Boli­via. La Reli­gión de la Muerte

Por Cami­lo Kata­ri, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 22 de mar­zo de 2021.

En memo­ria de Luis Espinal

La reli­gión cató­li­ca lue­go de la muer­te de Jesús, fue una reli­gión clan­des­ti­na, una reli­gión del pue­blo; es a par­tir del el Edic­to de Tesa­ló­ni­ca (27 de febre­ro del año 380) que el cris­tia­nis­mo con­vir­tió en la reli­gión ofi­cial del Impe­rio romano. A par­tir de ese momen­to reli­gión y poder fue­ron dos inse­pa­ra­bles.
La reli­gión cató­li­ca inva­dió nues­tros terri­to­rios, físi­cos y sim­bó­li­cos, para impo­ner una mane­ra de ver el mun­do, don­de el euro­peo se ubi­ca­ba en la cús­pi­de del poder, no impor­ta­ba sus cua­li­da­des, podía ser ladrón, anal­fa­be­to, mer­ce­na­rio o cri­mi­nal, todo le era per­mi­ti­do y tenía la pro­tec­ción de esa igle­sia que que­ma­ba muje­res sabias y ator­men­ta­ba los cuer­pos en un deli­rio sádi­co de cul­to a la muer­te, dejó de ser la reli­gión de la vida.
Hoy esos mis­mos auto­nom­bra­dos “repre­sen­tan­tes de Dios” reto­man el poder e impo­nen gobier­nos, ben­di­cen la muer­te, esto ocu­rrió en Boli­via en los fatí­di­cos días de noviem­bre del 2019. En su afán de auto­pro­te­ger­se la éli­te de esta igle­sia de la muer­te pre­ten­de influir en la con­cien­cia huma­na, para negar los hechos: Bas­ta­ría una lec­tu­ra rápi­da de los evan­ge­lios para juz­gar a estos fari­seos que se han adue­ña­do de una pro­pues­ta de vida (la reli­gión) naci­da de la sub­ver­sión con­tra los pode­ro­sos.
Como toda obra huma­na la reli­gión, como defor­ma­ción del poder terre­nal, tie­ne sus pro­pios detrac­to­res, des­de aden­tro, Cami­lo Torres en Colom­bia, Oscar Arnul­fo Rome­ro en El Sal­va­dor, Leó­ni­das Proaño en Ecua­dor, Enri­que Ange­le­lli y los curas ville­ros en la Argen­ti­na, y cien­tos de reli­gio­sos y reli­gio­sas que die­ron su vida, siguien­do el ejem­plo de Jesús.
Pero están los otros, los que han hecho de la reli­gión una empre­sa, un comer­cio, esos que des­de sus púl­pi­tos domi­ni­ca­les, pro­te­gen la muer­te y des­ti­lan odio, defien­de la muer­te y pro­te­gen a los ase­si­nos, esos “sepul­cros blan­quea­dos”, racis­tas como su maes­tro Vicen­te Val­ver­de, que con­de­nó a muer­te al Inca Atahuall­pa.
Somos pue­blos con un alto sen­ti­do espi­ri­tual, San Fran­cis­co de Asís hubie­ra sen­ti­do gozo de cono­cer una civi­li­za­ción que con­ver­sa­ba con la madre natu­ra­le­za, con la Pacha­ma­ma, pero los que hoy defien­den a los ricos a los pode­ro­sos, ni se acuer­dan de este nom­bre.
Cin­co siglos de opre­sión, con la espa­da y la cruz, no han doble­ga­do al pue­blo de todos los dio­ses y dio­sas, no han podi­do rom­per la cul­tu­ra de la vida, esa que aho­ra les con­de­na por sus fal­se­da­des encu­bier­tas en la fe.
Fren­te a esta igle­sia de la muer­te, debe­mos tener fres­ca la memo­ria del Obla­to Gre­go­rio Iriar­te, y por supues­to de Luis Espi­nal, repre­sen­tan­tes de otra igle­sia, de la igle­sia de los pobres y de los pue­blos ori­gi­na­rios.
El opio de los pue­blos cier­ta­men­te es la reli­gión, esa reli­gión de la muer­te, esa reli­gión del poder que ben­di­ce armas y dedi­ca homi­lías para jus­ti­fi­car los crí­me­nes; de esa igle­sia que no tuvo ver­güen­za de estar sen­ta­do a lado a Hitler, Mus­so­li­ni, Fran­cis­co Fran­co, Vide­la, Ban­zer y Pino­chet.
Reno­var nues­tra fe es, releer las Ora­cio­nes a Que­ma­rro­pa, tes­ti­mo­nio de vida de un ver­da­de­ro cris­tiano, y dejar vacías los tem­plos de la muer­te, vol­ver a las calles, cons­truir comu­ni­dad, una ver­da­de­ra igle­sia de la vida.
*Cami­lo Kata­ri, es escri­tor e his­to­ria­dor potosino

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