Esta­do Espa­ñol. Tes­ti­mo­nios con­tra la cri­mi­na­li­za­ción de los meno­res migrantes

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 6 de abril de 2021.

Can­sa­das de ver la cri­mi­na­li­za­ción y des­hu­ma­ni­za­ción con la que los medios de comu­ni­ca­ción tra­tan a los miles de meno­res extran­je­ros que han lle­ga­do al Esta­do espa­ñol huyen­do de su país de ori­gen por pobre­za, gue­rra, fal­ta de opor­tu­ni­da­des o pre­ca­ri­za­ción, des­de el colec­ti­vo Dis­tri­to 14 han ini­cia­do una cam­pa­ña para dar la voz a estos chavales.

xtran­je­ros que han lle­ga­do al Esta­do espa­ñol huyen­do de su país de ori­gen por pobre­za, gue­rra, fal­ta de opor­tu­ni­da­des o pre­ca­ri­za­ción, des­de el colec­ti­vo Dis­tri­to 14 han ini­cia­do una cam­pa­ña para dar la voz a estos chavales.

Duran­te el mes de mar­zo, en el barrio de Mora­ta­laz, han repar­ti­do pan­fle­tos con sus tes­ti­mo­nios por ins­ti­tu­tos y cen­tros de for­ma­ción pro­fe­sio­nal y han buzo­nea­do para que las veci­nas ten­gan otras visio­nes ale­ja­das de los dis­cur­sos racis­tas, que según nos cuen­tan han teni­do muy bue­na aceptación.

Sumán­do­nos a su pro­yec­to os deja­mos las his­to­rias que nues­tros nue­vos veci­nos nos quie­ren contar

“Des­de los 10 años lle­vo inten­tan­do venir a Espa­ña para tra­ba­jar y ayu­dar a mi fami­lia. Mi via­je empe­zó en Ceu­ta, deba­jo de un auto­bús. Cuan­do venía en auto­bús, murién­do­me de calor y envuel­to en el soni­do de los moto­res, lo úni­co en lo que podía pen­sar era en lle­gar a Espa­ña a la hora de la pues­ta de sol, cuan­do refres­ca, y que estu­vie­ra llo­vien­do. He vis­to de todo en esos 7 años en Marrue­cos, pero cuan­do lle­gué a Espa­ña todo era peor aún. Los chi­cos como yo no somos bien reci­bi­dos y pre­fe­ri­ría vol­ver a Marrue­cos y ven­der sar­di­nas. Echo mucho de menos a mi madre”. Tazi, 17 años.

“Salí de Cas­ti­lle­jo (Marrue­cos) en pate­ra en enero de 2019. Tar­dé vein­te horas en lle­gar a Alge­ci­ras. La poli­cía me lle­vó al cen­tro del SAMUR, don­de estu­ve cua­tro días. Des­pués me cam­bia­ron a otro cen­tro, “El Vas­co”, en Pela­yo. Tras un mes y medio allí, me esca­pé. Me encon­tré con unos chi­cos que me paga­ron un bille­te en direc­ción a Madrid; aquí tenía muchos ami­gos en el cen­tro de Hor­ta­le­za. Unas per­so­nas de Madrid avi­sa­ron a la poli­cía al ver­me, me detu­vie­ron y me tra­je­ron a la cár­cel en la que estoy aho­ra.” Moham­med, 16 años.

“Son cosas que jamás pen­sé que podría lle­gar a vivir. Mi padre nos aban­do­nó hace muchos años a mi madre, mis her­ma­nos y a mí. Mi madre luchó, tra­ba­jó, para que pudié­se­mos vivir y por eso le quie­ro devol­ver, aun­que sea un cuar­to de lo que ha hecho por noso­tros. Ella es una gran mujer y se mere­ce tener un buen hijo. […] Tuvi­mos que dor­mir en un por­tal, y la poli­cía pasa­ba pero no nos hacía nin­gún caso. Deci­di­mos hacer ton­te­rías para que nos cogie­ra y nos lle­va­se a algún cen­tro, como entrar al Mer­ca­do­na y sacar algo a la fuer­za. Pero eso tam­po­co fun­cio­nó. Les pedi­mos a gri­tos que lla­ma­sen a la poli­cía, pero no nos hacían caso.” Alaoui, 17 años.

“Era el mayor de mi fami­lia y de algu­na mane­ra me sen­tía res­pon­sa­ble. Ten­go cua­tro her­ma­nos peque­ños más estu­dian­do. Mi padre no podía con esta car­ga. […] En ese momen­to per­dí la espe­ran­za, tiré la toa­lla, espe­ra­ba que un gran tibu­rón me comie­ra en algún momen­to. Jus­to apa­re­cie­ron los Guar­da­cos­tas. […] Nun­ca pen­sé que podría robar, pero esta­ba obli­ga­do a con­se­guir dine­ro para poder coger un bille­te e irme. No esta­ba en mis pla­nes pero lle­gué a Madrid y allí me lle­va­ron a Hor­ta­le­za. Dor­mía en los pasi­llos, ni siquie­ra tenía una cama. Me tras­la­da­ron a Casa de Cam­po, y cuan­do lle­gué me di cuen­ta de que en Espa­ña no iba a encon­trar nada de lo que pen­sa­ba.” Ben­na­ni, 18 años.

“Cuan­do una per­so­na migran­te se encuen­tra indo­cu­men­ta­da, las cosas se vuel­ven mucho más difí­ci­les: vives en la clan­des­ti­ni­dad, con temor a que la poli­cía te pida los pape­les. Resul­ta prác­ti­ca­men­te impo­si­ble encon­trar un tra­ba­jo que no sea pre­ca­rio. Si uno de noso­tros se halla en situa­ción irre­gu­lar, es envia­do a los CIE (cen­tros de inter­na­mien­to de extran­je­ros), que son como cár­ce­les en muy malas con­di­cio­nes. […] Veni­mos a ganar­nos la vida y, gene­ral­men­te, rea­li­za­mos tra­ba­jos que los espa­ño­les no quie­ren. A menu­do, la poli­cía nos detie­ne por las calles para pedir­nos la docu­men­ta­ción, aun­que no este­mos hacien­do nada en par­ti­cu­lar, como si fué­ra­mos delin­cuen­tes. Pero pue­do afir­mar que los migran­tes afri­ca­nos veni­mos lle­nos de sue­ños, ilu­sio­nes y, sobre todo, en bus­ca de una vida mejor.” Jimmy, 22 años.

“[…] Al ter­cer día, uno de los chi­cos, Ibrahim, dijo que no podía más. Tuvi­mos que ente­rrar­le en la are­na y seguir el camino. No lo olvi­da­ré nun­ca. […] Inten­té cru­zar tres veces a Meli­lla. La pri­me­ra vez que lle­gué a la valla, se me cayó el alma a los pies. Había una doble valla de 6 metros, con pin­chos y alam­bres, para impe­dir que ven­gan los pobres. […] Ven­go de un país en el que todos – todos – los días salen made­ras, petró­leos y recur­sos en direc­ción a Euro­pa, sin nin­gún tipo de con­trol. Des­pués de vivir este via­je y atra­ve­sar tan­tas barre­ras, me di cuen­ta de que las mer­can­cías eran más impor­tan­tes que yo.” Sani, 28 años.

Fuen­te: Todo por Hacer, Kao­sen­la­red.



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