Citas des­orien­ta­das- Xabier Silbeira

Días que no son, días de reyes, de came­llos, de burros, de bue­yes. Días que como nacen mue­ren, sin antes ni des­pués, días en rojo gua­rro casi negro, típi­cos días que se lle­va el vien­to. Pro­ce­sión anual de hipo­cre­sía a la espa­ño­la, cabal­ga­ta de men­ti­ras, des­fi­le mili­tar. En el cen­tro de la dia­na los niños, ate­rra­dos, blan­co de cara­me­los enve­ne­na­dos con cuen­tos de mie­do, des­orien­ta­dos con besos del negro y su acen­to a pate­ra… y les da por llo­rar. Como pa’no.

«Erre­geak gura­soak dira», reza­ba la pan­car­ta que fir­ma­ba el mis­mí­si­mo Olen­tze­ro y que apa­re­ció col­ga­da a fina­les del siglo XX en Lesa­ka, villa natal del car­bo­ne­ro que nun­ca existió.

Hoy, en aquel mis­mo lugar, en una inexis­ten­te pan­car­ta, sigue pre­sen­te la ausen­cia de cua­tro autén­ti­cos ejem­plos para todos los que desea­mos ser per­so­nas, y dela­ta a los Reyes magos que hace ya tres años hicie­ron, dis­fra­za­dos de Ram­bo algu­nos y de C.S.I. otros, que Lesa­ka fue­ra un pue­blo en esta­do de shock. Y con­ti­núa sién­do­lo, aun­que muchos en su día a día no pue­dan ser cons­cien­tes de ello.

Pero es que dos y dos son cua­tro, pero cua­tro y dos son seis, y seis y dos son ocho cuan­do no son die­ci­séis. Y así, unos van y otros no vie­nen, no vuel­ven. Y en muchas casas no duer­men. No duer­men jun­tas la deses­pe­ra­ción y la espe­ra, espe­ra, espe­ra, espera…

Un siglo con­den­sa­do en cua­tro días, una noche que es toda una vida, con­ge­la­do el tiem­po en aque­lla no des­pe­di­da, ausen­te el sue­ño, solo lágri­mas y recuer­dos dibu­ja­dos con sonrisas.

Las camas vacías son, y por des­gra­cia lo serán duran­te algún tiem­po, moti­vo de las pro­tes­tas más mul­ti­tu­di­na­rias que en los últi­mos años e inclu­so déca­das se han pro­du­ci­do en Eus­kal Herria. ¿Nada nue­vo, verdad?

Me lo temía, a mí tam­bién se me hace can­sino. Pero es que es así y, como no mova­mos el culo un poqui­to más, me da que nos vamos a pasar el res­to de nues­tra vida hacien­do manis gigan­tes en Bil­bo. Como si ello por sí mis­mo nos los fue­ra a devol­ver a casa. Eso no va a pasar. El efec­to de los gran­des acon­te­ci­mien­tos tele­vi­sa­dos hace mella en noso­tros y nos da por pen­sar que al acu­dir a even­tos de enor­mes mag­ni­tu­des dise­mi­na­dos duran­te el año esta­mos hacien­do la de dios. Y, evi­den­te­men­te, esta­mos hacien­do nues­tra más humil­de apor­ta­ción pero no por ello la úni­ca posible.

La deman­da de soli­da­ri­dad es más que amplia, y la ofer­ta de opcio­nes para ejer­cer­la está a la par. Sólo este fin de sema­na, ade­más de la super­ma­ni de Bil­bo, tene­mos una cita en Zizur, en el Hatortxu rock, otra cita anual don­de la cabal­ga­ta es musi­cal y los cara­me­los los eli­je cada cual. ¡Y se pue­de fumar! Don­de no se va a poder fumar, me temo, va a ser en Oiar­tzun, otra cita a la que no debe­ría­mos fallar: ber­tsos y ambien­te dominical.

Que no se pue­da fumar en un bar, vale, de acuer­do, pero en un poli­de­por­ti­vo… Hay que joderse.

Pero eso, que tene­mos varias citas. Por ellos, por ellas. Etxean eta bizi­rik nahi eta behar ditugulako.

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