Líbano. Refu­gia­dos temen más al ham­bre que al coronavirus

Resu­men Medio Orien­te, 28 abril 2020

En el cam­po de refu­gia­dos de Sha­ti­la, en
el sur de Bei­rut, Fadia solo bus­ca sobre­vi­vir cada día y ali­men­tar a sus
cin­co hijos. Esta joven siria divor­cia­da vol­ve­ría a su país en guerra
si tuvie­ra un techo, ya que ‑afir­ma- el nue­vo coro­na­vi­rus no les matará,
pero sí el hambre. 

Los alre­de­dor de 1,5 millo­nes de refu­gia­dos regis­tra­dos por la ONU en
el Líbano son los más vul­ne­ra­bles ante la cri­sis sani­ta­ria de la
COVID-19, pero tam­bién los más afec­ta­dos por sus consecuencias
eco­nó­mi­cas, que se suman a la ya gra­ve situa­ción en la que se encuentra
el país de los cedros des­de hace meses.

«La cri­sis eco­nó­mi­ca nos asus­ta más que el coro­na­vi­rus», indi­ca a Efe
Fadia (nom­bre fic­ti­cio para pro­te­ger su iden­ti­dad) en la ofi­ci­na de la
ONG Basmeh&Zeitooneh, don­de reco­ge un vale que pue­de ser canjeado
pos­te­rior­men­te por una caja de comi­da y bebida.

«Si tuvie­ra un techo sobre mi cabe­za en Siria, vol­ve­ría», sos­tie­ne la
joven que tuvo que huir de su país natal, esce­na­rio de una gue­rra desde
2011 que ha pro­vo­ca­do la peor ola de refu­gia­dos de la últi­ma década.

Vivir al día

Omar Sayegh, de 29 años y direc­tor de Basmeh&Zeitooneh en Shatila,
ase­gu­ra a Efe que «todos en el cam­pa­men­to depen­den de los ingresos
dia­rios», ya que nadie tie­ne un salario.

En una de las calle­jue­las de este asen­ta­mien­to infor­mal, está la
ofi­ci­na de la ONG don­de Sayegh reúne a su equi­po y espe­ra uno a uno a
los refu­gia­dos para entre­gar­les su cupón. Unos 3.500 se bene­fi­cian de la
ayuda.

«No se pue­de tener segu­ri­dad ali­men­ta­ria sin capa­ci­dad eco­nó­mi­ca», afirma.

Ade­más de ofre­cer ese apo­yo a los refu­gia­dos, la ONG impar­te cla­ses a
1.400 niños en sus escue­las, pero aho­ra no pue­den acu­dir a cla­se por las
medi­das pre­ven­ti­vas y reci­ben a tra­vés de WhatsApp vídeos con las
lec­cio­nes para que no se que­den atrás, expli­ca Sayegh.

Sin embar­go, en Sha­ti­la la vida sigue prác­ti­ca­men­te igual que antes de
que apa­re­cie­ra el virus en el Líbano debi­do a la impo­si­bi­li­dad de
apli­car la dis­tan­cia social, los nego­cios están abier­tos y sólo unos
pocos se pro­te­gen con mas­ca­ri­llas y guantes.

Según la Agen­cia de la ONU para los Refu­gia­dos Pales­ti­nos (UNRWA), hay
10.849 per­so­nas regis­tra­das en el cam­pa­men­to, a fecha de junio de 2018.
Pero Basmeh&Zeitooneh ale­va esa cifra a 54.000, la gran mayo­ría no
están regis­tra­dos ofi­cial­men­te y no sólo palestinos.

Has­ta el momen­to, sólo ha sido detec­ta­do cin­co casos de coro­na­vi­rus en
un cam­pa­men­to en el este del Líbano, una refu­gia­da pales­ti­na que suma
más de 700 con­ta­gios en todo el país, don­de han falle­ci­do una veintena
de per­so­nas, una de las cifras más bajas de todo Orien­te Medio.

Emer­gen­cias simultáneas

En este momen­to hay «dos emer­gen­cias simul­tá­neas», aler­ta la española
Lau­ra Almi­rall, res­pon­sa­ble de la zona de Mon­te Líbano para el Alto
Comi­sio­na­do de la ONU para los Refu­gia­dos (ACNUR).

La agen­cia, que con­ta­bi­li­za casi un millón de refu­gia­dos sirios en el
Líbano, ha teni­do que redu­cir sus ser­vi­cios al míni­mo debi­do al
coro­na­vi­rus, pero Almi­rall ase­gu­ra a Efe que con­ti­núa ofre­cien­do la
asis­ten­cia finan­cie­ra así como ser­vi­cios de pro­tec­ción a niñez o de
géne­ro, entre otros. La espa­ño­la tra­ba­ja en uno de los cen­tros de
recep­ción para los refu­gia­dos más gran­des de la región, en el que antes
reci­bían a 1.000 fami­lias cada día pero aho­ra está com­ple­ta­men­te vacío
por las medi­das de pre­ven­ción. «Los refu­gia­dos están sufrien­do por la
cri­sis eco­nó­mi­ca, la mayo­ría viven de tra­ba­jos dia­rios, se van a sitios
espe­cí­fi­cos a la espe­ra de que los con­tra­ten para tra­ba­jos de un día.
Duran­te la cri­sis eco­nó­mi­ca se redu­jo y con la COVID-19, aún más»,
señala.

Tam­bién discriminados

Ade­más, los refu­gia­dos sirios están en ries­go ante el coronavirus
debi­do a su esca­sa «capa­ci­dad para obte­ner aten­ción médi­ca y la fal­ta de
infor­ma­ción sobre cómo pro­te­ger­se con­tra la infec­ción», denun­cia la
orga­ni­za­ción Human Rights Watch (HRW).

Su inves­ti­ga­do­ra para el Líbano, Aya Maj­zoub, dice a Efe que muchos de
ellos «no saben dón­de tie­nen que lla­mar ni los sín­to­mas de la COVID-19»,
ade­más tie­nen «mie­do a hacer­se los test o el tra­ta­mien­to por la
posi­bi­li­dad de ser des­cu­bier­tos y ser depor­ta­dos o cas­ti­ga­dos», dado que
la mayo­ría de ellos no tie­nen nin­gún docu­men­to y per­ma­ne­cen ilegalmente
en el Líbano.

Por su par­te, Almi­rall afir­ma que este tema ha sido tra­ta­do con el
Gobierno, que ha con­fir­ma­do a ACNUR que «no va a haber arres­tos ni
deportaciones».

«La gen­te tie­ne que tener con­fian­za en el sis­te­ma si van a hacer­se test
o ser hos­pi­ta­li­za­dos», seña­la y agre­ga que, para ello, ACNUR lle­va a
cabo cam­pa­ñas de infor­ma­ción, sobre todo en los asentamientos
informales.

Abd al Karim, refu­gia­do sirio de 35 años y líder local de un campamento
en el valle de la Bekaa (este), sub­ra­ya a Efe enfa­da­do que esto se ha
con­ver­ti­do en «una pri­sión» y que la situa­ción ha «empeo­ra­do por­que las
per­so­nas no tie­nen ni siquie­ra comida».

«Nun­ca hemos vivi­do en tan malas con­di­cio­nes, ni en la gue­rra», afirma. 

Itu­rria /​Fuen­te

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