Hacía falta ser ciego para no verlo. La Francia que, el sábado 17 de noviembre, ha ocupado las rotondas, ha obligado a reducir la velocidad de las autopistas, bloqueado la entrada de las ciudades e intentado llegar al Elíseo, era la Francia de las zonas periféricas y de las pequeñas clases medias. Esta Francia que normalmente no se encuentra en los movimientos sociales que agitan regularmente el Hexágono.
No hacía falta ser ciego, justamente: raramente se ha visto que los medios de comunicación han abierto tan ampliamente sus columnas y su tiempo de antena a una movilización. Pocas veces –¿nunca?– se había visto que pusieran sus micros y sus cuadernos de notas con tanta solicitud al servicio de los manifestantes, prestando tanta atención, preocupados de no descalificar los diversos motivos de estos manifestantes que se encuentran lejos de los militantes sindicales que regularmente se manifiestan.
En cuanto a los responsables políticos, ya sean de derechas o de izquierdas, han prestado atención a los «chalecos amarillos», en una unidad que nos costaría encontrar en las luchas sociales pasadas. Incluso el gobierno, que por el momento no ha cedido que muy poco terreno a las reivindicaciones del movimiento de 17 de noviembre, escoge con cuidado las palabras para expresar su falta de voluntad.
Estamos lejos del tono marcial empleado para cuestionar a los sindicatos su legitimidad a criticar la reforma de la SNCF, y a mil leguas de la desvergüenza con la que el poder se enfrenta a las críticas contra las reformas sucesivas del código de trabajo, del seguro de desempleo o de la formación profesional.
En el fondo, los participantes de esta forma inédita de movilización no podían esperar nada mejor. Sus reivindicaciones heterogéneas, sus eslóganes diversos han sido acogidos con benevolencia, véase con simpatía. Han sido escuchados con educación, sus opiniones seriamente transcritas y cuidadosamente analizados. ¡Y pueden alegrarse! Es a eso a lo que aspiran sin duda todos los participantes de una movilización, sea la que sea. Pero este trato por parte de los medios de comunicación y de los políticos es evidentemente poco corriente.
Es cierto, que formas de movilización nuevas, en un marco jamás visto, despiertan el interés de los periodistas cansados de la rutina repetitiva de los clásicos desfiles sindicales, ya sean amenizados o no de manifestaciones radicales, que también se han convertido en habituales desde 2016. Los periodistas habituados a las manifestaciones se cruzan poco con las categorías de población que se han movilizado este 17 de noviembre, y esta novedad era también atractiva. Pero la atracción de lo inédito no basta para explicar la empatía desplegada hacia los chalecos amarillos.
Además, la jornada del 17 de noviembre habría podido proveer de motivos para oscurecer las acciones de los chalecos amarillos y empañar un poco su golpe de efecto. Según las últimas cifras del Ministerio del Interior, la jornada habría reunido unas 287.000 personas. ¿Es mucho? Ciertamente, el número de puntos de concentración –2.034 lugares ocupados, 445 puntos de bloqueo en las autopistas– es impresionante. Pero el número de participantes corresponde al de participantes de varias jornadas recientes de manifestaciones tradicionales.
El 22 de marzo de 2018, última jornada de fuerte movilización, ha reunido, por ejemplo, 320.000 personas en defensa de los servicios públicos. Sí, ese día, los medios de comunicación presentes y las reivindicaciones han sido divulgadas. Pero esa atención estaba muy lejos de la acordada a los chalecos amarillos desde hace días.
Sobretodo, en otro contexto, los comentarios indignados se hubieran podido multiplicar cuando se trata de hacer el balance del 17 de noviembre en términos de mantenimiento del orden, puesto que en el momento de analizarlo, las cifras son importantes: una manifestante muerta en Savoie por un automovilista en un punto de bloqueo y 409 heridos, de los cuales 14 graves, según el Ministerio del Interior, solamente en la primera jornada. «28 policías, gendarmes, bomberos han sido igualmente heridos y algunos gravemente» ha precisado el ministro Christophe Castaner, que precisa que 282 personas han sido arrestadas y 157 detenidas.
Una mujer muerta. Numerosos heridos. Policías atacados, como en Quimper, en donde un coche ha chocado contra dos policías que protegían la prefectura. Tantos excesos que, normalmente, habrían sido recogidos por los editócratas que ocupan los platós de la información permanente para denunciar el movimiento, llamar a su interrupción y exhortar a los poderes públicos a ser más firmes, más duros. El gobierno no habría dudado, por su parte, a utilizar esta situación para intentar desacreditar la movilización.
Para ver el nivel de indulgencia que se ha reservado a los chalecos amarillos, imaginemos por un instante las reacciones si esta mujer muerta y estos heridos hubieran sido imputables a los «black blocks», a sindicalistas nerviosos o, hipótesis todavía más extrema, a militantes de los barrios popualres. Recordemos las polémicas provocadas por el incendio de un McDonald’s, los cristales rotos del hospital Necker o la camisa arrancada al Director de Recursos Humanos de Air France.
Según Le Monde, el gobierno, en esta jornada del sábado, ha preferido ver el carácter más bien «apacible» y «tranquilo» de la mayoría de las acciones, «a pesar de que al final de la jornada se ha podido notar cierta tension». Y esto a pese a que el tono se ha endurecido la noche del lunes 10, al comentar las acciones de la tercera jornada de movilizaciones. El sábado, las imágenes que circulaban ampliamente en las redes sociales han dejado ver a los policías y a los gendarmes en una actitud especialmente moderada. Algunos de los manifestantes atacados con gases lacrimógenos cerca del Elíseo han tenido derecho a que los policías les limpiaran los ojos llorosos. Una delicada atención jamás observada anteriormente por los periodistas de Mediapart.
Por otra parte, en Grasse, los policías municipales, particularmente cooperativos han intentado detener a un automovilista que intentaba forzar un punto de bloqueo. Y delante de la prefectura de Dordogne un manifestante ha podido tranquilamente poner en marcha una sierra eléctrica, allí en donde unos simples frascos de serum fisiológico hacía que una manifestación de protesta contra la ley del trabajo, en 2016, fuera prohibida…
Dan Israel
19 de noviembre de 2018
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