Ape­lo a la cor­du­ra- Jesús Valencia

A la Espa­ña colo­nia­lis­ta se le sigue indi­ges­tan­do el dere­cho de auto­de­ter­mi­na­ción. Cuan­do alguno de los pue­blos por ella some­ti­dos se lo recla­ma, reac­cio­na con des­tem­plan­za. Inter­pre­ta el reque­ri­mien­to como decla­ra­ción de gue­rra y, en vez de recu­rrir a los nego­cia­do­res, deja el asun­to en manos de los gene­ra­les. Estos ‑muy en su línea- tra­tan de resol­ver el con­ten­cio­so a caño­na­zos y estocadas.

Pero los mili­ta­res no mar­chan solos; bien pudie­ra decir­se que casi todo el país (que me per­do­nen quie­nes via­ja­ron a Bil­bo el 7 de enero) les acom­pa­ñan. La Espa­ña arro­gan­te a la que me refie­ro no ape­la a la sen­sa­tez, sino a la his­te­ria; en vez de apli­car la peda­go­gía polí­ti­ca, recu­rre a exal­ta­ción patrio­te­ra; más que apor­tar razo­nes avi­va emo­cio­nes; no se pre­pa­ra para tejer las nue­vas e inevi­ta­bles rela­cio­nes, sino para recha­zar­las. Mala estra­te­gia. Un país fana­ti­za­do via­jó con Wey­ler a Cuba, con Fer­nán­dez Sil­ves­tre a Marrue­cos y con Galin­do a Intxau­rron­do. Pre­dis­pues­to a rega­lar impu­ni­dad, dio por bue­nas las bar­ba­ri­da­des que se come­tían en su nom­bre. Aplau­dió los cam­pos de con­cen­tra­ción en Cuba, las bom­bas de fós­fo­ro en el Rif y la cal viva en Eus­kal Herria. Había que apo­yar cual­quier inmo­ra­li­dad que per­mi­tie­ra aca­bar con los rufia­nes. Es el esque­ma sim­ple y fal­so que sigue ali­men­tan­do la cerrazón.

La reali­dad no se ha ajus­ta­do a los este­reo­ti­pos. Y es enton­ces cuan­do el fer­vor patrio­te­ro se des­plo­ma y la frus­tra­ción se expan­de. Los mam­bi­ses con­si­guie­ron la inde­pen­den­cia y toda Espa­ña vivió como tra­ge­dia el armis­ti­cio: «Más se per­dió en Cuba», se acu­ñó por aque­llas fechas. En la bata­lla de Alhu­ce­mas, Fran­cia y Espa­ña aho­ga­ron la suble­va­ción marro­quí, pero Abd el-Krim no cayó en manos de los mili­ta­res espa­ño­les; estos no con­si­guie­ron exhi­bir los des­po­jos del rebel­de. ¿Vic­to­ria o derro­ta? Cuan­do la socie­dad espa­ño­la cica­tri­za­ba sus heri­das, el insu­rrec­to ‑pre­so en la Isla Reu­nión- logró esca­par. Mien­tras Fran­cia rete­nía ale­ja­do al líder sobe­ra­nis­ta, sus ideas se expan­dían por toda Áfri­ca. El ima­gi­na­rio colo­nia­lis­ta ha vuel­to a creer­se las nue­vas men­ti­ras sobre Eus­kal Herria: todo es ETA, esta se encuen­tra derro­ta­da, sólo fal­ta que los guar­dias civi­les irrum­pan en el zulo más recón­di­to para cap­tu­rar a los últi­mos terro­ris­tas. Los cri­mi­na­les serían exhi­bi­dos para delei­te espa­ñol. Debi­da­men­te tra­ta­dos con acei­te de ricino, des­fi­la­rían derra­man­do cagarru­tas y las masas enar­de­ci­das podrían vitu­pe­rar­los. Nada de eso. Los de la capu­cha se han des­pe­di­do cor­tés­men­te y, lo que es peor, sus tesis se con­so­li­dan. Las calles rebo­san rei­vin­di­ca­cio­nes y un dilu­vio de votos va abrien­do las ins­ti­tu­cio­nes a las con­sig­nas sobe­ra­nis­tas. ¿Para qué ha ser­vi­do ‑se pre­gun­ta amar­ga­do el espa­ñol inge­nuo- tan­to empe­ño? Bue­na pre­gun­ta. Vivi­mos tiem­pos pelia­gu­dos. La frus­tra­ción mal ela­bo­ra­da pro­vo­ca rabia; esta da lugar a la ofus­ca­ción, que engen­dra agre­si­vi­dad. Ape­lo a la cor­du­ra. Somos dos pue­blos lla­ma­dos a la vecin­dad y Eus­kal Herria recla­ma enten­di­mien­to. Solo cuan­do Espa­ña opte por la sen­sa­tez nos vere­mos libres los vas­cos de tan­to sufri­mien­to esté­ril. Y ella, de nue­vos e inne­ce­sa­rios desencantos.

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