La come­dia com­ple­ja de Alfon­so Sas­tre- Car­lo Frabetti

A pro­pó­si­to de Llu­via de ánge­les sobre París.…

El humor es la son­ri­sa de la revolución.

Mar­co Ménégoz


La tra­ge­dia clá­si­ca sue­le plan­tear un con­flic­to “irre­so­lu­ble” (lue­go acla­ra­ré las comi­llas) entre el indi­vi­duo y la socie­dad, o lo que vie­ne a ser lo mis­mo, entre la con­cien­cia y la ley (escri­ta o no). Así, la leal­tad de Antí­go­na hacia su her­mano Poli­ni­ces la obli­ga a dar hon­ro­sa sepul­tu­ra a su cadá­ver, con­tra­vi­nien­do una orden del rey cuyo incum­pli­mien­to supo­ne la pena de muerte.

Pero la irre­so­lu­bi­li­dad de los con­flic­tos trá­gi­cos tra­di­cio­na­les es rela­ti­va, cuan­do no fic­ti­cia (de ahí las comi­llas), pues casi siem­pre tie­ne que ver con la asun­ción (más o menos deli­be­ra­da, más o menos cons­cien­te) de un orden esta­ble­ci­do que se da por supues­to y que solo se pone en cues­tión de for­ma super­fi­cial o epi­só­di­ca. En este sen­ti­do, la tra­ge­dia tra­di­cio­nal supo­ne una cier­ta sim­pli­fi­ca­ción ‑ideo­ló­gi­ca- de la reali­dad, pues sue­le incor­po­rar de for­ma auto­má­ti­ca ‑adia­léc­ti­ca- el dis­cur­so domi­nan­te. Por eso pro­vo­ca la catar­sis, pero rara vez la rebelión.

El tea­tro épi­co de Brecht cons­ti­tu­ye un paso impor­tan­te hacia la supera­ción de esta limi­ta­ción; pero, como ha seña­la­do Alfon­so Sas­tre, el “dis­tan­cia­mien­to” brech­tiano no va mucho más allá de la anag­nó­ri­sis aris­to­té­li­ca, y solo resuel­ve par­cial­men­te el pro­ble­ma de la sim­pli­fi­ca­ción. Por eso Sas­tre pro­po­ne ‑y cul­ti­va ejem­plar­men­te- como supera­ción dia­léc­ti­ca de la apa­ren­te antí­te­sis entre los dos polos del tea­tro del siglo XX ‑el didac­ti­cis­mo de Brecht y el nihi­lis­mo de Beckett‑, lo que él mis­mo deno­mi­na “tra­ge­dia com­ple­ja”, en la que el con­flic­to trá­gi­co cen­tral no encu­bre la mara­ña de sen­ti­mien­tos e intere­ses con­tra­dic­to­rios impli­ca­dos, sino que pone en evi­den­cia la degra­da­ción social y psi­co­ló­gi­ca sub­ya­cen­te. Por eso las tra­ge­dias sas­tria­nas inclu­yen ele­men­tos cómi­cos y has­ta ridícu­los (sin caer en la sim­pli­fi­ca­ción de lo tra­gi­có­mi­co). El pro­pio autor nos lo expli­ca en La revo­lu­ción y la crí­ti­ca de la cul­tu­ra (Gri­jal­bo, 1970): “Yo me río antes, y cuan­do usted baje la guar­dia para reír­se con­mi­go se va a encon­trar con que le he con­ta­do ‑sí, a trai­ción- la tra­ge­dia que usted habría recha­za­do, o incom­pren­di­do, plan­tea­da en los tér­mi­nos inal­can­za­bles para usted de una con­cien­cia no degra­da­da en pug­na con la degradación”.

Recí­pro­ca­men­te, y como no podía ser de otra mane­ra, las esca­sas come­dias de Sas­tre siem­pre inclu­yen ele­men­tos trá­gi­cos, más allá ‑y a la vez más acá- del mero humor negro, como se pue­de ver en Llu­via de ánge­les sobre París, la últi­ma de sus obras repre­sen­ta­da en un tea­tro “nor­mal” (si es que exis­te tal cosa). Un exce­len­te mon­ta­je de Anto­nio Malon­da y su míti­co gru­po Bulu­lú (de gira por Cas­ti­lla-La Man­cha tras pasar fugaz­men­te por el tea­tro Lara de Madrid y por algu­nas salas de Eus­kal Herria) nos per­mi­te dis­fru­tar en vivo (muy vivo) y en direc­to de esta des­ter­ni­llan­te y a la vez revo­lu­cio­na­ria “come­dia com­ple­ja” del más gran­de ‑y por eso mis­mo el más silen­cia­do- dra­ma­tur­go de la len­gua castellana.

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