Perú. Angus­tia, deu­das y esta­fas: la asfi­xian­te bús­que­da de oxígeno

Rosa Chá­vez Yaci­la /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de mar­zo de 2021

Todos los días, miles de per­so­nas reco­rren dis­tin­tas regio­nes del país en bus­ca de oxí­geno para sus fami­lia­res enfer­mos. En medio de la esca­sez, sobre­pre­cios, enga­ños, reven­tas y lar­gas colas recu­rren, angus­tia­dos, a dis­tin­tas alter­na­ti­vas para con­se­guir el insu­mo. A muchos los esta­fan, les piden trans­fe­ren­cias por ade­lan­ta­do o pago en efec­ti­vo. Ojo­Pú­bli­co reco­gió algu­nos de sus tes­ti­mo­nios sobre esta bús­que­da deses­pe­ra­da en medio de la agre­si­va segun­da ola de con­ta­gios y el colap­so de hospitales.

Hace unos días, a la mamá de Frid­da Val­di­via le die­ron solo dos horas de vida. Conec­ta­da a un balón de oxí­geno las 24 horas, la satu­ra­ción de la seño­ra Kari­na, una ope­ra­do­ra de call cen­ter de 45 años con obe­si­dad, esta­ba muy por deba­jo de los lími­tes alar­man­tes. A pesar de con­su­mir cin­co de los balo­nes más gran­des ‑los de 10 m³- al día y 15 litros de oxí­geno por minu­to ‑uno de los nive­les más altos‑, ella ape­nas podía res­pi­rar. Alar­ma­da, Frid­da lla­mó a una ambu­lan­cia de EsSa­lud. A las horas, el médi­co que lle­gó a exa­mi­nar a la mujer, la desahu­ció. “No sé cómo mi mamá sigue viva, ni cuán­to más pue­da aguan­tar”, dice la joven ama de casa de 24 años, des­de el dis­tri­to de Lin­ce, en Lima. “Lo que más nece­si­ta es oxí­geno, pero no encon­tra­mos por nin­gún lado, estoy desesperada”. 

La his­to­ria de Frid­da Val­di­via es simi­lar a tan­tos otros perua­nos y perua­nas que, ante el colap­so de los hos­pi­ta­les y la fal­ta de camas en las Uni­da­des de Cui­da­dos Inten­si­vos (UCI), se ven obli­ga­dos o pre­fie­ren ‑como quien deci­de arro­jar­se al mal menor- tra­tar a sus enfer­mos en casa. 

En muchos de estos casos, don­de es indis­pen­sa­ble la oxi­ge­no­te­ra­pia –la Orga­ni­za­ción Mun­dial de la Salud esti­ma que uno de cada diez pacien­tes con Covid-19 nece­si­ta­rá oxí­geno-, la bús­que­da de este insu­mo se ha vuel­to una segui­di­lla de obs­tácu­los des­agra­da­bles: debi­do a su preo­cu­pan­te esca­sez en el país ‑hace un par de sema­nas el Gobierno anun­ció que había un défi­cit de 110 tone­la­das al día– los fami­lia­res de los enfer­mos deben enfren­tar sobre­pre­cios, esta­fas, reven­tas y colas inter­mi­na­bles afue­ra de las dis­tri­bui­do­ras y las plan­tas de producción. 

En Perú, la vida de miles de per­so­nas enfer­mas con el virus depen­de del dine­ro y el azar: solo si te lle­ga la suer­te podrás encon­trar el coti­za­do oxí­geno y, solo si reúnes el dine­ro sufi­cien­te, podrás comprarlo. 

En cuan­to a Frid­da, ella ya lo ha hecho casi todo. Duran­te la segun­da sema­na de febre­ro, cuan­do se ente­ró que su abue­lo y su madre esta­ban empeo­ran­do, via­jó des­de Chi­cla­yo con su peque­ña hija de dos años, escon­di­das en la cabi­na de un camión de car­ga de camo­tes, has­ta Lima. Lue­go, con la ayu­da de ami­gos, fami­lia­res y otras per­so­nas, logró com­prar un con­cen­tra­dor de oxí­geno a más de 10 mil soles. Pero, a los pocos días, el apa­ra­to dejó de ser sufi­cien­te. Enton­ces, ella y su fami­lia empe­za­ron a per­se­guir los codi­cia­dos balo­nes y recargas.

“Hemos reco­rri­do todas las plan­tas, pero la recar­ga está lis­ta en tres o cua­tro días, espe­rar tan­to es impo­si­ble”, dice la joven mien­tras che­quea una vez más la satu­ra­ción de su mamá. El últi­mo jue­ves lle­ga­ron a gas­tar, solo en un día, más de 8 mil soles entre balo­nes y recar­gas que encuen­tran por refe­ren­cias o en las redes sociales.

LO QUE MÁS NECESITA ES OXÍGENO, PERO NO ENCONTRAMOS POR NINGÚN LADO, ESTOY DESESPERADA”.

Sin embar­go, el ali­vio que Frid­da sien­te cuan­do encuen­tra algo de oxí­geno es rápi­da­men­te sus­ti­tui­do por la inquie­tud que le pro­vo­ca pen­sar cómo con­se­gui­rá más. Esta situa­ción extre­ma la ha reves­ti­do de una suer­te de resig­na­ción y ente­re­za: “Mi her­mano de sie­te años, con sín­dro­me de Down, pien­sa que mi mamá solo está dor­mi­da ‑dice-. Yo sé que en cual­quier momen­to ella se nos pue­de morir, por eso no quie­ro sepa­rar­me de ellos”*.

Oxímetro
AL LÍMITE. Con la satu­ra­ción al 45% la madre de Frid­da debe ingre­sar a una UCI cuan­to antes. 
Foto: Archi­vo personal

La sel­va de la oxigenoterapia

Perú es uno de los paí­ses con más muer­tes por Covid-19 y tam­bién un lugar don­de las caren­cias y la corrup­ción, en sus nue­vas moda­li­da­des pan­dé­mi­cas, han embes­ti­do como otra pes­te más. 

Hace unas sema­nas, el Gobierno anun­ció que la deman­da de oxí­geno medi­ci­nal había aumen­ta­do en un 300% debi­do al nue­vo coro­na­vi­rus. Si bien es cier­to que en los últi­mos días se han con­cre­ta­do nue­vas dona­cio­nes e impor­ta­cio­nes, las can­ti­da­des son insu­fi­cien­tes y aún hay una bre­cha gran­de que cubrir. Este entram­pa­mien­to no es exclu­si­vo de los perua­nos. En Lati­noa­mé­ri­ca, otros paí­ses como Bra­sil y Méxi­co enfren­tan difi­cul­ta­des similares.

Ana Lucía Farro, una asis­ten­te de már­ke­ting de 28 años, dice que ella se dio cuen­ta del pro­ble­ma a media­dos del año pasa­do. Enton­ces, su mamá, una enfer­me­ra que atien­de casos de Covid-19, y su her­mano menor se con­ta­gia­ron del virus, pero con esfuer­zo sana­ron. En cam­bio, un gru­po de fami­lia­res cer­ca­nos, tíos y tías muy que­ri­dos, no resis­tie­ron el emba­te del virus y murie­ron sin poder res­pi­rar. Des­de ese momen­to, la joven lo supo. “No había oxí­geno sufi­cien­te y la gen­te lo esta­ba sufrien­do ‑cuen­ta des­de su casa, en el dis­tri­to lime­ño de Cho­rri­llos-. Y yo no enten­día por qué los medios no esta­ban aler­tán­do­nos de eso”. 

EL ACCESO AL OXÍGENO ES CRUCIAL EN EL DERECHO A LA SALUD SEGÚN EL MARCO INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS.

Rosa no se equi­vo­ca­ba: en la pri­me­ra ola de la enfer­me­dad, se publi­có el Decre­to de Urgen­cia Nº 066‑2020, que esta­ble­cía una serie de medi­das extra­or­di­na­rias para incre­men­tar la pro­duc­ción y el acce­so al oxí­geno medi­ci­nal. Ade­más, algu­nas enti­da­des como la Defen­so­ría del Pue­blo habían aBalón oxígeno 1dver­ti­do sobre la esca­sez de este producto. 

“Al ser el oxí­geno medi­ci­nal un medi­ca­men­to, su acce­so for­ma par­te del con­te­ni­do esen­cial del dere­cho a la salud y, por ende, ingre­sa en la esfe­ra de las obli­ga­cio­nes de garan­tía y pro­tec­ción por par­te del Esta­do peruano”, decía la Defen­so­ría en un infor­me. El acce­so a los medi­ca­men­tos esen­cia­les, des­ta­ca­ba en junio de 2020, es cru­cial en el dere­cho a la salud, según el mar­co inter­na­cio­nal de los dere­chos huma­nos. Enton­ces, la evi­den­cia ya era con­tun­den­te: había que pro­veer­nos de oxí­geno o todo empeoraría. 

Varios meses des­pués de aquel anti­ci­po, en ple­na segun­da ola, la fami­lia de Ana Lucía vol­vió a enfer­mar. Hace ape­nas dos sema­nas falle­ció un tío materno más. Y, aho­ra, su tío Jor­ge ‑el más joven, depor­tis­ta y entu­sias­ta de los her­ma­nos- está conec­ta­do a un balón de oxí­geno en su casa.

“Hemos lle­ga­do a reu­nir ocho balo­nes, pero es muy difí­cil con­se­guir las recar­gas”, cuen­ta Ana Lucía. Su fami­lia ha inten­ta­do encon­trar oxí­geno por todas las moda­li­da­des: recar­ga gra­tui­ta, recar­ga paga­da (des­de 1.200 soles), inter­cam­bio de balón vacío por balón lleno (entre 1.900 y 2.300 soles), balón lleno con kit com­ple­to (entre 3.500 a 3.800 soles), balón lleno con entre­ga inme­dia­ta (entre 4.500 y 4.800 soles). “Es como poner­le pre­cio a la res­pi­ra­ción, a la vida, de tu ser que­ri­do”, reniega. 

Ade­más, están los inten­tos de esta­fas, que abun­dan. Hay quie­nes le han pedi­do trans­fe­ren­cias por ade­lan­ta­do o le exi­gie­ron el pago per­so­nal­men­te y en efec­ti­vo. Un día, Ana Lucía estu­vo a pun­to de com­prar un con­cen­tra­dor de oxí­geno, a 11 mil soles y a un des­co­no­ci­do, en ple­na Cos­ta Ver­de. Pero el hom­bre ‑la joven pien­sa que tuvo suer­te- nun­ca apa­re­ció. “Si al menos hubie­ra una volun­tad míni­ma del Gobierno para sis­te­ma­ti­zar la infor­ma­ción útil sobre dón­de con­se­guir oxí­geno…”, dice. 

Al res­pec­to, la adjun­ta para la Admi­nis­tra­ción Esta­tal de la Defen­so­ría del Pue­blo, Ali­cia Aban­to Caba­ni­llas, le dijo a Ojo­Pú­bli­co: “el Esta­do debe­ría poder ofre­cer infor­ma­ción cla­ra sobre los ope­ra­do­res for­ma­les que ven­den y dis­tri­bu­yen oxí­geno medi­ci­nal. Ese regis­tro no exis­te y podría ser un pri­mer pun­to de par­ti­da para mejo­rar la situación”.

En medio de este con­tex­to caó­ti­co y angus­tian­te, Ana Lucía Farro sabe que en cual­quier momen­to podría tomar deci­sio­nes que algu­nos cali­fi­ca­rían como cues­tio­na­bles. Un día, cuan­do fue a bus­car oxí­geno a una plan­ta de Villa El Sal­va­dor, estu­vo a pun­to de com­prar balo­nes car­ga­dos a los reven­de­do­res y pagar a quie­nes ofre­cen los pri­me­ros sitios de la cola. “Lle­gas a un pun­to en el que, por la deses­pe­ra­ción, te con­vier­tes tam­bién en par­te de esta sel­va ‑dice-. Solo pien­sas en que debes con­se­guir el oxí­geno como sea, o tu fami­liar se te va”. 

Hospital en casa
OPCIONES. Con balo­nes, con­cen­tra­do­res y medi­ci­nas las fami­lias arman habi­ta­cio­nes médi­cas en sus casas. 
Foto: Archi­vo personal

De casa al hos­pi­tal no siem­pre hay salvación

Rosa**, una comu­ni­ca­do­ra de 33 años, y su fami­lia solo pudie­ron sopor­tar la tor­tu­ra detrás del oxí­geno por tres días. Hace dos sema­nas, en casa de su abue­la cin­co de las 14 per­so­nas que viven allí die­ron posi­ti­vos a la Covid-19. Entre ellos esta­ba la matriar­ca de la fami­lia, de 100 años, y sus hijos, de más de 60. Rosa pen­só que no lo superarían.

Pero casi todos, inclui­da la abue­la, se están repo­nien­do. La úni­ca excep­ción es una de sus tías. Ella ‑65 años,Balón oxígeno 2 ven­de­do­ra de comi­da en un mer­ca­do de San Juan de Luri­gan­cho- fue la úni­ca que ha nece­si­ta­do de oxi­ge­no­te­ra­pia y su vida aún corre peligro. 

Al comien­zo deci­die­ron tra­tar­la en casa. Pero tan­tas visi­tas a plan­tas, pre­gun­tas por Inter­net, lla­ma­das y chats, pagos exor­bi­tan­tes y segui­dos hicie­ron que la fami­lia sucum­bie­ra rápi­da­men­te ante la bús­que­da de oxí­geno. “Fue una pesa­di­lla, una pesa­di­lla”, dice des­de el dis­tri­to más pobla­do de Lima. “Real­men­te vivi­mos una situa­ción de estrés inima­gi­na­ble, y vimos que no era sos­te­ni­ble ‑con­ti­núa-. No tenía­mos la capa­ci­dad eco­nó­mi­ca, ni logís­ti­ca para seguir con algo así”. 

Al fin, al ter­cer día, la tía pudo ingre­sar al Hos­pi­tal Eduar­do Reba­glia­ti. Gra­cias a un con­tac­to den­tro del cen­tro de salud, pue­den hacer video­lla­ma­das con su tía más de una vez al día. Aun­que la preo­cu­pa­ción no ha ter­mi­na­do para nadie: “ella nece­si­ta una cama UCI, pero toda­vía no la con­si­gue”, dice Rosa. 

De acuer­do a los repor­tes de la Super­in­ten­den­cia Nacio­nal de Salud (SuSa­lud), para el 27 de febre­ro, en Lima solo habían 9 camas UCI dis­po­ni­bles, y en todo el Perú, ape­nas 139. La situa­ción con el oxí­geno no era menos crí­ti­ca. Esta mis­ma ins­ti­tu­ción repor­ta que, cada día, al menos 10 hos­pi­ta­les no tie­nen oxí­geno y otros 20 se que­da­rán des­abas­te­ci­dos en 24 horas. No solo se sien­te como una carre­ra con­tra el tiem­po, sino como un gol­pe con­tra la vida, la tran­qui­li­dad y los pro­yec­tos de muchí­si­mas personas. 

Esa sen­sa­ción de vivir al filo del abis­mo ha incen­ti­va­do, por ejem­plo, que las fami­lias recu­rran al uso de los con­cen­tra­do­res de oxí­geno. Se tra­ta de unos arte­fac­tos que no con­tie­nen oxí­geno com­pri­mi­do, sino que fil­tran y extraen el oxí­geno del medioam­bien­te, y se pue­den emplear en casos mode­ra­dosDebi­do al aumen­to exor­bi­tan­te de sus pre­cios, el Gobierno tomó como medi­da excep­cio­nal la rápi­da auto­ri­za­ción para la impor­ta­ción de estos con­cen­tra­do­res. Has­ta el momen­to, según infor­mó a Ojo­Pú­bli­co la Direc­ción Gene­ral de Medi­ca­men­tos, Insu­mos y Dro­gas (Dige­mid), se ha auto­ri­za­do la impor­ta­ción de 290 equi­pos para per­so­nas naturales.

FUE UNA PESADILLA, VIVIMOS UNA SITUACIÓN DE ESTRÉS INIMAGINABLE QUE NO ERA SOSTENIBLE».

El trán­si­to de la casa al hos­pi­tal tam­bién lo ha vivi­do la comu­ni­ca­do­ra Leny Vil­ca. A pesar de este pano­ra­ma inti­mi­dan­te, la joven de 28 años no qui­so que su mamá reci­ba oxí­geno en casa. Su abue­la, tam­bién con­ta­gia­da con Covid-19, había esta­do resis­tien­do la enfer­me­dad con balo­nes y con­cen­tra­do­res, pero el esfuer­zo para encon­trar el medi­ca­men­to tenía a la fami­lia atra­pa­da entre el terror y el desfalco. 

Leny no que­ría atra­ve­sar lo mis­mo con su madre, doña Ber­ta, una comer­cian­te de 59 años. Por eso, con 93% de satu­ra­ción y anti­ci­pan­do una des­gra­cia, eli­gió lle­var­la a un hospital. 

El 9 de febre­ro, Leny Val­di­via dejó a la seño­ra Ber­ta inter­na­da en la zona del hos­pi­tal cono­ci­da como “la car­pa”. Lo logró tras parar­se en la puer­ta de la Villa Pan­ame­ri­ca­na y rogar­le al vigi­lan­te que por favor las deje pasar. Des­de enton­ces, ya han trans­cu­rri­do alre­de­dor de 20 días. 

“Yo sé que el per­so­nal médi­co de allí es bueno y ama­ble, pero no tie­nen los recur­sos sufi­cien­tes para aten­der a tan­tos pacien­tes, mucho menos a los más gra­ves”, cuen­ta Leny con la voz tem­blo­ro­sa. Hace unas cuan­tas horas, un doc­tor la lla­mó para decir­le que su madre había agra­va­do y nece­si­ta­ba pasar a UCI. “Ella reci­be 15 litros de oxí­geno por minu­to, pero en su caso ya no es sufi­cien­te, nece­si­ta más”, dice la joven.

Leny ofre­ció lle­var oxí­geno por su cuen­ta, pero el médi­co le res­pon­dió que por pro­to­co­lo no pue­den acep­tar­lo. Enton­ces, incon­so­la­ble, expu­so su caso en redes socia­les y logró que EsSa­lud se con­tac­te con ella. Mien­tras tan­to, solo le que­da con­fiar en que su mamá avan­za­rá de posi­ción en la lis­ta de espe­ra, antes que cual­quie­ra de los otros pacien­tes de la carpa. 

La cola infinita

Des­de hace más de dos sema­nas, José Luis Con­de­so ‑un comer­cian­te robus­to, cua­ren­tón y de piel tos­ta­da- se ha vuel­to un espe­cia­lis­ta en hacer colas para recar­gar balo­nes de oxí­geno. Has­ta aho­ra, ha hecho fila en la plan­ta de Oxí­geno Para la Vida, en San Juan de Luri­gan­cho; en la dis­tri­bui­do­ra Crio­gas, del Callao, y en la plan­ta Mar­tín, en Villa El Sal­va­dor. “He vis­to tan­tas cosas en estos días”, dice, bajo el sol abra­san­te del verano. 

Duran­te la pan­de­mia, la espe­ra se ha con­ver­ti­do en el ejer­ci­cio mar­ti­ri­zan­te más común y las colas son su sím­bo­lo por exce­len­cia. La gen­te haces filas y aguar­da para rea­li­zar­se las prue­bas mole­cu­la­res, para que las líneas y chats de emer­gen­cia atien­dan, para inter­nar­se en los hos­pi­ta­les. Para las visi­tas médi­cas a domi­ci­lio, para con­se­guir una ambu­lan­cia, para reci­bir medi­ca­men­tos. Hay colas y espe­ra en las salas de emer­gen­cia, afue­ra de los hos­pi­ta­les y en las plan­tas y dis­tri­bui­do­ras de oxígeno. 

José Luis Condeso
RESISTENCIA. José Luis Con­de­so lle­va espe­ran­do más de una sema­na para recar­gar un balón de oxí­geno para su padre.
Foto: Ojo­Pú­bli­co

El tiem­po que toma entre­gar un balón vacío en una plan­ta o dis­tri­bui­do­ra, en el mejor de los casos, pue­de ser día. Así pasó la pri­me­ra vez que José Luis Con­de­so hizo fila en la plan­ta de San Juan de Luri­gan­cho, el dis­tri­to don­de vive con sus her­ma­nas y su papá, un señor de 74 años que toda­vía no supera la Covid-19.

La mayo­ría de las veces, sin embar­go, hay que armar­se de pacien­cia y maña para alcan­zar la pre­cia­da recar­ga. Pue­de que te toque ama­ne­cer­te dos días segui­dos y, lue­go, una voz gri­te que la plan­ta ha cerra­do, como le pasó a José Luis en el Callao. Tam­bién suce­de ‑como le ocu­rrió en Villa El Sal­va­dor- que entre­gas tu balón con espe­ran­za pero, como es una dona­ción, solo pue­den dar­te la mitad de su capa­ci­dad. Des­de lue­go, siem­pre hay que pelear con aque­llos que inten­tan sal­tar­se la fila y los revendedores.

LA GENTE CARGA CON LA RESPONSABILIDAD DE SALVAR LAS VIDAS DE SUS ENFERMOS, MIENTRAS CORREN EL RIESGO DE CONTAGIARSE ELLOS MISMOS. 

De acuer­do al minis­tro de Salud, Óscar Ugar­te, al ini­cio de la pan­de­mia Perú con­ta­ba con 9 plan­tas de oxí­geno en los hos­pi­ta­les, mien­tras que en la actua­li­dad hay 70. 

Aun con todo, hijos como José Luis Con­de­so, padres, madres, her­ma­nos, abue­los siguen car­gan­do con la aplas­tan­te res­pon­sa­bi­li­dad de ayu­dar a sal­var las vidas de sus enfer­mos, al Balón oxígeno 2mis­mo tiem­po que corren el ries­go de con­ta­giar­se ellos mismos. 

Coger el virus es una posi­bi­li­dad, sobre todo en luga­res muy con­cu­rri­dos y don­de no se res­pe­ta mucho el dis­tan­cia­mien­to, como en el que aho­ra está José Luis. Lle­va una sema­na hacien­do cola afue­ra de la plan­ta Oxí­geno para la Vida, en San Juan de Lurigancho.

Le tocó el núme­ro 323 cuan­do allí solo lle­nan entre 40 y 45 balo­nes al día. Para sopor­tar la cola infi­ni­ta, el comer­cian­te ha crea­do sus estra­te­gias: “Me turno con mi her­ma­na, un cono­ci­do al que le pago por día, y las per­so­nas de aquí mis­mo, que ya me cono­cen”, cuenta. 

Al mis­mo tiem­po, José Luis Con­de­so debe com­prar recar­gas de oxí­geno par­ti­cu­la­res, para que su padre siga res­pi­ran­do. “Ten­go que com­bi­nar entre la com­pra y la dona­ción ‑dice‑, sino no me alcan­za­ría la pla­ta”. Está un poco ali­via­do por­que ya solo fal­tan dos días más para lle­var­se su balón car­ga­do. No impor­ta que cuan­do ese momen­to lle­gue, deba vol­ver a la cola, de nue­vo, como si fue­ra la pri­me­ra vez. 

**********
* El domin­go 28 por la tar­de, Frid­da Val­di­via le con­tó a Ojo­Pú­bli­co que ya ha podi­do con­se­guir el oxí­geno dia­rio para su madre, a tra­vés de “un con­tac­to”. Sin embar­go, la seño­ra Kari­na nece­si­ta­ba ingre­sar a una UCI con urgen­cia. El lunes por la maña­na, Frid­da le con­tó a este medio que su madre había falle­ci­do el mis­mo domin­go, alre­de­dor de las 10 p.m. 

**La fuen­te pre­fie­re guar­dar su iden­ti­dad en reserva.

FUENTE: Ojo Público

Itu­rria /​Fuen­te

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