­te de los regí­me­nes de dere­cha y de la apli­ca­ción de mode­los eco­nó­mi­cos dise­ña­dos para bene­fi­ciar a los oli­gar­cas loca­les y a las empre­sas trans­na­cio­na­les», escri­be el CISPES. «Dema­sia­do a menu­do, los Esta­dos Uni­dos han sido una fuer­za deter­mi­nan­te detrás de esas polí­ti­cas que han empo­bre­ci­do a la mayo­ría de la pobla­ción y devas­ta­do el medio ambiente».

La coa­li­ción exhor­tó a Biden a recha­zar el vie­jo com­pro­mi­so de Washing­ton a favor de una segu­ri­dad mili­ta­ri­za­da y vin­cu­la­da estre­cha­men­te a la crea­ción y al for­ta­le­ci­mien­to de eco­no­mías extrac­ti­vas favo­ra­bles para los inver­so­res en Amé­ri­ca Cen­tral. «Para abor­dar los flu­jos migra­to­rios es nece­sa­rio replan­tear total­men­te la polí­ti­ca exte­rior de los Esta­dos Uni­dos», insis­tió el CISPES. A media­dos de mar­zo, el pre­si­den­te Biden no había dado nin­gu­na res­pues­ta a esta lla­ma­da, una res­pues­ta con la que no hay que con­tar dema­sia­do. His­to­ria­do­ra y ensa­yis­ta ame­ri­ca­na, (Artícu­lo publi­ca­do en Tom Dis­patch, 30 – 3‑2021)

* Avi­va Chomsky es cono­ci­da por su labor en Uni­ver­si­da­des como Har­vard o Salem Sta­te, don­de coor­di­na el pro­gra­ma dedi­ca­do a Estu­dios Lati­no­ame­ri­ca­nos. Hija del pen­sa­dor Noam Chomsky, es una des­ta­ca­da acti­vis­ta polí­ti­ca en favor de los dere­chos socia­les y se ha espe­cia­li­za­do en la his­to­ria social y eco­nó­mi­ca de varios paí­ses sud­ame­ri­ca­nos en rela­ción con la indus­tria esta­dou­ni­den­se. (Redac­ción Corres­pon­den­cia de Prensa)

A l’encontre

Tra­duc­ción de Ruben Nava­rro – Corres­pon­den­cia de Prensa

Fuen­te: Kaosenlared.

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