Ya en el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels señalaban que “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”. Frente al marxismo, se levanta como contrapuesta la bandera del pacifismo a ultranza, aunque las instituciones burguesas recurran a la artillería.
Sin embargo, el marxismo es algo más que la simplificación que de él se ha hecho en Europa, donde se le pretende relegar a una teoría de la guerra civil o el insureccionalismo.
Bien al contrario, el tema de la vía pacífica al socialismo ha sido planteado en numerosas ocasiones por los teóricos comunistas. Así, en el artículo Acerca del infantilismo «izquierdista» y del espíritu pequeñoburgués de 1918, Lenin cita al propio Marx, quién afirmaba en 1870 que, en determinadas condiciones, lo más conveniente sería deshacerse “por dinero”, es decir, mediante indemnizaciones, “de toda la cuadrilla de la burguesía”.
Se refiere a una Inglaterra que se encontraba en una fase pre monopolista, siendo el país donde había menos militarismo y burocracia de toda Europa y, por ello, donde existían mayores posibilidades de que los obreros consiguieran una victoria pacífica del socialismo, entendiendo por pacífica el que los obreros indemnicen a la burguesía por las tierras, las fábricas y los demás medios de producción.
Marx afirmaba que las circunstancias que hacían posible el obligar a los capitalistas a “someterse pacíficamente” a sus obreros en la Inglaterra de entonces eran las siguientes:
- En primer lugar, un predominio absoluto de los obreros entre la población.
- En segundo lugar, una excelente organización del proletariado (asalariados) en uniones sindicales.
- En tercer lugar, un nivel cultural relativamente alto del proletariado, disciplinado por el secular desarrollo de la libertad política.
- Por último, una larga costumbre de los bien organizados capitalistas para resolver los problemas políticos mediante negociaciones y compromisos.
Lenin, en el artículo citado, señala que en Rusia ese sometimiento de la burguesía estaba garantizado por el triunfo revolucionario. Y que el predominio absoluto de los obreros entre la población se veía sustituido por el apoyo de los campesinos pobres al proletariado. Sin embargo, no se daba un nivel cultural alto del proletariado, ni éste había sido disciplinado en una larga tradición de libertad política, inexistente en Rusia, ni existía una desarrollada costumbre de los capitalistas para resolver los problemas políticos mediante la negociación, sino todo lo contrario.
Esta situación obligaba a combinar una represión implacable contra los que Lenin denominaba “capitalistas incultos” que realizaban una política obstruccionista y no aceptaban el “capitalismo de Estado”, por una parte y, por otra, métodos de compromiso o indemnización a los “capitalistas cultos”, es decir, los que aceptaban el “capitalismo de Estado”, podían aplicarlo y que “son útiles al proletariado como organizadores expertos de grandísimas empresas que abarquen el abastecimiento de millones de personas”.
Cabe señalar también los ejemplos de China o Vietnam, donde la transición desde las democracias populares al socialismo se hace de forma pacífica, contando incluso con el apoyo de sectores de la burguesía nacional y democrática que entiende que es preferible llegar a acuerdos que enfrentarse abiertamente al poder revolucionario y perderlo todo.
La necesidad de los compromisos y la negociación es el abecé de la política, y ello implica reformas. La diferencia entre reformistas y revolucionarios no está en que estos últimos no acepten las reformas o las menosprecien, sino en que las articulan como forma de avanzar hacia los objetivos superiores del socialismo, mientras que para los reformistas son la forma de alejar a la clase obrera de esos objetivos.