Femi­nis­mos. Una “amis­tad peli­gro­sa” con los esfuer­zos neoliberales

por Nancy Fra­ser, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 02 de agos­to de 2020

Como femi­nis­ta siem­pre he asu­mi­do que al luchar por la eman­ci­pa­ción de las muje­res esta­ba cons­tru­yen­do un mun­do mejor, más igua­li­ta­rio, jus­to y libre. Pero, últi­ma­men­te, ha comen­za­do a preo­cu­par­me que los idea­les ori­gi­na­les pro­mo­vi­dos por las femi­nis­tas estén sir­vien­do para fines muy diferentes.

Me inquie­ta, en par­ti­cu­lar, el que nues­tra crí­ti­ca al sexis­mo esté aho­ra sir­vien­do de jus­ti­fi­ca­ción de nue­vas for­mas de des­igual­dad y explotación.

En un cruel giro del des­tino, me temo que el movi­mien­to para la libe­ra­ción de las muje­res se haya ter­mi­na­do enre­dan­do en una “amis­tad peli­gro­sa” con los esfuer­zos neo­li­be­ra­les para cons­truir una socie­dad de libre mercado.

Esto podría expli­car por qué las ideas femi­nis­tas, que una vez for­ma­ron par­te de una visión radi­cal del mun­do, se expre­sen, cada vez más, en tér­mi­nos de individualismo.

Si anta­ño las femi­nis­tas cri­ti­ca­ron una socie­dad que pro­mue­ve el arri­bis­mo labo­ral, aho­ra se acon­se­ja a las muje­res que lo asu­man y lo prac­ti­quen. Un movi­mien­to que si antes prio­ri­za­ba la soli­da­ri­dad social, aho­ra aplau­de a las muje­res empresarias.

La pers­pec­ti­va que antes daba valor a los “cui­da­dos” y a la inter­de­pen­den­cia, aho­ra alien­ta la pro­mo­ción indi­vi­dual y la meritocracia.

Lo que se escon­de detrás de este giro es un cam­bio radi­cal en el carác­ter del capi­ta­lis­mo. El Esta­do regu­la­dor del capi­ta­lis­mo, de la era de post­gue­rra, tras la II Gue­rra Mun­dial, ha dado paso a una nue­va for­ma de capi­ta­lis­mo “des­or­ga­ni­za­do”, glo­ba­li­za­do y neo­li­be­ral. La segun­da ola del femi­nis­mo emer­gió como una crí­ti­ca del pri­me­ro, pero se ha con­ver­ti­do en la sir­vien­ta del segundo.

Gra­cias a la retros­pec­ti­va, pode­mos ver hoy cómo el movi­mien­to de libe­ra­ción de las muje­res apun­tó, simul­tá­nea­men­te, dos futu­ros posi­bles muy dife­ren­tes. En el pri­mer esce­na­rio, se pre­fi­gu­ra­ba un mun­do en el que la eman­ci­pa­ción de géne­ro iba de la mano de la demo­cra­cia par­ti­ci­pa­ti­va y la soli­da­ri­dad social. En el segun­do se pro­me­tía una nue­va for­ma de libe­ra­lis­mo, capaz de garan­ti­zar, tan­to a las muje­res como a los hom­bres, los bene­fi­cios de la auto­no­mía indi­vi­dual, mayor capa­ci­dad de elec­ción y pro­mo­ción per­so­nal a tra­vés de la meri­to­cra­cia. La segun­da ola del femi­nis­mo fue ambi­va­len­te en ese sen­ti­do. Com­pa­ti­ble con cual­quie­ra de ambas visio­nes de la socie­dad, fue sus­cep­ti­ble de rea­li­zar tam­bién dos ela­bo­ra­cio­nes his­tó­ri­cas diferentes.

Tal como yo lo veo, la ambi­va­len­cia del femi­nis­mo ha sido resuel­ta, en los últi­mos años, en favor del segun­do esce­na­rio, el libe­ral-indi­vi­dua­lis­ta. Pero no por­que fué­se­mos víc­ti­mas pasi­vas de la seduc­ción neo­li­be­ral. Sino que, por el con­tra­rio, noso­tras mis­mas hemos apor­ta­do tres ideas impor­tan­tes para este desarrollo.

Ilus­tra­ción Andrea Ucini

Una de esas con­tri­bu­cio­nes fue nues­tra crí­ti­ca del “sala­rio fami­liar”: del ideal de fami­lia, con el hom­bre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue cen­tral en el capi­ta­lis­mo con un esta­do regu­la­dor. La crí­ti­ca femi­nis­ta de ese ideal sir­ve aho­ra para legi­ti­mar el “capi­ta­lis­mo fle­xi­ble”. Des­pués de todo, esta for­ma actual de capi­ta­lis­mo se apo­ya, fuer­te­men­te, sobre el tra­ba­jo asa­la­ria­do de las muje­res. Espe­cial­men­te sobre el tra­ba­jo con sala­rios más bajos de los ser­vi­cios y las manu­fac­tu­ras, lle­va­dos a cabo no solo por las jóve­nes sol­te­ras, sino tam­bién por las casa­das y las muje­res con hijos; no sólo por muje­res dis­cri­mi­na­das racial­men­te, sino tam­bién por las muje­res, prác­ti­ca­men­te, de todas las nacio­na­li­da­des y etnias.

Con la inte­gra­ción de las muje­res en los mer­ca­dos labo­ra­les en todo el mun­do, el ideal del sala­rio fami­liar, del capi­ta­lis­mo con esta­do regu­la­dor, está sien­do reem­pla­za­do por la nor­ma, más nue­va y más moder­na, apa­ren­te­men­te san­cio­na­da por el femi­nis­mo, de la fami­lia for­ma­da por dos asalariados.

No pare­ce impor­tar que la reali­dad sub­ya­cen­te, en el nue­vo ideal, sea la reba­ja de los nive­les sala­ria­les, la reduc­ción de la segu­ri­dad en el empleo, el des­cen­so del nivel de vida, el fuer­te aumen­to del núme­ro de horas de tra­ba­jo asa­la­ria­do por fami­lia, la exa­cer­ba­ción del doble turno, aho­ra, a menu­do, tri­ple o cuá­dru­ple, y el incre­men­to de la pobre­za, cada vez más con­cen­tra­da en los hoga­res de fami­lias enca­be­za­das por mujeres.

El neo­li­be­ra­lis­mo nos vis­te a la mona de seda a tra­vés de una narra­ti­va sobre el empo­de­ra­mien­to de las mujeres.

Al invo­car la crí­ti­ca femi­nis­ta del sala­rio fami­liar para jus­ti- ficar la explo­ta­ción, uti­li­za el sue­ño de la eman­ci­pa­ción de las muje­res para engra­sar el motor de la acu­mu­la­ción capitalista.

El femi­nis­mo, ade­más, ha hecho una segun­da con­tri­bu­ción a la éti­ca neo­li­be­ral. En la era del capi­ta­lis­mo con esta­do regu­la­dor, cri­ti­cá­ba­mos, con razón, la estre­cha visión polí­ti­ca que, inten­cio­nal­men­te, se foca­li­za­ba en la des­igual­dad de cla­ses y que no era capaz de fijar­se en otro tipo de injus­ti­cias “no eco­nó­mi­cas”, como la vio­len­cia domés­ti­ca, las agre­sio­nes sexua­les y la opre­sión repro­duc­ti­va. Recha­zan­do el “eco­no­mi­cis­mo” y poli­ti­zan­do lo “per­so­nal”, las femi­nis­tas amplia­ron la agen­da polí­ti­ca para desa­fiar las jerar­quías de sta­tus basa­das en las cons­truc­cio­nes cul­tu­ra­les sobre las dife­ren­cias de género.

El resul­ta­do debía haber con­du­ci­do a la amplia­ción de la lucha por la jus­ti­cia, para que abar­ca­ra tan­to lo cul­tu­ral como lo eco­nó­mi­co. Pero el resul­ta­do ha sido un enfo­que ses­ga­do hacia la “iden­ti­dad de géne­ro”, a cos­ta de mar­gi­nar los pro­ble­mas del “pan y la man­te­qui­lla”. Peor aún, el giro del femi­nis­mo hacia las polí­ti­ca de la iden­ti­dad enca­ja­ba sin fric­cio­nes con el avan­ce del neo­li­be­ra­lis­mo, que no bus­ca­ba otra cosa que borrar toda memo­ria de la igual­dad social. En efec­to, enfa­ti­za­mos la crí­ti­ca del sexis­mo cul­tu­ral pre­ci­sa­men­te en el momen­to en que las cir­cuns­tan­cias reque­rían redo­blar la aten­ción hacia la crí­ti­ca de la eco­no­mía política.

Final­men­te, el femi­nis­mo con­tri­bu­yó con una ter­ce­ra idea al neo­li­be­ra­lis­mo: la crí­ti­ca al pater­na­lis­mo del Esta­do del bien­es­tar. Indu­da­ble­men­te y de for­ma pro­gre­si­va, en la era del capi­ta­lis­mo con Esta­do regu­la­dor esa crí­ti­ca ha ido con­ver­gien­do con la gue­rra neo­li­be­ral con­tra el “Esta­do-niñe­ra” y su más recien­te y cíni­co apo­yo a las ong. Un ejem­plo ilus­tra­ti­vo es el caso de los “micro-cré­di­tos”, el pro­gra­ma de peque­ños prés­ta­mos ban­ca­rios para muje­res pobres en el Sur glo­bal. Pre­sen­ta­do como un empo­de­ra­mien­to, de aba­jo hacia arri­ba, alter­na­ti­vo al de arri­ba a aba­jo, al buro­cra­tis­mo de los pro­yec­tos esta­ta­les, los micro-cré­di­tos se pro­mo­cio­nan como el antí­do­to femi­nis­ta con­tra la pobre­za y el some­ti­mien­to de las mujeres.

Lo que se pasa por alto, sin embar­go, es una coin­ci­den­cia inquie­tan­te: el micro-cré­di­to ha flo­re­ci­do pre­ci­sa­men­te cuan­do los Esta­dos han aban­do­na­do los esfuer­zos macro-estruc­tu­ra­les para com­ba­tir la pobre­za, esfuer­zos que no se pue­den sus­ti­tuir con prés­ta­mos a peque­ña escala.

Tam­bién en este caso una idea femi­nis­ta ha sido recu­pe­ra­da por el neo­li­be­ra­lis­mo. Una pers­pec­ti­va diri­gi­da, ori­gi­nal­men­te, a demo­cra­ti­zar el poder del Esta­do para empo­de­rar a los ciu­da­da­nos, es aho­ra uti­li­za­da para legi­ti­mar la mer­can­ti­li­za­ción y los recor­tes de la estruc­tu­ra estatal.

En todos estos casos la ambi­va­len­cia del femi­nis­mo ha sido resuel­ta en favor del indi­vi­dua­lis­mo (neo) libe­ral. Sin embar­go, el esce­na­rio alter­na­ti­vo de la soli­da­ri­dad pue­de que aún esté vivo. La cri­sis actual ofre­ce la posi­bi­li­dad de vol­ver a tirar de ese hilo una vez más, de mane­ra que el sue­ño de la libe­ra­ción de las muje­res sea de nue­vo par­te de la visión de una socie­dad soli­da­ria. Para lle­gar a ello, las femi­nis­tas nece­si­ta­mos rom­per esa “amis­tad peli­gro­sa” con el neo­li­be­ra­lis­mo y recla­mar nues­tras tres “con­tri­bu­cio­nes” para nues­tros pro­pios fines.

En pri­mer tér­mino, debe­mos rom­per el víncu­lo espu­rio entre nues­tra crí­ti­ca al sala­rio fami­liar y el capi­ta­lis­mo fle­xi­ble, mili­tan­do en favor de una for­ma de vida que no gire en torno al tra­ba­jo asa­la­ria­do y valo­ri­ce las acti­vi­da­des no remu­ne­ra­das, inclu­yen­do, pero no solo, los “cui­da­dos”.

En segun­do lugar, debe­mos blo­quear la cone­xión entre nues­tra crí­ti­ca al eco­no­mi­cis­mo y las polí­ti­cas de la iden­ti­dad, inte­gran­do la lucha por trans­for­mar el sta­tus quo domi­nan­te que prio­ri­za los valo­res cul­tu­ra­les de la mas­cu­li­ni­dad, con la bata­lla por la jus­ti­cia eco­nó­mi­ca. Final­men­te, debe­mos cor­tar el fal­so víncu­lo entre nues­tra crí­ti­ca de la buro­cra­cia y el fun­da­men­ta­lis­mo del libre-mer­ca­do, rei­vin­di­can­do la demo­cra­cia par­ti­ci­pa­ti­va, como una for­ma de for­ta­le­cer a los pode­res públi­cos, nece­sa­rios para limi­tar al capi­tal, en nom­bre de la justicia.

Fuen­te: medium​.com/​l​a​-​t​i​za/

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