Esta­dos Uni­dos. Las ‘éli­tes cos­te­ras’ sí existen

Por Arge­mino Barro, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de noviem­bre de 2020. 

Para los nacio­nal­po­pu­lis­tas, las ‘éli­tes cos­te­ras’ son el enemi­go, una mez­cla de intere­ses crea­dos en con­fe­ren­cias, galas de recau­da­ción, ‘think tanks’ y redac­cio­nes acristaladas.

Una cor­te­za de inte­lec­tua­les y piqui­tos de oro que se empe­ñan en trans­for­mar un mun­do que no cono­cen, por­que nun­ca han pues­to un pie en él. Lo suyo son los infor­mes y las abs­trac­cio­nes; los artícu­los escri­tos por gen­te que, como ellos, se pasa la vida en ofi­ci­nas regu­la­das a tem­pe­ra­tu­ra ambiente.

Tam­bién se los lla­ma ‘glo­ba­lis­tas’, ya que cada país tie­ne su éli­te urba­na que se rela­cio­na con otras éli­tes urba­nas, o IYI, siglas en inglés de ‘inte­lec­tual pero idio­ta’: alguien que cono­ce las fechas de la Gue­rra del Pelo­po­ne­so pero que jamás ha pin­ta­do una pared o cam­bia­do la rue­da de un coche. La ‘éli­te cos­te­ra’ tie­ne sin duda mucho de cari­ca­tu­ra: de chi­vo expia­to­rio en el que Donald Trump, él mis­mo hijo de una fami­lia adi­ne­ra­da de Nue­va York, se ha apo­ya­do para cana­li­zar y usar en su pro­pio bene­fi­cio los agra­vios de las regio­nes rura­les de Esta­dos Unidos.

Pero las cari­ca­tu­ras, como la pro­pa­gan­da, no fun­cio­nan en el vacío. Si así fue­ra, no serían efec­ti­vas por­que nadie las reco­no­ce­ría. La bue­na pro­pa­gan­da siem­pre tie­ne una base de reali­dad, una ram­pa de lan­za­mien­to para la ima­gi­na­ción. Tal es el caso de las éli­tes cos­te­ras nor­te­ame­ri­ca­nas: un cen­tro de influen­cia que lle­va cua­tro años dolo­ri­do y que aho­ra, el 3 de noviem­bre, tra­ta­rá de recu­pe­rar su puesto.

El peque­ño mun­do de las Ivy League

Empe­ce­mos con una peque­ña mues­tra, como si solo mirá­se­mos la cum­bre de una mon­ta­ña: las uni­ver­si­da­des Ivy Lea­gue. Ocho cam­pus dise­mi­na­dos por la Cos­ta Este de los que ema­na la flor y nata de las éli­tes de EE.UU. Al menos en dos de las ins­ti­tu­cio­nes más pode­ro­sas del país: la Casa Blan­ca y el Tri­bu­nal Supremo.

Hace más de 30 años que en el des­pa­cho oval no se sien­ta un coman­dan­te en jefe ale­ja­do de estas uni­ver­si­da­des. Geor­ge Bush padre y Geor­ge Bush hijo fue­ron a Yale, lo mis­mo que Bill Clin­ton. Barack Oba­ma estu­vo en Colum­bia y en Har­vard, y Donald Trump en la Whar­ton School de la Uni­ver­si­dad de Pen​sil​va​nia​.No es un deta­lle menor. El prin­ci­pal recla­mo de la Ivy Lea­gue sue­le ser­la red de cone­xio­nes­que ofre­ce a sus alum­nos. Las cla­ses de emi­nen­cias. Las char­las y cóc­te­les con man­da­ma­ses. El sello mági­co que abre las puer­tas de las cor­po­ra­cio­nes, los gran­des par­ti­dos y los mejo­res clubes.

De los ocho actua­les miem­bros del Supre­mo, todos ellos han ido a Yale o a Har​vard​.No hay excep­cio­nes. La falle­ci­da Ruth Bader Gins­burg fue a Har­vard. Y antes de Har­vard, a Cor­nell. Otra uni­ver­si­dad de la Ivy League.

Hillary Clin­ton, secre­ta­ria de Esta­do, reci­be el doc­to­ra­do hono­ris cau­sa en Yale el 25 de mayo de 2009 (foto : Dou­glas Hea­ley /​The Washing­ton Times)

¿Y los prin­ci­pa­les medios de comu­ni­ca­ción? Un estu­dio de ‘Psy­cho­logy Today’ y la Uni­ver­si­dad de Arkan­sas deter­mi­nó que, de todos los emplea­dos del ‘New York Times’, el 44% acu­dió a una uni­ver­si­dad de éli­te; en ‘The Wall Street Jour­nal’, la pro­por­ción es del 50%. Eso en la plan­ti­lla total. Cuan­to más subimos en el esca­la­fón de estos medios, más cre­ce la pre­sen­cia de gra­dua­dos de élite.

El des­me­su­ra­do peso nacio­nal de estas uni­ver­si­da­des, con su par­ti­cu­lar mane­ra de mirar Esta­dos Uni­dos y el mun­do, solo refle­ja la reali­dad de fon­do del poder ame­ri­cano. La influen­cia de los ‘ivies’ está enrai­za­da en una tra­di­ción que se remon­ta a los orí­ge­nes de EEUU, y tam­bién en los cam­bios socio­eco­nó­mi­cos de los últi­mos 30 años. En la cada vez mayor pre­va­len­cia de los cen­tros urba­nos y costeros.

Hubo una épo­ca en que el Par­ti­do Demó­cra­ta repre­sen­ta­ba a los votan­tes más humil­des. Se tra­ta­ba del par­ti­do pro­gre­sis­ta: el aban­de­ra­do de los tra­ba­ja­do­res, las mino­rías y los sindicatos.El defen­sor de la igual­dad y de las polí­ti­cas públi­cas. Y en cier­to modo, lo sigue sien­do. Pero casi exclu­si­va­men­te en las gran­des ciu­da­des. Los votan­tes obre­ros blan­cos de las regio­nes rura­les, que solían ser mayo­ri­ta­ria­men­te demó­cra­tas, han ido emi­gran­do hacia las filas republicanas.Una lar­ga mar­cha que no empe­zó con Donald Trump. La vic­to­ria del mag­na­te en 2016 solo fue la cru­da mani­fes­ta­ción de un pro­ce­so que pocos pare­cie­ron haber teni­do en cuenta.

Vonie Long, pre­si­dent of the Uni­ted Steel­wor­kers’ local union in Coates­vi­lle, Pa., at the Natio­nal Iron & Steel Heri­ta­ge Museum Jef­frey Stock­brid­ge for TIME

El ele­men­to sub­ya­cen­te de este cam­bio de ciclo es el eco­nó­mi­co. Sim­ple­men­te, el teji­do indus­trial de las regio­nes rura­les, de mayo­ría blan­ca, se ha ido des­gas­tan­do des­de los años seten­ta. La cri­sis del petró­leo ace­le­ró la des­lo­ca­li­za­ción manu­fac­tu­re­ra a otros paí­ses y el cre­ci­mien­to del más pre­ca­rio sec­tor ser­vi­cios. Por eso, des­de los años ochen­ta, la con­ver­gen­cia per cápi­ta de los ingre­sos entre el medio rural y el urbano, sos­te­ni­ble des­de los años trein­ta, se ha dete­ni­do. Aho­ra, tres cuar­tas par­tes del cre­ci­mien­to del empleo se con­cen­tran en las zonas urbanas.

La Gran Rece­sión solo ha recru­de­ci­do esta diná­mi­ca. Según un estu­dio del Eco­no­mic Inno­va­tion Group, entre 2010 y 2014, más de la mitad de los nego­cios crea­dos tras la cri­sis se con­cen­tró en 20 con­da­dos repar­ti­dos entre Nue­va York, Cali­for­nia y algu­nos en Texas, debi­do al auge de la extrac­ción de gas y petró­leo de esquis­to. 20 con­da­dos de un total de más de 3.000 en todo el país.

Muer­tes por desesperación

De la depre­sión eco­nó­mi­ca sur­gen muchos de los pro­ble­mas que vemos en estas regio­nes. Allí don­de las minas, la side­rur­gia o las plan­tas auto­mo­vi­lís­ti­cas solían res­pal­dar una sóli­da cla­se media, con su casi­ta de valla blan­ca y sus dos coches,ahora se pro­pa­ga una cri­sis social. Las lla­ma­das ‘muer­tes por deses­pe­ra­ción’, aque­llas que suce­den por alcohol, dro­gas o sui­ci­dio en la media­na edad, se han dis­pa­ra­do entre los blan­cos de estas regio­nes. En con­cre­to, se han tri­pli­ca­do des­de los años noven­ta. Por eso se tra­ta del úni­co gru­po demo­grá­fi­co don­de baja la espe­ran­za de vida y don­de más ha caí­do la nata­li­dad. Los con­da­dos con mayor adic­ción de los opiá­ceos, por cier­to, son los que más vota­ron a Trump en 2016.

A medi­da que suce­día este pro­ce­so, gota a gota duran­te 30 años, los demó­cra­tas iban dan­do la espal­da al cam­po y se iban cen­tran­do en las ciu­da­des. La revo­lu­ción reaga­nia­na obli­gó a reali­near las prio­ri­da­des: los pro­gre­sis­tas abra­za­ron pos­tu­ras más neo­li­be­ra­les e ilus­tra­das y se lan­za­ron a cele­brar los valo­res mul­ti­cul­tu­ra­les, iden­ti­ta­rios y cos­mo­po­li­tas. Se acer­ca­ron a los gran­des nego­cios y deja­ron que la cul­tu­ra sin­di­cal que­da­ra poco a poco sepul­ta­da. En otras palabras,se atrin­che­ra­ron en las gran­des y vibran­tes ciu­da­des. El elec­to­ra­do rural, mien­tras tan­to, se empe­zó a sen­tir aban­do­na­do y ahí entra­ron los republicanos.

Foto: Chris­ti­ne Ruddy /​Shut­ters­tock /​inthe​se​ti​mes​.com)

El pun­to de infle­xión fue 1992: en ese momen­to, el voto de los con­da­dos más pobres esta­ba repar­ti­do a par­tes igua­les entre demó­cra­tas y repu­bli­ca­nos. Des­de enton­ces, los ingre­sos del repu­bli­cano medio han ido hacia aba­jo y los ingre­sos demó­cra­tas hacia arri­ba. En 2016, Trump obtu­vo el doble de pape­le­tas que Hillary Clin­ton en el 10% de con­da­dos más desvalidos.

Esta evo­lu­ción se ve en el Con­gre­so. En 2008, el PIB medio de cada dis­tri­to demó­cra­ta, repre­sen­ta­do con un esca­ño, era de 35.700 millo­nes de dóla­res. Una déca­da más tar­de, había subi­do a 48.500 millo­nes. Al otro lado de la Cáma­ra, la rique­za media del esca­ño con­ser­va­dor se redu­jo, en 2018, a 32.500 millo­nes de dólares.

2018 Ame­ri­can Farm Bureau Annual Con­ven­tion in Nash­vi­lle, Ten­nes­see, January 8, 2018 foto USDA

El pro­ce­so no solo se nota en la eco­no­mía o en la cali­dad de vida. La mane­ra en que se per­ci­be el país tam­bién ha vivi­do una trans­for­ma­ción. La lle­ga­da de inter­net y las redes socia­les ha pues­to en jaque la indus­tria perio­dís­ti­ca. Pero unos medios han podi­do resis­tir o adap­tar­se mejor que otros. Los que peor lo han teni­do han sido los peque­ños perió­di­cos de pro­vin­cias. Aque­llas rota­ti­vas cer­ca­nas al vecino, que con­ta­ban lo que suce­día en el pue­blo y airea­ban sus pro­ble­mas, fue­ron diezmadas.

Des­de 2004, han cerra­do 1.800 perió­di­cos loca­les en Esta­dos Uni­dos. Aho­ra mis­mo, cer­ca de 200 con­da­dos no tie­nen nin­gu­na cabe­ce­ra pro­pia. Viven en un apa­gón infor­ma­ti­vo. Mien­tras, el núme­ro de repor­te­ros que resi­den en cen­tros urba­nos ha subi­do un 75% entre 1960 y 2011. Solo en Manhat­tan, con un 0,5% de la pobla­ción del país, vive el 13% de los perio­dis­tas. Como tam­bién resi­den las gran­des cade­nas de tele­vi­sión: CNN, MSNBC, CBS, ABC o inclu­so la con­ser­va­do­ra Fox. EEUU se cuen­ta, en gran par­te, des­de Manhat­tan y Washing­ton DC. Medios que, por iner­cia, son indi­fe­ren­tes a lo que suce­de en el vas­to y borro­so ‘fly-over country’.

Ade­más de tener la sede en la ciu­dad y de la pre­sen­cia en estos medios de los dis­cí­pu­los de la Ivy Lea­gue, tam­bién se tra­ta de un sec­tor extre­ma­da­men­te endo­gá­mi­co. Los perio­dis­tas tien­den a mez­clar­se con otros perio­dis­tas. Se escu­chan a sí mis­mos en la jau­la de loros que es Twit­ter. Un estu­dio de la Uni­ver­si­dad de Illi­nois detec­tó varias bur­bu­jas infor­ma­ti­vas en Washing­ton: sus inves­ti­ga­do­ras des­cu­brie­ron que los repor­te­ros de eco­no­mía, defen­sa o polí­ti­ca se rela­cio­na­ban casi exclu­si­va­men­te entre ellos. La CNN, por ejem­plo, tie­ne su pro­pia burbuja.

En este pai­sa­je, no es de extra­ñar que la mayo­ría de votan­tes con­ser­va­do­res no se fíen de los medios de masas. Según un son­deo de Pew Research, solo el 10% de los elec­to­res repu­bli­ca­nos dice tener con­fian­za en los medios tra­di­cio­na­les. Cabe­ce­ras que no se preo­cu­pan de sus pro­ble­mas y de sus intere­ses. Cabe­ce­ras que pro­yec­tan una visión pro­gre­sis­ta e iden­ti­ta­ria que a ellos no les enca­ja o les resul­ta ofensiva.

Una trans­for­ma­ción eco­nó­mi­ca, polí­ti­ca, mediá­ti­ca y vital que ha posi­bi­li­ta­do la elec­ción de Trump, uno de los pocos líde­res que han logra­do pres­tar oído a esa leta­nía que venía de las regio­nes inte­rio­res. O al menos de mane­ra polí­ti­ca­men­te efec­ti­va. Y, sobre todo, una trans­for­ma­ción que ha logra­do par­tir el país en dos salas de cine, la 1 y la 2, en las que se pro­yec­tan pelí­cu­las total­men­te diferentes.

Fuen­te: Rebe­lión

Itu­rria /​Fuen­te

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