Eco­lo­gía Social. Cómo las cor­po­ra­cio­nes com­pran «cien­cia» para con­fun­dir al públi­co estadounidense

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de abril de 2021.

Cuan­do los pro­fe­sio­na­les médi­cos y los inves­ti­ga­do­res cien­tí­fi­cos publi­can en una revis­ta o pres­tan su nom­bre para res­pal­dar una teo­ría basa­da en la cien­cia, nor­mal­men­te no pen­sa­ría­mos dos veces en sus intenciones.

Des­pués de todo, es pro­ba­ble que hayan entra­do en su cam­po para mar­car la dife­ren­cia, hayan sopor­ta­do años de edu­ca­ción y a estas altu­ras, sin duda algu­na, ten­gan la expe­rien­cia y el cono­ci­mien­to para res­pal­dar sus hallazgos.

Si bien la mayo­ría de los cien­tí­fi­cos tien­den a ser hones­tos, hay un lado más oscu­ro en el mun­do de la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca, uno en el que las cor­po­ra­cio­nes com­pran “cien­cia” para ter­gi­ver­sar la ver­dad y apo­yar sus des­pre­cia­bles agendas.

El dine­ro habla y tie­ne una mane­ra de con­ven­cer a los pro­fe­sio­na­les médi­cos y cien­tí­fi­cos para que impul­sen «hechos» que no sir­ven para el bien común y todo para res­pal­dar a las empre­sas con brú­ju­la moral rota.

Cómo los cien­tí­fi­cos se con­vier­ten en exper­tos en la mani­pu­la­ción de la ciencia

Antes de la Segun­da Gue­rra Mun­dial el mun­do de la cien­cia era rela­ti­va­men­te peque­ño, había apro­xi­ma­da­men­te 200.000 cien­tí­fi­cos esta­dou­ni­den­ses y alre­de­dor de 70 millo­nes de dóla­res en dine­ro fede­ral, en 1940.

En la actua­li­dad, a medi­da que el núme­ro de cien­tí­fi­cos se ha dis­pa­ra­do a millo­nes y la can­ti­dad de dine­ro dis­po­ni­ble ha aumen­ta­do a miles de millo­nes, uno pen­sa­ría que hay fon­dos sufi­cien­tes para todos, pero ese, sim­ple­men­te, no es el caso.

La Uni­ver­si­dad de Bos­ton publi­có una serie, de cua­tro par­tes, que ana­li­za la inves­ti­ga­ción finan­cia­da por el Gobierno y quién paga la factura.

Decla­ran ine­quí­vo­ca­men­te que «los recor­tes en los fon­dos fede­ra­les para la inves­ti­ga­ción, ame­na­zan con des­ace­le­rar el rit­mo del pro­gre­so científico».

Un artícu­lo, de NPR, des­cri­be los auges y caí­das de la finan­cia­ción en lo que res­pec­ta a la cien­cia en los EE.UU. y atri­bu­ye gran par­te de ella a los Ins­ti­tu­tos Nacio­na­les de Salud (NIH).

El pre­su­pues­to de los NIH aumen­tó de mane­ra cons­tan­te entre 1998 y 2003, pero lue­go dis­mi­nu­yó en más del 20 por cien­to en 2004. 

Hubo un aumen­to en 2009 y 2010 de los fon­dos de estí­mu­lo y lue­go las cosas vol­vie­ron a ir cues­ta abajo.

Los cien­tí­fi­cos depen­den de este dine­ro para admi­nis­trar sus labo­ra­to­rios y sin él los pro­yec­tos colap­san y la gen­te pier­de sus trabajos.

«Las úni­cas per­so­nas que pue­den sobre­vi­vir en este entorno son las per­so­nas que sien­ten una pasión abso­lu­ta por lo que están hacien­do y que tie­nen la con­fian­za en sí mis­mas y en la com­pe­ti­ti­vi­dad para vol­ver, una y otra vez, y soli­ci­tar fon­dos cons­tan­te­men­te», dijo Robert Water­land, un pro­fe­sor aso­cia­do en el «Bay­lor Colle­ge of Medicine».

Apro­ve­chan­do el cono­ci­mien­to de que muchos cien­tí­fi­cos care­cen de fon­dos, las cor­po­ra­cio­nes, con el tiem­po, han podi­do abrir­se camino en aso­cia­cio­nes basa­das en la des­ho­nes­ti­dad y el engaño.

Los cien­tí­fi­cos obtie­nen dine­ro en efec­ti­vo para su tra­ba­jo (o sim­ple­men­te en sus cuen­tas ban­ca­rias per­so­na­les) y las empre­sas pue­den pro­mo­cio­nar públi­ca­men­te el res­pal­do cien­tí­fi­co detrás de sus afirmaciones.

Pare­ce mucho para todos los invo­lu­cra­dos, pero para el res­to del mun­do qui­ta cre­di­bi­li­dad a los hallaz­gos cien­tí­fi­cos reales y obli­ga al públi­co a cues­tio­nar todas las esta­dís­ti­cas, infor­mes o des­cu­bri­mien­tos que encuentran.

Men­ti­ras cien­tí­fi­cas con­ta­das en nom­bre de las ganan­cias cor­po­ra­ti­vas y de la codicia

Los extre­mos a lo que algu­nas empre­sas lle­gan para ganar dine­ro, pue­den sor­pren­der a algu­nas per­so­nas. Otras, sin embar­go, han esta­do oyen­do sobre estos inci­den­tes duran­te años.

Duran­te el año que tra­ba­jó para The New Yor­ker, en 1993, el res­pe­ta­do perio­dis­ta bri­tá­ni­co Ale­xan­der Chan­ce­llor escri­bió un artícu­lo con el sub­tí­tu­lo: “Detrás de cada inves­ti­ga­ción médi­ca, apa­ren­te­men­te inú­til, se escon­de algún inte­rés comer­cial creado”.

Cues­tio­nó la inves­ti­ga­ción publi­ca­da esa sema­na en el Jour­nal of the Ame­ri­can Medi­cal Asso­cia­tion, que pare­cía con­fir­mar la afir­ma­ción de que los hom­bres meno­res de 55 años que sufren de cal­vi­cie de coro­ni­lla corren un ries­go inusual­men­te alto de enfer­me­dad cardíaca.

El Jour­nal pre­ten­día que cuan­to más cal­vo se era mayor era el ries­go, e inclu­so publi­có una tabla de 24 dibu­jos nume­ra­dos para mos­trar dife­ren­tes tipos de pér­di­da del cabello.

Chan­ce­llor se pre­gun­tó que qué haría que alguien qui­sie­ra embar­car­se «en una inves­ti­ga­ción tan extra­ña y apa­ren­te­men­te inútil».

Encon­tró su res­pues­ta no en quien reali­zó la inves­ti­ga­ción (la Escue­la de Salud Públi­ca de la Uni­ver­si­dad de Bos­ton), sino en quién la pagó: «The Upjohn Com­pany», de Kala­ma­zoo, Michigan.

El nom­bre de la empre­sa, «Upjohn» pue­de no ser reco­no­ci­ble de inme­dia­to, pero «Rogai­ne», el pro­duc­to que ven­den, sí lo es.

«Rogai­ne», el pro­duc­to fabri­ca­do, es la mar­ca de un esti­mu­lan­te del cre­ci­mien­to del cabe­llo lla­ma­do «mino­xi­dil».

«Por deba­jo del radar» «Upjohn Com­pany» ha obte­ni­do 3.700 millo­nes de dóla­res en ven­tas anuales

New York Times escri­bió, que ««Upjohn» esta­ba preo­cu­pa­da por la posi­bi­li­dad de infor­mes de efec­tos adver­sos, como los ata­ques car­día­cos, entre los usua­rios del «mino­xi­dil» y lue­go deter­mi­nar si tales pro­ble­mas car­día­cos refle­ja­ban el uso del medi­ca­men­to o un fac­tor de ries­go general».

Sin embar­go este pro­ble­ma no se limi­ta solo a las empre­sas que inten­tan ven­der esti­mu­lan­tes del cre­ci­mien­to del cabello.

La corrup­ción en la cien­cia se ha fil­tra­do a algu­nos de los pro­ble­mas más impor­tan­tes de nues­tro tiem­po: el calen­ta­mien­to glo­bal, el taba­co y el asbes­to.

Las empre­sas que ganan dine­ro con sus­tan­cias peli­gro­sas hacen todo lo posi­ble para ges­tio­nar la mala publi­ci­dad y crear giros de rela­cio­nes públi­cas que tie­nen como obje­ti­vo cam­biar la con­ver­sa­ción o al menos crear dudas en la men­te del público.

En la pelí­cu­la Mer­ca­de­res de la Duda, basa­da en el libro del mis­mo nom­bre, se nos ofre­ce una mira­da a la reali­dad de los exper­tos paga­dos por empre­sas y apren­de­mos por qué el públi­co está tan abier­to a creer en ellos.

“Vemos que este [movi­mien­to de la duda] sur­ge del taba­co. Duran­te 50 años la gen­te pudo crear dudas don­de no la había”, dijo Robert Ken­ner, direc­tor de la pelí­cu­la. «Fue­ron un tan­to magis­tra­les en eso».

Ken­ner habló con Peter Spar­ber, quien fue vice­pre­si­den­te del «Ins­ti­tu­to del Taba­co» en la déca­da de los años 1980. 

Spar­ber se enor­gu­lle­cía de su capa­ci­dad para crear dudas, citan­do la «inves­ti­ga­ción» rea­li­za­da por cien­tí­fi­cos que habían sido contratados.

Se cita a Sparber:

“Ayu­dó a ralen­ti­zar la legis­la­ción con un ciga­rri­llo de com­bus­tión lenta. 

Pudo con­ven­cer a la gen­te de que no eran los ciga­rri­llos los que pro­vo­ca­ban incen­dios en las casas sino los sofás. 

Pudo hacer una ley que requie­re que se colo­quen pro­duc­tos quí­mi­cos en estos sofás. Resul­tó que no pre­vió los incen­dios y tam­bién que cau­sa­ron cáncer».

Ken­ner tam­bién cul­pa a los medios de comu­ni­ca­ción de pro­por­cio­nar una pla­ta­for­ma para que los cien­tí­fi­cos paga­dos creen dudas y retra­sen el cambio.

Muchos medios de comu­ni­ca­ción y pro­gra­mas de entre­vis­tas per­mi­ten a los exper­tos com­par­tir sus opi­nio­nes, lo que con­fun­de al públi­co y crea escepticismo.

Víc­ti­mas del meso­te­lio­ma ata­ca­das por «batas blan­cas alquiladas»

En «Scien­ce for Sale» (Cien­cia en ven­ta), una serie de inves­ti­ga­ción recien­te, de cua­tro par­tes, publi­ca­da con­jun­ta­men­te por «VICE News» y el «Cen­ter for Public Inte­grity», se nos brin­da una mira­da más cer­ca­na a la cre­cien­te influen­cia de la inves­ti­ga­ción res­pal­da­da por la indus­tria, espe­cial­men­te cuan­do se tra­ta de asbes­to y meso­te­lio­ma

El meso­te­lio­ma es una for­ma rara de cán­cer cau­sa­do direc­ta­men­te por la expo­si­ción al amianto.

La pri­me­ra par­te de la serie, «Conoz­ca a los “batas blan­cas alqui­la­das” que defien­den los pro­duc­tos quí­mi­cos tóxi­cos”, ofre­ce una visión inter­na de la men­ta­li­dad de las per­so­nas y empre­sas que inten­tan pac­tar cien­cia comprada.

Evan Nel­son, un abo­ga­do defen­sor cor­po­ra­ti­vo de las com­pa­ñías del asbes­to, ideó una teo­ría cien­tí­fi­ca que podría usar para ganar las deman­das por amian­to.

Esta­ba frus­tra­do con el argu­men­to de que el asbes­to es la úni­ca cau­sa cono­ci­da del meso­te­lio­ma, por lo que miró algu­nas revis­tas cien­tí­fi­cas y deci­dió que el taba­co tam­bién podría ser una causa.

Nel­son envió un correo elec­tró­ni­co a Peter Val­berg, un expro­fe­sor de la Escue­la de Salud Públi­ca de Har­vard y direc­tor actual de la empre­sa con­sul­to­ra ambien­tal «Gra­dient Cor­po­ra­tion», y le dijo que que­ría cola­bo­rar con él para publi­car «varios artícu­los cla­ve y revo­lu­cio­na­rios», que vin­cu­lan las par­tí­cu­las radiac­ti­vas en el humo del ciga­rri­llo para evi­den­ciar que las per­so­nas expues­tas a la radia­ción tenían tasas más altas de mesotelioma.

El artícu­lo, sin embar­go, seña­la un pro­ble­ma obvio con el suso­di­cho «cien­tí­fi­co» de Nelson:

«Los inves­ti­ga­do­res duran­te déca­das han ana­li­za­do exhaus­ti­va­men­te los datos sobre la salud de cien­tos de miles de fumadores.

Des­de 1964 el Ciru­jano Gene­ral de EE.UU. ha resu­mi­do los hallaz­gos de un estu­dio tras otro, nin­guno de los cua­les mues­tra evi­den­cia de que el taba­co cau­se mesotelioma».

Sin embar­go ese hecho no detu­vo a Nel­son y Valberg.

En cam­bio Val­berg dijo que encon­tra­ba la teo­ría de Nel­son «muy intri­gan­te» y que esta­ba dis­pues­to a com­par­tir­la en revis­tas revi­sa­das por pares.

Acep­tó escri­bir el pri­me­ro de tres artícu­los, ofre­cien­do a Nel­son un des­cuen­to del 10 por cien­to, y tam­bién dijo que adop­ta­ría la teo­ría de Nel­son como tes­ti­go exper­to en jui­cios con­tra víc­ti­mas del mesotelioma.

La des­ho­nes­ti­dad de Nel­son final­men­te se des­cu­brió y per­dió su trabajo. 

Hoy en día inclu­so se reco­no­ce que la cien­cia uti­li­za­da en las deman­das por asbes­to pue­de no ser confiable.

«De algu­na mane­ra me ale­gro de haber sali­do del liti­gio del asbes­to, por­que creo que hay mucha corrup­ción en él», dijo Nelson.

«He escu­cha­do a otros abo­ga­dos decir a los exper­tos ‘Esta es la opi­nión que me gus­ta­ría que tuvieras’».

El sufri­mien­to de las víc­ti­mas del meso­te­lio­ma se debe al hecho de que las cor­po­ra­cio­nes cono­cían los peli­gros del asbes­to hace déca­das pero ocul­ta­ron la infor­ma­ción al públi­co en general. 

Es imper­do­na­ble que, inclu­so aho­ra, tra­ba­jen tan duro para crear dudas y retra­sar la indem­ni­za­ción de las víc­ti­mas com­pran­do «cien­cia» para satis­fa­cer sus necesidades.

La com­pra de cien­cia debe detenerse

En 2015 el «Pew Research Cen­ter» com­par­tió los resul­ta­dos de una encues­ta que encon­tró que el 79% de los adul­tos dicen que la cien­cia ha faci­li­ta­do la vida a la mayo­ría de las per­so­nas y que la mayo­ría es posi­ti­va sobre el impac­to de la cien­cia en la cali­dad de la aten­ción médi­ca, los ali­men­tos y el medio ambiente.

Sin embar­go tam­bién mos­tró que muchas per­so­nas están dan­do un paso ade­lan­te para cues­tio­nar la cien­cia, espe­cial­men­te con cier­tos temas can­den­tes como los OGM (orga­nis­mos gené­ti­ca­men­te modi­fi­ca­dos) y el cam­bio climático.

Debe­mos con­ti­nuar con ese cues­tio­na­mien­to mien­tras tam­bién apren­de­mos a detec­tar hallaz­gos cien­tí­fi­cos incom­ple­tos res­pal­da­dos por patro­ci­na­do­res corporativos.

Al denun­ciar estas tác­ti­cas des­ho­nes­tas esta­mos dicien­do a las cor­po­ra­cio­nes y a los cien­tí­fi­cos con­tra­ta­dos que sabe­mos lo que están hacien­do y que no está bien.

Tra­duc­tor: Fran­cis­co Báez Baquet (lacuentadelpaco@​hotmail.​com.)

Fuen­te: https://​www​.soko​lo​ve​law​.com/​b​l​o​g​/​c​o​r​p​o​r​a​t​i​o​n​s​-​b​u​y​-​s​c​i​e​n​c​e​-​1​6​0​51/, Rebe­lión.

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