“Kautsky no comprende esta verdad, inteligible y evidente para todo trabajador, porque «ha olvidado», «ha perdido la costumbre» de preguntar: ¿democracia para qué clase? Él razona desde el punto de vista de la democracia «pura» (¿es decir, sin clases? ¿o por encima de las clases?) (Lenin, “La Revolución proletaria y el renegado Kaustky” pg 17, edición digital pg web CJC (old.cjc.es)
1. La dictadura del proletariado y el autoritarismo implícito de las revoluciones.
La ideología dominante es la de la clase dominante. Los valores morales que imperan en la actualidad defienden, en última instancia, a la burguesía. El pseudo-humanismo negador de todo tipo de violencia o autoridad (ajena al poder establecido, por supuesto) es imperante en la clase trabajadora. No obstante, el Estado SÍ puede ser violento y autoritario, ya que vela por valores abstractos como “el bien común”, “el país”, “la patria” o “la constitución”, y que indefectiblemente se reducen a la defensa de los intereses de la burguesía (banqueros y grandes empresarios). No obstante, una revolución obrera, hecha por trabajadores y para trabajadores, violenta y autoritaria (porque la burguesía no permite otro camino) resulta totalmente inaceptable desde el punto de vista de esos valores morales “abstractos”.
Karl Johann Kautsky (Praga, 18 de octubre de 1854-Ámsterdam, 17 de octubre de 1938), jefe ideológico de la II Internacional, eminente marxista que acabó sus días al servicio de la burguesía debido a la incomprensión de la situación concreta, escribió en 1918 el folleto “La dictadura del proletariado” realizando una crítica oportunista y destructiva a la dictadura del proletariado impuesta a la burguesía y a los terratenientes rusos por los sóviets de obreros, campesinos y soldados de Rusia. En ese folleto, Kautsky clama por la democracia, por la constitución, por la defensa de las minorías, por la legalidad de los parlamentos, por los derechos de la clase burguesa. En definitiva, Kautsky ataca de manera directa a la primera revolución proletaria triunfante de la historia de la humanidad. La respuesta de Lenin no se hizo esperar. Ése es el objeto de su obra “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”.
Para empezar, Kautsky “olvidó” la famosa cita de Engels sobre el autoritarismo en las revoluciones (grave fallo en alguien que se considera marxista):
“Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en simples funciones administrativas, llamadas a velar por los verdaderos intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella? Así pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan el movimiento del proletariado. En uno y otro caso, sirven a la reacción.” (Federico Engels, “De la autoridad” edición digital www.marxists.org)
2. No existe la “democracia pura”: existe la democracia de la clase burguesa.
Bajo el sistema capitalista, no existe la democracia verdadera, y bajo las reglas burguesas, es imposible alcanzar una verdadera democracia, ya que tales reglas están creadas para el mantenimiento en el poder de una clase social determinada. Y volvemos al debate eterno: reforma o revolución. El capitalismo no puede reformarse, no se le puede dotar de reglas para hacerlo más humano y más justo. La esencia del capitalismo es la apropiación de la plusvalía y el carácter privado de los medios de producción. En períodos revolucionarios, banqueros y grandes empresarios podrán abrir la mano ante el miedo de la pérdida total del control, y podrán hacer concesiones limitadas con el objetivo de retomar el control de la situación cuando las condiciones objetivas les sean propicias.
Por eso, alcanzar la verdadera democracia conlleva luchar contra la “democracia” del sistema capitalista, la “democracia” de banqueros y grandes empresarios. Desgraciadamente, cuando la persona que quiere un mundo mejor acepta, explícita o tácitamente, las reglas del sistema capitalista (y sus propios códigos morales, que son los de la clase dominante) estableciendo como propio un campo de batalla, un lenguaje y una táctica que no es la de su clase social, ya ha sido derrotado de antemano.
“Kautsky toma del marxismo lo que los liberales admiten, lo que admite la burguesía (la crítica del medievo, el papel progresivo que desempeñan en la historia el capitalismo en general y la democracia capitalista en particular) y arroja por la borda, calla y oculta en el marxismo lo que es inadmisible para la burguesía (la violencia revolucionaria del proletariado contra la burguesía para aniquilar a ésta). Por ello, dada su posición objetiva, sea cual fuere su convicción subjetiva, Kautsky resulta ser inevitablemente un lacayo de la burguesía. La democracia burguesa, que constituye un gran progreso histórico en comparación con el medievo, sigue siendo siempre – y no puede dejar de serlo bajo el capitalismo – estrecha, amputada, falsa, hipócrita, paraíso para los ricos y trampa y engaño para los explotados, para los pobres. Esta verdad, que figura entre lo más esencial de la doctrina marxista, no la ha comprendido el «marxista» Kautsky. En este problema – fundamental – Kautsky ofrece «cosas del gusto» de la burguesía, en lugar de una crítica científica de las condiciones que hacen de toda democracia burguesa una democracia para los ricos.” (Lenin, op. cit., pg 12)
El parlamentarismo burgués no es la representación de la voluntad popular, sino una mera herramienta de la clase explotadora que proyecta una ilusión de democracia e igualdad. La lucha no es dominar la herramienta de dominación de la burguesía bajo el sistema capitalista, sino denunciar su falsedad, su hipocresía y su inutilidad. Defender el parlamentarismo burgués como herramienta de la destrucción del sistema capitalista, es mantener esa ilusión, falsedad e hipocresía, que sirve única y exclusivamente a la clase dominante.
«Considerad el parlamento burgués. ¿Puede admitirse que el sabio Kautsky no haya oído decir nunca que los parlamentos burgueses están tanto más sometidos a la Bolsa y a los banqueros cuanto más desarrollada está la democracia? Esto no quiere decir que no deba utilizarse el parlamentarismo burgués (y los bolcheviques lo han utilizado quizá con mayor éxito que ningún otro partido del mundo, porque en 1912- 1914 habíamos conquistado toda la curia obrera de la cuarta Duma). Pero sí quiere decir que sólo un liberal puede olvidar, como lo hace Kautsky, el carácter históricamente limitado y condicional que tiene el parlamentarismo burgués. En el más democrático Estado burgués, las masas oprimidas tropiezan a cada paso con una contradicción flagrante entre la igualdad formal, proclamada por la «democracia» de los capitalistas, y las mil limitaciones y tretas reales que convierten a los proletarios en esclavos asalariados. Esta contradicción es lo que abre a las masas los ojos ante la podredumbre, la falsedad y la hipocresía del capitalismo. ¡Esta contradicción es la que los agitadores y los propagandistas del socialismo denuncian siempre ante las masas a fin de prepararlas para la revolución! Y cuando ha comenzado una era de revoluciones, Kautsky le vuelve la espalda y se dedica a ensalzar los encantos de la democracia burguesa agonizante.” (Ibíd., pg 14 y 15)
Aceptar los términos (aunque solo sea formalmente) de la burguesía, nos aleja de la lucha revolucionaria de organización y concienciación de la clase obrera.
“Si argumentamos en liberal, tendremos que decir: la mayoría decide y la minoría se somete. Los desobedientes son castigados. Y nada más. No hay por qué hablar del carácter de clase del Estado en general ni de la «democracia pura» en particular; no tiene nada que ver con la cuestión, porque la mayoría es la mayoría y la minoría es la minoría. Una libra de carne es una libra de carne, y nada más.” (Ibíd., pg 18)
¿Se puede despojar del poder de los capitalistas a través de las leyes aprobadas por un parlamento burgués por los más magníficos y bienintencionados prohombres y mujeres que haya dado la clase obrera? Lenin va más allá: incluso tras una revolución proletaria triunfante, con la burguesía, de derecho, defenestrada, el peligro de la restauración capitalista está siempre presente y solo se pude hacer desaparecer con, oh, autoridad y violencia, despojando a la burguesía de sus derechos, es decir, con la dictadura del proletariado.
“Se puede derrotar de golpe a los explotadores con una insurrección victoriosa en la capital o una rebelión de las tropas. Pero, descontando casos muy raros y excepcionales, no se puede hacer desaparecer de golpe a los explotadores. No se puede expropiar de golpe a todos los terratenientes y capitalistas de un país de cierta extensión. Además, la expropiación por sí sola, como acto jurídico o político, no decide, ni mucho menos, el problema, porque es necesario desplazar de hecho a los terratenientes y capitalistas, reemplazarlos de hecho en fábricas y fincas por otra administración, la obrera. No puede haber igualdad entre los explotadores, a los que durante muchas generaciones han distinguido la instrucción, las condiciones de la vida rica y los hábitos adquiridos, y los explotados, que, incluso en las repúblicas burguesas más avanzadas y democráticas, son una masa embrutecida, inculta, ignorante, atemorizada y falta de cohesión. Durante mucho tiempo después de la revolución, los explotadores siguen conservando de hecho, inevitablemente, tremendas ventajas: conservan el dinero (no es posible suprimir el dinero de golpe), algunos que otros bienes muebles, con frecuencia considerables; conservan las relaciones, los hábitos de organización y administración, el conocimiento de todos los «secretos» (costumbres, procedimientos, medios, posibilidades) de la administración; conservan una instrucción más elevada, sus estrechos lazos con el alto personal técnico (que vive y piensa en burgués); conservan (y esto es muy importante) una experiencia infinitamente superior en lo que respecta al arte militar, etc., etc. Si los explotadores son derrotados solamente en un país – y éste es, naturalmente, el caso típico, pues la revolución simultánea en varios países constituye una rara excepción – seguirán siendo, no obstante, más fuertes que los explotados, porque sus relaciones internacionales son poderosas. Además, una parte de los explotados, pertenecientes a las masas menos desarrolladas de campesinos medios, artesanos, etc., sigue y puede seguir a los explotadores, como lo han probado hasta ahora todas las revoluciones, incluso la Comuna (porque entre las fuerzas de Versalles había también proletarios, cosa que «ha olvidado» el doctísimo Kautsky). Por tanto, suponer que en una revolución más o menos seria y profunda la solución del problema depende sencillamente de la relación entre la mayoría y la minoría, es el colmo de la estupidez, el más necio prejuicio de un liberal adocenado, es engañar a las masas, ocultarles una verdad histórica bien establecida. Esta verdad histórica es la siguiente: en toda revolución profunda, lo normal es que los explotadores, que durante bastantes años conservan de hecho sobre los explotados grandes ventajas, opongan una resistencia larga, porfiada y desesperada. Nunca – a no ser en la fantasía dulzona del melifluo tontaina de Kautsky – se someten los explotadores a la decisión de la mayoría de los explotados antes de haber puesto a prueba su superioridad en una desesperada batalla final, en una serie de batallas. El paso del capitalismo al comunismo llena toda una época histórica. Mientras esta época histórica no finalice, los explotadores siguen inevitablemente abrigando esperanzas de restauración, esperanzas que se convierten en tentativas de restauración. Después de la primera derrota seria, los explotadores derrocados, que no esperaban su derrocamiento ni creían en él, que no aceptaban ni siquiera la idea de él, se lanzan con energía decuplicada, con pasión furiosa y odio centuplicado a la lucha por la restitución del «paraíso» que les ha sido arrebatado, en defensa de sus familias, que antes disfrutaban de una vida tan dulce y a quienes la «chusma del populacho vil» condena a la ruina y a la miseria (o al «simple» trabajo…). Y detrás de los capitalistas explotadores viene arrastrándose una gran masa de pequeña burguesía, de la que decenios de experiencia histórica en todos los países nos dicen que titubea y vacila, que hoy sigue al proletariado y mañana se asusta de las dificultades de la revolución, se deja llevar del pánico ante la primera derrota o semiderrota de los obreros, se pone nerviosa, se agita, lloriquea, se pasa de un campo a otro… lo mismo que nuestros mencheviques y eseristas. “(Ibíd., pgs 20 y 21)
Aceptar la lucha de clases es asumir que la lucha entre la burguesía y la clase obrera es a muerte, es decir, la burguesía debe desaparecer para alcanzar el comunismo (esto es, la desaparición del estado y de las clases sociales, de los opresores y de los oprimidos).
«¿Puede mantenerse la democracia para los ricos y los explotadores en un período histórico en que se derriba a los explotadores y su Estado es sustituido por el Estado de los explotados? (…) Lo que es rasgo indispensable, condición imprescindible de la dictadura, es la represión por la fuerza a los explotadores como clase, y, por consiguiente, la violación de la «democracia pura», es decir, de la igualdad y de la libertad en relación con esa clase. (Ibíd., pgs 22)
La cuestión no es controlar simplemente la herramienta de la burguesía, sino controlarla y destruirla progresivamente, sustituyéndola por las herramientas enteramente obreras.
“Decir a los Soviets que luchen, pero que no tomen todo el Poder del Estado en sus manos, que no se transformen en organizaciones de Estado, equivale a predicar la colaboración de clases y la «paz social» entre el proletariado y la burguesía. Es ridículo pensar siquiera que, en una lucha encarnizada, semejante posición pueda conducir a algo que no sea una vergonzosa derrota. El eterno destino de Kautsky es nadar entre dos aguas. Hace como si en teoría no estuviera de acuerdo en nada con los oportunistas, pero de hecho está de acuerdo con ellos, en todo lo esencial (o sea, en todo lo que concierne a la revolución), en la práctica”. (Ibíd., pg 28)
3. La violencia y la guerra: una cuestión de clase.
Las herramientas de control de la burguesía son varias: el Estado, la administración, los cuerpos de seguridad, los cuerpos de espionaje y, por supuesto, la fuerza represora más implacable y brutal, la defensora en última instancia del sistema capitalista: el ejército.
“Sin «desorganización» del ejército no se ha producido ni puede producirse ninguna gran revolución. Porque el ejército es el instrumento más fosilizado en que se apoya el viejo régimen, el baluarte más pétreo de la disciplina burguesa y de la dominación del capital, del mantenimiento y la formación de la mansedumbre servil y la sumisión de los trabajadores ante el capital. La contrarrevolución no ha tolerado ni pudo tolerar jamás que junto al ejército existieran obreros armados. En Francia – escribía Engels –, después de cada revolución estaban aún armados los obreros «por eso, el desarme de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del Estado». Los obreros armados eran germen de un ejército nuevo, la célula orgánica de un nuevo régimen social. Aplastar esta célula, impedir su crecimiento, era el primer mandamiento de la burguesía. El primer mandamiento de toda revolución triunfante – Marx y Engels lo han subrayado muchas veces – ha sido deshacer el viejo ejército, disolverlo y reemplazarlo por un ejército nuevo. La clase social nueva que se alza a la conquista del Poder, no ha podido nunca ni ahora puede conseguir ese Poder ni afianzarse en él sin destrozar por completo el antiguo ejército” (Ibíd., pg 44)
Y volvemos al espinoso tema de la violencia: ¿los socialistas deben oponerse a la violencia «en general»?
“El socialismo se opone a la violencia ejercida contra las naciones. Esto es indiscutible. Y el socialismo se opone en general a la violencia ejercida contra los hombres. Sin embargo, exceptuando a los anarquistas cristianos y a los discípulos de Tolstói, nadie ha deducido todavía de ello que el socialismo se oponga a la violencia revolucionaria. Por tanto, hablar de «violencia» en general, sin distinguir las condiciones que diferencian la violencia reaccionaria de la revolucionaria, es equipararse a un filisteo que reniega de la revolución, o bien, sencillamente, engañarse uno mismo y engañar a los demás con sofismas. Lo mismo puede decirse de la violencia ejercida contra las naciones (…) El carácter de clase de una guerra es lo fundamental que se plantea un socialista (si no es un renegado). La guerra imperialista de 1914 – 1918 es una guerra entre dos grupos de la burguesía imperialista que se disputan el reparto del mundo y del botín, que quieren expoliar y ahogar a las naciones pequeñas y débiles. Así es como definió la guerra el Manifiesto de Basilea en 1912, y los hechos han confirmado su apreciación. El que se aparte de este punto de vista sobre la guerra no es socialista.(…) El socialista, el proletario revolucionario, el internacionalista razona de otra manera: el carácter de la guerra (la guerra es reaccionaria o revolucionaria) no depende de quién haya atacado ni del territorio en que esté el «enemigo», sino de la clase que sostiene la guerra y de la política de la cual es continuación esa guerra. Si se trata de una guerra imperialista reaccionaria, es decir, de una guerra entre dos grupos mundiales de la burguesía reaccionaria imperialista, despótica y expoliadora, toda burguesía (incluso la de un pequeño país) se hace cómplice de la rapiña, y yo, representante del proletariado revolucionario, tengo el deber de preparar la revolución proletaria mundial como única salvación de los horrores de la guerra mundial. No debo razonar desde el punto de vista de «mi» país (porque ésta es la manera de razonar del mesócrata nacionalista, desgraciado cretino que no comprende que es un juguete en manos de la burguesía imperialista), sino desde el punto de vista de mi participación en la preparación, en la propaganda, en el acercamiento de la revolución proletaria mundial.” (Ibíd., pgs 45 y 46)
4. Conclusión.
La reforma se define a sí misma, y ése no es nuestro camino, porque no queremos darle un rostro humano a un sistema económico incapaz de humanizarse (ya que su esencia está en el latrocinio y la explotación de los trabajadores y trabajadoras). Queremos una revolución que destruya el sistema. Por desgracia, no hay revoluciones limpias, a golpe de tecla o a golpe de decreto-ley.
Por un lado, no podemos ser dogmáticos, negar diferentes formas de llegar a ese fin. Pero tampoco podemos ser ingenuos: llegará un punto de inflexión, un punto de no retorno, un punto en el que la burguesía defenderá sus intereses hasta las últimas consecuencias. Negar nuestro derecho a, no solo defendernos, sino a contraatacar para acabar con el sistema, es un acto suicida. La moral imperante es la de nuestros verdugos y la de su sistema explotador. Ese debe ser el mensaje. Nuestro único camino de triunfo es despojar a esa minoría de explotadores de sus derechos. Es un paso imprescindible para el triunfo de nuestra clase. Dejémonos de prejuicios pequeñoburgueses.
No podemos convivir con la burguesía, ya que su existencia supone nuestra explotación.