Cuba: Sesen­ta años de una Decla­ra­ción de principios

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de sep­tiem­bre 2020.

La Pri­me­ra Decla­ra­ción de La Haba­na, apro­ba­da en acto mul­ti­tu­di­na­rio en esta capi­tal hace hoy 60 años, rati­fi­có al mun­do la volun­tad de inde­pen­den­cia y sobe­ra­nía de Cuba fren­te a la agre­si­vi­dad de Washington.

Con esa demos­tra­ción de rebel­día, la Revo­lu­ción nacien­te repli­có la Decla­ra­ción de San José, acor­da­da en Cos­ta Rica por Esta­dos Uni­dos y sus gobier­nos acó­li­tos de la región, duran­te la Sép­ti­ma Reu­nión de Con­sul­ta de Can­ci­lle­res de la Orga­ni­za­ción de los Esta­dos Ame­ri­ca­nos (OEA).

Ese docu­men­to, pro­mo­vi­do por el Secre­ta­rio de Esta­do nor­te­ame­ri­cano Chris­tian Archi­bald Her­ter, abría las puer­tas a san­cio­nes con­tra Cuba, ya ame­na­za­da por Washing­ton, por su acer­ca­mien­to con la Unión Sovié­ti­ca y otros paí­ses socia­lis­tas como Chi­na, dis­pues­tos a brin­dar ayu­da soli­da­ria a la isla.

El tex­to cubano, leí­do por el líder de la Revo­lu­ción, Fidel Cas­tro, ante un millón de com­pa­trio­tas que ofre­cie­ron su res­pal­do, denun­ció la natu­ra­le­za rapaz de Esta­dos Uni­dos y con­de­nó la polí­ti­ca hos­til de la poten­cia nor­te­ña con­tra Cuba y su his­to­ria de inter­ven­cio­nes en Amé­ri­ca Latina.

‘Fren­te al hipó­cri­ta pan­ame­ri­ca­nis­mo que es sólo pre­do­mi­nio de los mono­po­lios yan­quis sobre los intere­ses de los pue­blos ame­ri­ca­nos y mane­jo yan­qui de gobier­nos pros­ter­na­dos ante Washing­ton, la Asam­blea del Pue­blo de Cuba pro­cla­ma el lati­no­ame­ri­ca­nis­mo libe­ra­dor que late en José Mar­tí y en Beni­to Juá­rez’, plas­mó el documento.

Rati­fi­có, asi­mis­mo, la polí­ti­ca de amis­tad con todos los pue­blos del mun­do, inclui­dos los paí­ses socia­lis­tas, y anun­ció el esta­ble­ci­mien­to de rela­cio­nes diplo­má­ti­cas con China.

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Foto: Raúl Corrales

Expre­só que la demo­cra­cia no pue­de cir­cuns­cri­bir­se úni­ca­men­te al ejer­ci­cio elec­to­ral mane­ja­do casi siem­pre por lati­fun­dis­tas y polí­ti­cos pro­fe­sio­na­les, y la defi­nió como el dere­cho de los ciu­da­da­nos a deci­dir sus pro­pios destinos.

En la lucha por esa Amé­ri­ca Lati­na libe­ra­da, fren­te a las voces obe­dien­tes de quie­nes usur­pan su repre­sen­ta­ción ofi­cial, sur­ge aho­ra, con poten­cia inven­ci­ble, la voz genui­na de los pue­blos, apun­tó la Decla­ra­ción que expre­só la fe en el futu­ro de Amé­ri­ca Lati­na libe­ra­da de ata­du­ras al impe­ria­lis­mo norteamericano.

El Can­ci­ller de la Digni­dad, Raúl Roa Gar­cía, decía que el sello de correos era el pri­mer emba­ja­dor de Cuba por­que entra­ba en cual­quier lugar u hogar del mun­do, sin pedir per­mi­so, con el men­sa­je de la Revolución.

fuen­te: Pren­sa Latina

Una vota­ción iné­di­ta en el mundo

Por Ali­na Martínez

Primera Declaración de La Habana 01 | Fidel soldado de las ideas

Entre el 22 y el 29 de agos­to de 1960 había teni­do lugar en Cos­ta Rica la VII Reu­nión de Con­sul­ta de Minis­tros de Rela­cio­nes Exte­rio­res de la Orga­ni­za­ción de Esta­dos Ame­ri­ca­nos (OEA) en la que Washing­ton logró la com­pli­ci­dad de los can­ci­lle­res lati­noamericanos para apro­bar la llama­da Decla­ra­ción de San José, enfi­la­da con­tra la Revo­lu­ción cubana.

Aque­lla ver­gon­zo­sa y ser­vil ma­niobra no podía que­dar sin res­pues­ta y esa la dio el pue­blo cubano aquel 2 de sep­tiem­bre, en que se mani­fes­tó lo que el Che deno­mi­nó “esa fuer­za te­lúrica lla­ma­da Fidel Cas­tro” y su ex­traordinario afán de aus­cul­tar siem­pre la volun­tad popular.

Tras refe­rir­se al con­tras­te entre la situa­ción que había vivi­do la nación en el pasa­do y los avan­ces logra­dos duran­te la bre­ve eje­cu­to­ria revolucio­naria, dio a cono­cer las acu­sa­cio­nes de los can­ci­lle­res, que fue­ron recha­za­das una tras otra por los reunidos.

Y a con­ti­nua­ción some­tió a consi­deración de la Asam­blea Gene­ral Na­cional del Pue­blo de Cuba la Decla­ración de La Haba­na, con­ten­ti­va de nue­ve puntos.

Comen­zó con el repu­dio a la De­claración de San José como docu­mento dic­ta­do por el impe­ria­lis­mo, y aten­ta­to­rio a la auto­de­ter­mi­na­ción nacio­nal, la sobe­ra­nía y la dig­ni­dad de los pue­blos her­ma­nos del con­ti­nen­te; con­ti­nuó con la con­de­na más enér­gi­ca a la inter­ven­ción abier­ta y cri­mi­nal que por más de un siglo había ejerci­do Esta­dos Uni­dos sobre Amé­ri­ca La­tina; expre­só el recha­zo al inten­to de pre­ser­var la Doc­tri­na Mon­roe, y pro­clamó, fren­te al hipó­cri­ta panameri­canismo cali­fi­ca­do como el predomi­nio de los mono­po­lios yan­quis, y su mane­jo de los Gobier­nos de la región, el pan­ame­ri­ca­nis­mo libe­ra­dor de José Mar­tí y Beni­to Juá­rez. Pro­cla­mó la amis­tad con el pue­blo esta­dou­ni­den­se y la volun­tad de mar­char con el mun­do y no con una par­te de este.

Resal­tó que la ayu­da espontánea­mente ofre­ci­da por la Unión Sovié­ti­ca a Cuba, en caso de que nues­tro país fue­ra ata­ca­do por fuer­zas mili­ta­res impe­ria­lis­tas, no podía ser considera­da jamás un acto de intro­mi­sión, sino de soli­da­ri­dad; negó cate­gó­ri­ca­men­te que haya exis­ti­do pre­ten­sión algu­na por par­te de la URSS y la Repú­bli­ca Popu­lar Chi­na de uti­li­zar la posi­ción eco­nó­mi­ca, polí­ti­ca y social de Cuba, para que­bran­tar la uni­dad continen­tal y poner en peli­gro la uni­dad del hemis­fe­rio, y afir­mó que no se les po­día cul­par de la exis­ten­cia de una Re­volución que era la res­pues­ta cabal de Cuba a los crí­me­nes y las injus­ti­cias ins­tau­ra­dos por el impe­ria­lis­mo en la región.

El docu­men­to expre­só el propósi­to de esta­ble­cer rela­cio­nes diplomáti­cas con las nacio­nes socia­lis­tas, ade­más de res­cin­dir los víncu­los con el régi­men títe­re de For­mo­sa sos­te­ni­do por “los bar­cos de la Sép­ti­ma Flo­ta yanqui”.

Con­de­nó enér­gi­ca­men­te el latifun­dio, la explo­ta­ción del tra­ba­jo humano, la ausen­cia de maes­tros, de escue­las, médi­cos y hos­pi­ta­les, la fal­ta de protec­ción a la vejez en los paí­ses latinoame­ricanos, recha­zó la dis­cri­mi­na­ción del negro y del indio, la des­igual­dad y la explo­ta­ción de la mujer, repu­dió a las oli­gar­quías que man­te­nían a los pue­blos en la mise­ria e impe­dían su desarrollo.

Defen­dió ade­más el deber de las nacio­nes sub­yu­ga­das y explo­ta­das a luchar por su libe­ra­ción, y la solidari­dad entre los pue­blos opri­mi­dos, colo­nizados o agredidos.

Expre­só la fe en que Amé­ri­ca Lati­na mar­cha­ría pron­to uni­da y vencedo­ra, libre de las ata­du­ras que con­ver­tían a sus eco­no­mías en rique­za ena­je­na­da al impe­ria­lis­mo nor­te­ame­ri­cano y que le impe­dían hacer oír su ver­da­de­ra voz en las reunio­nes don­de can­ci­lle­res do­mesticados hacían coro infa­man­te al amo des­pó­ti­co; y mani­fes­tó la deci­sión de Cuba de tra­ba­jar por ese común des­tino latinoamericano.

Un mar de bra­zos levan­ta­dos res­pondió a la con­vo­ca­to­ria de Fidel de que alza­ran las manos los que apoya­ran la Decla­ra­ción, y a su pre­gun­ta de qué hacer con la Decla­ra­ción de San José, la mul­ti­tud recla­mó: “¡La rom­pemos!”, y a la vis­ta de todos la hizo pedazos.

Aquel 2 de sep­tiem­bre cons­ti­tu­yó para Cuba una rotun­da vic­to­ria moral y polí­ti­ca. A los enemi­gos se les fue el tiro por la culata.

Itu­rria /​Fuen­te

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