Dos poe­mas de Efraín Huer­ta, en el cen­te­na­rio de su natalicio


Efraín Huer­ta, uno de los gran­des poe­tas de Méxi­co, mili­tan­te en su día del Par­ti­do Comu­nis­ta, par­ti­ci­pan­te acti­vo de la cau­sa anti­fas­cis­ta y de la soli­da­ri­dad con la URSS, que nació el 18 de Junio de 1914 y del que se cum­ple hoy su cen­te­na­rio, en el silen­cio ofi­cial, en tan­to se ensal­zó al ago­re­ro Octa­vio Paz, exco­mu­nis­ta, anti­co­mu­nis­ta y voce­ro del “fin de la his­to­ria”. Estos dos poe­mas son sig­ni­fi­ca­ti­vos de su obra: en res­pues­ta a la repre­sión de 1968 y antes en res­pal­do a la defen­sa de Sta­lin­gra­do, com­pren­dien­do, como los comu­nis­tas de la épo­ca, que ahí se deci­día el des­tino de la humanidad. 

¡Mi País, Oh mi País!
Por Efraín Huerta..
Des­cen­de­rá al sepul­cro vues­tra sober­bia. Y echa­dos seréis de él como tron­cos abo­mi­na­bles, ves­ti­dos de muer­tos pasa­dos a cuchi­llo, que des­cen­die­ron al fon­do de la sepul­tu­ra. Y no seréis con­ta­dos con ellos en la sepul­tu­ra: por­que des­truis­teis vues­tra tie­rra, y arra­sas­teis vues­tro pue­blo. No será nom­bra­da para siem­pre la simien­te de los malignos.
Libro del pro­fe­ta Isaías
Ardien­te, ama­do, ham­brien­to, desolado,
bello como la dura, la sagra­da blasfemia;
país de oro y limos­na, país y paraíso,
país-infierno, país de policías.
Lar­go río de llan­to, ancha mar dolorosa,
repú­bli­ca de ánge­les, patria perdida.
País mío, nues­tro, de todos y de nadie.
Ado­ro tu mise­ria de tem­plo demolido
y la mon­ta­ña de silen­cio que te mata.
Veo correr noches, morir los días, ago­ni­zar las tardes.
Morir­se todo de terror y de angustia.
Por­que ha vuel­to a correr la san­gre de los buenos
y las cár­ce­les y las pri­sio­nes mili­ta­res son para ellos.
Por­que la som­bra de los malig­nos es espe­sa y amarga
y hay mie­do en los ojos y nadie habla
y nadie escri­be y nadie quie­re saber nada de nada,
por­que el plo­mo de la men­ti­ra cae, hirviendo,
sobre el cuer­po del pue­blo perseguido.
Por­que hay enga­ño y miseria
y el terri­to­rio es un áspe­ro edén de muer­te cuartelaria.
Por­que al gra­na­de­ro lo visten”
de azul de fune­ra­ria y lo arrojan
lleno de asco y alcohol
con­tra el maes­tro, el petro­le­ro, el ferroviario,
y así muti­lan la esperanza
y le cor­tan el cora­zón y la pala­bra al hombre―
y la voz ofi­cial, agria de hipocresía,
pro­cla­ma que pri­me­ro es el orden
y la sucia con­sig­na la repiten
los micos de la Prensa,
los perros voz-de-su-amo de la televisión,
el asno en su curul,
el león y el rotario,
las secre­ta­rias y ujie­res del Procurador
y el poe­ta calla­do en su muro de adobe,
mien­tras la dul­ce patria temblorosa
cae ven­ci­da en la calle y en la fábrica.
Este es el panorama:
Botas, cula­tas, bayo­ne­tas, gases …
¡Viva la libertad!
Bue­na­vis­ta, Nonoal­co, Pan­ta­co, Veracruz…
todo el país amor­ta­ja­do, todo,
todo el país envilecido,
todo eso, her­ma­nos míos,
¿no vale mil millo­nes de dóla­res en préstamo?
¡Gra­cias, Bece­rro de oro! ¡Gra­cias, FBI!
¡Gra­cias, mil gra­cias, Dear Mis­ter President!
Gra­cias, hono­ra­bles ban­que­ros, hones­tos industriales,
gene­ro­sos mono­po­lis­tas, dul­ces especuladores;
gra­cias, labo­rio­sos latifundistas,
mil veces gra­cias, glo­rio­sos vendepatrias,
gra­cias, gen­te de orden.
Demos gra­cias a todos
y rompamos
con un coro solem­ne de gra­cia y gratitud
el silen­cio espec­tral que todo lo mancilla.
¡Oh país mexi­cano, país mío y de nadie!
Pobre país de pobres. Pobre país de ricos.
¡Siem­pre más y más pobres!
¡Siem­pre menos, es cierto,
pero siem­pre más ricos!
Amo­ro­so, anhe­la­do, mise­ra­ble, opulento,
país que no con­tes­ta, país de duelo.
Un niño que inte­rro­ga pare­ce un niño muerto.
Lue­go la madre pre­gun­ta por su hijo
y la res­pues­ta es un man­da­to de aprehensión.
En los perió­di­cos vemos bellas fotografías
de muje­res apa­lea­das y hom­bres naci­dos en México
que san­gran y su sangre
es la san­gre de nues­tra mal­di­ta conciencia
y de nues­tra cobardía.
Y no hay res­pues­ta nun­ca para nadie
por­que todo se ha hun­di­do en un dora­do mar de
dólares
y la patria deja de serlo
y la gen­te sue­ña en con­ju­ras y conspiraciones
y la ver­dad es un sepulcro.
La ver­dad la deten­tan los secuestradores,
la ver­dad es el fan­tas­ma podri­do de MacCarthy
y la jau­ría de tur­bios, tor­pes y mari­gua­nos inquisidores
de huaraches;
la ver­dad está en los asque­ro­sos hoci­cos de los cazadores
de brujas.
¡La gran­de y pura ver­dad patria la poseen,
oh país, país mío, los esbirros,
los sol­da­do­nes, los dela­to­res y los espías!
No, no, no. La ver­dad no es la dul­ce espiga
sino el nau­sea­bun­do coc­tel de barras y de estrellas.
La ver­dad, enton­ces, es una demo­cra­cia nazi
en la que todo sufre, suda y se avergüenza.
Por­que maña­na, hoy mismo,
el padre denun­cia­rá al hijo
y el hijo denun­cia­rá a su padre y a sus hermanos.
Por­que pen­sar que algo no es cierto
o que un bole­tín del gobierno
pue­de ser falso
que­rrá decir que uno es comunista
y enton­ces ven­drán las botas de la Ges­ta­po criolla,
ven­drán los gases, los insultos,
las veja­cio­nes y las calumnias
y todos deja­re­mos de ser menos que polvo,
mucho menos que aire o que ceniza,
por­que todos habre­mos descendido
al fon­do de la nada,
muer­tos sin ataúd,
soñan­do el sue­ño inmenso
de una patria sin crímenes,
y arde­re­mos, impíos y despiadados,
tal vez rodea­dos de ban­de­ras y laureles,
tal vez, lo más seguro,
bajo la negra niebla
de las más negras maldiciones…



¡STALINGRADO EN PIE!
Por Efraín Huerta..
El Vol­ga, atrás, en ruinas,
des­ata­da ceni­za y tur­bia plenitud.
El padre río can­sa­do, aniquilado,
el padre río con sangre,
el dul­ce padre río con los hom­bros heridos,
con los hom­bros, aún, sos­te­nien­do ese fiero
ir y venir de muerte,
sos­te­nien­do la estrella,
sos­te­nien­do en sus manos el frío llanto
y la bru­tal congoja.
El Vol­ga, atrás, en ruinas.
Pero enfren­te, y en már­mo­les per­fec­tos cre­cien­do como estatuas,
los sol­da­dos sovié­ti­cos disparan;
dis­pa­ran resis­tien­do, gri­ses árboles,
dis­pa­ran resis­tien­do, por los siglos,
por los siglos y las luces del Hombre
y el fres­co y puro lau­rel del 17.
El Vol­ga, atrás, en ruinas.
El Vol­ga eterno, des­de Stalin,
que es decir des­de siempre:
des­de ven­ta­nas rotas, des­de el puño de un obre­ro del torno,
des­de la pupi­la de un niño, des­de el seno febril,
des­de todos los sitios, des­de el mundo,
¡Sta­lin­gra­do en pie! ¡Sta­lin­gra­do en pie!
¡El ame­tra­lla­do­ris­ta! ¡El mucha­cho del tanque!
¡Arti­lle­ros sovié­ti­cos! ¡Coman­dan­tes soviéticos!
¡Pilo­tos de la estre­lla del triun­fo, avia­do­res, hermanos!
¡Sta­lin­gra­do en pie!
Y este río Vol­ga, sí, a todo trance
ense­ña la tarea, el cum­plir una orden, seguir una consigna,
¡una con­sig­na de oro, Maris­cal Timoshenko!
A todo tran­ce, allí, la gran tarea está en pie:
con el humo y el fue­go, con las vís­ce­ras rotas
y los ado­les­cen­tes destrozados.
Y el ancho,
el noble, el amar­go río Vol­ga se estremece,
gigan­tes­co y en rui­nas repi­tien­do la orden:
–Pues todo aquí es sagra­do, sabed­lo: ardien­tes hom­bres de
las filas, deci­di­dos fran­co­ti­ra­do­res, cer­te­ros ametralladoristas,
pun­tua­les arti­lle­ros, auda­ces tan­quis­tas, bra­vos pilo­tos, heroicos
encar­ga­dos de mor­te­ros, sabios coman­dan­tes del Ejér­ci­to Rojo,
hom­bres y muje­res de las gue­rri­llas. Con­vir­ta­mos el año 1942
en un año de la derro­ta final de los ejér­ci­tos fas­cis­tas alemanes.
Y la orden repe­ti­da de otros labios hun­de sus tibias garras
en las regio­nes ribe­re­ñas del río terrible,
del río recuerdo,
del río padre de Stalingrado.
¡Y Sta­lin­gra­do en pie!
Oh tus manos metá­li­cas, ciu­dad mara­vi­llo­sa: hacia Moscú,
hacia Sebas­to­pol, Ode­sa y Kiev
y hacia las hela­das y crispantes
már­ge­nes del Lago Ladoga;
de un pun­to a otro del man­ci­lla­do terri­to­rio sovié­ti­co, tus
manos,
tus manos don­de la san­gre ver­ti­da ha pues­to recias flores,
tus manos don­de la vic­to­ria es una sin­fo­nía desesperada,
tus manos, ace­ra­da ciu­dad, don­de nos has tenido
y don­de cada hom­bre con luz, cada mujer con lágrimas
y niño con son­ri­sas se están mirando.
Y así esta­mos mirán­do­te, bri­llan­te­men­te erguida,
ciu­dad mon­ta­ña, ciu­dad hija del río,
hija de nues­tra angus­tia y nues­tra fe.
¡Sta­lin­gra­do siempre!
¡Sta­lin­gra­do en pie!
Que un solo gri­to atrue­ne la inmen­si­dad del mundo:
¡STALINGRADO EN PIE!
Sep­tiem­bre de 1942

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *