Debe haber muy pocos festivales como este. La celebración de la 16ª edición del Euskal Herria Zuzenean, celebrada este pasado fin de semana en Heleta, ha demostrado, balances musicales aparte, la solidez de su proyecto y sobre todo, que si otro festival es posible, este es uno de ellos. En esta Europa gris del capital es difícil encontrar un festival, con el tamaño que el EHZ ha adquirido con el trabajo y el tiempo, con las características de este. Primero y fundamental, el de su carácter popular en su definición más acertada. De esto, encontramos mil pistas, la más evidente: el nombre. Demasiado acostumbradas estamos a ver como las multinacionales del consumo o entidades financieras compran, condicionan y absorben cuanto pueden, también cosas tan simbólicas como el nombre, la personalidad o el alma de muchas propuestas culturales de envergadura. Tenemos varios ejemplos en Hegoalde: El jazzaldi donostiarra que ahora es Heineken Jazzaldia y donde la marca de cerveza holandesa lo inunda todo con su magma verde. O el Bilbao BBK Live, inflado de dinero público y además patrocinado por un entidad financiera semipública camino de la bancarización, que cree cumplir así con sus supuestas funciones sociales de escaparate junto a un ayuntamiento, que se hace propaganda así mismo figurando al lado de grupos musicales de relumbrón comercial, con una propuesta que no es, ni mucho menos, para los bolsillos de todos y todas. Estamos también demasiado acostumbrados a ver a una marca de refrescos que invade cualquier espacio público con su spam rojo y blanco, mientras asesina sindicalistas en Colombia por ejemplo. Aquí esto no pasa. El EHZ Festibala es el EHZ Festibala. La participación pública alcanza sólo el 10% y no hay grandes patrocinadores. La filosofía No-Logo llevada a la práctica. Aquí no se toma Coca-Cola por ejemplo, aquí se toma EHKA, hecha con la producción de caña de una cooperativa costarricense e importada siguiendo las normas de comercio justo por una iniciativa vasca. Aquí se comen tomates, pepinos, carne, queso, compota de cereza, helado de leche de oveja o pan hecho en Iparralde, todo producido por las y los agricultores/as y ganaderas/os organizadas/os en la Euskal Herriko Laborantza Ganbara. Otra idea puesta en ejercicio, soberanía alimentaria. Hay otros conceptos que se demuestran con la practica en este festival, por ejemplo la solidaridad: dando voz a testimonios de la represión y el genocidio contra los pueblos kurdo y palestino, mostrando el trabajo de parte del internacionalismo en nuestro país, denunciando la censura contra los/as artistas… Solidaridad la que también ha sentido Aurore Martin, colaboradora habitual del festival, dentro del recinto de este territorio libre y la que se ha querido transmitir también a todos/as los/as que no han podido estar en Heleta estos días. El festival ha abierto espacios de debate y reflexión y también de encuentro entre un buen número de colectivos y gentes que se han acercado a mostrar su trabajo, a conocer el de otros/as, a crear redes, contactos… Allí estaban el colectivo anticapitalista y ecologista Bizi!, RadioKultura, la gente de Autonomia, el proyecto cinematográfico Zinez, colectivos anti represivos, juveniles, euskaltzales, antifascistas… Mas ejemplos de lo popular bien entendido, pequeñitos pero llamativos y que marcan diferencias, como que todos los carteles del recinto estén hechos a mano y en euskera o enormes y capitales como el de los cientos de personas que colaboran desinteresadamente (800 laguntzailes por ejemplo mueven la maquinaria del festival solo el sábado). Montando y desmontando, en las barras, poniendo comidas, en los puestos de coordinación, en la limpieza… decisivo en el trato más humano que hay con la gente. ¿Qué impulsa a tantas personas a trabajar gratuitamente en este festival?. Cada persona tendrá sus razones pero seguramente hay una de fondo bastante común. Este festival está comprometido con su realidad, con la de Iparralde, con la cultura vasca y con el euskara. Y por eso transita y trabaja sobre esos ejes, está implicado todo el año con su pueblo, es una herramienta fundamental y sirve de altavoz de la cultura vasca en Iparralde estos días. Cultura popular. Caminar estos días por la plaza de Heleta era pues, un punto de encuentro con la gente, el teatro, la performance, los bertsos, las risas, malabares, canciones, compromiso, comunicación… y el calor de un sol incandescente que debió aparecer un poco más la pasada edición cuando las tormentas dejaron alrededor de 200.000 euros en perdidas. Solo un evento eminentemente popular del tamaño de este, 20.000 personas se calcula que han disfrutado este año del festival, navegando en contra de la mayoría de leyes de la mercadotecnia del negocio musical y compitiendo de igual a igual, se puede sobreponer a este y otros obstáculos así, de la mano de la gente y con la gente y además creciendo. Y por supuesto la música, mucha buena música a todas horas. Echar un vistazo a los carteles de anteriores ediciones del EHZ es presenciar un ejercicio de estilo libre alejado de las tendencias más comerciales y guiado por otros parámetros mucho más interesantes. Este año no ha sido una excepción, para la galería de imágenes de la historia del festival pasan ya a formar parte la actuación elegante y brillante de Morcheeba, la comunión de los marselleses IAM con el público, Anari enmudeciendo a la audiencia con su guitarra y su voz, la fiesta gigante que montaron los Shaka Ponk, o el precioso manifiesto musical de Tiken Jah Fakoly y su revolución africana por poner sólo algunos ejemplos. Los nuestros también de nuevo cumplieron con creces, en un festival donde su representación es notable (eso sí, mínima presencia femenina), la inmensa mayoría cantando en euskera y donde no son ninguneados en medios y horarios como en otros festivales grandes del país. A destacar por un lado, parte de lo más interesante de nuestro rock: Anari, esta vez sin banda, descalza, acompañada de su guitarra y de su sensibilidad. Split77 con su discurso original moderno e impecable y Athom Rhumba machacando a golpe de guitarras y puñetazos rítmicos la carpa. Y por otro el hip-hop, ¡Cuánto está costando que la llama del hip-hop prenda en Euskal Herria!. Hablar del hip-hop aquí, es hablar obligadamente de Ezkerraldea y de esa comuna rap que forman 121 Krew y Norte Apache: militantes de la cultura del hip hop, con un discurso constructivo, comprometidos, lejos de los tópicos habituales a los que estamos acostumbrados en otras escenas y en euskera. Ambos preparando nuevo material y demostrando tablas llenando el escenario. Los primeros poniendo a bailar y a corear al publico que combatía al sol en el espacio que el festival ha dedicado a los grupos del colectivo MusikHerria y los segundos agitando la carpa de Urbeltzeta con unas bases impecables pocos minutos antes de que una institución de la fiesta en los escenarios y plazas de todo el país, Betagarri comenzara su celebración particular con la gente, de todas las edades, que acudía a esta última jornada cantando saltando y bailando. Si, hay muy pocos festivales como este. Uno de ellos está en Behe Nafarroa, en Heleta. ¡Nos vemos el próximo año! |