Frantz Fanon: el bri­llo del metal

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En la Sudá­fri­ca con­tem­po­rá­nea, Fanon se lee y se dis­cu­te des­de el taller de for­ma­ción polí­ti­ca orga­ni­za­do en una ocu­pa­ción de tie­rras urba­nas, pasan­do por la escue­la de for­ma­ción polí­ti­ca de un sin­di­ca­to, has­ta la aca­de­mia, tan­to en sus espa­cios disi­den­tes como en sus más altas cum­bres. La vida y la obra de Fanon ofre­cen ins­pi­ra­ción y agu­de­za ana­lí­ti­ca a todas estas audien­cias. Achi­lle Mbem­be, escri­bien­do des­de Johan­nes­bur­go, explica:

Yo mis­mo me sen­tí atraí­do por el nom­bre y la voz de Fanon por­que ambos tie­nen el bri­llo del metal. El suyo es un pen­sa­mien­to meta­mór­fi­co, ani­ma­do por una indes­truc­ti­ble volun­tad de vivir. Lo que da a este pen­sa­mien­to metá­li­co su fuer­za y su poder es el aire de indes­truc­ti­bi­li­dad y, su coro­la­rio, el man­da­to de levan­tar­se. Es el inago­ta­ble silo de huma­ni­dad que alber­ga, el que ayer dio fuer­za a los colo­ni­za­dos y hoy nos per­mi­te mirar hacia el futuro.

Hay nume­ro­sas líneas de cone­xión que abren posi­bi­li­da­des fruc­tí­fe­ras para un diá­lo­go entre el tra­ba­jo de Fanon y for­mas con­tem­po­rá­neas de lucha. Esto va des­de su recuen­to de la cen­tra­li­dad de la racia­li­za­ción del espa­cio y la espa­cia­li­za­ción de la raza en el pro­yec­to de colo­ni­za­ción, a cues­tio­nes de la len­gua, la vigi­lan­cia poli­cial, el incons­cien­te racial y, por supues­to, las bru­ta­les reali­da­des de lo que se ha veni­do a lla­mar la pos-colonia.

En la aca­de­mia metro­po­li­ta­na, el huma­nis­mo de Fanon es a menu­do igno­ra­do o tra­ta­do como algo supe­ra­do o inclu­so pre-crí­ti­co, con excep­cio­nes nota­bles, como el valio­so tra­ba­jo de Paul Gil­roy. La con­des­cen­den­cia bur­lo­na de gen­te cuya huma­ni­dad jamás fue pues­ta en duda no es rara. Pero en la Sudá­fri­ca con­tem­po­rá­nea es la cues­tión de lo humano, de cómo se hace la cuen­ta de qué es humano y cómo se afir­ma la huma­ni­dad, lo que vin­cu­la más estre­cha­men­te el tra­ba­jo teó­ri­co de Fanon con el tra­ba­jo inte­lec­tual lle­va­do a cabo en las luchas, a menu­do peli­gro­sas, por la tie­rra y la dig­ni­dad. Aquí, la dig­ni­dad se entien­de como el reco­no­ci­mien­to de la huma­ni­dad ple­na e igual, inclu­yen­do el dere­cho a par­ti­ci­par en las deci­sio­nes sobre los asun­tos públi­cos. Este tipo de luchas, fre­cuen­te­men­te empren­di­das con­tra una vio­len­cia con­si­de­ra­ble del Esta­do y del par­ti­do gober­nan­te, y el des­pre­cio de la socie­dad civil, están fun­da­men­tal­men­te enrai­za­das en un huma­nis­mo insur­gen­te que legi­ti­ma y sos­tie­ne la resis­ten­cia. El impor­tan­te tra­ba­jo de Nigel Gib­son sobre Fanon y Sudá­fri­ca tie­ne una fir­me com­pren­sión de esto.

La poten­cia polí­ti­ca con­tem­po­rá­nea del huma­nis­mo radi­cal no es exclu­si­va de Sudá­fri­ca. Des­de Cara­cas has­ta La Paz, pasan­do por Puer­to Prín­ci­pe, los rela­tos de polí­ti­cas popu­la­res y poten­cial­men­te eman­ci­pa­do­ras con fre­cuen­cia des­ta­can el barrio como un lugar de lucha impor­tan­te, el blo­queo de carre­te­ras y la ocu­pa­ción como tác­ti­cas rele­van­tes y la afir­ma­ción de la huma­ni­dad de los opri­mi­dos como la base de la fuer­za para sos­te­ner la resis­ten­cia. Esta afir­ma­ción se sue­le expli­car como sus­ten­ta­da por prác­ti­cas socia­les en las que las muje­res desem­pe­ñan un papel de lide­raz­go y con fre­cuen­cia se habla de ella en tér­mi­nos de recu­pe­ra­ción de la dig­ni­dad. No es raro escu­char a las per­so­nas hablar de la indig­ni­dad como con­se­cuen­cia de la expro­pia­ción del dere­cho a par­ti­ci­par en la toma de deci­sio­nes sobre asun­tos públi­cos, así como sobre la tie­rra, el tra­ba­jo y la auto­no­mía corporal.

La cues­tión de lo humano es, en par­te, una cues­tión de cómo la opre­sión tra­ta de dis­tri­buir la atri­bu­ción de la capa­ci­dad de razón y de reco­no­cer a algu­nos dis­cur­sos como tales, a la par que des­car­ta a otros como mero rui­do, rui­do pro­duc­to de la irra­cio­na­li­dad. La cues­tión es cómo deter­mi­na­mos quién es hon­ra­do y quién des­hon­ra­do, quién pue­de ser calum­nia­do con impu­ni­dad y quién mere­ce res­pe­to públi­co; las vidas de quié­nes se valo­ran y las de quié­nes no; qué vidas han de ser gober­na­das por la ley y cuá­les deben ser gober­na­das ruti­na­ria­men­te por la vio­len­cia; por la muer­te de quién hacer due­lo y por la de quién no. La nega­ción de la huma­ni­dad ple­na e igual per­mi­te a la opre­sión tra­zar la línea divi­so­ria entre las for­mas de orga­ni­za­ción y resis­ten­cia que pue­den con­si­de­rar­se polí­ti­cas y las que no; y entre la socie­dad civil y la esfe­ra de acti­vi­dad que con­si­de­ra sin sen­ti­do, cri­mi­nal o una mani­fes­ta­ción conspiratoria.

El huma­nis­mo radi­cal de Fanon, un huma­nis­mo hecho —en la famo­sa fra­se de Césai­re— «a la medi­da del mun­do», man­tie­ne una capa­ci­dad de hablar con poder real de muchas de las for­mas en las que la cues­tión de lo humano se plan­tea y se impug­na, des­de el inte­rior de las for­mas con­tem­po­rá­neas de mili­tan­cia de base empren­di­das en zonas de exclu­sión y domi­na­ción social.

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