Para­guay. Sin opción: vivir de la des­truc­ción de los bosques

Por Aldo Bení­tez /​Resumen Lati­no­ame­ri­cano, 28 de mayo de 2020

  • La defo­res­ta­ción de miles de hec­tá­reas que sufren cada año las reser­vas y par­ques nacio­na­les del Bos­que Atlán­ti­co del Alto Para­ná (BAAPA), no sola­men­te repre­sen­ta un daño ambien­tal gra­ve, sino que tam­bién un amplio pro­ble­ma social. 
  • Miles de fami­lias cam­pe­si­nas e indí­ge­nas no tie­nen otra alter­na­ti­va que vivir de los bos­ques o alqui­lar sus tie­rras para plan­ta­cio­nes ile­ga­les en las áreas protegidas. 

Cla­ro Morel Domín­guez vive en San José Cris­tal. Uno de los pun­tos por don­de se ingre­sa al Par­que Caa­za­pá, en el depar­ta­men­to del mis­mo nom­bre. Don Morel, de 64 años, recuer­da que para los años seten­ta toda la región era un bos­que casi impe­ne­tra­ble y que, con el paso del tiem­po, al igual como ocu­rrió con el bos­que, la región fue per­dien­do pobladores.

Don Morel sabe que muchos deja­ron estas tie­rras y que los pocos que aún siguen allí, no tie­nen otra alter­na­ti­va que alqui­lar sus terre­nos a terra­te­nien­tes soje­ros bra­si­le­ños. “Para qué te voy a men­tir, ten­go 16 hec­tá­reas que están pega­das al par­que y las alqui­lo como hacen todos. Nos pagan G. 15 000 000 de gua­ra­níes (USD 2321) por cada cose­cha, cuan­do noso­tros con cual­quier otro pro­duc­to que sem­bre­mos ape­nas pode­mos lle­gar a G. 1 500 000 (USD 232)”, dice en un gua­ra­ní bien cerra­do don Morel.

Sus hijos, todos mayo­res de edad, tam­bién se fue­ron. “A bus­car mejo­res opor­tu­ni­da­des”, cuen­ta. Pero don Morel sue­ña con que algún día vuel­van a su tierra.

La pobre­za y pobre­za extre­ma son las carac­te­rís­ti­cas de los asen­ta­mien­tos ubi­ca­dos en la zona del Bos­que Atlán­ti­co. Foto Pán­fi­lo Leguizamón.

Su his­to­ria es un común deno­mi­na­dor en las zonas del inte­rior de Para­guay. Los datos de la Direc­ción Gene­ral de Encues­tas, Esta­dís­ti­cas y Cen­sos (DGEEC) dan cuen­ta de que la migra­ción inter­na, des­de el cam­po a la ciu­dad, en las últi­mas déca­das ha mar­ca­do a la región. Has­ta 1972 el país tenía un 56% de pobla­ción rural. Sin embar­go, de acuer­do con la Encues­ta de Hoga­res de 2002, la pobla­ción rural bajó al 43,3% y la urba­na subió a más del 50%. El Cen­tro de Docu­men­ta­ción y Estu­dios (CDE) sos­tie­ne en un infor­me que este fenó­meno obe­de­ce a la gran exten­sión agro­in­dus­trial en los últi­mos 30 años y al aban­dono esta­tal que sufren los peque­ños pro­duc­to­res de la zona rural.

Don Cla­ro lle­gó a San José Cris­tal en 1974. Había deja­do San Pedro del Para­ná, Depar­ta­men­to de Ita­púa, por­que no con­se­guía tra­ba­jo. En ese tiem­po, el terri­to­rio don­de está el Par­que toda­vía no había sido decla­ra­do área pro­te­gi­da por el Esta­do. “Com­pré estas hec­tá­reas por G. 30 mil (USD 4,6)”, rela­ta don Morel, un mon­to hoy en día equi­va­len­te a una ham­bur­gue­sa en algún res­tau­ran­te de Asunción.

Ase­gu­ra que actual­men­te lo úni­co ren­ta­ble en esta par­te de Para­guay es la plan­ta­ción de soja o la marihua­na. En ambos casos, quie­nes com­pran el pro­duc­to tie­nen las maqui­na­rias y camio­nes para poder sacar la pro­duc­ción. En cam­bio, “noso­tros [los peque­ños agri­cul­to­res] no tene­mos for­ma de salir de acá con nues­tros pro­duc­tos”, dice don Morel. Es que “el camino es un desas­tre y cuan­do llue­ve es impo­si­ble”, se que­ja. “No hay ayu­da de nadie. Tene­mos que tener capi­tal para mover­nos [para com­prar un camión, por ejem­plo], pero es impo­si­ble acce­der a cré­di­tos si sos peque­ño pro­duc­tor”, con­ti­núa. Con las hec­tá­reas que tie­ne don Morel, los ban­cos le ofre­cen G. 5 000 000 (USD 773), pero ¿qué se supo­ne que pue­do hacer con esa suma?”, se pregunta.

Exten­sas plan­ta­cio­nes de gra­nos, prin­ci­pal­men­te soja, cer­can el perí­me­tro de la Reser­va Mba­ra­yú y de las otras áreas pro­te­gi­das. Foto Pán­fi­lo Leguizamón

Recuer­da el caso de un vecino suyo que con­si­guió, a duras penas, lle­var 20 bol­sas de Man­dio­ca has­ta Abai, un dis­tri­to con mayor pobla­ción ubi­ca­do a 35 Kiló­me­tros de San José Cris­tal, pero el pago que reci­bió por ellas ape­nas cubrió los gas­tos del via­je de ida y de vuel­ta. “Des­pués de eso, dejó esa idea. Acá ya no rin­de nada, sal­vo la soja meca­ni­za­da”, ase­gu­ra el agri­cul­tor y, des­de hace unos 10 años, tam­bién la marihua­na se ha con­ver­ti­do en un segun­do pro­duc­to rentable.

El pro­ble­ma es que con el ini­cio de esta acti­vi­dad agrí­co­la a gran esca­la en la déca­da de los ochen­ta, se empe­zó a defo­res­tar masi­va­men­te en la región Orien­tal del país. Según un estu­dio de la Facul­tad de Agro­no­mía de la Uni­ver­si­dad Nacio­nal de Asun­ción (UNA), en 1984, de las 5 650 000 hec­tá­reas de bos­ques que tenía la región Orien­tal en 1984, hoy que­dan sola­men­te cer­ca de 2 700 000.

Des­de 2015 has­ta este año, agen­tes de la Secre­ta­ría Nacio­nal Anti­dro­gas (SENAD) han des­trui­do 834 hec­tá­reas de marihua­na y 81 982 kilos de la hier­ba en las áreas pro­te­gi­das de Caa­gua­zú, Canin­de­yú, Caa­za­pá e Itapúa.

Caa­za­pá apa­re­ce en el segun­do lugar entre los depar­ta­men­tos con mayor índi­ce de pobre­za en el país, según datos de la DGEEC de 2015. A su vez, el Cen­tro de Aná­li­sis y Difu­sión de la Eco­no­mía Para­gua­ya (CADEP), en un infor­me de 2018, ubi­ca a Caa­za­pá en los están­da­res más bajos en los tópi­cos de desa­rro­llo departamental.

Los tron­cos de Euca­lip­tos se pue­den cor­tar si se tie­ne un plan de mane­jo y guías fores­ta­les docu­men­ta­das. En la Región Orien­tal está prohi­bi­da la Defo­res­ta­ción por ley des­de 2004. Foto Pán­fi­lo Leguizamón

El repor­te indi­ca que el 90% de la mano de obra de ese depar­ta­men­to está en la infor­ma­li­dad. Es decir, no tie­ne segu­ro médi­co ni social. Ade­más, el Minis­te­rio de Salud Públi­ca, en un infor­me de 2017, men­cio­na que el 22% de los niños meno­res de dos años en Caa­za­pá está con ries­go de des­nu­tri­ción, mien­tras que el 6,8% está en des­nu­tri­ción gra­ve. Son los núme­ros más altos del país.

Es por eso que cuan­do don Morel pien­sa en las per­so­nas de su comu­ni­dad que des­tru­yen el bos­que para hacer car­bón, ven­der la made­ra o plan­tar marihua­na, dice: “qué le vas a cul­par a las fami­lias que no tie­nen hec­tá­reas como yo para alqui­lar a bra­si­le­ños, qué le podés decir, si ves cómo viven”.

En estos hor­nos clan­des­ti­nos los árbo­les de las reser­vas son que­ma­dos para acon­di­cio­nar el terreno antes de plan­tar marihua­na. Foto Pán­fi­lo Leguizamón.

Ciri­lo Gon­zá­lez, un cam­pe­sino de 62 años, vive des­de que tie­ne memo­ria en la peque­ña comu­ni­dad de Arro­yo Moro­ti [Arro­yo Blan­co, en gua­ra­ní] y que alber­ga a unas 27 fami­lias en el perí­me­tro del par­que Caa­za­pá. A don Ciri­lo le preo­cu­pan las que­ma­zo­nes que se hacen para plan­tar marihua­na y soja. “Las­ti­mo­sa­men­te se está cul­ti­van­do en nues­tro Par­que, pero es algo que no pode­mos evi­tar”, dice.

Tie­ne seis hijos a los que man­tie­ne gra­cias a su peque­ño kokue, que en gua­ra­ní quie­re decir cha­cra. Son 10 hec­tá­reas en las que siem­bra maíz, algo de man­dio­ca, y en las que des­ti­na un sec­tor para los ani­ma­les: cer­dos y galli­nas que andan por el lugar con total liber­tad. “Todo es para auto­con­su­mo, con esto vivi­mos”, asegura.

Don Ciri­lo coin­ci­de con los recla­mos de Morel. “Por lo menos nece­si­ta­mos camino, es lo bási­co”, dice. Caa­za­pá tie­ne el 90% de su red vial de tie­rra, según un infor­me del Minis­te­rio de Obras Públi­cas y Comu­ni­ca­cio­nes (MOPC). De 3506 kiló­me­tros de camino que tie­ne el depar­ta­men­to, 3167 son de tie­rra y cuan­do hay llu­via, todo se con­vier­te en barro. “Noso­tros nos ayu­da­mos en lo que pode­mos. Somos pobres, pero esta­mos tra­ba­jan­do puño a puño”, dice don Cirilo.

“La plan­ta vai (fea) es peligrosa”

“Es tie­rra de nadie. Tra­ba­ja­mos con comu­ni­da­des y muchas fami­lias están aban­do­nan­do la zona por­que tie­nen mie­do. Lo que pasa es que todo se ha pues­to muy vio­len­to des­de que entró el tema de la plan­ta vai (hier­ba fea)”, dice uno de los diri­gen­tes de la Aso­cia­ción de Comu­ni­da­des Indí­ge­nas de Ita­púa (ACIDI), que pre­fie­re no dar su nom­bre por temor a cual­quier repre­sa­lia. “Yo ten­go fami­lia, ten­go mi gen­te que cui­dar”, dice.

El mie­do del diri­gen­te tie­ne fun­da­men­tos. En octu­bre de 2012, des­co­no­ci­dos incen­dia­ron el local de la orga­ni­za­ción Guy­rá Para­guay, ONG que ope­ra en ple­na Reser­va San Rafael con pro­yec­tos de desa­rro­llo comu­ni­ta­rios. El ata­que se regis­tró días des­pués de que la orga­ni­za­ción rea­li­za­ra denun­cias públi­cas sobre la deforestación.

Una par­te impor­tan­te de la pobla­ción que está en la zona de influen­cia del Bos­que Atlán­ti­co depen­de de la made­ra, ya que hay muchos ase­rra­de­ros. Según el Minis­te­rio del Ambien­te, no ten­drían que habi­li­tar­se este tipo de loca­les cer­ca de las Reser­vas. Foto Pán­fi­lo Leguizamón.

Cuan­do habla de la plan­ta vai, el líder indí­ge­na se refie­re a la marihua­na. Un cul­ti­vo que empe­zó a ganar terreno a prin­ci­pio del 2000 y que hoy se extien­de en dece­nas de par­ce­las situa­das en medio de áreas pro­te­gi­da y en pleno terri­to­rio indígena.

En la Reser­va San Rafael, unas 12 000 hec­tá­reas per­te­ne­cen al pue­blo indí­ge­na Mby’a Gua­ra­ní. Ellos cono­cen a esta área pro­te­gi­da como el Tekoha gua­sú, que quie­re decir “la tie­rra gran­de en don­de somos lo que somos”. El líder indí­ge­na expli­ca este sig­ni­fi­ca­do dicien­do que “para noso­tros es la tie­rra de nues­tros ances­tros, de los ani­ma­les que caza­mos para comer, de la plan­ta que usa­mos para nues­tros reme­dios caseros”.

En los alre­de­do­res o zona de influen­cia del Bos­que Atlán­ti­co se cal­cu­la que hay 1500 fami­lias indí­ge­nas de dife­ren­tes comu­ni­da­des, según datos del Ins­ti­tu­to Nacio­nal del Indí­ge­na (INDI). El deno­mi­na­dor común es la extre­ma pobre­za, la fal­ta de aten­ción médi­ca y sus tie­rras alqui­la­das para los gran­des cul­ti­vos, prin­ci­pal­men­te de soja, pero tam­bién marihuana.

En los últi­mos años, la pobla­ción cam­pe­si­na e indí­ge­na de la zona rural de Para­guay han pre­sen­ta­do pro­ce­sos simi­la­res. Pobre­za, aban­dono por par­te de las auto­ri­da­des y fal­ta de opor­tu­ni­da­des, seña­la Rodri­go Zára­te, de Guy­rá Para­guay. Esa com­bi­na­ción de fac­to­res ha pro­vo­ca­do que muchas fami­lias, que habi­tan en el Bos­que Atlán­ti­co, vean como opción úni­ca la de vivir, por ejem­plo, de la ven­ta de rollos de made­ra, del car­bón hecho con árbo­les tala­dos de las reser­vas y de las plan­ta­cio­nes de marihuana.

En las zonas de amor­ti­gua­mien­to de las Reser­vas y Par­ques que están en el Bos­que Atlán­ti­co se han ins­ta­la­do con los años asen­ta­mien­tos cam­pe­si­nos. Foto Pán­fi­lo Leguizamón

Para el doc­tor en cri­mi­no­lo­gía e inves­ti­ga­dor por la Uni­ver­si­dad de Pilar, Juan Mar­tens, lo que ocu­rre con la defo­res­ta­ción, la marihua­na y las comu­ni­da­des cam­pe­si­nas e indí­ge­nas es que el cul­ti­vo de esta hier­ba pasó a con­ver­tir­se casi en el úni­co sus­ten­to eco­nó­mi­co para muchas fami­lias que no son, final­men­te, las bene­fi­cia­rias de las gran­des sumas de dine­ro que gene­ra el trá­fi­co, sino que solo ganan por tra­ba­jar la tie­rra y cui­dar las plantaciones.

El Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Desa­rro­llo Rural y de la Tie­rra (INDERT) tie­ne 1018 colo­nias cam­pe­si­nas regis­tra­das en todo el país. En las zonas de influen­cia de las reser­vas San Rafael, Morom­bí, Mba­ra­ca­yú y el Par­que Caa­za­pá con­vi­ven al menos 110 de estos asen­ta­mien­tos. Según la DGEEC, Para­guay tie­ne unas 335 mil per­so­nas vivien­do en extre­ma pobre­za y cer­ca de 1,6 millo­nes de habi­tan­tes en la pobre­za. De esta can­ti­dad, el mayor por­cen­ta­je se con­cen­tra en la zona rural del país, en ambos niveles.

“Cómo le voy a venir a hablar a esta gen­te que vive en la zona del Bos­que Atlán­ti­co de la impor­tan­cia de la bios­fe­ra, de cui­dar los recur­sos, de los paja­ri­tos, cuan­do que no tie­nen ni para comer ese día”, expli­ca Zárate.

“Lo cate­gó­ri­co es que hay un défi­cit his­tó­ri­co con las pobla­cio­nes loca­les que están en la zona de amor­ti­gua­mien­to”, agre­ga a su vez. Para Óscar Rodas, direc­ti­vo de la orga­ni­za­ción inter­na­cio­nal WWF Para­guay, y que vie­ne tra­ba­jan­do en varios pro­yec­tos con comu­ni­da­des indí­ge­nas y cam­pe­si­nas que resi­den en las inme­dia­cio­nes del Bos­que Atlán­ti­co, es urgen­te que el Esta­do se haga pre­sen­te en esta empo­bre­ci­da zona del país. Ayu­dar a quie­nes viven a allí a cons­truir una mejor cali­dad de vida, a tener acce­so a opor­tu­ni­da­des labo­ra­les, de salud y edu­ca­ti­vas tam­bién es con­tri­buir con los bosques.

El gobierno anun­cia que impul­sa­rá un plan para que las fami­lias que están en la zona de amor­ti­gua­mien­to de las Reser­vas y Par­ques pue­dan tener una opor­tu­ni­dad de refo­res­tar la zona y cui­dar el bos­que. Foto: Pán­fi­lo Leguizamón.

En setiem­bre de 2019, el gobierno fir­mó un con­ve­nio de coope­ra­ción con la Orga­ni­za­ción de las Nacio­nes Uni­das para la Ali­men­ta­ción y la Agri­cul­tu­ra (FAO) para eje­cu­tar el pro­yec­to Pobre­za, Refo­res­ta­ción, Ener­gía y Cam­bio Cli­má­ti­co (Proeza). La idea de esta ini­cia­ti­va es mejo­rar la vida de unas 17 000 fami­lias que viven en zonas que son vul­ne­ra­bles al Cam­bio Cli­má­ti­co, entre ellas las que están en el Bos­que Atlántico.

Rafael Gon­zá­lez, Coor­di­na­dor Nacio­nal del Pro­yec­to “Proeza”, seña­la que se tra­ta de un plan emble­má­ti­co para el país ya que las fami­lias selec­cio­na­das reci­bi­rán asis­ten­cia téc­ni­ca para tener un mode­lo fores­tal en sus pro­pios terre­nos, para cui­dar el bos­que o refo­res­tar aque­llas áreas don­de se han hecho des­mon­tes. “Se les va a dar un incen­ti­vo mone­ta­rio por cui­dar y man­te­ner esos árbo­les”, dice González.

Ase­gu­ra que ya hicie­ron los tra­ba­jos de cam­po pre­li­mi­na­res y que ya tie­nen iden­ti­fi­ca­das a las fami­lias bene­fi­cia­rias que viven en 66 dis­tri­tos de los depar­ta­men­tos de Con­cep­ción, San Pedro, Canin­de­yú, Caa­gua­zú, Guai­rá, Caa­za­pá, Ita­púa, Alto Para­ná, todos ubi­ca­dos en la zona de influen­cia del Bos­que Atlán­ti­co, en la Región Oriental.

El fun­cio­na­rio agre­ga que ase­gu­ra que el pro­yec­to aún no se ha podi­do eje­cu­tar por el tema de la pan­de­mia, pero sos­tie­ne que “se reac­ti­va­rá cuan­do esto termine”.

*Ima­gen prin­ci­pal: a unos 300 metros del lugar don­de estos ado­les­cen­tes jue­gan fút­bol, nues­tro dron tomó imá­ge­nes de par­ce­las de marihua­na en pleno núcleo de una de las Reser­vas del Bos­que Atlán­ti­co. Foto: Pán­fi­lo Leguizamón

FUENTE: Mon­ga­bay Latam

Itu­rria /​Fuen­te

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *