La más­ca­ra de hie­rro- Anto­nio Alvarez-Solis

Se atri­bu­ye al con­de de Roma­no­nes, don Álva­ro de Figue­roa y Torres, la fra­se píca­ra con que puso en ber­li­na la legis­la­ción arbo­res­cen­te e inin­te­li­gi­ble con que muchos par­la­men­tos sos­la­yan la obli­ga­ción de dic­tar leyes con­cre­tas y en el menor núme­ro posi­ble a fin de que la ciu­da­da­nía pue­da inter­ve­nir en su ges­tión, entien­da los tex­tos y con­fíe en su rec­ta apli­ca­ción. Dijo el con­de: «Deje­mos que ellos hagan las leyes mien­tras me per­mi­tan a mí redac­tar los regla­men­tos». «Ellos» eran los legis­la­do­res des­co­me­di­dos que mul­ti­pli­can su tarea nor­ma­ti­va con daño para su apli­ca­bi­li­dad. Legis­la­do­res de nor­mas incon­se­cuen­tes que solo aspi­ran a un vacío aplau­so social, agra­van­do la actual inca­pa­ci­dad inte­lec­tual de cier­tas capas ciu­da­da­nas que tie­nen res­pec­to a las ideas la mis­ma for­ma de apro­xi­ma­ción que el cana­rio que can­ta tras escu­char la cam­pa­ni­lla que le ponen en la jaula.

Pero vea­mos a qué vie­ne el abul­ta­do párra­fo ante­rior. El nue­vo minis­tro del Jus­ti­cia, Sr. Gallar­dón, aca­ba de anun­ciar la modi­fi­ca­ción del Códi­go Penal para intro­du­cir en su tex­to algo tan vapo­ro­so como la «pena de pri­sión per­ma­nen­te revi­sa­ble». Empe­ce­mos por la adul­te­ra­ción del len­gua­je. Esa pena que pro­po­ne el minis­tro no es «per­ma­nen­te» sino «per­pe­tua», lo que ya emi­te un olor des­agra­da­ble a cas­ti­go medie­val por lo que tie­ne de des­pre­cio a la cua­li­dad huma­na del pena­do. Solo fal­ta­ría ade­más que a la cade­na per­pe­tua se le acom­pa­ña­ra el aña­di­do de disi­mu­lar la huma­ni­dad del pena­do den­tro de una más­ca­ra de hie­rro a fin de com­ple­tar su aban­dono social.

Siga­mos con lo de «revi­sa­ble» ¿Por qué dar solem­ni­dad de nove­dad lin­güís­ti­ca y penal a lo que antes se con­te­nía sen­ci­lla­men­te en la prác­ti­ca del indul­to? Pues por una úni­ca razón según se me alcan­za: por­que el Sr. Gallar­dón teme a la bar­ba­ri­dad del adje­ti­vo de «per­pe­tua» res­pec­to a la pena y con lo de «revi­sa­ble» intro­du­ce un vago ras­go de huma­ni­dad en la fla­gran­te cruel­dad de la nue­va ini­cia­ti­va peni­ten­cia­ria. Pero ¿quién revi­sa­rá y como revi­sa­rá? Lle­ga­dos aquí refle­xio­ne­mos sobre la fra­se de Roma­no­nes. Me temo que revi­sa­rá la mons­truo­sa pena quien sea due­ño del regla­men­to de apli­ca­ción de la con­de­na, lo que deter­mi­na­rá un jue­go de intere­ses polí­ti­cos o per­so­na­les que pue­de des­tro­zar la vida de un con­de­na­do o, por el con­tra­rio, deja­rá su con­de­na en nada aun­que sea reo de una par­ti­cu­lar severidad.

Y aho­ra aña­da­mos otro extre­mo que al pare­cer va a pre­si­dir la redac­ción de esta inno­va­ción peni­ten­cia­ria. Dice el minis­tro Sr. Gallar­dón que la pena de «pri­sión per­ma­nen­te revi­sa­ble» será esta­ble­ci­da para «supues­tos muy res­trin­gi­dos» que supon­gan una «gran alar­ma social» ¿Qué supues­tos? Sería vital cono­cer­los, lo que segu­ra­men­te hará el Gobierno cuan­do redac­te al pro­yec­to de ley modi­fi­ca­to­rio del códi­go. Pero algo me avi­sa que esos supues­tos van a ser con­fu­sos, ya que han de basar­se en algo tan varia­ble y nebu­lo­so como la «alar­ma social» ¿En qué con­sis­te la alar­ma social? ¿Se tra­ta de un esta­do emo­cio­nal colec­ti­vo? Ojo con que sea así, pues la jus­ti­cia no ha de con­mo­ver­se sino razo­nar con la debi­da pru­den­cia, con­tan­do con que en esa pru­den­cia ha de con­te­ner­se una deter­mi­na­da filan­tro­pía que alcan­ce tan­to a la víc­ti­ma del deli­to como al delin­cuen­te. Filan­tro­pía o amor al géne­ro humano, pues ¿qué juez mere­ce tal títu­lo si no juz­ga ani­ma­do por esa alta virtud?

Siga­mos con el aná­li­sis del con­cep­to de «alar­ma social». Idea, repi­to, muy tenue. En la socie­dad lo que a unos alar­ma a otros no les albo­ro­ta en nin­gún sen­ti­do. Para algu­nos una acción deter­mi­na­da inclu­so pue­de sonar­les a heroi­ca, a nece­sa­ria, a bené­fi­ca, posi­ble­men­te a resul­ta­do lógi­co de algo. En cam­bio esa mis­ma acción es reci­bi­da con aver­sión por otro sec­tor social, que se alar­ma ante ella. El con­cep­to de alar­ma es espe­cio­so moral­men­te hablan­do y depen­de de la pos­tu­ra o creen­cias que ten­ga el alar­ma­do. Yo pre­gun­ta­ría al Sr. Gallar­dón «¿nor­mal­men­te qué le alar­ma a usted?»; segu­ra­men­te y en muchos esce­na­rios lo que no me alar­ma a mí o, tiran­do más allá el sedal, lo que a mí me pro­du­ce tran­qui­li­dad o espe­ran­za. Todo depen­de de que uno sea pro­gre­sis­ta o no, fas­cis­ta o no, libe­ral o no.

Esta­mos, pues, ante un pro­yec­to de ley que úni­ca­men­te cabe jus­ti­fi­car ante hechos que el Gobierno de que se tra­te cali­fi­que de alar­man­tes. Supon­go que el Sr. Gallar­dón quie­re atraer­se la adhe­sión, por ejem­plo, de los sevi­lla­nos que se alar­man ante la pobre­za de la acción poli­cial y judi­cial res­pec­to a las pobres medi­das que se hayan adop­ta­do ante el ase­si­na­to de esa pobre niña sevi­lla­na, Mar­ta, cuyo cuer­po aún no ha sido halla­do. O ante otros suce­sos de este cali­bre que han pues­to en la calle vibran­te­men­te a núcleos de ciu­da­da­nía. Pero ¿aca­so si lo que pro­du­ce alar­ma social por su volu­men y pro­fun­di­dad son deter­mi­na­cio­nes o hechos polí­ti­cos que impi­den con vio­len­cia la liber­tad de un pue­blo podrá impo­ner­se por un tri­bu­nal la pena de «pri­sión per­ma­nen­te revi­sa­ble» a los que han actua­do tan dañi­na­men­te? Esos hechos alar­man a mucha gen­te ¿Si la modi­fi­ca­ción legal que se pro­po­ne hacer aho­ra el Gobierno de Madrid hubie­ra esta­do ya vigen­te en aque­llos tris­tes días ser­vi­ría esa «pena per­pe­tua revi­sa­ble» ante las muer­tes de Vito­ria en el año 1976, que tan­ta alar­ma social pro­du­je­ron? No sé; el juez hubie­ra teni­do que deter­mi­nar si eran alar­man­tes o no. Lo gra­ve de este con­cep­to de «alar­ma» es que resul­ta veleidoso.

En cual­quier caso, y apar­te supo­si­cio­nes, lo cier­to es que el sis­te­ma libe­ral bur­gués lle­va­ba a estas altu­ras cer­ca de dos­cien­tos años intro­du­cien­do nor­mas de razón moral y de madu­rez jurí­di­ca en la legis­la­ción para libe­rar­la del furor de los jue­ces reales y del asal­to de las pasio­nes cir­cuns­tan­cia­les. Y he aquí que el Sr. Gallar­dón apro­ve­cha su minis­te­rio para retro­traer­nos al espí­ri­tu de unas épo­cas que creía­mos supe­ra­das median­te la demo­cra­cia y otras exi­gen­cias nobles. O sea, que ese espí­ri­tu dia­bó­li­co sigue acti­vo y, como dicen del demo­nio, está a la espe­ra de que las nacio­nes y los indi­vi­duos bajen la guar­dia y se entre­guen en bra­zos del abso­lu­tis­mo aho­ra reno­va­do en tan­tas esfe­ras de la vida colectiva.

Mal, muy mal, Sr. Gallar­dón. No sé con quién estu­dió usted leyes, pero a buen segu­ro tuvo pro­fe­so­res por el esti­lo de Carl Sch­mitt, que aca­bó con­ci­bien­do un Esta­do en que el poder se razo­na­ba a sí mis­mo median­te la dia­léc­ti­ca del ami­go y el enemi­go has­ta edi­fi­car teo­rías que inevi­ta­ble­men­te con­du­je­ron al nazis­mo. Pre­ci­sa­men­te el nazis­mo fue una de las ideo­lo­gías que más usó el con­te­ni­do de la alar­ma social para poner bal­da­quino a los tri­bu­na­les, imbui­dos ya de preo­cu­pa­cio­nes esta­ta­les y dedi­ca­dos de hoz y coz a la pro­tec­ción del «ami­go» sch­mit­tiano cuya exis­ten­cia jus­ti­fi­ca­ba la acción política.

Lo que me preo­cu­pa como ciu­da­dano fren­te a este tipo de ini­cia­ti­vas es que suel­dan la lla­ve del futu­ro a la mano de la cla­se o capa domi­nan­te y cie­rran la puer­ta de tal modo que la prác­ti­ca de la liber­tad se tor­na, con posi­bi­li­dad coti­dia­na, en una aven­tu­ra que aca­ba en el dolor, la san­gre o la prisión.

En lo penal debe pre­do­mi­nar el prin­ci­pio res­tric­ti­vo res­pec­to a la san­ción apli­ca­ble por dos razo­nes sufi­cien­tes para ser adop­ta­das: por­que la cár­cel no con­tri­bu­ye en muchas oca­sio­nes, mane­ja­da con esa dure­za, más que a con­ver­tir la acción puni­ble en per­ma­nen­te ira de res­pues­ta por par­te del cas­ti­ga­do y por­que la dura­ción del encar­ce­la­mien­to des­tru­ye de tal for­ma al pena­do que trans­for­ma en mons­truo al que cas­ti­ga. Creo, ade­más, que el endu­re­ci­mien­to car­ce­la­rio no pre­ten­de reha­bi­li­ta­ción algu­na sino que per­si­gue imbuir el temor a com­por­tar­se libre y sobe­ra­na­men­te en el ciu­da­dano que está apa­ren­te­men­te libre. Fran­co sabía esto perfectamente.

Gara

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