Entrevista :: «El concepto de modo de producción [de Marx] sigue siendo fundamental, pero el concepto de capitalismo como sistema mundial ha cambiado».
Durante el pasado mes de marzo, el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México organizó el Seminario Internacional «Las alternativas democráticas y el mundo actual», entre cuyos asistentes se destacó la presencia del economista Samir Amin (1931). De origen egipcio, Amin a dedicado gran parte de su obra al estudio de las relaciones entre los países desarrollados y los subdesarrollados. Crítico implacable del comunismo estalinista, lo es también de la globalización capitalista.
Al primero lo acusa de no haber llegado nunca a ser un sistema socialista y de establecer a un nuevo tipo de burguesía burocrática en el poder. A la segunda le achaca la generación de la mayor desigualdad entre países ricos y pobres que registra la historia de la humanidad.
Amin sostiene que la contradicción centro/periferia es inmanente al desarrollo del sistema capitalista mundial y que, así como el capitalismo nació en la periferia de las grandes civilizaciones, el socialismo será posible a escala mundial sólo a condición de una revolución en la periferia del capitalismo.
Graduado en París en Ciencias Políticas, Estadística y Economía, es autor de una extensa obra que comprende, entre muchos otros ensayos, a «L’accumulation à l’échelle mondiale» (La acumulación a escala mundial), «L’échange inégal et la loi de la valeur» (El intercambio desigual y la ley del valor), «L’impérialisme et le développement inégal» (El imperialismo y el desarrollo desigual), «La loi de la valeur et le matérialisme historique» (La ley del valor y el materialismo histórico), «La gestion capitaliste de la crise» (La gestión capitalista de la crisis) y «Les défis de la mondialisation» (Los desafíos de la mundialización).
Estando en la Ciudad de México, el autor concedió la siguiente entrevista al economista mexicano José Gandarilla Salgado, a la politóloga argentina Karina Moreno y al politólogo italiano Massimo Modonesi:
- En su interpretación ¿Cómo estudiar hoy el capitalismo, qué se mantiene vigente de la crítica de la Economía Política y del materialismo histórico, y qué habría necesidad de repensar?
Se trata de una cuestión compleja, que cubre muchas dimensiones del problema. En primer lugar, y no soy el único en pensarlo, el capitalismo es un sistema mundial. El análisis del capitalismo como sistema mundial no se puede reducir al análisis del modo de producción capitalista como modo de producción abstracto, del cual se puede suponer simplemente la extensión geográfica a todo el mundo.
El concepto de modo de producción sigue siendo fundamental pero el concepto de capitalismo como sistema mundial es distinto. Este es un punto de partida metodológico muy importante porque en el análisis o en las pretensiones analíticas de la economía dominante, y también desgraciadamente en muchos análisis del capitalismo que se reivindican del marxismo, está presente una confusión entre estos dos niveles, o por lo menos la separación de ambos conceptos no está hecha en términos suficientemente claros.
En segundo lugar, si analizamos el capitalismo como sistema mundial, creo que podemos estar de acuerdo en la existencia de un modo de producción capitalista y que, a este nivel de abstracción, el análisis de Marx en «El Capital» es, no solamente primordial, sino que el mismo no ha sido superado. Cabe enfatizar que este análisis sigue siendo fundamental y válido para el capitalismo en todas las etapas de su desarrollo, prescindiendo de las novedades surgidas entre una etapa y la otra.
Sin embargo, al observar al capitalismo como sistema mundial constataremos que es un sistema mundial polarizado, en el sentido que ha generado una desigualdad sin precedentes en la historia de la humanidad. En tiempos de la Revolución Industrial la relación de la productividad media anual por familias (las cuales eran en un 80 a un 90% rurales), mostraba una diferencia muy reducida, según varias estadísticas era una relación de 1 a 1.3, una distancia sin importancia, con un 30% de diferencia máxima. Esta distancia creció con el transcurrir de los siglos hasta llegar actualmente a una relación de 1 a 60. Un fenómeno gigantesco, probablemente el hecho social e histórico más impresionante de la historia de la humanidad.
A pesar de esto, la economía dominante no se interesa por este hecho y desgraciadamente la economía marxista no le ha reconocido la centralidad que merece. Un hecho de tal amplitud es inmanente a la expansión mundial del capitalismo, no es un producto de la coyuntura, de especificidades concretas locales que de por sí existen. Por su lógica interna, la acumulación capitalista a escala mundial es polarizante. Creo que la razón por la cual es polarizante es muy sencilla de entender.
Si observamos el capitalismo como modo de producción, el concepto implica en una zona geográfica cualquiera, que podemos llamar Estado, una integración del mercado en sus tres dimensiones: mercado de las producciones, del trabajo y del capital. Por otro lado, un análisis del capitalismo como sistema mundial nos mostrará que la tendencia a la integración es creciente. Como mercado de los productos, comenzó con las materias primas y después se extendió a los productos terminados, mientras que hoy es evidente una tendencia a la integración de los mercados de capitales. Pero esto no vale para el trabajo, las fronteras continúan existiendo, y los mexicanos lo saben bien, el Río Grande existe. Pienso que un mercado integrado del capital sin un mercado integrado del trabajo produce la polarización.
Podríamos demostrarlo en forma muy sencilla. Dicho esto, es necesario analizar el capitalismo como sistema mundial más en detalle. Examinar las distintas fases sucesivas de esta polarización centro/periferia (que se puede nombrar norte/sur, desarrollo/subdesarrollo, primer mundo/tercer mundo, es simplemente una cuestión de vocabulario). Hay que observar el capitalismo fase por fase, cada una con sus características, las cuales dependen principalmente de las relaciones sociales, en los países del centro como en los países de la periferia, con las variantes existentes en cada uno de ellos. Debemos partir de estas relaciones sociales y ver como se articulan con la ley de la expansión mundial del capital y cómo ésta entra en contradicción con las especificidades de las formaciones sociales de los centros y de las periferias en cada una de esas fases.
Finalmente, definir cada una de esas fases en función de las características dominantes de esas relaciones sociales. No estoy hablando del desarrollo tecnológico, aunque no niego su relevancia, pero la mayor parte de los análisis de la historia del capitalismo arrancan del desarrollo de la tecnología como si se desarrollara en forma autónoma, como producto de la ciencia, y determinase un tipo de desarrollo de las relaciones sociales. Por el contrario, parto de las relaciones sociales y después observo cómo el desarrollo tecnológico se inserta en ellas, las modela y se ajusta al desarrollo de las mismas. De esta historia del capitalismo, sobre la cual podríamos discutir mucho, tomaré solamente la anteúltima etapa, la que comienza en la segunda posguerra, la etapa abierta por la doble derrota del fascismo y del colonialismo, del viejo colonialismo que negaba la independencia a los pueblos de Africa y de Asia, sin negar la importancia de las rupturas revolucionarias en Rusia, en China y en otros países.
Desde ese momento se abre una fase que durará alrededor de medio siglo, de 1945 a 1990, si queremos poner fechas precisas. Esta fase se caracterizó, en los países del centro capitalista desarrollado, por una relación capital-trabajo relativamente menos desfavorable al trabajo como nunca en la historia del capitalismo. Si queremos utilizar una terminología italiana, por un «compromiso histórico» entre capital y trabajo que fue la base objetiva del «estado de bienestar» en occidente.
Tenemos después una segunda familia de compromisos históricos en los países del socialismo realmente existente, y un tercer grupo resultado de los movimientos de liberación nacional en Africa y en Asia, mientras en América Latina, que era formalmente independiente, el desarrollismo y el populismo. Se trataba de formas sociales seguramente contradictorias y conflictivas, pero también fundadas sobre ciertos equilibrios. Esta página ya ha sido dada vuelta, aunque no por la caída del Muro de Berlín o por el fin de la Guerra Fría, sino por la erosión gradual de los tres modelos: el modelo soviético, el estado de bienestar y los modelos nacional-populistas de las periferias africanas, asiáticas y latinoamericanas. Esta erosión ha conducido a un desequilibrio en la correlación de fuerzas sociales a favor del capital en todas las regiones del mundo y ha permitido crear las condiciones de la ola neoliberal en la cual nos encontramos.
- Volviendo a la última parte de la primera pregunta, que de suyo abre todo un panorama. Pensando en la necesidad (en términos metodológicos y epistemológicos) de reafirmar un pensamiento crítico (incluso de pensar a la economía muy ligada a la ética), en su opinión, ¿cuáles serían las exigencias que debiera cubrir este tipo de pensamiento?
Esta pregunta es todavía más compleja que la primera y plantea varias cuestiones simultáneamente. No voy a poder responder a todos los puntos, voy a escoger solamente algunos. Es necesario distinguir desde el punto de vista epistemológico las Ciencias Naturales de las Ciencias Sociales, del pensamiento social para decirlo en forma más correcta. Para simplificar, en las Ciencias Naturales la naturaleza es el objeto de observación, en las Ciencias Sociales el objeto, la sociedad humana, es al mismo tiempo el sujeto de su propia historia, es un nivel social totalmente distinto.
De cualquier manera, sostengo que es necesaria una actitud científica en relación a ese objeto que es también sujeto; no un discurso ético o ideológico sin relación con la realidad, sino un análisis lo más científico posible. En este análisis, creo que estamos frente a una realidad y creo que podemos llamarla capitalista sin equivocarnos, con un determinado número de características fundamentales, que el modo de producción sea el eje central, así como fue analizado históricamente por Marx, o sea el capitalismo como sistema mundial, como he intentado describirlo rápidamente antes. ¿Cómo analizar esta realidad? ¿Cuáles son los instrumentos y por qué escogerlos entre otros? Observamos cómo el pensamiento burgués analiza esa realidad, no sólo la economía, sino el conjunto constituido por la visión filosófica, social, ideológica, política y económica.
Para hacerlo hay que remitirse a Adam Smith, que es el fundador del pensamiento burgués moderno, o mejor dicho, el que reunió en forma coherente los fragmentos que circulaban en la época. Adam Smith avanza en la hipótesis, que no es formulada en términos de hipótesis sino de convicción, que existe una convergencia natural, y la palabra natural es suya no mía, entre el mercado y la democracia. El mercado no es visto como autorregulado, como pretende el liberalismo vulgar, sino mediante una regulación estatal que cree las condiciones para una respuesta socialmente aceptada a la expresión de las necesidades. La democracia sería un conjunto de derechos, procedimientos e instituciones a disposición del ciudadano y en la época de Adam Smith, sólo los propietarios eran ciudadanos. La expresión libre de esos ciudadanos tenía que refrendar los resultados del mercado, no había contradicción entre los dos, sino una convergencia paralela.
Esta concepción lleva a vaciar de todo contenido el concepto de democracia, porque no hay más capacidad de innovar, que es mi definición de democracia, sino una democracia de baja intensidad que no sirve para nada. Esta visión tiene la pretensión de explicar la nueva realidad del capitalismo y al mismo tiempo la presenta como el fin de la historia; las Luces y la Revolución Francesa establecieron el reino de la razón y si se ha llegado al reino de la razón, la historia no es más que un desarrollo lineal en un cuadro definido. El producto de esto es una teoría económica que es una teoría de la no realidad, del capitalismo imaginario, o sea, del mercado funcionando según esta lógica, esta racionalidad. Por otra parte, los gerentes del sistema, sean los capitalistas, los empresarios o el Estado que toma las decisiones en interés colectivo de esa clase, están sumergidos en la realidad, no en un mundo imaginario.
Existe entonces una práctica y la teoría está destinada a legitimarla. Creo que lo que llamamos economía pura es el ejemplo extremo de esa situación. La economía pura es la teoría de una realidad no existente, muy útil porque siendo una teoría de la no realidad permite legitimar cualquier elección pragmática de la gestión del capitalismo realmente existente.
En ese sentido ‑y lo digo en «Critique de l’air du temps» (Crítica de nuestro tiempo)- digo que el economista puro es al sistema y al poder capitalista lo que es el brujo para el rey. ¿Cuál era su papel? El brujo tenía que adivinar lo que el rey quería hacer, después tenía que hacer cosas raras para decirle al rey lo que tenía que hacer, en realidad, lo que quería hacer, para dar así a la acción del rey legitimidad a los ojos del pueblo. En realidad, no es el brujo quien dicta al rey, sino el rey quien dicta al brujo, y el brujo legitima. El economista hace la misma cosa: es eficaz para el sistema si adivina qué es lo que el sistema necesita y lo legitima. Usa por otra parte, métodos similares como por ejemplo el lenguaje incomprensible, etcétera.
Creo que es importante hacer una crítica del pensamiento burgués. En muchos casos, también la izquierda se deja impresionar por la economía liberal que proporciona, por cierto, algunos elementos de la realidad, pero no hacer otra cosa que legitimar los intereses dominantes y sus políticas. Este fenómeno estaba presente también en el socialismo realmente existente, en donde teníamos un discurso sobre la realidad imaginaria, el socialismo, y una práctica de la gestión de la sociedad. El discurso ideológico era usado como discurso de legitimación de la práctica. Espero que se tome conciencia de esto y se intente superarlo, de hacer un análisis del mundo realmente existente. En esta tarea sigo considerándome marxista; pienso que los instrumentos del materialismo histórico siguen siendo muy útiles, pero no necesariamente los del marxismo «histórico», o sea, el marxismo como fue entendido o puesto en práctica por todas las fuerzas que se han inspirado en él.
- En su momento, usted avanzó en la crítica del eurocentrismo, del desarrollismo. Ahora pareciera necesario avanzar en la crítica de los conceptos ordenadores del discurso occidental, su concepto de modernidad, de progreso, de desarrollo, incluso de una recuperación de la dimensión histórica. ¿Cómo observa esta dimensión del pensamiento crítico, necesaria más que nunca en esta época y pensando desde el tercer mundo?
A mi parecer, la modernidad es el momento en donde se proclama que la humanidad hace su propia historia; entonces se atribuye el derecho de innovar, de inventar, se da el derecho a una imaginación creadora en todos los ámbitos. Esta es una idea nueva, una idea moderna. Todas las sociedades, entre el 1500 y el 1800 ‑y en la sociedad medieval europea, la islámica, la de la China confusiana, los aztecas, etcétera‑, tenían diferencias pero una cosa en común: la creencia, la proclamación de que el orden social formaba parte del orden natural, de un orden cósmico generalmente asociado a una forma religiosa o a una creencia metafísica, y que el ser humano o la sociedad no tenía que inventar sino obedecer a las leyes dictadas por ese orden cósmico.
Bien entendido, en realidad la tradición en cuestión tenía que ser constantemente reinterpretada porque la sociedad, a pesar de todo, cambiaba. La modernidad es el momento de ruptura con todo esto, ruptura que, por razones históricas, se desarrolló en una región del mundo en un momento de la historia: en la Europa Occidental. Se expresó claramente en las Luces europeas, con las raíces mediterráneas precedentes, en tres países, Inglaterra, Países Bajos y Francia, entre 1600 y 1800. No es un caso que sea concomitante con el nacimiento del capitalismo. Cuando el capitalismo se vuelve un sistema mundial, esta nueva cultura que llamamos modernidad se vuelve mundial. Sostengo entonces que esta cultura mundial, este nuevo universalismo, no es occidental sino capitalista. Sus características fundamentales no se entienden con relación a las especificidades europeas sino con relación a las especificidades del capitalismo; no tiene nada que ver con los europeos. Habría que usar la expresión dominación de la cultura capitalista en lugar de la cultura occidental.
A causa de la polarización que produce la expansión mundial del capitalismo, la expansión de esta cultura está en crisis permanente, promete a todos pero distribuye siempre en forma cada vez más desigual, creando fenómenos de rechazo, de insatisfacción. Este rechazo se expresa contra el Occidente cuando debería hacerlo contra el capitalismo.
Por otra parte, los mismos europeos reconstruyen su propia historia como una historia imaginaria que borra la especificidad capitalista de esta modernidad, inventando una historia lineal a partir del antepasado mítico griego y de la especificidad del cristianismo, asegurando que esta modernidad podía solamente ser creada en Europa. La afirmación eurocentrista provoca un rechazo hacia el Occidente, cayendo en el culturalismo: también los otros construyen sus líneas imaginarias, empezando en la prehistoria china, en la prehistoria de los pueblos semitas, los árabes y los indios de América podrían hacer lo mismo. Nos encontraríamos en el culturalismo, o sea, la afirmación de culturas con elementos transhistóricos y específicos que suprimirían completamente el universalismo. Una forma vulgar son las comunidades en los Estados Unidos: vivan la comunidades. pero respetando las jerarquías; vivan las especificidades. pero cada quien a su lugar. Tendríamos que cambiar y desplazar el debate hacia el capitalismo mundial y el socialismo mundial, el pasaje a una sociedad mundial sin clases en el nombre de la modernidad, del derecho de inventar, de imaginar, en el nombre de la utopía creadora, de una nueva fase de desarrollo de la modernidad, de superación de la modernidad trunca del capitalismo, de la cultura universal del capitalismo a la cultura universal del comunismo, para llamarlo por su nombre.
- En su libro «Los desafíos de la mundialización», usted afirma que hace veinte años proponía una alianza del Sur con la Socialdemocracia europea, pero esto no funcionó. En el debate del seminario se vuelve a plantear esta hipótesis, ¿piensa que este tipo de alianza sea viable en la actualidad?
En primer lugar, creo que la erosión de los tres sistemas (el modelo soviético, el estado de bienestar y los modelos nacional-populistas) se manifiesta en la crisis real de las ideologías, de las formas de organización de los partidos, de las tradiciones, de la izquierda o de las izquierdas en las tres partes del mundo. Asistimos a la crisis de la socialdemocracia occidental, del comunismo de la Tercera Internacional y del nacional-populismo radical, nacionalista con contenido social, no socialista, aunque algunos se hayan calificado como tales.
La socialdemocracia está entonces en crisis y no veo alianzas posibles en la hora actual porque no hay, ni de un lado ni del otro, nuevas fuerzas de izquierda alternativas cristalizadas. No lo digo desde un punto de vista nacionalista del tercer mundo ‑soy un internacionalista- pero hasta que alternativas sociales de izquierda no se cristalicen en el Sur como en el Norte, ¿alianzas de quién con quién? Se pueden tener intercambios de opinión, posiblemente acciones comunes sobre puntos comunes, nada más en este momento. Esto quiere decir, en términos prioritarios, construir nuevos sujetos históricos antisistémicos en cada región del mundo.
- ¿Cuál es su caracterización de la crisis en curso del sistema? Y en este contexto, ¿cómo pensar e iniciar la construcción de una alternativa?
La fase neoliberal, que haríamos mejor en llamar paleoliberal, es la consecuencia de un desequilibrio de las relaciones sociales a favor del capital. En todas partes, a escala mundial, con la caída del socialismo realmente existente, no importa si no era socialista, con la erosión de los proyectos nacional-populistas de desarrollo, con la erosión del estado de bienestar en Occidente, se genera un desequilibrio brutal en un período histórico muy breve, una decena de años (si queremos poner fechas: de 1980 a 1991 para los países del Sur, desde 1975 cuando es rechazado el reclamo de un Nuevo Orden Económico Internacional). Este desequilibrio produce la crisis porque produce un desfase entre la capacidad de producción y la capacidad de consumo de la sociedad y una nueva repartición de la riqueza, tanto a escala mundial como a escala nacional, tan desigual que se crea un excedente de capital que no puede encontrar colocación en la extensión del sistema productivo.
Entonces el sistema está amenazado por una crisis profunda que tiene sus manifestaciones permanentes de estancamiento relativo, de desempleo creciente, de pauperización, etcétera. El sistema está entonces obligado a recurrir a la «gestión capitalista de la crisis», que es el título de uno de mis libros. El capital dominante, el de las trasnacionales ‑el G7, como su expresión política, y sus empleados: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (que no son instituciones importantes sino empleados del G7 y del capital dominante)- buscan y fabrican salidas alternativas a la ausencia y achicamiento de las colocaciones productivas en la extensión de los mercados especulativos, en los mercados financieros.
Pero, para retomar fórmulas de Marx, sin pasar por la esfera de la producción, lo que quiere decir sobre la base de un estancamiento relativo y, entonces, mediante una desigualdad creciente. Creo que los hechos están ahí: asistimos a un estancamiento relativo, a tasas de crecimiento más débiles que durante el período anterior y a una creciente desigualdad en la repartición de la riqueza. Se trata de una espiral que se agrava y que profundiza la crisis en el sentido que crece el plusvalor para el cual debe ser encontrada una salida en el mercado financiero.
Entonces el sistema, que es presentado como la victoria definitiva del capitalismo y de la paz, como el fin de la historia, es una gestión de la crisis que profundiza la crisis misma, retardando la solución natural que sería una desvalorización del capital. Pienso que este paréntesis neoliberal se está cerrando; nos acercamos al final de una fase corta, de veinte a veinticinco años como máximo. El final se anuncia por el costado financiero de la mundialización. La crisis del sureste asiático es más que una crisis regional.
La reacción de los gobiernos, de las clases dirigentes, de los estados, pone en discusión, en distintos grados, la mundialización financiera, no la mundialización en general, ni el modelo de producción, ni el modelo de consumo. Pero poniendo en discusión la mundialización financiera, empuja al sistema a enfrentarse con aquella desvalorización masiva del capital que vendrá, aunque no podamos saber en qué forma. Este período se está cerrando y, si queremos pensar en términos de alternativas, hay que comenzar por lo que está pasando, no por los desafíos de ayer, ni de anteayer, ni de hoy, sino de las contradicciones que ya se desarrollan y que se agudizarán mañana.
Una estrategia de la formulación de las alternativas tiene que partir de estas contradicciones. Mi tesis, o hipótesis, o intuición es que, con el fin de este periodo llamado neoliberal, entramos en una fase doble caracterizada por el crecimiento de los conflictos y de las luchas. Por conflictos me refiero a conflictos entre las clases dirigentes, en su interior, y potencialmente conflictos entre estados. Veo crecer los conflictos entre Estados Unidos y Asia Oriental y del Sur ‑China, India y Corea, etcétera‑, y otros conflictos. Crecerán también las luchas porque este desastre social generado por la gestión capitalista de la crisis no puede dejar de provocar movimientos, luchas sociales, políticas e ideológicas de todo tipo, con mucha ambigüedad. Luchas de rechazo, algunas positivas, porque siempre es positivo que los trabajadores defiendan su salario y no acepten el argumento por el cual, en nombre de la rentabilidad del capital, habría que aceptar sacrificios. Estos rechazos podrían derivar en ilusiones culturalistas, fundamentalismos religiosos, repliegues etnicistas o de otra naturaleza.
Sin embargo, tomando las luchas con potencial progresista, universales o potencialmente universales, aunque no lo sean de hecho ‑tomo algunos ejemplos que estuvieron presentes en el Anti-Davos: grandes movimientos reales, pero también simbólicos y distintos de los cinco continentes como el MST brasileño, los sindicatos coreanos, las asociaciones campesinas del Burkina Faso, los desempleados franceses y las mujeres canadienses‑, ¿cómo se articularán con el crecimiento de los conflictos?, ¿cuáles predominarán?, ¿serán los conflictos de las clases dominantes los que domesticarán las luchas?, ¿las instrumentalizarán para sus estrategias o el crecimiento de las luchas sociales logrará sobreponerse a esos conflictos?
No tengo recetas sino algunos principios para pensar algunas alternativas: por ejemplo, debemos aclarar lo que queremos, cuál es nuestro objetivo estratégico. Un mundo policéntrico, con grados de autonomía para los países, las naciones, las regiones, etcétera, que permitan a los pueblos inventar, no solamente sus propias utopías creadoras, sino también sus estrategias y sus etapas, sus contratos sociales, sus compromisos históricos locales, así como las negociaciones para la articulación y la organización de la mundialización coherentemente con estas estrategias.
De este proceso nacerá la alternativa, o mejor dicho, las alternativas en plural, así como hemos creado el Foro Mundial de las Alternativas, considerando que las demandas y las situaciones específicas no pueden ser tratadas con una única receta, así como el Banco Mundial ofrece la misma medicina a todos los pacientes por cualquier enfermedad. Este proyecto implica acciones a todos los niveles: local, nacional e internacional; el nivel nacional sigue siendo fundamental porque, se quiera o no, seguirán existiendo Estados por un buen rato, pero no hay que descuidar el nivel mundial, donde se tiene que reconstruir el internacionalismo de los pueblos.
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