Colom­bia. Las FARC y 56 años de lucha

Por Hugo Mol­diz Mer­ca­do. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de junio de 2020 

Hace 56 años, un 27 de mayo de 1964, irrum­pían las Fuer­zas Armadas
Revo­lu­cio­na­rias de Colom­bia (FARC), en el his­tó­ri­co terri­to­rio liberado
de la lla­ma­da “Repú­bli­ca de Mar­que­ta­lia”. Como res­pues­ta a la urgente
nece­si­dad de dar­le mayor cohe­ren­cia y orga­ni­za­ción a la lucha
revo­lu­cio­na­ria que espe­ra­ban los humil­des de ese país, principalmente
cam­pe­si­nos, para resis­tir la repre­sión físi­ca des­ple­ga­da por el Esta­do y
enfren­tar, así mis­mo, las cau­sas estruc­tu­ra­les de la explo­ta­ción y la
dominación.

El naci­mien­to de las FARC no estu­vo deter­mi­na­do por la desesperación
polí­ti­ca o roman­ti­cis­mo de algún núcleo peque­ño­bur­gués urbano o rural,
ni por la ansie­dad de ver san­gre derra­ma­da —como a menu­do se distorsiona
pre­me­di­ta­da­men­te la expe­rien­cia gue­rri­lle­ra de esta fuer­za insurgente — ,
sino por un lar­go pro­ce­so de acu­mu­la­ción polí­ti­ca y de acciones
arma­das, de natu­ra­le­za defen­si­va, con­tra la bru­tal arremetida
con­ser­va­do­ra que se vol­vió más inten­sa tras el ase­si­na­to, en 1948, del
libe­ral Elie­cer Gai­tán, quien des­de su ingre­so a la polí­ti­ca siem­pre se
puso a lado de los más humildes.

Las per­se­cu­cio­nes polí­ti­cas y las deten­cio­nes de lucha­do­res sociales,
y los ase­si­na­tos de sus cua­dros más impor­tan­tes, no detu­vie­ron el
pro­gre­si­vo des­per­tar popu­lar con­tra las injus­ti­cias, cuya expre­sión más
inten­sa se dio en el Bogo­ta­zo, una suble­va­ción popu­lar que con­de­nó el
cri­men del polí­ti­co nacio­na­lis­ta y que lla­mó a seguir luchando.
Vio­len­cia esta­tal con­tra los humil­des y resis­ten­cia popu­lar en sus
diver­sas for­mas, inclu­yen­do la arma­da, son las dos características
cen­tra­les de ese lar­go perio­do de lucha social en Colombia.

Duran­te la déca­da de los 50 —deno­mi­na­do el perío­do de la vio­len­cia en
Colom­bia— sur­gie­ron y se desa­rro­lla­ron gru­pos gue­rri­lle­ros conformados
por libe­ra­les y mar­xis­tas en la Cor­di­lle­ra Cen­tral como for­ma de
auto­de­fen­sa con­tra las cri­mi­na­les incur­sio­nes del ejér­ci­to en esa
región, orien­ta­das a des­po­jar a los cam­pe­si­nos de sus tie­rras a favor de
los terra­te­nien­tes y de aho­gar cual­quier posi­bi­li­dad de materialización
de los dere­chos políticos.

En una de esas zonas, en el depar­ta­men­to de Toli­ma, los campesinos
lide­ra­dos por Manuel Maru­lan­da Velez, cono­ci­do años des­pués como el
coman­dan­te Tiro­fi­jo [por su increí­ble pun­te­ría con el fusil],
cons­ti­tu­ye­ron un terri­to­rio libe­ra­do, al que se lla­mó la Repú­bli­ca de
Mar­que­ta­lia, y que, como era de espe­rar­se, fue uno de los objetivos
prin­ci­pa­les del plan Las­so (Latin Ame­ri­can Secu­rity Ope­ra­tion), diseñado
de mane­ra con­jun­ta por los gobier­nos de Colom­bia y EEUU, y ejecutado
por el ejér­ci­to del país sud­ame­ri­cano en el mar­co de la «Doc­tri­na de
Segu­ri­dad Nacio­nal» que, para cor­tar de raíz el peli­gro de la expansión
de la revo­lu­ción cuba­na, con­ce­bía la exis­ten­cia del enemi­go interno y
levan­ta­ba como con­cep­to de vic­to­ria la eli­mi­na­ción físi­ca del
adver­sa­rio. Es decir, tra­du­ci­do para el caso colom­biano: el ase­si­na­to de
los cam­pe­si­nos rebel­des y de los tra­ba­ja­do­res en las ciudades.

En estas líneas no se pre­ten­de hablar de his­to­ria ni mucho menos
hacer un amplio aná­li­sis de ese perío­do de Colom­bia. Pero, eso sí,
deli­mi­tar de mane­ra escue­ta el con­tex­to his­tó­ri­co que expli­ca el
naci­mien­to de las FARC, que a la pos­tre lle­ga­ría a ser reco­no­ci­da, por
el Esta­do colom­biano y por orga­nis­mos inter­na­cio­na­les, como la fuerza
insur­gen­te más gran­de de Amé­ri­ca Lati­na. Mucha agua ha corri­do desde
aquel enton­ces y un balan­ce obje­ti­vo del papel de ese gru­po guerrillero
en la his­to­ria de las cla­ses subal­ter­nas colom­bia­nas, con sus acier­tos y
des­acier­tos, debe ser hecho con una mira­da lar­ga y des­po­ja­da de
prejuicios.

Por lo pron­to, de mane­ra pre­li­mi­nar, a los 56 años de su fun­da­ción, sería un acto de injus­ti­cia alu­dir a la vida de ese gru­po gue­rri­lle­ro, con­ver­ti­do en par­ti­do polí­ti­co: Fuer­za Alter­na­ti­va Revo­lu­cio­na­ria del Común (FARC), como con­se­cuen­cia de la imple­men­ta­ción de los [supues­tos] «acuer­dos de paz», sus­cri­tos en 2017, sin hacer refe­ren­cia a su inde­cli­na­ble com­pro­mi­so con los intere­ses de los más humil­des, prin­ci­pal­men­te cam­pe­si­nos; y a su acti­tud con­se­cuen­te con los prin­ci­pios revo­lu­cio­na­rios, mar­xis­ta-leni­nis­tas, de luchar por la cons­truc­ción de una socie­dad con paz y jus­ti­cia social, que no es otra que el socialismo. 

Des­de los apa­ra­tos ideo­ló­gi­cos del Esta­do (públi­cos o pri­va­dos) bajo
hege­mo­nía bur­gue­sa, se ha demo­ni­za­do y cri­mi­na­li­za­do a las FARC, como si
sus com­ba­tien­tes hubie­ran desa­rro­lla­do actos de fe al cul­to de la
vio­len­cia. Inclu­so algu­nos par­ti­dos de izquier­da y diri­gen­tes sindicales
(que tam­bién son apa­ra­tos ideo­ló­gi­cos de la socie­dad civil), han
com­par­ti­do y difun­di­do ese este­reo­ti­po, lo que cier­ta­men­te representa
una injus­ti­cia y una fal­ta a la ver­dad his­tó­ri­ca que, en su complejidad,
más bien mues­tra como ese gru­po hizo suyo el con­cep­to leni­nis­ta de
desa­rro­llar todas las for­mas y méto­dos de lucha en fun­ción de la
reali­dad histórico-concreta.

Para ejem­pli­fi­car el carác­ter dia­léc­ti­co de la acción colec­ti­va de las FARC se debe hacer refe­ren­cia a:

Pri­me­ro: la lucha arma­da como res­pues­ta a un lar­go perio­do de la
his­to­ria colom­bia­na carac­te­ri­za­do por una demo­cra­cia apa­ren­te en la que
libe­ra­les y con­ser­va­do­res se dispu­taban el poder, con bala de por medio,
pero con el obje­ti­vo, en el cual sí coin­ci­dían ambos par­ti­dos, de
man­te­ner cerra­do cual­quier espa­cio, el más peque­ño que fue­se, a la
par­ti­ci­pa­ción popu­lar. Esta fuer­za insur­gen­te nun­ca dejó de luchar, como
apun­tó Fidel Cas­tro, quien tenía obser­va­cio­nes de fon­do a la estrategia
mili­tar de ese grupo.

Segun­do, su apues­ta por la lucha elec­to­ral, por mayo­res limitaciones
que esta ofre­cie­se en un país don­de muchas veces, por la violencia
físi­ca des­ple­ga­da des­de el Esta­do y sus gru­pos para­mi­li­ta­res, es más
fácil estruc­tu­rar una orga­ni­za­ción arma­da que un sin­di­ca­to. Tan es así
que, en un esfuer­zo por encon­trar el camino a la paz, las FARC-EP y
otros gru­pos gue­rri­lle­ros, con­for­ma­ron la Unión Patrió­ti­ca para
par­ti­ci­par de las elec­cio­nes de 1986, cuan­do obtu­vie­ron un tercer
his­tó­ri­co lugar en una demo­cra­cia con­tro­la­da por el bipar­ti­dis­mo, aunque
tam­bién tuvie­ron que lamen­tar el ase­si­na­to de más de 4 000 militantes
de ese fren­te polí­ti­co-elec­to­ral. Esta reali­dad no ha cambiado
sus­tan­cial­men­te a pesar de los «acuer­dos de paz», ya que des­de 2016 a la
fecha han sido ase­si­na­dos más de 1000 líde­res y lide­re­sas socia­les, de
los que un 20 por cien­to están den­tro de la cate­go­ría de ex combatientes
de esa fuer­za guerrillera.

Ter­ce­ro, la lucha por la paz. Este es qui­zá uno de los apor­tes más
sig­ni­fi­ca­ti­vos que las FARC-EP le hicie­ron al pue­blo colom­biano. Con la
mis­ma fir­me­za con que empu­ña­ron las armas, nun­ca renun­cia­ron a bus­car la
paz a tra­vés de una sali­da polí­ti­ca [aun­que con prin­ci­pios socialistas]
al lar­go con­flic­to arma­do. La pro­pues­ta de alcan­zar la paz fue
tra­ba­ja­da con los gobier­nos de Beli­sa­rio Betan­cur (1982−1986), Virgilio
Bar­co 1986 – 1990), Cesar Gavi­ria (1990−1994), Andrés Pas­tra­na 1998 – 2002),
Álva­ro Uri­be (2002−2010) y con Juan Manuel San­tos (2010−2016). En todos
estos diá­lo­gos por la paz, con avan­ces y retro­ce­sos, las FARC-EP no
aban­do­na­ron su ori­gen agra­rio y su com­pro­mi­so con los humildes.

La idea más difun­di­da por la dere­cha es que las FARC-EP se vieron
obli­ga­das a fir­mar la paz en 2016, tras cua­tro años de dia­lo­go público
en La Haba­na, aun­que la “fase secre­ta” es de al menos dos años antes de
2012, debi­do a que corre­la­ción de fuer­zas mili­tar le era favo­ra­ble al
gobierno colom­biano. Lo cier­to es que esa es una inter­pre­ta­ción parcial
que no toma en cuen­ta que los diá­lo­gos de paz en los 80 y 90 se dieron
en un con­tex­to polí­ti­co de vigen­cia de un movi­mien­to guerrillero
poderoso.

La apli­ca­ción de los «acuer­dos de paz» —cuyo des­en­la­ce no hubiera
sido posi­ble sin el incan­sa­ble apo­yo de Fidel Cas­tro y Hugo Chá­vez de
mane­ra par­ti­cu­lar, y de Cuba y Vene­zue­la de mane­ra gene­ral — , enfrentan
gra­ves y peli­gro­sos obs­tácu­los. De las dos gran­des expe­rien­cias de «paz»
en la región (Gua­te­ma­la y El Sal­va­dor), el Esta­do colombiano,
con­tro­la­do hege­mó­ni­ca­men­te por quie­nes aman la gue­rra, bus­ca que las
FARC siga el camino de la pri­me­ra expe­rien­cia, don­de la UNRG sal­tó a
peda­zos y las posi­bi­li­da­des de par­ti­ci­pa­ción y de vic­to­ria polí­ti­ca del
pue­blo son fran­ca­men­te reducidas.

Pero el ries­go del debi­li­ta­mien­to polí­ti­co por una erró­nea estrategia
polí­ti­ca [como la del actual par­ti­do polí­ti­co FARC] no es el úni­co. La
«paz» está ame­na­za­da todos los días, como aho­ra por el anun­cio que este
27 de mayo hizo la emba­ja­da de EEUU en Bogo­tá sobre el arri­bo de una
bri­ga­da espe­cia­li­za­da del Ejér­ci­to esta­dou­ni­den­se “para apo­yar desde
junio la paz y la lucha con­tra el narcotráfico”.

No que­da duda —a pesar del ries­go emi­nen­te que ace­cha a la vida del par­ti­do de la Rosa si no ter­mi­na de cono­cer y mover­se den­tro de las com­ple­jas leyes de la polí­ti­ca [y sobre todo si no se vuel­ca hacia la dere­cha. Por algo muchos de sus coman­dan­tes han aban­do­na­do el par­ti­do y han vuel­to a la gue­rri­lla] — , que las FARC-EP le hicie­ron al pue­blo colom­biano un apor­te valio­so que, vaya para­do­ja, están cose­chan­do prin­ci­pal­men­te otros polí­ti­cos pro­gre­sis­tas y no ellos, como ocu­rrió en las elec­cio­nes de 2017, cuan­do Gus­ta­vo Petro rom­pió el bipar­ti­dis­mo y estu­vo cer­ca de ganar las elec­cio­nes. Sin los diá­lo­gos de «paz» eso no habría sido posible.

* Fuen­te: Cuba­de­ba­te

Itu­rria /​Fuen­te

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