Nues­tra­mé­ri­ca. Las urgen­cias y el prag­ma­tis­mo demo­lie­ron el pen­sa­mien­to crítico

Por Raúl Zibe­chi, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 12 de enero de 2021.

Una de las prin­ci­pa­les carac­te­rís­ti­cas del pen­sa­mien­to crí­ti­co fue siem­pre la capa­ci­dad de mirar lar­go y lejos, de otear por enci­ma de los árbo­les para divi­sar el hori­zon­te. Esa mira­da lar­ga ha sido la brú­ju­la que no se per­día ni siquie­ra en las peo­res situa­cio­nes. En momen­tos de gue­rras y geno­ci­dios, la espe­ran­za pro­ve­nía de la con­vic­ción de que se sigue cami­nan­do en la direc­ción elegida.

Por lo tan­to, cul­ti­var la memo­ria es una cues­tión bási­ca, casi un ins­tin­to para sobre­vi­vir y cre­cer. No para afe­rra­se al pasa­do sino para afir­mar las raí­ces, la cos­mo­vi­sión, la cul­tu­ra, la iden­ti­dad que nos per­mi­ten seguir sien­do y cami­nar, cami­nar, caminar….

El pen­sa­mien­to crí­ti­co se vie­ne aho­gan­do en la inme­dia­tez, se pier­de en la suce­sión de coyun­tu­ras en las que apues­ta por el mal menor, ruta casi segu­ra para per­der­se en el labe­rin­to de los flu­jos de infor­ma­ción, sin con­tex­to ni jerar­qui­za­ción. El sis­te­ma apren­dió a bom­bar­dear­nos con datos, con las últi­mas infor­ma­cio­nes que sobre­abun­dan en medio de la esca­sez casi abso­lu­ta de ideas dife­ren­tes a las hegemónicas.

Estos años bue­na par­te de la izquier­da y de la aca­de­mia la empren­die­ron con­tra Trump. Lógi­co y natu­ral. Pero pare­cen haber olvi­da­do que algu­nos de los desa­rro­llos más opro­bio­sos vie­nen de los años de Barack Oba­ma, el pro­gre­sis­ta que ini­ció la gue­rra en Siria, que pro­mo­vió el gol­pe de Esta­do en Egip­to y dece­nas de inter­ven­cio­nes con­tra los pue­blos en Amé­ri­ca Lati­na, Asia y África.

Dedi­car todos los aná­li­sis a las coyun­tu­ras impli­ca dejar de lado los fac­to­res estruc­tu­ra­les. De ese modo, no pocos ana­lis­tas que pre­su­men de un pen­sa­mien­to crí­ti­co, “olvi­dan” que los gobier­nos pro­gre­sis­tas pro­fun­di­za­ron el extrac­ti­vis­mo (acu­mu­la­ción por des­po­jo o cuar­ta gue­rra mun­dial). Cuan­do los incen­dios en la Ama­zo­nia, esta corrien­te mayo­ri­ta­ria ata­ca­ba a Bol­so­na­ro (con toda razón), pero no qui­so mirar que bajo el gobierno de Evo Mora­les suce­día exac­ta­men­te lo mismo.

Sin­ce­ra­men­te, no veo la menor urgen­cia en que retor­nen gobier­nos pro­gre­sis­tas que ya han mos­tra­do los lími­tes de las admi­nis­tra­cio­nes que enca­be­za­ron. En Boli­via, seña­la Rafael Bau­tis­ta, era nece­sa­rio derro­tar a la dere­cha y la gen­te lo hizo, pero “la usur­pa­ción que hace el MAS de la vic­to­ria popu­lar, cre­yen­do que fue obra exclu­si­va­men­te suya la recu­pe­ra­ción demo­crá­ti­ca, está con­du­cien­do a ese des­en­can­ta­mien­to que es lo que, pre­ci­sa­men­te, suce­dió pre­via­men­te para que el gol­pe pasa­do sea legi­ti­ma­do por una revuel­ta social” (Alai, 4 de enero de 2021).

Si el pen­sa­mien­to crí­ti­co nau­fra­ga en la cor­te­dad de miras, ha opta­do tam­bién por cul­par de todos los pro­ble­mas a la dere­cha. De este modo, al ampu­tar­se la auto­crí­ti­ca con la excu­sa de no dar argu­men­tos al adver­sa­rio, que­da impe­di­do de apren­der de los erro­res, de con­fron­tar abier­ta­men­te y deba­tir en colec­ti­vo para lle­gar a con­clu­sio­nes comu­ni­ta­rias que orien­ten la acción.

¿Dón­de están las auto­crí­ti­cas del bra­si­le­ño PT, del MAS de Eco o de Alian­za País de Rafael Correa? Para evi­tar el deba­te acu­ña­ron la idea de “gol­pe”, que se apli­ca en cual­quier coyun­tu­ra que sea adver­sa. O de “trai­ción”, para dar cuen­ta de casos tan sona­dos como los del ecua­to­riano Lenin Moreno y el uru­gua­yo Luis Alma­gro, olvi­dan­do que fue­ron ele­gi­dos por Correa y Muji­ca respectivamente.

Podría seguir argu­men­tan­do situa­cio­nes y con­cep­tos que han des­via­do o impe­di­do los deba­tes y, peor, los apren­di­za­jes siem­pre nece­sa­rios. Hay un pun­to, empe­ro, en el que segui­mos atas­ca­dos sin poder avan­zar, ni ten­der puen­tes, ni hacer balan­ces. Me refie­ro al papel del Esta­do en los pro­ce­sos revolucionarios.

Algu­nos nos nega­mos a con­si­de­rar que los Esta­dos estén en el cen­tro del hori­zon­te eman­ci­pa­to­rio, mien­tras muchos otros no con­ci­ben la acción polí­ti­ca por fue­ra de la ins­ti­tu­ción esta­tal. No es un asun­to menor. Es el rom­peo­las con­tra el que se estre­lla­rán las futu­ras gene­ra­cio­nes, inclu­yen­do los movi­mien­tos indí­ge­nas y femi­nis­tas, los más pujan­tes en estos años.

Se vie­ne difu­mi­nan­do una idea nefas­ta que dice: si las per­so­nas, los colec­ti­vos o los movi­mien­tos ade­cua­dos lle­gan al Esta­do, por ese sólo hecho lo modi­fi­can, cam­bian su carác­ter. Como si el Esta­do fue­ra una herra­mien­ta neu­tra, uti­li­za­ble tan­to para opri­mir y repri­mir como para libe­rar pue­blos y ajus­tar cuen­tas con la cla­se dominante.

La expe­rien­cia his­tó­ri­ca, des­de la revo­lu­ción rusa has­ta los últi­mos gobier­nos pro­gre­sis­tas, habla por sí sola. Pero al pare­cer recor­dar y hacer balan­ce es un ejer­ci­cio dema­sia­do pesa­do para un pen­sa­mien­to indo­len­te, que bus­ca acu­rru­car­se en la tibie­za de las como­di­da­des antes que acam­par a la intemperie.

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