Esta nota integra una serie de entradas en las que respondo a las críticas que me formuló el economista Fabián Amico en el grupo Economistas de Izquierda. En “Emisión monetaria 1” y “2” expliqué las diferencias entre la teoría cuantitativa del dinero y la teoría de Marx, y por qué los déficit fiscales no pueden cubrirse mediante emisión monetaria, sin desvalorización de la moneda. En “Salidas de la crisis…” respondí la afirmación de Amico de que el capitalismo podía salir de las recesiones aumentando los salarios. En “Marx, Kalecki…” argumenté por qué la teoría de Marx se ajusta mucho mejor a lo que sucede en el capitalismo contemporáneo, que la teoría del ciclo de Kalecki, defendida por mi crítico. En “Tasa de interés…” expliqué por qué, contra lo que afirma Amico, la tasa de interés en Marx no puede considerarse una variable exógena a las fuerzas económicas. En esta nota explico por qué el gasto público no es la clave para salir de las recesiones, por qué el déficit fiscal no puede aumentar indefinidamente, y qué implica, desde el punto de vista social e histórico, el endeudamiento estatal.
A fin de que se comprenda lo que sigue, repaso brevemente el argumento de Amico. Es importante este razonamiento, porque desnuda un reformismo que, si bien primitivo y tosco, constituye la materia prima de muchas ilusiones y planes “salvadores” del capitalismo. Centralmente Amico afirma: a) que las crisis capitalistas no son inevitables; b) que si el sistema sufre una recesión o depresión, se debe a la decisión de los capitalistas; c) que en caso de que esto ocurra el Estado podría salir de la recesión o depresión mediante el gasto público; d) que si no lo hace es porque no quiere; f) que el déficit se puede financiar con emisión monetaria, sin que ello desvalorice la moneda; h) o que puede financiarse con deuda, sin que por ello se afectada la tasa de interés, (ni al parecer ninguna otra variable), porque la tasa de interés solo aumenta cuando sube el déficit de cuenta corriente. Por esta razón Amico me critica cuando afirmo que el déficit estatal debe financiarse con impuestos o con emisión monetaria; y por eso mismo sostiene que si los gobiernos se lo propusieran, no habría obstáculos para salir de las recesiones.
“…en USA (el caso contemplado por Galbraith) … donde la política fiscal fue mucho más laxa y el déficit fiscal es enorme, las tasas son muy bajas. No hacen más política fiscal por motivos políticos, no porque no puedan. En suma, la evidencia de RA (Rolando Astarita) no demuestra ‘que las contradicciones de la economía, que están en la base de la crisis, no se solucionan ni con mayor gasto fiscal, ni aplicando el ajuste generalizado’. Lo que la evidencia demuestra es que no hacen más política fiscal porque temen la expansión económica, la reducción del desempleo y el retorno de los trabajadores a la escena, con sus demandas y pujas distributivas. Dice RA: ‘A corto plazo el déficit fiscal crea demanda, pero a medio y largo plazo ese déficit tiene que ser cubierto con ingresos fiscales (impuestos) que, caigan sobre las ganancias o los salarios, a su vez reducirán la demanda. Tras decenios de aplicar la fórmula keynesiana y aumentar la deuda pública, los gobiernos se encuentran ahora con que «inventar» demanda mediante el aumento del déficit crea inestabilidades macroeconómicas importantes y exige «apretarse el cinturón». Pero esto, ¡mala suerte!, reduce la demanda’. Esto que sostiene RA es absolutamente erróneo. La tesis de que “a corto plazo el déficit fiscal crea demanda, pero a largo plazo tiene que ser cubierto con ingresos fiscales (impuestos) que reducirán la demanda” es la tesis conocida como “equivalencia ricardiana” y fue formulada por Robert Barro en 1974. La argumentación es la siguiente: el gobierno puede financiar su gasto mediante los impuestos cobrados a los contribuyentes actuales o mediante la emisión de deuda pública. No obstante, si elige endeudarse tendrá que pagar la deuda subiendo los impuestos por encima de lo que estos se ubicarían en el futuro. La elección, por ende, es entre pagar impuestos hoy o pagar impuestos mañana”.
Enterrar y desenterrar botellas
La primera cuestión que debemos precisar es cuál es la naturaleza de la demanda generada por el gasto estatal, ya que de aquí parten la mayoría de las confusiones y errores de mi crítico. La tesis de que el capitalismo puede salir de sus crisis estimulando el gasto fiscal tiene como principal referente a Keynes (aunque veremos en seguida que la tesis tiene una larga tradición). Una de sus ideas fundamentales dice que las dificultades del capitalismo se originan en deficiencias de la demanda, ya que la propensión al consumo baja a medida que aumenta el ingreso; y la inversión también descendería en tanto baja la eficiencia marginal del capital (el rendimiento esperado por los capitalistas de sus inversiones). Por lo tanto Keynes sostenía que era necesario estimular la demanda por todos los medios, y que a este efecto cualquier tipo de gasto estatal podía ser útil; incluso si se pagara a trabajadores para enterrar y desenterrar botellas, este gasto ayudaría a reactivar la demanda durante una depresión. La propuesta se combinaba con el efecto del multiplicador. Una inyección inicial de gasto no solo estimulaba la demanda, sino además generaba un efecto en cadena, o multiplicador, porque al vender su producción las empresas pagaban salarios a los trabajadores y dividendos a los accionistas, y a su vez estos receptores de ingresos compraban medios de consumo (según su propensión a consumir), dando lugar entonces a nuevas rondas de producción, demanda y gastos. A mayor propensión al consumo, mayor el multiplicador, y mayores los efectos del shock inicial de gasto. Todo esto constituye material estándard de los cursos habituales de macroeconomía.
Pues bien, analicemos ahora la tesis desde el punto de vista de la teoría de Marx. El primer y principal problema que hay que preguntarse es de dónde sale el flujo de dinero (esto es, de valor) que inyecta el Estado para pagar a los trabajadores que van a realizar el trabajo de enterrar y desenterrar botellas. Observemos que el trabajo de enterrar y desenterrar bolellas es, desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, claramente improductivo, ya que estos trabajadores no producen mercancías, y por lo tanto no generan valor ni plusvalía (para una aproximación a qué es trabajo productivo e improductivo en Marx, véase “Publicidad…”). En definitiva, pagarles para que realicen este trabajo equivale a darles dinero para que compren los bienes que necesitan. Algo similar puede decirse si se trata de obras públicas habituales. Aun en el caso de que puedan ser útiles y necesarias (y mejoren las condiciones de reproducción del capital), en sí mismas no generan valor, y los trabajadores que las realizan son improductivos. Consumen improductivamente plusvalía. De manera que todos estos gastos del Estado deberán pagarse con valor generado en el trabajo productivo. Esto es, los trabajadores empleados por el capital, que producen mercancías, generan valor y por lo tanto plusvalía, y una parte de esta plusvalía va al Estado, bajo la forma del impuestos. Cuando el Estado paga el consumo improductivo, solo está consumiendo plusvalía, no la está generando.
En este punto puede ser conveniente recordar que ya hace muchos años Marx había criticado la idea de que el consumo de trabajadores improductivos pudiera ser una solución a los problemas de la falta de demanda. Al respecto, citaba a los escritores que decían que el consumo improductivo era un acicate necesario de la producción. Esos escritores, sostenía Marx, creían que el consumo improductivo estimulaba la demanda, y la producción, y por ende pensaban que los trabajadores que se empleaban en ese consumo eran tan productivos como los que generaban valores de uso y valor. Marx señalaba que esta tesis constituía una apologética “desde el punto de vista burgués” de los trabajadores improductivos y “de los gobiernos fuertes”, que tienen gastos intensos y aumentan las deudas del Estado (Marx, 1975, t.1, pp. 237 – 8). De hecho, continuaba Marx, lo que el capitalista entrega al Estado bajo la forma de impuestos (ingresos que van a los acreedores del Estado, a la Iglesia y a otros sectores que solo consumen renta), constituye una disminución de la riqueza, en tanto disminuye la plusvalía disponible para la acumulación. Esta situación no varía cuando los ingresos del Estado se consumen en trabajadores que hacen tareas burocráticas (aunque sean necesarias para el aparato de dominación del capital), o cuando realizan obras que pueden ser necesarias para la reproducción de las condiciones más generales de la acumulación del capital. En tanto no se produzcan mercancías, no hay generación de valor, y estos gastos deben pagarse entonces con trabajo productivo. La falta de distinción entre trabajo productivo e improductivo (en última instancia, la ausencia de una teoría del valor), lleva a no entender estas cuestiones elementales. Esta es la razón de fondo de por qué no es posible salir de las crisis, ni sostener la demanda de forma permanente, mediante el gasto fiscal. El argumento está anclado en la teoría del valor trabajo. El argumento reformista, en cambio, no tiene anclaje en teoría del valor alguna, y de allí sus fantasías en torno a las propiedades mágicas del gasto fiscal.
Interludio 1: keynesianos y trabajo improductivo
Dada la importancia de la distinción entre trabajo productivo e improductivo para el análisis del carácter del gasto fiscal, vale detenerse un momento para analizar cómo plantea la cuestión uno de los keynesianos más importantes, Alvin Hansen, en su libro clásico Política fiscal y ciclo económico. En este trabajo Hansen vuelve a la distinción de Adam Smith entre trabajo productivo e improductivo, pero sostiene que según Adam Smith el único trabajo productivo es el que genera bienes materiales. Por eso Hansen dice que esto manifiestamente es un error, ya que el trabajo de un médico, de un artista, etc., también puede ser productivo. Pero, ¿por qué es productivo? La respuesta de Hansen, es que es productivo porque es útil y/o porque aumenta la eficacia productiva. En consecuencia todo trabajo que es útil es productivo; y por lo tanto, siempre según Hansen, serían productivas todas las inversiones públicas en parques, carreteras u hospitales (Hansen, 1945, p. 168). Pero de esta manera también se puede considerar productivo ‑ya que es “útil”- todo otro gasto del Estado, como por ejemplo entregar subsidios a la gente, ya que generan utilidad para quienes los reciben. Sin embargo el propio Hansen reconoce que no se puede considerar productivo este gasto. Tampoco considera productivos los gastos de guerra, ya que “de ninguna forma aumentan la capacidad productiva de la comunidad” (p. 163). Aunque alguien podría decir que también genera utilidad para mucha gente. En definitiva, estamos metidos en un buen lío teórico. ¿Para qué sirve entonces la distinción entre trabajo productivo e improductivo?
Para despejar el problema, es conveniente en primer lugar aclarar el concepto de trabajo productivo e improductivo en Smith. Como destacó Marx, Smith mantuvo dos conceptos de trabajo productivo. Por un lado, definió como trabajo productivo al trabajo que produce bienes materiales, de manera que el trabajo de un músico o de un médico no sería productivo. La segunda noción de trabajo productivo de Smith dice que es productivo aquel trabajo que genera más valor del que cuesta, esto es, identifica al trabajo productivo con el trabajo que genera plusvalor. Esta segunda definición es la que reivindica Marx, ya que pone el acento en la relación social bajo la cual se ejecuta el trabajo. Así, un médico que trabaja para una empresa capitalista genera una mercancía (salud) que contiene plusvalía, y su trabajo por lo tanto es productivo. El hecho de que se genere plusvalía no depende de que produzca un bien material “palpable” o “transportable”. Por esto mismo, un trabajador que está empleado por una empresa que produce carreteras, y vende estas carreteras como mercancías (por ejemplo, por el sistema de peajes), es productivo. Pero este trabajador, en cambio, si es empleado por el Estado para hacer la carretera que se dispone como un bien libre, no es productivo, ya que no genera plusvalía (en términos de Hansen, “no genera un ingreso monetario por sí mismo”, véase más abajo). Esto no niega que la carretera pueda aumentar la eficacia de la economía de conjunto; o que no sea útil para la sociedad. Pero desde el punto de vista del valor, su construcción debe ser financiada con plusvalía generada en los sectores productivos, esto es, en aquellos sectores en los que se producen mercancías. Hansen reconoce en parte esto cuando afirma que hay un tipo de deuda, que él llama “deuda lastre”, que se origina en gastos de guerra, y similares, que no dan ingresos monetarios ni generan una futura fuente de utilidades. Y también admite que otro tipo de gastos, que generan lo que él llama “deuda pública pasiva”, aunque proporcionan utilidad y disfrute a la comunidad, (por ejemplo, construcción de paseos y parques, edificios públicos). Estos gastos “no producen por sí mismos ningún ingreso monetario ni aumentan la eficacia y productividad del trabajo y el capital” (p. 163). Desde el punto de vista de la teoría de Marx, todos estos gastos no son productivos porque “no generan por sí mismos ningún ingreso monetario”. Aunque, subrayamos, algunos de ellos pueden aumentar la eficacia y productividad del trabajo y del capital (por ejemplo, mejores caminos abaratan los costos del transporte de la fuerza de trabajo y de las mercancías, etc.). Para terminar este punto, destaco que en los manuales habituales de economía de la corriente principal, neoclásica, estas viejas distinciones de Hansen, se han perdido casi por completo.
¿Puede estimular la economía?
Hemos explicado por qué el gasto improductivo no puede generar valor, y solo es pagado con trabajo productivo. En la medida en que este último no se recupere, o aumente, no hay manera de sostener indefinidamente la demanda a costa de inyecciones de gasto improductivo realizadas por el Estado. Sin embargo, es lícito preguntarse si un estímulo de gasto fiscal puede poner en marcha una acumulación capitalista que está estancada o en depresión. Para discutir el problema, pensemos en una pequeña economía en la cual el producto bruto de $100, que se compone de $10 que constituyen la amortización del capital; $45 el capital variable, y $45 la plusvalía. Supongamos que por alguna razón algunos capitalistas, luego de realizada la producción, gastan solo $40, y atesoran $5, de manera que la demanda baja de $100 a $95. Naturalmente, quedan $5 en forma de mercancías sin vender, porque algunos capitalistas han dejado de ejercer el total de su poder de compra (= 50). Supongamos entonces que el Estado inyecta $5 en la economía (por ejemplo, entregando subsidios a consumidores mediante baja de impuestos) y con esta inyección las empresas logran vender las existencias. ¿Se estimula con esto la producción? La respuesta es que depende de qué hacen los capitalistas en la siguiente ronda con los $45 de su plusvalía. Una posibilidad es que si por alguna razón (por ejemplo, porque no ven buenas condiciones de rentabilidad) deciden continuar atesorando, la acumulación no retoma al nivel anterior. Los capitalistas contratan menos obreros, bajando entonces la producción, el ingreso y las ganancias. El estímulo del Estado no reactivó la economía, simplemente permitió bajar las existencias sin vender. En la segunda ronda, además, hay menos plusvalía (porque hay menos trabajo productivo) para poder financiar nuevas inyecciones de gasto.
Es de destacar que este caso fue contemplado hace años por Alvin Hansen, al analizar en qué medida las inyecciones de gasto podían poner en marcha un proceso multiplicador en la economía. Hansen contempló la posibilidad de que las empresas no utilicen los ingresos provenientes de los estímulos fiscales para nuevos gastos. Por ejemplo, el dinero del Estado que reciben los contratistas de obras públicas puede ser utilizado en parte para pagar deudas a los bancos, para liquidar otras deudas, y en parte puede mantenerse como fondos inactivos. De la misma manera el dinero entregado en forma de subsidios a los consumidores puede ser utilizado por los capitalistas que venden las mercancías también para pagar deudas, o hacerse de liquidez. En cualquiera de los casos, el principio del multiplicador no funcionaría (véase Hansen, 1945, p. 104). Por esta razón el multiplicador no posee el automatismo con que se presenta en los manuales, ya que el centro de las cuestiones pasa por la decisión de gasto del capitalista. La experiencia confirma esta vieja prevención de Hansen. Por ejemplo, el gobierno de Japón inyectó enormes masas de gasto fiscal en la economía para tratar de sacarla del semiestancamiento en la década de 1990 y hasta el presente, sin éxito, precisamente porque las empresas no ponían en marcha el ciclo de la acumulación en escala ampliada. Algo similar puede decirse del estímulo fiscal que dispuso el gobierno de EEUU en febrero de 2008 para frenar la recesión; el efecto duró muy poco, ya que por todos lados prevalecía un fuerte impulso a hacerse de liquidez. Estas experiencias no niegan que las inyecciones fiscales puedan, en determinada fase de la depresión, contribuir al recuperación de la economía. Pero esto sucederá si coincide con el reinicio del gasto por parte de los capitalistas. Por este motivo es absurdo decir que el capitalismo puede mantener el empleo a base de gasto público, o evitar indefinidamente las crisis (esto es, las desvalorizaciones masivas de capital) en base al gasto. Más bien lo que consigue muchas veces es prolongar la vida de las fracciones más improductivas del capital, que de todas maneras serán liquidadas por la competencia y la crisis. Es lo que ha sucedido en Japón, por ejemplo, con las llamadas empresas “zombies”.
Interludio 2: Homenaje a Paul Mattick
Un lector que acostumbra enviar comentarios al blog (firma AP) hace poco me llamó la atención sobre el trabajo de Paul Mattick, un autor al que había leído hace años e influyó en mi formación. Aquí quiero reivindicar su vieja crítica a las políticas keynesianas, que están planteadas en la misma línea de la argumentación anterior, esto es, a partir de la teoría del valor trabajo de Marx. Transcribo algunos pasajes de su libro Marx y Keynes. Dice Mattick, refiriéndose a los gastos gubernamentales con los que el keynesianismo pretende eliminar las depresiones capitalistas:
“La nueva inversión inducida por el gobieno no cae del cielo, sino que representa valores-mercancías en forma de dinero que se cambian por otras mercancías. Si un gobierno gasta mil millones de dólares, esta suma ha sido o bien recaudada de los impuestos, o tomada en préstamo en el mercado de capitales. En cualquiera de estos dos casos, esta suma representa el equivalente de valores-mercancías producidos anteriormente, En el supuesto poco realista de que estos mil millones fueran gastados en el consumo, estos bienes ya deben existir o deben ser producidos para hace posible la transacción. (…) No hay multiplicación del ingreso mediante el gasto inicial por sí mismo, aunque puede haber producción de nuevo ingreso; y es solamente en tanto que el gasto original lleva a un aumento en la producción que aquél puede aumentar el ingreso” (Mattick, 1985, pp. 159 – 60).
(…) “Puesto que no depende de la rentabilidad, la producción inducida por el gobierno puede aumentar la producción social total; pero no puede aumentar el capital total. Parece posible, sin embargo, que el simple aumento o mantenimiento de un nivel dado de producción independientemente de la rentabilidad pueda detener un descenso de la actividad económica, y pueda incluso actuar como instrumento para invertir la tendencia. Aunque el financiamiento por déficit de la producción no lucrativa aumenta solamente la actividad económica del capital total, afecta la rentabilidad de aquellos capitales individuales que comparten la producción inducida por el gobierno, y permite la acumulación de títulos portadores de interés respaldados por el gobierno. Esto puede crear un clima económico favorable para que se reanude la inversión de capitales privados. (…) Así como el gasto deficitario reduce el desempleo y aumenta la producción, puede, en condiciones especiales, inducir una aceleración de las inversiones privadas. En este caso el ingreso total aumentaría más de lo que produjo el gasto deficitario, pero esta “multiplicación” se debería directamente a las inversiones rentables adicionales, y no al gasto inicial” (p. 160).
(…) Cualquiera sea la tasa de ganancia, cuanto mayor sea la parte del capital social total ocupado en la producción no lucrativa, menor será la tasa de ganancia total del capital total. Aunque sus ganancias no serían mayores de no existir el gasto gubernamental no lucrativo, no pueden ser aumentadas mediante tal gasto” (p. 160).
(…) El cambio en el volumen de empleo causado por la producción que induce el gobierno disminuye la rentabilidad del capital total en relación a la magnitud de la producción social total. Esta rentabilidad decreciente es la que aparece en la deuda pública creciente, y esta última es la que indica la declinación en la formación de capital privado, a pesar y a causa del aumento en la producción. En la teoría burguesa, el producto nacional bruto, o demanda agregada, es igual a la suma de consumo, inversiones y gasto del gobierno. Sin embargo, el gasto deficitario del gobierno no forma parte de la demanda agregada real, sino una política deliberada de producir más allá de ella” (ídem).
(…) “Cuando son tomados para propósitos gubernamentales, los impuestos tomados del capital regresan a los capitalistas en la forma de contratos del gobierno. La producción resultante de estos contratos es pagada por los capitalistas mediante impuestos. Al recobrar su dinero gracias a los contratos del gobierno, los capitalistas proveen al gobierno de una cantidad equivalente de productos. Esta cantidad de productos es la que el gobierno “expropia” al capital. (…) Este tipo de producción no solamente no es lucrativo, sino que resulta posible solo mediante aquella parte de la producción social total que es todavía lo suficientemente lucrativa para producir impuestos bastante altos para extender la producción del gobierno mediante impuestos” (p. 162).
(..) “Debe haber un límite a la expansión de la parte no lucrativa de la economía. Cuando se alcance ese límite, el financiamiento por déficit y la producción inducida por el gobierno como políticas para contrarrestar las consecuencias sociales de una tasa decreciente de acumulación, debe terminar. La solución keynesiana se revelará entonces como una seudosolución, capaz de posponer, pero no impedir el curso contradictorio de la acumulación del capital, tal como lo predijo Marx” (p. 164).
¿También asimilará mi crítico esta posición de Mattick a la “derecha conservadora” y a los “defensores de la equivalencia ricardiana”? Hasta ahora no leí jamás que alguien dijera semejante cosa sobre la obra de Mattick, pero…
Gasto, déficit fiscal y equivalencia ricardiana
En el mundo de las soluciones mágicas que imaginan algunos, se considera que el Estado podría estimular sin límites el gasto, sin importar el déficit fiscal. En este mundo mágico, se piensa que ésta es la quintaesencia del “activismo keynesiano”. Comencemos aclarando entonces que ni Keynes, ni los keynesianos más serios, han afirmado semejante disparate. Solo gente que no ha entendido el ABC del razonamiento de Keynes, puede afirmar que el gasto público pueda financiarse con déficit infinitos. Lo que planteaba Keynes es que una inyección de gasto podía reanimar la economía, de manera que aumentara el ingreso, y este aumento del ingreso permitiría entonces generar el ahorro para financiar el aumento del gasto fiscal. Aquí el aumento del gasto público ejerce su efecto a través de la reanimación de la inversión. Es en este sentido que Keynes, y los keynesianos, afirmaron que no había que preocuparse por un aumento del déficit. Jamás sostuvieron que el sistema capitalista pudiera sostener la demanda a fuerza del crecimiento sin límites del déficit. El déficit siempre hay que pagarlo con valor generado en el trabajo productivo, sea en el presente, o en el futuro. No hay forma de eludir esta exigencia.
Pues bien, esta cuestión parece exasperar a Amico, quien me critica porque sostengo que a mediano y largo plazo el déficit debe ser cubierto por impuestos. Extrañamente, Amico asimila mi afirmación a la “equivalencia ricardiana”. Pero el hecho de que el déficit debe cubrirse con impuestos, o con emisión monetaria, es una verdad de perogrullo, conocida mucho antes de que alguien hablara de la “equivalencia ricardiana”. No solo la derecha o el “centro” lo dice, sino también está en la tradición de muchos pensadores de la izquierda. Marx, por caso, afirmaba que el presupuesto estatal se cubría con la parte de la plusvalía que se canalizaba a través de los impuestos. No conozco a nadie que por esto haya acusado a Marx de tener ideas de derecha. James O’Connor, en su clásico libro sobre el Estado y la crisis fiscal, afirmaba en los 70 que los gastos estatales cuando no son financiados con inflación, se financian con las tasas impositivas, y que esto explicaba el porqué estas últimas se elevaron de forma constante a partir de la última década del siglo XIX, a medida que aumentaron las erogaciones estatales. El libro de O’Connor fue publicado en 1973, fue leído por cientos o miles de economistas de izquierda y marxistas ‑fue pionero en los estudios marxistas sobre el tema- y a nadie hasta ahora se le ocurrió decir que esta afirmación fuera de “derecha” (menos aún que tuviera algo que ver con la “equivalencia ricardiana”). Y lo mismo sostiene, por supuesto, Mattick; por ejemplo: “… la posibilidad de pagar la deuda del gobierno depende de las futuras ganancias del capital privado. Si estas ganancias no se materializan realmente, la deuda no puede ser pagada y el ingreso nacional de hoy se convierte en pérdida de mañana” (Mattick, 1985, p. 163).
Vayamos ahora a la “equivalencia ricardiana”. La tesis de la equivalencia ricardiana fue puesta en circulación por Barro (1974), a partir de una vieja sugerencia de Ricardo. En lo esencial ataca la idea de que el aumento del gasto mediante endeudamiento estatal pueda provocar un cambio en la demanda, y en las tasas de interés, que es la visión estándard de la macroeconomía. Es que según este enfoque convencional, al aumentar el gasto público aumenta la tasa de interés y se produce un desplazamiento de la inversión privada, que compensa, por lo menos parcialmente, el aumento del ingreso provocado por la inyección del gasto. La equivalencia ricardiana, en cambio, sostiene que si el Estado aumenta el gasto, los agentes económicos, que tienen expectativas racionales, esperan que en el futuro el Estado aumente los impuestos, y por lo tanto elevan su ahorro, de manera que el aumento del gasto y del déficit no tienen incidencia sobre la demanda agregada, ni sobre las tasas de interés. En cierto modo, es el complemento lógico de las hipótesis neoclásicas sobre el ciclo de vida (de Modigliani), o el ingreso permanente (de Friedman). Según estas hipótesis, los agentes económicos procuran mantener un nivel de consumo estable a lo largo de la vida, a pesar de las variaciones en el nivel de renta que puedan experimentar, o prevén que puedan ocurrir. La equivalencia ricardiana dice entonces que cuando el gobierno baja los impuestos y emite bonos para financiar el déficit, el individuo piensa que en el futuro va a tener que pagar más impuestos, y como no desea modificar su consumo planeado de por vida, decide comprar los bonos gubernamentales con el dinero extra que le ingresa por la baja de impuestos, de manera que va a disponer del dinero para hacer frente a los futuros impuestos más altos. En otras palabras, los individuos ahorran más cuando los impuestos son bajos, y ahorran menos cuando son altos. ¿Qué tiene que ver esto entonces con lo que dice Amico? Respuesta: nada. La equivalencia ricardiana se empeña en decir exactamente lo opuesto de lo que Amico le atribuye. Según Amico, la equivalencia ricardiana dice que el déficit fiscal a corto plazo crea demanda, La realidad es que la equivalencia ricardiana tiene como centro procura demostrar que el déficit fiscal a corto plazo no crea demanda. ¿Por qué dice Amico algo que es tan manifiestamente falso? ¿Es ignorancia, o simple mala fe polémica? Agreguemos también que el principio de la equivalencia ricardiana ha sido invocado por muchos economistas de los gobiernos republicanos (Reagan, Bush padre e hijo) para defender el aumento sin límite del déficit público, con el argumento de que el mismo no afecta a las tasas de interés. La idea es que si al aumentar el déficit público aumenta el ahorro privado, la oferta de ahorros privados compensa exactamente la caída del ahorro público, de manera que no existe ningún efecto sobre la tasa de interés. Por otra parte, existen muchísimos trabajos neoclásicos que demuestran que la equivalencia ricardiana no se verifica empíricamente (para mencionar solo uno, relativamente reciente, véase Gale y Orszag, 2004).
Deuda pública, capital financiero y progresismo criollo
Carente de raíces teóricas medianamente sólidas, buena parte del pensamiento “popular-izquierdista” anda a los saltos entre interpretaciones opuestas acerca de las deudas y los déficit públicos. Por lo general, el discurso predominante tiende a decir que el capitalismo vive a costa del endeudamiento creciente, y que ésta sería la causa del estallido o colapso final. Esto es, la contradicción central del sistema muchas veces parece ubicarse a nivel de “deudores /acreedores”. Este discurso es muy conveniente cuanto se trata de atacar, por ejemplo, a los gobiernos conservadores de EEUU, al estilo Reagan o Bush. Frente a estas ideas, he tratado de demostrar (por ejemplo en crítica a la tesis de la financiarización) que el sistema capitalista no colapsa por el peso de sus deudas, y que sus contradicciones centrales no pasan por ese lado. Pero ahora me encuentro con el extremo opuesto, ya que cuando se trata de defender la idea de que es posible salir de las crisis mediante la simple inyección de gasto estatal, un sector “popular-izquierdista” termina diciendo que no importa el nivel de deuda ni de déficit estatal.
El tema es que además de la cuestión “técnica” ‑la deuda hay que pagarla con impuestos o inflación, o en todo caso se va al default- existe otro aspecto, que atañe a lo histórico, lo social y político, que es necesario poner de relieve. Se refiere al peso creciente que toman los capitalistas dinerarios en el manejo del Estado, a través de la deuda. Es que así como una parte de los “popular-izquierdistas” sostienen que el capitalista financiero es “el” enemigo, los que afirman (como Amico) que con deudas y déficit se pueden arreglar todos los problemas, han borrado completamente el significado histórico y social del asunto. Las preguntas a formular son ¿quiénes son los que prestan a los gobiernos? ¿Quiénes son esos tenedores de títulos, que los hace acreedores a recibir plusvalías por años? ¿Se trata de trabajadores, acaso? ¿O son capitalistas dinerarios? ¿Cómo es posible pasar por alto estas cuestiones, y afirmar que la deuda pública puede crecer indefinidamente, sin ninguna consecuencia en particular? ¿Qué clase de pensamiento “popular-izquierdista” es éste que ni siquiera se asoma al asunto?
En este punto, frente a tamaño ocultamiento y mistificación, rescato las viejas ideas de Marx, cuando explicaba cómo la “aristocracia de las finanzas”, o sea, los grandes empresarios de los empréstitos y los especuladores en papeles de deuda estatal, se enriquecen con estos negociados. “Todo el comercio pecuniario moderno, toda la industria de la banca, está íntimamente relacionada con el crédito público. Parte de su capital debe ser invertido en valores gubernamentales que pagan intereses y son rápidamente convertibles. (…) Todo el mercado monetario, junto con los sacerdotes de ese mercado, forma parte de esta ‘aristocracia de las finanzas’ y en cada época la estabilidad del gobierno es para ellos sinónimo de Moisés y los profetas” (Marx, Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, citado por O’Connor, 1974, p. 259). En El Capital (cap. 21 t. 1) Marx también afirma que la deuda pública fue una de las palancas más poderosas de la acumulación originaria, y O’Connor agrega que la deuda también desempeñó un papel importante en la acumulación de capital a principios del siglo XIX, “cuando los intereses de la deuda proporcionaban una fuente estable de ingresos para la clase capitalista, dejando así en libertad a otros fondos para ser destinados a empresas más riesgosas y especulativas” (O’Connor, 1974, p. 273, nota 34). Más en general, O’Connor señala que “el crecimiento de la deuda estatal le otorga más poder a la tesorería en la planificación monetaria y fiscal” y que “la institución de la deuda normalmente incrementa la dominación del capital sobre el Estado” (ídem, p. 258). Luego de señalar que “ni las erogaciones del capital social ni los gastos sociales aumentan la capacidad estatal de amortizar la deuda en forma directa” (agregado: esta afirmación es incomprensible para aquel que no entiende lo básico de qué es trabajo productivo), O’Connor sostiene que “la seguridad de los préstamos es su poder de gravar y su capacidad de incrementar la base impositiva expandiendo el PBN” (ídem). Por eso, citando a otro autor: “La formación de la deuda pública sirvió como trampolín para la movilización de una estructura de poder corporativo privado en sectores fundamentales de la economía (la banca, el imperio, los asuntos fiscales”.
Agrega O’Connor que “la expansión de los préstamos privados y estatales se constituyó en factor primordial de la expansión y fortalecimiento de una clase rentista” (ídem). Y refiriéndose específicamente a EEUU, afirma que la función original de la deuda estatal “consistía en lograr el control del Estado por parte de los banqueros y las clases monetarias” (p. 259 – 60). En apoyo de esta afirmación cita a Ferguson, quien afirma que “la creación de la deuda fue la contrapartida económica de la Constitución”, y que “el control del tesoro nacional fue colocado e manos de los intereses comerciales y bancarios propietarios de la deuda” (p. 260). Precisa también O’Connor que “la ‘aristocracia de las finanzas’ aún existe y es todavía muy poderosa”, y que “los aproximadamente doce bancos de inversión que monopolizan la puesta en circulación de los valores gubernamentales lucran enormemente con la deuda estatal” (ídem). Recuerda también que “la deuda federal surge principalmente como resultado de los déficits presupuestarios planeados destinados a incrementar la actividad económica general” (p. 261). Exactamente lo que proponen hoy algunos reformistas “keyensianos” (aunque no entienden ni jota de Keynes), que andan acusando a todo el mundo de “monetarista” (aunque no entienden ni jota de monetarismo) y de ser partidarios de “equivalencias ricardianas” (aunque no entienden ni jota de equivalencias ricardianas). Para esto, tienen por supuesto, que hacer abstracción del carácter social y político, y del contenido histórico, que tiene la deuda estatal. ¿Qué tiene todo este disparate de “progresista”? En una próxima nota trataré la cuestión del déficit y su influencia en las tasas de interés.
Bibliografía
Barro, R. (1974): “Are Governmet Bonds Net Wealth?”, Journal of Political Economy, vol. 82, pp. 1095 – 1117.
Gale, W. G y P. R. Orszag (2004): “Budget Deficits, National Savings and Interest Rates”, Brookings Papers on Economic Activity, vol. 2004, pp. 101 187
Hansen, A. (1945): Política fiscal y ciclo económico, México, FCE.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Mattick, P. (1985): Marx y Keynes. Los límites de la economía mixta, México, Era.
O’Connor, J. (1974): Estado y capitalismo en la sociedad norteamericana, Buenos Aires, Periferia.
–
Rolando Astarita
Buenos Aires, 2011