El Presidente Morsi, a pesar de su retórica en la oposición, sigue siendo cautivo de la misma perspectiva limitada que su predecesor, Mubarak, aplicó a las relaciones de Egipto con Israel y los EE UU.
En 2007, Mohamed Morsi, entonces presidente del departamento político de la Hermandad y miembro de su Buró Ejecutivo, se quejó de la incapacidad de Washington de llevar a la práctica su retórica sobre la promoción de la democracia en Egipto. Morsi declaró que Israel no tenía ningún interés en un Egipto democrático, ya que, «prestaría más apoyo a los palestinos». Ahora, después de haber negociado un alto el fuego en Gaza, Morsi ha demostrado que su política palestina no es más imaginativa que las de la era Mubarak y, en parte como resultado del apoyo de EE UU, ha intentado una involución democrático que ha encendiado las calles de Egipto.
Morsi ha caído parcialmente, sin darse cuenta, víctima de la lógica trilateral de la relación bilateral de Egipto con los Estados Unidos vis-à-vis el Tratado de Camp David de 1979.
Steven A. Cook definió esta lógica trilateral en su libro, La lucha por Egipto: de Nasser a la plaza Tahrir, como una ambigua relación estratégica entre Egipto y EE UU que va acompañada por el requisito informal de buenas relaciones entre Egipto e Israel. Un requisito que, «inserto en estos lazos desde el comienzo, implica que Washington casi siempre ve El Cairo a través del prisma israelí».
Esta premisa ‑no es sorprendente su proximidad a la saga de Gaza‑, tiene una fuerte tendencia a fomentar políticas internas autoritarias, como Morsi ha hecho, con un gesto de asentimiento de los EE.UU. y el FMI, al derogar la capacidad del poder judicial para apelar sus decretos, a la vez que protege a la Asamblea Constituyente de mayoría islamista del peligro de disolución judicial.
Lo que no es tan diferente de la era Mubarak en la que, a pesar de las violaciones de derechos humanos, la relación con Israel era el comodín que siempre acababa por influir en la Casa Blanca y silenciar al Congreso de EE UU. Año tras años, la ayuda, por valor de 1,3 mil millones de dólares, continuó fluyendo, igual que el apoyo internacional, diplomático y financiero al régimen.
Esta situación es la que Khaled Fahmy ha llamado la «israelización» de la política exterior egipcia: la que ha ayudado a despojar al problema palestino de todo lo relacionado con el derecho internacional, el derecho de retorno, el asedio de Gaza, la ocupación de tierras, hasta reducirlo a un problema de seguridad. Todo lo relacionado con Israel no esta tanto en manos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Egipto, como de la inteligencia militar – un órgano que funciona como un universo paralelo, más allá de cualquier control y preocupantemente al margen del discurso dominante egipcio y de una población que es abrumadoramente hostil a Israel por su subyugación de los palestinos.
El “espíritu” (cualquiera que fuera su significado original) de Camp David fue aniquilado desde el comienzo gracias a dos ataques consecutivos de bombardeo de la fuerza aérea israelí, uno contra un reactor nuclear iraquí a principios de juniode 1981, y el otro a mediados de julio en Beirut, en el que cientos de civiles fueron asesinados. Ambos ataques 48 horas después de sendas reuniones cara a cara entre Sadat y Menahem Begin.
La mayoría de los observadores argumentaron que la sincronización de las reuniones y los ataques tenían como objetivo hacer aparecer al líder egipcio como cómplice o como un tonto. La renuencia del régimen de Sadat a reaccionar de alguna manera creó un peligroso precedente, que fue rápidamente asimilado por los mandamases nacionales y extranjeros, e interpretado como una aquiescencia egipcia permanente. Sadat no quiso hacer nada que pusiera en peligro la devolución del Sinaí, pero este dejamiento tuvo consecuencias a largo plazo.
Una de las paradojas de Camp David es que, si bien logró una paz (fría) entre Egipto e Israel, exacerbó las tensiones en la región. La eliminación de la mayor amenaza estratégica de Israel le permitió un endurecimiento de su política exterior, lo que condujo a la invasión del Líbano (1982 y 2006) y a una ocupación despiadada mediante escaramuzas fronterizas e incursiones, ataques a Irak y Siria, el reforzamiento de su control sobre los Altos del Golán, aumentar exponencialmente las actividades de asentamiento en los Territorios Ocupados, declarar Jerusalén la capital «eterna e indiviso» de Israel y, por último pero no menos importante, matar o encarcelar a un número incalculable de palestinos, siendo la reciente masacre de Gaza solo la última de una larga cadena de ataques violentos. Durante todo este tiempo Egipto no ha desempeñado ningún papel significativo para contrarrestar o cambiar las reglas de juego y buscar un marco de estabilidad pacífico para la región. Por el contrario, Egipto se ha limitado a ver los acontecimientos desde la barrera y protestar inútilmente contra las violaciones israelíes.
Es más, Camp David determinó la política exterior egipcia hasta alinearla con los intereses estadounidenses /israelíes como, por ejemplo, a la hora de priorizar la amenaza nuclear de Irán cuando es muy difícil encontrar el menor apoyo público o intelectual en Egipto para ello en vez de situar en primer plano la construcción de asentamientos o los asesinatos extra-judiciales israelíes. Sin mencionar lo que Cook más enfatiza, es decir, «la modernización patrocinada por Estados Unidos de las fuerzas armadas de Egipto ha sido deliberadamente lenta y a partir de una doctrina estratégica militar defensiva».
Más de tres cuartas partes de los ciudadanos egipcios han pedido una revisión de Camp David con el fin limitar sus lagunas y las consecuencias unilaterales del tratado. No sólo sería en interés de Egipto, sino también de Israel. Sin embargo, esas tres cuartas partes de ciudadanos egipcios pecan de optimistas.
Los recientes acontecimientos deberían hacer sonar las alarmas de los aislacionistas tipo Egipto-primero, primero para recordarles que su país esta en medio del entramado geo-estratégico regional, y que algunos actores externos lo que quieren es más de la política de Mubarak ‚que tan bien servía a sus intereses, sobre todo a Israel y los estados del Golfo. Que los apologistas egipcios de la lógica trilateral se autocalifiquen de «realistas», en detrimento de la seguridad de Egipto, los palestinos, y toda la región, no es razón suficiente.
El difunto Ismail Sabri Abdullah, Ministro de Planificación de Sadat, lamentaba que: «si [Egipto] quería tener buenas relaciones con Estados Unidos, teníamos que pasar la noche en Tel Aviv». Una vez más, los egipcios, van a tener que pasar la noche (o varias noches) en Tahrir para decirle al gobierno de Morsi que una buena relación solo puede ser el resultado de su dedicación a los ciudadanos, no a sí mismos, y mucho menos a las potencias extranjeras.