Cuba. La Revo­lu­ción de los y las escla­vas y el rei­no de este mundo

Por Mari­bel Acos­ta Damas, Cola­bo­ra­ción Espe­cial para Resu­men Latinoamericano

“Para empe­zar, la sen­sa­ción de lo mara­vi­llo­so pre­su­po­ne una fe…”

Del escri­tor cubano Ale­jo Car­pen­tier en el pró­lo­go de su rela­to El rei­no de este mundo

Un 23 de agos­to de 1791, da ini­cio la insu­rrec­ción de los hom­bres y muje­res some­ti­dos a la escla­vi­tud en Saint-Domin­gue, la par­te occi­den­tal de la isla de La Espa­ño­la que, al pro­cla­mar su inde­pen­den­cia, recu­pe­ró su nom­bre ame­rin­dio ori­gi­nal: Hai­tí. Sigue en pie el ejem­plo de la pri­me­ra gran revo­lu­ción vic­to­rio­sa de la his­to­ria de la huma­ni­dad con­tra la esclavitud.

A más de 200 años de aque­lla fecha, el mun­do reme­mo­ra la rei­vin­di­ca­ción uni­ver­sal de la liber­tad en el Día Inter­na­cio­nal del Recuer­do de la Tra­ta de Escla­vos y de su Abo­li­ción, con la mis­ma pasión de aque­llos días del Cari­be… “una tie­rra don­de milla­res de hom­bres ansio­sos de liber­tad cre­ye­ron en los pode­res lican­tró­pi­cos de Mac­kan­dal, a pun­to de que esa fe colec­ti­va pro­du­je­ra un mila­gro el día de su ejecución.”

De la plan­ta­ción de caña y café, de la tra­ta feroz, de la cruel­dad escla­vis­ta y de los mitos mara­vi­llo­sos que nacie­ron en Áfri­ca y no pudie­ron ser arran­ca­dos en Amé­ri­ca, nació el ape­go por la liber­tad, el cima­rro­na­je y la lucha…

El man­co Mac­kan­dal, hecho un houn­gán del rito Radá, inves­ti­do de pode­res extra­or­di­na­rios por varias caí­das en pose­sión de dio­ses mayo­res, era el Señor del Veneno. Dota­do de supre­ma auto­ri­dad por los Man­da­ta­rios de la otra ori­lla, había pro­cla­ma­do la cru­za­da del exter­mi­nio, ele­gi­do, como lo esta­ba, para aca­bar con los blan­cos y crear un gran impe­rio de negros libres en San­to Domin­go. Milla­res de escla­vos le eran adic­tos. Ya nadie deten­dría la mar­cha del veneno.”

En aque­llos días los insu­rrec­tos incen­dia­ron los caña­ve­ra­les, ani­qui­la­ron las patru­llas y des­ta­ca­men­tos de las tro­pas colo­nia­les y obli­ga­ron a los euro­peos a ence­rrar­se en las ciu­da­des de la cos­ta. Final­men­te, sin ren­dir­se, el 29 de agos­to de 1793 fue pro­cla­ma­da la abo­li­ción de la escla­vi­tud en Haití.

“…Pero lo que más asom­bra­ba a Ti Noel era el des­cu­bri­mien­to de que ese mun­do pro­di­gio­so, como no lo habían cono­ci­do los gober­na­do­res fran­ce­ses del Cabo, era un mun­do de negros. Por­que negras eran aque­llas hon­ro­sas seño­ras, de fir­me nal­ga­to­rio, que aho­ra bai­la­ban la rue­da en torno a una fuen­te de tri­to­nes; negros aque­llos dos minis­tros de medias blan­cas, que des­cen­dían, con la car­te­ra de bece­rro deba­jo del bra­zo, la esca­li­na­ta de honor; (…) y bien negra, era la Inma­cu­la­da Con­cep­ción que se erguía sobre el altar de la capi­lla, son­rien­do dul­ce­men­te a los músi­cos negros que ensa­ya­ban un sal­ve. Ti Noel com­pren­dió que se halla­ba en Sans-Sou­ci, la resi­den­cia pre­di­lec­ta del rey Hen­ri Chris­tophe, aquel que fue­ra anta­ño coci­ne­ro en la calle de los Espa­ño­les, due­ño del alber­gue de La Coro­na, y que hoy fun­día mone­das con sus ini­cia­les, sobre la orgu­llo­sa divi­sa de Dios, mi cau­sa y mi espada.”

La Revo­lu­ción de Hai­tí fue una revo­lu­ción anti­es­cla­vis­ta y anti­co­lo­nial. Fue la heroi­ca revo­lu­ción en la que los anti­guos escla­vos enfren­ta­ron y derro­ta­ron a los ejér­ci­tos más pode­ro­sos de Euro­pa bajo la con­sig­na “Liber­tad o muer­te”. Y aun­que la san­gre derra­ma­da no con­du­jo a su esta­bi­li­dad defi­ni­ti­va, y Hai­tí ha paga­do caro a las metró­po­lis colo­nia­les la osa­día de su insu­rrec­ción, ahí está su para­dig­ma ina­mo­vi­ble para todos los tiem­pos… Ti Noel sigue vivo, en el rei­no de este mundo…

Tí Noel había gas­ta­do su heren­cia y, a pesar de haber lle­ga­do a la últi­ma mise­ria, deja­ba la mis­ma heren­cia reci­bi­da. Era un cuer­po de car­ne trans­cu­rri­da. Y com­pren­día, aho­ra, que el hom­bre nun­ca sabe para quién pade­ce y espe­ra. Pade­ce y espe­ra y tra­ba­ja para gen­tes que nun­ca cono­ce­rá, y que a su vez pade­ce­rán y espe­ra­rán y tra­ba­ja­rán para otros que tam­po­co serán feli­ces, pues el hom­bre ansía siem­pre una feli­ci­dad situa­da más allá de la por­ción que le es otor­ga­da. Pero la gran­de­za del hom­bre está pre­ci­sa­men­te en que­rer mejo­rar lo que es. En impo­ner­se Tareas. En el Rei­no de los Cie­los no hay gran­de­za que con­quis­tar, pues­to que allá todo es jerar­quía esta­ble­ci­da, incóg­ni­ta des­pe­ja­da, exis­tir sin tér­mino, impo­si­bi­li­dad de sacri­fi­cio, repo­so y delei­te. Por ello, ago­bia­do de penas y de Tareas, her­mo­so den­tro de su mise­ria, capaz de amar en medio de las pla­gas, el hom­bre sólo pue­de hallar su gran­de­za, su máxi­ma medi­da en el Rei­no de este Mundo.”

En noviem­bre de 1803 el ejér­ci­to fran­cés se rin­dió ante el jefe rebel­de, Jean-Jac­ques Des­sa­li­nes. Al ser pro­cla­ma­da la inde­pen­den­cia, en acto de repa­ra­ción his­tó­ri­ca, los ven­ce­do­res des­car­ta­ron el anti­guo nom­bre colo­nial de Saint Domin­gue, y nom­bra­ron al nue­vo Esta­do con su nom­bre de raíz, Hai­tí, como lla­ma­ban a su tie­rra sus habi­tan­tes ori­gi­na­les, el pue­blo taíno, que fue­ra exter­mi­na­do por los colo­nia­lis­tas europeos.

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