Cul­tu­ra. Bes­tia­rio Socie­dad Anó­ni­ma (un tex­to de Nor­man Briski)

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 3 de agos­to de 2020.

Un chan­cho enor­me vivía en Cata­mar­ca Capi­tal. Lo habían cria­do para algún diciem­bre. Lo ali­men­ta­ban con nue­ces, acei­tu­nas y vino blan­co; el chan­cho esta­ba cho­cho. Un ado­les­cen­te lla­ma­ba al chan­cho ami­go y el chan­cho nun­ca acu­día. Cuan­do vino un chino con una dele­ga­ción de diez a la quin­ta vio al chan­cho y dijo “tuoshau”.

El púber empe­zó a llo­rar anti­ci­pa­da­men­te. Un celu­lar chino tra­du­jo ¿cuán­to cues­ta? Dos pasa­jes a Chi­na para cono­cer la mura­lla. El joven llo­ra­ba inten­sa­men­te y el pai­sa­je de Cata­mar­ca empe­zó a cam­biar de tonos ver­des a marro­nes. El chino saco yua­nes la dele­ga­ción tam­bién y se lle­va­ron al chan­cho en avión. Terra­no­va Paris Cabo Ver­de y el chan­cho lle­go a China.

Con el pro­to­co­lo en el aero­puer­to al revi­sar­le las pesu­ñas diag­nos­ti­can que el chan­cho tenía una infec­ción debi­do a la denominadarinitis 

Cla­ra­men­te denun­cia­ban rela­cio­nes de ani­mal con otro ani­mal. El pudor chino no per­mi­tió que se supie­ra que el otro ani­mal era un humano. Ese ado­les­cen­te ¿era el otro ani­mal? Des­de lue­go que no, diría un radi­cal. ¿Era el gober­na­dor de la pro­vin­cia, el jefe de poli­cía, el cuña­do de San­to­ro el arque­ro? ¿O todos ellos al uní­sono? ¿O una sutil ven­gan­za de haber­nos infec­ta­do con tan­tos pro­duc­tos mer­can­ti­les que tenían siem­pre una dura­ción relativa?

El chan­cho empe­zó a ata­car­los en nom­bre de todos los chan­chos de Cata­mar­ca, los chi­nos saca­ban foto para no ser menos que los japo­ne­ses, mien­tras que aquel ado­les­cen­te agu­je­rea­ba la tie­rra, la dura tie­rra para lle­gar jus­to a Pekín para reu­nir­se con su amigo.

Con los res­tos con­tra­dic­to­rios del libro rojo de Mao un chino le dijo en espa­ñol al chan­cho “Bue­nos días” el chan­cho giro la cabe­za con el hoci­co y la equi­mo­sis hizo su cua­dro his­té­ri­co más reco­no­ci­ble. ¡Si Pepa! Esa chan­cha de ojos de len­gua­do. Con músi­ca de Tchai­kovs­ki, el sín­dro­me de Balint no supe­ra­ba la ata­xia ópti­ca. Mien­tras los pro­pie­ta­rios de la chan­cha, los ex pro­pie­ta­rios de la chan­cha toma­ban el avión para cono­cer el muro, la chan­cha en el aero­puer­to se esca­pa per­se­gui­da por diez a la sép­ti­ma del per­so­nal poli­cial infec­tan­do solo a fun­cio­na­rios de la adua­na y se entre­ga en la Pla­za Roja sin parar nin­gún tan­que o tan­que­ta. De la alcan­ta­ri­lla sur­ge nues­tro ado­les­cen­te y gri­ta ¡ami­go! La chan­cha nada y el joven enton­ces les habla a todas las bici­cle­tas que por­ta­ban ranu­ras y mar­cos de ven­ta­nas. Des­ves­ti­do y con acen­to pun­tano: no me van a enten­der, esta chan­cha yo la tenía para que me haga caso, para que hicie­ra lo que yo le orde­na­ra y su nada me lleno de entu­sias­mo y aquí estoy en un país don­de acu­de tan­ta gen­te. La chan­cha lim­pia se acer­có al úni­co que la había res­pe­ta­do la ino­cen­cia por­ci­na. En diciem­bre la digi­ta­li­za­ron, mien­tras que en el muro seguían pre­sos los turis­tas, los nece­si­ta­ban para sus ladri­llos. Muro que sir­ve para mirar el afue­ra y el aden­tro de los dos lados, como una nariz entre un par de ojos

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