«No que­ría ser madre»: his­to­rias sobre el abor­to- Noe­lia Leiva

Por eso, miles de muje­res inte­rrum­pen sus emba­ra­zos en esce­na­rios ries­go­sos. Otras tan­tas mue­ren. Aquí, algu­nos tes­ti­mo­nios sobre esa lucha.

Hace cin­co sema­nas que Flo­ren­cia está emba­ra­za­da, le dijo una médi­ca que aca­ba de cono­cer. No quie­re ser madre: ya no es ado­les­cen­te pero sí lo bas­tan­te joven como para ter­mi­nar su carre­ra y bus­car tra­ba­jo sin un hijo o hija que cui­dar. Toda­vía no sien­te esa pre­sen­cia en su vien­tre ni quie­re hacer­lo: es su cuer­po y deci­de ‘deci­dir’. Como ella, miles de jóve­nes y adul­tas tran­si­tan el derro­te­ro clan­des­tino para la inte­rrup­ción de la ges­ta­ción que, cri­mi­na­li­za­da, a veces gene­ra cul­pa y la nece­si­dad de callar. Las muje­res se con­vier­ten en pre­sas polí­ti­cas del Esta­do hete­ro­pa­triar­cal y la opre­so­ra Igle­sia. A días de la nue­va pre­sen­ta­ción en el Con­gre­so del pro­yec­to de ley de abor­to legal, segu­ro y gra­tui­to, las his­to­rias cla­man que la dis­cu­sión se agi­li­ce para que no haya ni una muer­ta más.

Los rela­tos sobre el abor­to en la clan­des­ti­ni­dad son tan dis­tin­tos como muje­res exis­ten en el mun­do pero su per­te­nen­cia al cam­po de lo san­cio­na­do gene­ra expe­rien­cias comu­nes. “Me sen­tía mal pero no que­ría ser mamá. No se lo dije a nadie. Mi novio fue el úni­co que me acom­pa­ñó. Él se encar­gó de ave­ri­guar dón­de ven­dían las pas­ti­llas (el miso­pros­tol) y com­prar­las, pero es injus­to tener que sen­tir­se así por deci­dir no seguir ade­lan­te con un emba­ra­zo que no que­ría”, rela­tó a Mar­cha Flo­ren­cia, estu­dian­te uni­ver­si­ta­ria de 22 años que vive en Lomas de Zamo­ra y que, aun­que no se lla­ma así en la vida real, sí es bien cier­to su regis­tro de cuan­do un dere­cho es seña­la­do como crimen.

Enten­der que hay que pre­ser­var la acción al ámbi­to de lo más pri­va­do sue­le ser una cons­tan­te, aun­que a veces el tiem­po per­mi­te “ela­bo­rar el due­lo”, seña­ló Andrea (27), emplea­da de un estu­dio de abo­ga­dos de Mon­te Gran­de, en el dis­tri­to bonae­ren­se de Este­ban Eche­ve­rría. “Yo no sabía qué hacer por­que me emba­ra­cé des­pués de tener rela­cio­nes sexua­les con un hom­bre al que esta­ba cono­cien­do y sabía que mi fami­lia iba a acu­sar­me por acos­tar­me con quien yo que­ría en el momen­to que qui­sie­se”, rela­tó, sobre la his­to­ria que había vivi­do tres años antes. En un reco­no­ci­do cen­tro sani­ta­rio pri­va­do de su loca­li­dad le habían ofre­ci­do prac­ti­car­le el abor­to por 5 mil pesos, que ella esta­ba dis­pues­ta a pagar, has­ta que inves­ti­gó en inter­net y se con­tac­tó con mili­tan­tes femi­nis­tas de la Ciu­dad Autó­no­ma de Bue­nos Aires que le con­ta­ron cómo abor­tar con píldora.

“Aho­ra me pare­ce que hay más infor­ma­ción, inclu­so hay libros onli­ne que te cuen­tan qué te pasa si tomás la pas­ti­lla (por el mate­rial digi­tal que ela­bo­ró la línea Más Infor­ma­ción, Menos Ries­gos), pero cuan­do a mí me pasó tuve que espe­rar un mes para con­se­guir­las”, des­cri­bió. Vinie­ron dolo­res simi­la­res a los mens­trua­les y una sen­sa­ción de can­san­cio gene­ra­li­za­da, pro­pios de cómo el quí­mi­co actúa en el orga­nis­mo. “Me sen­tía mal pero no podía creer que mi kar­ma se había ter­mi­na­do”, seña­ló. Des­pués vino la ayu­da de una tera­peu­ta para poner en pala­bras esa expe­rien­cia, lo que tam­bién le per­mi­tió com­par­tir con otras muje­res: “Es nues­tro dere­cho, no pue­de ser que sea­mos ase­si­nas por deci­dir si emba­ra­zar­nos o no ¿Nadie pien­sa que nos pode­mos morir o que­dar mal por vivir esto como si fué­ra­mos cri­mi­na­les? Por­que te hacen sen­tir así”, enfa­ti­zó la estu­dian­te de Dere­cho, que pre­fi­rió pre­ser­var su apellido.

Deci­dir expul­sar el feto en for­ma­ción es un entra­ma­do difí­cil de reco­rrer por el con­te­ni­do con­de­na­to­rio que le apor­ta la cul­tu­ra occi­den­tal y cris­tia­na. La figu­ra de la madre con­ci­lia­do­ra y aman­te de sus hijos o hijas que las igle­sias se encar­gan de defen­der toda­vía pesa. Defen­der la vida se vuel­ve sinó­ni­mo de plan­tar ban­de­ra a favor de una tra­di­ción que es alia­da al mer­ca­do negro de la muer­te, aquel que las que tie­nen dine­ro pue­den atra­ve­sar con menos secue­las pero que las pobres siquie­ra alcan­zan por­que no tie­nen con qué. Par­te­ras ubi­ca­das en con­sul­to­rios ile­ga­les nada asép­ti­cos, agu­jas de tejer y tallos de pere­jil hacen al fol­klo­re de los abor­tos menos comen­ta­dos. Que, a su vez, cons­ti­tu­yen la pri­me­ra cau­sa de muer­te mater­na, aun­que, en tan­to acción pena­da, no exis­ten esta­dís­ti­cas ofi­cia­les en Argen­ti­na sobre ese avasallamiento.

No sólo hay ‘rosa­rios’ sobre los ova­rios sino la pre­sión eco­nó­mi­ca que ope­ra en los des­pa­chos polí­ti­cos. Pese a que esta sema­na se pre­sen­tó nue­va­men­te el pro­yec­to de inte­rrup­ción volun­ta­ria del emba­ra­zo que defien­den 300 orga­ni­za­cio­nes y mili­tan­tes auton­co­vo­ca­das de la Cam­pa­ña Nacio­nal por el Abor­to Legal, Segu­ro y Gra­tui­to, el jefe de Gabi­ne­te Jor­ge Capi­ta­nich vol­vió a enfa­ti­zar en con­fe­ren­cia de pren­sa que “el Eje­cu­ti­vo nacio­nal no impul­sa ni pro­mue­ve” la ini­cia­ti­va. La lucha pro­me­te ser ardua para que las más de 60 fir­mas del docu­men­to ten­gan el valor sufi­cien­te para lograr votos positivos.

Hacer­lo público

El tiem­po y la resig­ni­fi­ca­ción de lo suce­di­do per­mi­ten, a veces, que una viven­cia difí­cil se vuel­va lucha. Para Caro­li­na Rey­no­so, rea­li­za­do­ra de la pelí­cu­la “Yo abor­to. Tú abor­tas. Todxs calla­mos” que reúne tes­ti­mo­nios disí­mi­les de muje­res que toma­ron esa deci­sión, con­tar con imá­ge­nes le per­mi­tió sal­dar la deu­da inter­na de denun­ciar la com­pli­ci­dad. Hace poco más de una déca­da fue ella la que estu­vo en el lugar de quie­nes fue­ron sus entre­vis­ta­das en el film.

“La pasé muy mal por­que los médi­cos no me que­rían con­tar qué podía suce­der­me. Tenía mie­do de morir­me o de que­dar esté­ril. Tam­bién sen­tía cul­pa por la mira­da del otro”, des­cri­bió. Al reco­rrer el país para con­ver­sar con pares se dio cuen­ta de que “había nece­si­dad de hablar”, tam­bién en ella, que pudo pen­sar esa acción que había ocul­ta­do has­ta enton­ces como “la pri­me­ra deci­sión total­men­te autó­no­ma” de su vida, sintetizó.

Su reco­rri­do sim­bó­li­co abar­ca el sen­ti­do que tie­ne la mater­ni­dad en una socie­dad en la que “se juz­ga mucho a una mujer que no quie­re ser madre por­que se pre­gun­ta qué otra cosa pue­de que­rer hacer que sea más impor­tan­te”, denun­ció. Otro argu­men­to que pre­ten­de con­mo­ver es el del ‘amor’ a las nue­vas vidas, pero ¿qué hay, nue­ve meses y par­to median­te, de esas per­so­nas cuyas fami­lias no están pre­pa­ra­das para acom­pa­ña­ras en su desarrollo?

“Nadie mere­ce ser un hijo no desea­do, nadie mere­ce ser madre sin que­rer­lo”, enfa­ti­zó la actriz Mari­na Gle­zer, que eli­gió con­tar que la pri­me­ra vez que se emba­ra­zó, a los 18 años, inte­rrum­pió la ges­ta­ción. Enton­ces, en 1999, pagó 800 pesos en una clí­ni­ca de Barrio Nor­te para abor­tar sin secue­las. Con el mis­mo com­pa­ñe­ro de ese momen­to deci­dió, más tar­de, que sí era tiem­po de pro­crear y enton­ces lle­ga­ron sus dos hijos.

“Des­pués de pasar seis meses de infierno, has­ta que dejó de ser clan­des­tino y ela­bo­ré el due­lo, sen­tí como cau­sa pro­pia la injus­ti­cia de no tener dere­cho a ele­gir. Yo no pude deci­dir con liber­tad y sen­tir­me con­te­ni­da pero la mujer que no tie­ne recur­sos pue­de per­der la vida, es gra­ve”, cues­tio­nó. Vivir o morir por ‘polí­ti­cas públi­cas’ que en reali­dad pri­va­ti­zan y reser­van el dere­cho a quie­nes pue­den pagar en la clan­des­ti­ni­dad es el acto cruel de la demo­cra­cia, la deu­da de la ‘déca­da gana­da’. Ya son dema­sia­das muer­tes ¿cuán­tas más nece­si­ta­rán para reco­no­cer que parir o no parir es un dere­cho personalísimo?

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