Dice el diccionario de la Real Academia Española que «mentira es expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, cree o piensa» y establece el Sr. Ferrater Mora que falacia resulta «una forma de argumento no válida» y que se apareja con el sofisma. Hay, pues, en las últimas declaraciones del Sr. Zapatero sobre Euskadi, cuando manifiesta que los pasos dados por la izquierda abertzale «no van a ser en balde», una mentira a la par que una falacia. El Sr. Zapatero ha entregado la cuestión vasca a su poderoso ministro de policía, que ha insistido en que la política antiterrorista no cambiará «un ápice» y que se sostendrá el mismo nivel de exigencia con la izquierda abertzale. Miente, pues, el presidente en esa sugestión maliciosa de que todo lo actuado por la izquierda abertzale no es «en balde», a la vez que, contradictoriamente, trata de manejar una falacia esperanzadora sobre el asunto.
Ahora bien, ¿a quién miente el Gobierno de la Moncloa? Parece evidente que a los españoles cuando reafirma su intención de no cambiar su virulenta política en Euskadi, ya que insinúa una mejora ¿Y con quien es falaz ese Gobierno? Pues con los vascos, a los que trata de hacer un guiño para que bajen la guardia al sugerirles un futuro diferente. La contradicción resulta, por tanto, flagrante por preñada de un confusionismo que, además, se agrava merced a su carácter público. La gente se pregunta, a ambos lados de la muga, en qué consistirá ciertamente la política que prevalecerá en Madrid: ¿habrá negociaciones por parte del Sr. Jáuregui o proseguirán las persecuciones por parte del Sr. Pérez Rubalcaba? Más aún: ¿hay o no hay un juego complementario entre ambos ya que el mismo Sr. Rubalcaba ensaya benignidades con algunos presos de ETA que aceptan haberse equivocado en su lucha armada y se enfrentan, al parecer, a su propia organización?
Se pueden construir varias hipótesis para desenredar este ovillo. La primera consistiría en que el Sr. Rodríguez Zapatero quiere granjearse una nueva personalidad razonadora endulzando de cara a los vascos su política represora a la vez que continúa su agresividad antivasca para solaz de los españoles, mayoritariamente rígidos dentro de su corsé imperial. La operación resulta, al menos facialmente, de una elementalidad clamorosa. El mismo Sr. Zapatero parece darse cuenta de ello al habilitar un escenario ministerial en que crea su propio adversario en su más potente ministro. Aparecen las caretas de la ópera china a fin de que el público se encele en el enfrentamiento del cual ha de salir vencedor el emperador, que montará seguidamente en la gran carroza de las elecciones.
Segunda hipótesis. El Sr. Zapatero logra que ETA entregue sus armas para enriquecer la política de paz del abertzalismo de izquierda, que luego habrá de seguir un largo camino de relegislación para obtener la bendición electoral, que posiblemente llegue tarde. Desde el territorio español muchos ciudadanos se maravillarán por el triunfo militar del señor de La Moncloa, y desde el territorio vasco habrá partidos, principalmente el PNV, que se apresurarán a disponer el recrecido cesto de votos de unos ciudadanos que creerán, durante la espera de la normalidad total, en la santidad provisional de una unión abertzale en torno a las templadas formaciones legales. Los españoles verían con aprecio este virtual camino de resolución del conflicto en la confianza de una regresión posterior de la cuestión vasca al terreno sólido de la unidad española, que habrá entregado el soberanismo a un enlucido regionalismo sobredorado por Madrid.
Tercera hipótesis. Vencido y desarmado el soberanismo tanto por las armas brutales del Sr. Rubalcaba como por la incógnita y endulzada sugestión del Sr. Zapatero, nada se opondría a una alianza entre socialistas y nacionalistas de boina azul para entregar al abertzalismo de izquierda una parcela electoral perfectamente alambrada sub especie de que no era aún la hora del soberanismo. El Sr. Jáuregui, por ejemplo, o personaje de su confianza, pasaría por fin a lehendakari con un potente vicelehendakari del nacionalismo bancario. Madrid operaría con guantes vascos, procurando que Euskadi recibiera mejoras líquidas o trasvases políticos con la copa del árbol en tierra vasca y las raíces en Madrid.
Cuarta hipótesis. A la espera de las elecciones, todo lo que afecta a la libertad vasca transcurrirá en un danzón zapateril a la espera de una nueva victoria electoral del Sr. Zapatero o de una etapa triunfal de los «populares», lo que liberaría a los socialistas de todo compromiso como organización política española y convertiría al PSE en una reserva para el futuro. Ésta es la hipótesis más simple e irrelevante, a no ser que la victoria del Sr. Zapatero le convirtiese en un dictador de facto con todas las instituciones colonizadas por los personajes que va introduciendo en ellas.
Puede haber variantes en estas hipótesis que acabamos de contemplar, pero de lo que no cabe duda es que la victoria electoral socialista o la victoria popular seguirían manteniendo el actual sometimiento de lo vasco a Madrid en tanto Europa deje de ser una realidad unida ‑lo que aún no es, ni mucho menos- y retorne abiertamente a un juego de potencias obligado por las exigencias de una variedad de mercados estatales archiprotegidos. Estas potencias eliminarían un juego de ambiciones soberanistas por parte de sus nacionalismos sin estado a fin de mantener un jacobinismo férreo de óptica ultraconservadora.
El Sr. Zapatero no suele manifestarse como persona con un gran desarrollo ideológico, pero sabe, con instinto profundo de superviviente, que su ambiciosa pervivencia política está condicionada por el papel de caporal que pueda desempeñar en España. Como es obvio, en una España unida y en orden, como solía decir el Genocida. Precisamente esta única ambición del leonés es la que le ha decidido a reclamar el apoyo de la vieja guardia socialista, cuya gobernación del Estado consistió en situar a sus protagonistas en las gradas de los grandes poderes internacionales. El Sr. Zapatero ha entregado abiertamente el poder a los que se reclaman de felipistas y continuadores de las políticas de sumisión de la ciudadanía española.
Por ello es poco creíble que se facilite la vida pública a sectores como el abertzalismo de izquierdas, que está nutrido por un deseo muy intenso de participación popular. Tras la frase que conlleva la esperanza de que los pasos dados por el abertzalismo de izquierda «no van a ser en balde» no creo que haya absolutamente nada. Como decía un político español de la anterior monarquía, toda esa palabrería es fogata de virutas y espuma de cerveza.
La verdad parece consistir en que el futuro de Euskadi y, por extensión, el de Euskal Herria está en las manos de quienes creen sinceramente en el soberanismo como única salida decente para el pueblo euskaldun; un pueblo que ocupe permanentemente la calle y busque la solidaridad con otros socios que reúnan las dos condiciones siguientes: la ambición por la libertad como camino único de realización en todos los sentidos y que esté convencido de que un socialismo básico y con rostro humano les proporcionará un desarrollo de carácter dignamente social.
El futuro de un mundo vivible está en la mano de aquellas colectividades que sean capaces de revivir una organización de no alineados frente al muro del imperio. Por ahí han de ir, imagino, los esfuerzos constructores de quienes no están contaminados por el poder estatal.
Pero estas son cuestiones para hablarlas de noche y al pie de la reja. Ahora se trata de Euskadi y Madrid.